Por
Alex Callinicos (*)
Sin Permiso, 18/03/07
Traducción de Oriol Farrés Juste
En el cuarto
aniversario de la invasión de Irak, Alex Callinicos examina el
destino del proyecto imperial de Estados Unidos, las perspectivas para
un ataque militar en Irán y la futura evolución del movimiento
contra la guerra.
Hace cuatro años,
cuando George Bush y Tony Blair se lanzaron a la conquista de Irak,
los Estados Unidos representaban una amenaza absoluta para el mundo.
Tras el aparentemente
rápido derrocamiento del régimen talibán en Afganistán apenas dos
meses más tarde del 11–S de 2001, eran pocos los que dudaban del
dominio mundial de los Estados Unidos de América.
Ésta, por cierto,
fue una de las principales razones por las que el ala neoconservadora
del Partido Republicano abogó por la invasión de Irak –para
perpetuar lo que uno de ellos, Charles Krauthammer, llamó el
"momento unipolar".
Apoderarse de Irak
congelaría la situación histórica posterior a la Guerra Fría,
cuando los Estados Unidos dominaban el mundo sin serios rivales a la
vista.
Esto tenía que ser
así porque el hecho de controlar Irak reforzaba la posición de
Estados Unidos como poder dominante en Oriente Medio.
Las
implicaciones de la invasión
Invadir Irak tendría
implicaciones más allá de la región. Entonces, los Estados Unidos
podrían, como dijo el geógrafo radical David Harvey, decidir cerrar
el grifo del petróleo –esto es, denegar el acceso al petróleo a
potenciales competidores como la Unión Europea, Japón y China.
Cuatro años
después, ¿qué ha sucedido con estos planes? El armamento de alta
velocidad y tecnología de punta del Pentágono aplastó al ejército
iraquí en pocas semanas –pero no ha podido hacer nada contra la
oposición a la ocupación americana de la mayoría de iraquíes.
La ley fundamental de
la contrainsurgencia ha derrotado a los Estados Unidos –las
guerrillas sólo pueden ser derrotadas, si se las aísla del grueso de
la población.
Los ocupantes de Irak
nunca han llegado ni remotamente cerca de alcanzar este objetivo. La
resistencia armada se ha establecido principalmente en el centro del
país, en áreas donde el Islam sunita es predominante.
Pero, desde los
primeros meses de la ocupación, la mayoría de iraquíes, incluidos
los musulmanes chiítas del sur, han querido ver a los Estos Unidos y
a sus aliados fuera del país.
Los Estados Unidos
intentaron recuperar la iniciativa mediante la práctica del
"divide y vencerás". Una alianza política con el
establishment chiíta a la cabeza se combinó con un apoyo en la base
de los sectarios escuadrones de la muerte que dependen, por ejemplo,
del Ministerio del Interior iraquí.
Pero las sectarias
muertes "ojo por ojo, diente por diente" están ahora fuera
de control, especialmente en la región de Bagdad.
Mientras tanto, la
caída de Sadam Hussein ha inclinado la balanza del poder regional a
favor de Irán. "Hoy, el único ejército capaz de contener a
Irán" –al viejo ejército iraquí— "ha sido destruido
por los Estados Unidos", dice Vali Nasr, un experto en la
seguridad nacional de los Estados Unidos.
A esa realidad
geopolítica hay que añadir la influencia política, cultural y
económica del régimen chiíta iraní sobre los chiítas del sur de
Irak.
Este fracaso total ha
cambiado radicalmente el punto de vista mundial sobre el poder de los
Estados Unidos. Los analistas muestran a unos Estados Unidos en
decadencia que están experimentando una "crisis de
sobreproducción", concretamente porque la catástrofe en Irak ha
coincidido con el rápido ascenso económico de China.
Un
presidente inútil
El desastre en Irak,
junto con el descubrimiento de las mentiras que se contaron para
justificar la guerra a cualquier precio, ha destruido el liderazgo de
Blair y, desde la victoria del Partido Demócrata en las elecciones al
Congreso de los Estados Unidos del pasado noviembre, ha convertido a
Bush en un presidente inútil.
Bush ha reaccionado a
todo esto apoyando todavía con más fuerza a los neocons en su
administración. Un nuevo comandante en Irak, el General David
Petraeus, está poniendo por obra un agresivo aumento del número de
tropas americanas.
Desde que empezó a
desarrollarsre la nueva política el pasado 14 de febrero, el
ejército estadounidense ha estado anunciando una caída en el número
de incidentes violentos. Pero muchos expertos en el ejército de
Estados Unidos son pesimistas.
El Coronel marine
retirado Gary Anderson, que ha asesorando a altos oficiales
estadounidenses en la cuestión de la insurgencia, predijo que los
insurgentes sunitas y las milicias chiítas "se esperarán a que
termine el aumento de tropas y caerán sobre la fuerzas de seguridad
iraquíes cuando los norteamericanos empiecen a irse."
Ciertamente, el
Ejército Madhi –la milicia chiíta más hostil a la ocupación—
parece que ha sido instruida por su líder Moqtada al–Sadr para que
no ataque a las tropas estadounidenses que penetran en su fortaleza en
Bagdad.
Pero la resistencia
sunita no ha dejado de llevar a cabo ataques agresivos contra las
fuerzas de los Estados Unidos, derribando al menos seis helicópteros
desde el pasado enero.
Algunos miembros de
las milicias sunitas también podrían haber estado involucrados en
una nueva ola de asesinatos sectarios de musulmanes chiítas que
viajaban a su lugar sagrado de Kerbala la semana pasada.
Es difícil juzgar el
grado de seriedad de la administración Bush en sus amenazas de
extender el caos y las matanzas a Irán.
Por un lado, el
veterano periodista de investigación Seymour Hersh ha documentado
planes detallados, dirigidos por el vicepresidente Dick Cheney,
preparatrios de un ataque a Irán.
Estos planes incluyen
la colaboración con Arabia Saudita para orquestar una alianza de
regímenes sunitas y movimientos, junto con radicales que simpatizan
con Al–Qaida, contra Irán, Siria y Hizbulá.
Por otro lado, el
Financial Times dice haber detectado un giro hacia una política
exterior estadounidense más "pragmática".
Pero nadie debería
contener la respiración mientras espera una victoria de los
"pragmáticos".
Como Noam Chomsky
señaló en el Guardian la semana pasada, "un depredador se
vuelve todavía más peligroso y menos predecible cuando está herido.
En un intento desesperado por salvar lo que sea, la administración
Bush podría arriesgarse a producir desastres aún mayores."
El
segundo superpoder que hace temblar al poderoso
Las amenazas contra
Irán son sólo una razón por la que el movimiento contra la guerra
tiene que permanecer vigilante –y debe continuar su campaña a favor
del fin de las ocupaciones de Irak y Afganistán.
El punto culminante
de este movimiento sigue siendo el 15 de febrero de 2003, el día en
que la gigantesca protesta mundial contra la guerra movió al New York
Times a saludar la aparición de una "segunda superpotencia".
Sería bonito
imaginar que el cuarto aniversario de la invasión de Irak será
recibido con protestas mundiales a una escala similar. Pero esto,
desgraciadamente, es improbable que suceda.
Las manifestaciones
en Washington en enero y en Londres hace unas semanas fueron, según
todos los registros, unas protestas grandiosas.
Sin embargo, después
de la caída de Bagdad el 9 de abril de 2003, muchas coaliciones
nacionales contra la guerra simplemente abandonaron.
Esto reflejaba el
hecho de que muchas de estas coaliciones, especialmente en la Europa
continental, tenían sus orígenes en campañas contra las armas
nucleares que se remontaban a los tiempos de la Guerra Fría.
Estaban, pues, mal
equipadas ideológicamente para tratar con un imperialismo occidental
muy extendido que decía enfrentarse al "Islamofascismo".
Las alianzas
políticas también jugaron un papel negativo. Los activistas contra
la guerra estadounidenses fueron enormemente desorientados por su
apoyo equivocado al candidato demócrata y partidario de la guerra
John Kerry en las elecciones presidenciales de 2004.
El movimiento
italiano fue minado por su apoyo al gobierno de Romano Prodi, el cual
apoya la participación de Italia en la ocupación de Afganistán.
Pero ninguno de estos
fracasos fue inevitable. En el Reino Unido, la Stop War Coalition se
construyó bajo la comprensión de que estábamos haciendo frente a
una ofensiva imperialista a largo plazo.
Tal comprensión ha
ayudado a sostener uno de los movimientos de masas más importantes en
la historia británica.
Pero nosotros
también nos convencimos de que la ofensiva podía ser derrotada. Con
todo el horror que han infligido en Irak, Bush y Blair han fracasado.
Ésta es razón suficiente para que nosotros mismos nos volvamos a
emplear a fondo en la construcción de este "segundo
superpoder."