¿Entregará el Irak ocupado su petróleo a
las
«majors» corporaciones?
Por
Arthur Lepic (*)
Red Voltaire, 23/06/07
Luego de haber derrocado al único
gobierno del mundo que tenía la intención de no seguir aceptando dólares
por sus contratos petroleros, la coalición anglosajona trata de
obligar al Irak ocupado a ceder sus ingresos petroleros a las compañías
occidentales. Una huelga general del sector petrolero iraquí ha
retrasado la firma de los contratos más desequilibrados del siglo.
Cuatro años después de la invasión de Irak por
las tropas anglosajonas, Washington, Londres y Canberra tratan de
regularizar según la visión del derecho internacional el saqueo que
están cometiendo. Las convenciones internacionales son claras: las
tropas de ocupación no pueden confiscar en provecho propio las
riquezas de un país, sobre todo si se trata de petróleo. En el caso
que nos ocupa, luego de un primer período de explotación
desenfrenada mediante una empresa privada hábilmente designada con el
nombre de «Autoridad Provisional de la Coalición» [1], se le entregó
el poder, durante un segundo período, a un gobierno títere
atrincherado en la zona verde de Bagdad.
Este tenía una doble función: por un lado, la
de crear fuerzas de seguridad capaces de aliviar a las tropas
ocupantes, y, por otro lado, la de cerrar los ojos ante la evaporación
cotidiana de entre 200 000 y 300 000 barriles de petróleo. Ahora, ha
llegado el momento de entrar en un tercer período durante el cual las
fuerzas de ocupación podrán poner en manos de los títeres la
responsabilidad del orden público y concentrarse en la protección de
los pozos de petróleo, mientras que se legaliza el saqueo para las próximas
décadas mediante contratos leoninos.
Es en medio de este contexto que una huelga de
los obreros del sector petrolero iraquí, emprendida el 4 de junio de
2007, paralizó la principal zona productora del sur del país e
interrumpió durante varios días las exportaciones legales de petróleo.
Hasta ahora, estas se elevan, oficialmente, a 2 millones de barriles
diarios; una catástrofe para las compañías extranjeras si se
compara esa cifra con la de 3,5 millones de dólares diarios
correspondiente a la época anterior a la invasión de mayo de 2003.
Entre sus demandas, además de la anulación de
medidas que han empeorado seriamente las condiciones de trabajo y
aumentado el índice de desempleo en el sector, la Federación iraquí
de sindicatos del petróleo, que representa a 26 000 trabajadores,
pide que se le consulte sobre el muy controvertido proyecto de Ley
sobre los Hidrocarburos [2]. La Federación reclama también la
anulación del aumento generalizado de los precios de los combustibles
en el interior del país, medida que empeora una situación económica
que ya es difícil para la población.
Los responsables sindicales declaran que están
actuando en nombre del pueblo y denuncian específicamente la
privatización de los ingresos que el país obtiene de las ventas del
petróleo en «condiciones escandalosamente provechosas» para las
compañías extranjeras, medida prevista en el proyecto de ley.
Desde el principio mismo de la huelga, el
gobierno de Nuri Al Maliki ordenó que sus tropas rodearan a los
huelguistas y emitió órdenes de arresto contra los líderes
sindicales, acusándolos de «sabotear la economía», mientras que
aviones de guerra estadounidenses volaban sobre los manifestantes [3].
Hasta ahora, los cuerpos armados del gobierno iraquí se han negado a
practicar los arrestos ordenados.
Inquieto por la posibilidad de que se agote la
fuente de dólares, Nuri Al Maliki acabó formulando algunas promesas
a los huelguistas para que reanudaran el trabajo, pero éstos últimos
saben bien que la lucha está lejos de terminar.
Dos sucesivos avisos de huelga habían sido
pospuestos durante el mes de mayo, como consecuencia de varios
intentos negociadores con los sindicatos emprendidos por el gobierno
de Al Maliki. Este último está tratando, desde el mes de febrero, de
imponer el famoso proyecto de ley, redactado bajo la supervisión del
Departamento de Estado estadounidense a pesar de la oposición de gran
número de parlamentarios, de un grupo de 60 expertos iraquíes del
sector petrolero y de todos los sindicatos, o sea a contrapelo de la
opinión de la población que lleva cuatro años viviendo bajo la
ocupación militar extranjera.
¿El botín?, 10% de las reservas mundiales de
petróleo
Poseedor del 10% de las reservas mundiales de
petróleo, Irak despierta la codicia de las principales compañías,
sobre todo porque los costos de explotación de los yacimientos iraquíes
se encuentran entre los más bajos del mundo. Las declaraciones del
actual vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, cuando dirigía
el consorcio Halliburton, y los trabajos de la comisión secreta sobre
la energía que él mismo dirigió en el año 2001 no engañaban a
nadie sobre cuáles eran sus intenciones para después que se
concretara el derrocamiento de Sadam Husein y se restableciera el
acceso de las compañías anglosajonas a las reservas petrolíferas
iraquíes [4].
Inquieta ante el estancamiento del valor de sus
acciones y la disminución del retorno de sus inversiones, la
industria petrolera anglosajona temía en aquel entonces a la
posibilidad de verse definitivamente excluida de la zona petrolífera
más rica del mundo. El discurso de Dick Cheney tuvo entonces el valor
de una promesa de que, cuando llegara a la Casa Blanca, gracias a las
donaciones de las majors, las volvería a meter dentro del juego.
Desde la invasión de Irak por la coalición
petrolera, las acciones de Exxon, BP–Amoco y Shell comenzaron a
subir de nuevo, de forma espectacular y sin otra explicación que la
perspectiva de grandes dividendos para sus accionistas, dividendos que
habían perdido desde que Sadam Husein nacionalizó el sector
petrolero, en 1972 [5]
En el marco del proyecto Future for Iraq, puesto
en marcha por el Departamento de Estado estadounidense en abril de
2002, o sea un año antes de la invasión, el grupo «Petróleo y
Energía», que se reunió cuatro veces entre diciembre de 2002 y
abril de 2003 y del era miembro Bahr Al Ulhum, quien se convertiría más
tarde en ministro del petróleo en el país «liberado», expresaba
sus conclusiones de la siguiente manera: Irak «debe estar abierto a
las compañías internacionales tan rápidamente como sea posible al término
de la guerra». Otra de sus conclusiones era que: «El país debe
instaurar un clima comercial propicio de forma tal que atraiga las
inversiones en los recursos petroleros y el gas».
En efecto, el argumento más utilizado en la
prensa vinculada a los grandes grupos financieros para justificar la
privatización de los ingresos petroleros iraquíes (ya en marcha) o
iraníes (ardientemente deseada para el futuro) es el de la necesidad
de inversiones masivas, que los países en cuestión no podrían
realizar, para poder aumentar la producción con vistas a responder a
la creciente demanda de los países consumidores. El problema es que
dicho razonamiento entre en conflicto directo con los intereses de los
Estados productores: mientras que las compañías tienen que elevar al
máximo sus ganancias a corto plazo para aportar dividendos anuales a
sus accionistas, los Estados tienen la obligación de administrar sus
recursos nacionales pensando en sus ciudadanos y en las futuras
generaciones.
En el contexto del declive, ahora seguro, de la
producción global de petróleo para los próximos años, el interés
de las compañías petroleras privadas es absorberlo todo lo más rápidamente
posible, y, después, vivir de la escasez. Por el contrario, el interés
de los Estados productores es distribuir la producción para
mantenerla y prolongarla el mayor tiempo posible.
La intervención de BearingPoint
Con vistas a organizar la privatización de la
economía iraquí, el Departamento de Estado estadounidense recurrió
a la sociedad BearingPoint. La creación de BearingPoint tuvo lugar en
2002, luego del escándalo de Enron, mediante la fusión de las ramas
de consultoría de KMPG en Estados Unidos (las mismas que habían «reorganizado»
las economías de los Estados postsoviéticos en los años 1990) y de
Arthur Andersen, en Francia. Esta nueva firma opera conjuntamente con
la USAID en más de 60 países, principalmente en Afganistán y en
Irak, pero también opera en Serbia y en Egipto [6]. La SEC (Security
and Exchange Commission), organismo estadounidense de control de las
actividades financieras, viene examinando de cerca sus cuentas desde
hace años, sin llegar a nada en concreto.
Resulta revelador el hecho que esta misma comisión
confió recientemente la reorganización de su sistema de ficheros
a… BearingPoint, lo cual dice mucho en cuanto a los vínculos
existentes entre esa sociedad et la administración [7].
En Irak, la USAID concede primeramente a
BearingPoint, ya en 2003, un contrato de más de 200 millones de dólares
para que ayuda a desarrollar el «sector privado competitivo»,
contrato redactado para la USAID por… la propia BearingPoint, lo
cual dio lugar a que el Center for Corporate Policy de Ralph Nader la
señalara como una de las firmas que más se están aprovechando de la
guerra [8]. El mencionado contrato consiste en organizar, bajo la
supervisión de otra empresa privada, la Coalition Provisional
Authority, la atribución de ingresos provenientes del petróleo a las
empresas estadounidenses encargadas de la reconstrucción, como
Halliburton [9].
Mientras que los primeros 10 000 millones de dólares
del fondo proveniente de los ingresos petroleros iraquíes se gastan
en contratos de reconstrucción, otros 4 000 millones simplemente
desaparecen. Y esto no era más que el principio.
Este vacío jurídico y esta ausencia total de
transparencia eran indispensables para mantener el saqueo del país
mientras que los nobles objetivos de la invasión se mantenían bajo
la luz de los proyectores, ya que Estados Unidos, el Reino Unido y
Australia siempre han negado que hayan invadido Irak por sus recursos
petrolíferos. El 18 de marzo de 2003, el primer ministro británico
Tony Blair declaraba que: «Los ingresos petroleros, que algunos
designan erróneamente como nuestro objetivo de guerra, deberían
depositarse en un fondo destinado al pueblo iraquí y administrado por
la ONU». Paul Wolfowitz, gran arquitecto de la destrucción del
Estado iraquí y secretario adjunto de Defensa en el momento de la
invasión, declaraba, por su parte que: «Se trata de un país que
realmente puede financiar su propia reconstrucción bastante rápidamente.».
Si el primero expresaba un deseo que en realidad
no lo comprometía a nada, el segundo mentía por omisión: es cierto
que Irak podía financiar su reconstrucción, pero no reconstruirse a
sí mismo. El verdadero problema era, por tanto, saber más bien quién
reconstruiría Irak, cobrando de paso con los ingresos provenientes
del petróleo.
Luego de haber dilapidado de manera espectacular
los fondos existentes [10], Paul Bremer se encargó de decidir a favor
de… Halliburton y compañía, cuya costumbre de sobrefacturar sistemáticamente
sus contratos públicos es harto conocida, además de servir de correa
de transmisión del endeudamiento de las naciones poseedoras de
recursos naturales ante el Banco Mundial, cuya presidencia sería
entregada posteriormente a Wolfowitz, quizás a modo de recompensa.
Ahora que la ocupación del país se justifica a
sí misma, en la medida en que su objetivo oficial es solucionar la
situación de caos que ella misma ha creado, la prioridad para las
potencias de la coalición es aprovechar la atmósfera de terror para
imponer la Ley sobre los hidrocarburos (Iraq Hydrocarbon Law) que
permitirá transferir los ingresos petroleros del Estado a las compañías
petroleras extranjeras.
Y de es de nuevo la BearingPoint quien recibe del
Departamento del Estado la misión de redactar el proyecto de ley. Una
primera versión fue rápidamente adoptada por el gobierno
colaboracionista de Maliki en enero de 2007. [11].
De forma paralela, se organiza una importante
operación de cabildeo entre los iraquíes encargados de decidir.
Representantes de las principales compañías petroleras extranjeras
(BP, Shell, ExxonMobil, Chevron, Total y Eni), agrupadas en el seno de
una organización designada como Centro Internacional de Tasas r
Inversiones (ITIC, International Tax and Investment Centre), comunican
sus quejas al gobierno británico en 2004. Este último, después de
indicarles su estrategia tendiente a influir sobre el gobierno iraquí,
transmite esas quejas al ministerio iraquí de Finanzas y organiza un
encuentro en Beirut, en enero de 2005, entre los representantes de las
majors y los ministros iraquíes del Petróleo, de Finanzas y de
Planificación. Por otro lado, ya en 2003, un ex dirigente de BP
recibe la misión de redactar un documento que establece los términos
del acuerdo, documento destinado al gobierno iraquí para que éste
tome decisiones conformes a los deseos de BP.
Aunque es probable que los demás países
implicados en esas negociaciones hayan hecho lo mismo, los documentos
desclasificados desde entonces no permiten determinarlo con certeza
[12]. La invitación que recibió Total a que participara en esas
decisiones explica por lo menos en parte el cambio de actitud de
Francia, que se produjo a principios de 2005, en cuanto a la ocupación
de Irak.
Por su parte, los parlamentarios iraquíes no
vieron el proyecto de ley hasta enero de 2007, en el momento de su
adopción por parte de la administración Maliki. Siendo así, ¿resulta
acaso sorprendente que una proposición como esa, redactada por un
gabinete de consultoría especializado en el desmantelamiento de los
servicios públicos, con el apoyo de una campaña de cabildeo de las
compañías extranjeras ante un gobierno títere, enfrente tanta
oposición de parte de los parlamentarios y los sindicatos?
El método:
los contratos PSA
Lo más inquietante sigue siendo la naturaleza
misma de este proyecto de ley. Basado en un tipo de contrato llamado
«Contrato de Repartición de la Producción» (production sharing
agreement, o PSA) que dejó de usarse en el Medio Oriente después de
las nacionalizaciones de los años 1970, este garantiza a las compañías
extranjeras un retorno de sus inversiones anormalmente elevado durante
un período anormalmente largo, términos que los interesados
justifican debido a… ¡los problemas de seguridad del país!
De hecho, durante un período indefinido de
amortización de las inversiones, los PSA garantizan al inversionista
extranjero un por ciento de los ingresos, cuando en realidad el tipo
de concesión que más se practica entre los países productores prevé
un retorno fijo, que se calcula en función del costo de producción,
no del precio de venta final, durante un período bien definido. Muy a
menudo la compañía nacional toma incluso el control íntegro de las
operaciones y percibe todos los ingresos después del período de
amortización, como sucede en Irán con numerosos yacimientos
(contratos llamados «buyback»).
Cuando está en vigor un contrato PSA, la compañía
extranjera sólo tiene que hacer creer que está haciendo muchas
inversiones, sean estas reales o no, para así prolongar sus
prerrogativas. Esto es lo que está sucediendo en Rusia, el único país
en tener importantes reservas que ha firmado contratos PSA. Dichos
contratos se negociaron bajo la corrupta administración de Boris
Yeltsin, durante los años 1990, cosa que la actual administración de
Putin deplora hoy amargamente. Esta última ha logrado, sin embargo,
revocar algunos de esos contratos (como el de Shell sobre los
yacimientos de Sajalin, por razones ecológicas) y limitar las
inversiones extranjeras en las futuras concesiones.
Los términos de los contratos PSA previstos en
Irak con las majors, en virtud del mencionado proyecto de ley, elevarán
la parte correspondiente a las majors a un nivel situado entre el 60 y
el 70% de los ingresos durante un período de amortización que iría
hasta 40 años, y las majors se echarán en el bolsillo el 20% de las
ganancias al cabo de este período. Para establecer un nivel de
comparación, el contrato PSA que Sadam Husein negoció con Total en
1992 –y que no llegó a aplicarse por causa del embargo– para la
explotación del yacimiento gigante de Majnun era del 40% al 10%, para
un período de retorno de la inversión de 20 años, lo cual
corresponde a la media de los contratos PSA.
La justificación oficial de las condiciones,
anormalmente ventajosas para las majors, que estipula el proyecto de
ley es la cuestión de la seguridad en Irak. Deseosas de proteger a su
personal, las majors exigen sólidas garantías en cuanto al retorno
de sus inversiones.
Coincidentemente, la escalada militar que ha
instrumentado George W. Bush empeoró la situación de la seguridad y
reforzó los argumentos que esgrimen las majors para exigir márgenes
cada vez más extravagantes.
Resulta por demás interesante señalar que
BearingPoint dice realizar su trabajo teniendo en cuenta el pico
petrolero [13]. En efecto, para las grandes compañías petroleras,
firmar ahora contratos PSA en un país como Irak constituye la garantía
de poder mantener la cabeza fuera del agua después del principio del
declive global, y ayuda a mantener a flote las economías nacionales
de sus respectivos países. Coinciden en este punto los intereses de
las compañías petroleras anglosajonas y los de los Estados miembros
de la coalición.
Además, los retornos de inversiones calculados
según la proporción de los ingresos provenientes del petróleo
privarán a la economía iraquí de miles de millones de petrodólares
a medida que vayan aumentando los precios de ese recurso, aumento que
ya constituya una certeza para el futuro debido al pico de producción.
Siguiendo el guión habitual, los ingresos petroleros que se queden en
el país productor se dedicarán finalmente, en gran parte, al pago de
los contratos, que Halliburton y compañía sobrefacturan, por la
construcción de infraestructuras civiles, y al pago de las deudas.
¿Qué pasará con los miles de millones
provenientes de las ganancias suplementarias provenientes del alza del
precio del barril? Por supuesto, la ley iraquí sobre los
hidrocarburos tiene previsto que puedan volver al extranjero,
contrariamente a otras legislaciones petroleras que estipulan que sean
reinvertidas en la economía nacional del país productor. El capítulo
intitulado «Régimen fiscal» estipula que «las compañías
extranjeras no están sometidas a ninguna restricción en cuanto a
sacar las ganancias del país, y no están sometidas a ninguna tasa
para ello».
Además, todo litigio entre el Estado iraquí y
una compañía extranjera tendrá que someterse al arbitraje no de un
tribunal iraquí sino de una corte internacional. De hecho, en caso de
que el gobierno iraquí pidiera cuentas algún día por los
cargamentos fantasmas que están saliendo constantemente de las
terminales de Basora desde el período de embargo de la ONU, la «comunidad
internacional» se reserva el derecho de desempeñar ella el papel de
juez, cuando es ella misma quien se aprovecha de esos cargamentos, de
no ser así ya se habría encargado de imponer un sistema de medida
[14]. Finalmente, de los 80 yacimientos descubiertos en Irak, sólo 17
quedarán bajo el control mayoritario del Estado central iraquí, de
ser aprobado este proyecto de ley.
Hasta el momento, diferentes tipos de obstáculos
se oponen a la adopción de esa ley en la Asemblea Nacional iraquí. A
la resistencia de los sindicatos, anteriormente mencionada, se unen la
reticencia de la minoría kurda del norte de Irak (segunda región
productora del país, después del sur, mayoritariamente chiíta) que
aspira a administrar sus recursos petrolíferos en forma autónoma. En
función de ello, las autoridades kurdas han otorgado ya varios
contratos de repartición de la producción y han anunciado incluso la
creación de su propio ministerio del Petróleo, bajo la mirada
benevolente de las potencias ocupantes, que dicen, sin embargo, desear
la unidad del país y que se comparta la renta petrolera. Después de
haber recibido la promesa de una rápida emancipación a cambio de su
colaboración con los ocupantes, los kurdos se dan cuenta –un poco
tarde– de que, en vez de compartir la renta petrolera con sus
compatriotas sunnitas y chiítas, van a tener que ceder buena parte de
ella a las majors occidentales, perspectiva que no les hace sentirse
precisamente felices.
Durante los últimos días, el almirante Fallon,
y más tarde John Negroponto, segundo responsable del Departamento de
Estado, han viajado a Bagdad para presionar al gobierno de Maliki con
vistas a que éste acelere la adopción del proyecto de ley sobre los
hidrocarburos. Y es que George W. Bush, aunque no tiene intenciones de
retirar sus tropas del país, tampoco exponerlas más aún.
Simplemente desea imponer una privatización de
los ingresos petroleros a un Estado iraquí en situación de debilidad
y bajo la amenaza de las bayonetas, para luego ordenar a sus tropas
replegarse a bases permanentes, siguiendo un «modelo coreano»
frecuentemente mencionado en Washington en los últimos tiempos. Pero
antes, los parlamentarios iraquíes tienen que decidir el destino de
su economía nacional para los próximos 40 años. Alrededor de ellos,
para ayudarlos a decidir, se mantienen 120 000 soldados
estadounidenses y una cifra similar de mercenarios armados hasta los
dientes, listos proclamar el cumplimiento de la segunda misión de la
Coalición del Petróleo en Irak.
La primera consistía en revertir, mediante el
restablecimiento del dólar como moneda utilizada en las transacciones
petroleras, el movimiento que Sadam Husein y Hugo Chávez habían
emprendido en el seno de la OPEP, y salvar así la economía
estadounidense. La segunda consiste en garantizar, durante 40 años
como mínimo y por tanto más allá del pico petrolero, el monopolio
de las majors occidentales sobre el petróleo iraquí y aliviar así
el desplazamiento del poder petrolero hacia los países del Medio
Oriente.
Notas:
(*) Arthur Lepic: Periodista francés,
miembro de la sección francesa de la Red Voltaire especializado en
los problemas energéticos y militares.
[1]
«Qui gouverne l’Irak?», por Thierry
Meyssan, Red Voltaire, 13 de mayo de 2004.
[2]
«Iraq Federation of Oil Workers strike demands», Iraqi Federation of
Oil Unions, 5 de mayo de 2007.
[3]
«Irak’s workers strike to keep their oil», por David Bacon,
Truthout, 9 de junio de 2007.
[4] Ver los artículos «Dick Cheney, le pic pétrolier
et le compte à rebours final», por Kjell Aleklett, Voltairenet, 9 de
marzo de 2005 y «Les ombres du rapport Cheney», por Arthur Lepic,
Voltairenet, 30 de marzo de 2004.
[5] En ese contexto, es importante diferenciar la
noción de privatización de los yacimientos de la noción de
privatización de los ingresos. En efecto, el único país del mundo
que ha privatizado sus yacimientos es… Estados Unidos. En cambio, la
naturaleza de los contratos que se otorgan a las compañías
extranjeras puede ser tremendamente variado en los países que siguen
siendo, teóricamente, dueños de sus propios recursos, pero no de los
ingresos que provienen de estos.
[6]
«Shock and Oil: Iraq’s Billions and The White House Connection»,
por Stephen Foley, The Independent, 15 de enero de 2007.
[7]
«SEC Hires a Company It’s Investigating», por Marie Leone, cfo.com,
27 de septiembre de 2006.
[8]
«The Center for Corporate Policy’s Ten Worst War Profiteers of 2004»,
Center for Corporate Policy, 2004.
[9]
«Halliburton, profiteur de guerre », por
Arthur Lepic, Réseau Voltaire, 23 de septiembre de 2004.
[10] Sobre este aspecto y sobre los otros miles
de millones provenientes del petróleo iraquí que desaparecieron, ver
el artículo «So, Mr Bremer, where did all the money go?, The
Guardian, 7 de julio de 2005.
[11] La última versión presentada a los
parlamentarios de la asamblea colaboracionista iraquí, y aún sin
aprobar, puede consultarse aquí: versión en inglés y versión en árabe.
[12]
«Exposed: British government pushing oil interests in Iraq»,
Platform, 9 de marzo de 2007.
[13] Ver la presentación de las actividades de
la sociedad BearingPoint en el sector de los hidrocarburos.
[14] Para un análisis más detallado del ley
iraquí sobre los hidrocarburos, consultar el excelente informe de la
organización británica PLATFORM: «Crude Designs: The rip–off of
Iraq’s oil wealth» (disponible solamente en inglés y árabe).
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