Sin
novedad en el frente
Por
Roberto Bardini
Bambú
Press, 11/09/07
No
hubo sorpresas: el general de cuatro estrellas David Petraeus,
comandante de las tropas norteamericanas en Irak desde febrero de este
año, advirtió en el Congreso de Estados Unidos sobre la
inconveniencia de alterar el plan bélico del presidente George W.
Bush. Lo hizo un día antes del sexto aniversario de los atentados aéreos
a las Torres Gemelas de Nueva York y sólo recomendó retirar una
brigada -alrededor de 4.000 soldados- en diciembre, medida a la que
seguiría una reducción gradual de los refuerzos hasta mediados de
julio de 2008.
The
New York Times había adelantado que a Petraeus “le gustaría
quedarse en Irak el mayor tiempo posible”. Pocas horas antes de la
presentación del general, el lamentable primer ministro de Irak, Nuri
al Maliki, habló ante el Parlamento local y dijo que el ejército
nacional no está todavía preparado para asumir la seguridad en 15 de
las 18 provincias del país. Pese a ello, aseguró que la violencia ha
bajado un 75 por ciento en los ocho últimos meses.
Entre
las patéticas cifras que mencionó Maliki para ilustrar este logro,
figura que 6.200 familias desplazadas regresaron a sus hogares, 652
insurgentes resultaron fueron muertos y 5.942 sospechosos fueron
arrestados, de los cuales se liberaron más de 2.500 luego de ser
interrogados. Como casi jefe de Estado o estadista en ciernes, es
evidente que a “nuestro hombre en Bagdad” le falta recorrer un
largo trecho para acercarse a líderes árabes como el egipcio Gamal
Abdel Nasser, el libio Moammar Gadafi o Hussein de Jordania.
Las
fuerzas de Estados Unidos se encuentran en Irak desde hace cuatro años
y medio, y han combatido allí más tiempo que durante la Segunda
Guerra Mundial. En esos más de 1.600 días en los que no tuvieron que
enfrentar una alianza equivalente a los ejércitos de Alemania y Japón,
perdieron la vida más de 3.750 soldados y casi 28 mil fueron heridos.
El costo de la permanencia militar desde la ocupación en marzo de
2003 es de 12 mil millones de dólares mensuales.
El
general David Petraeus, a quien Newsweek calificó como “el
reconstructor de Irak”, nació en noviembre de 1952 y es hijo de un
capitán de la marina mercante holandesa que emigró a Estados Unidos
después de la Segunda Guerra Mundial. En Washington se le considera
un “intelectual-soldado”, aunque algunos prefieren decirle
“general de libros”. Pero militares, políticos y analistas de
prensa coinciden en definirlo como “inteligente, ambicioso y con
aptitudes de liderazgo”.
Egresado
de West Point en 1974, Petraeus fue “cadete distinguido”: ocupó
el décimo lugar de su promoción y formó parte del cinco por ciento
de los mejores estudiantes de esa generación. Dos meses después de
graduarse, se casó con la hija del entonces superintendente de la
academia militar.
Una
de las recomendaciones no escritas para hacer carrera en tiempos de
paz dentro de las Fuerzas Armadas sugiere “ser hijo de perra con los
subordinados, indiferente con los iguales y obsecuente con los
superiores”. Y a partir del grado de mayor, los que aspiran a trepar
hasta la cima del escalafón saben que “los mejores amigos pueden
ser los peores enemigos”. Petraeus se conoce todas esas recetas
pero, además, se aplicó.
En
1985 hizo una maestría en Administración Pública y en 1987 se
doctoró en Relaciones Internacionales por la Universidad de
Princeton. Su tesis de doctorado fue sobre las “lecciones de la
guerra de Vietnam”, conflicto en el que no alcanzó a participar.
Aunque
cumplió misiones de paz en Haití, Kuwait y Bosnia-Herzegovina,
Petraeus recién entró en contacto con fuego real en marzo de 2003,
precisamente en Irak, 29 años después de egresar como subteniente.
Pero ya había logrado una posición y sabía como mantenerla e,
incluso, extenderla. En diciembre del año pasado publicó el FM 3-24,
nuevo Manual de lucha de contrainsurgencia de Estados Unidos, un libro
de 300 páginas al que dedicó 14 meses de trabajo, catalogado como
“la Biblia” de guerra de Irak y que lo convirtió en el nuevo
“gurú” de la guerra antiguerrillas.
El
general retirado Barry McCaffrey, participante de la guerra del Golfo
Pérsico en 1991 -acusado, por cierto, de “excesos” contra
soldados iraquíes desarmados dos días después del anuncio del cese
al fuego- y ex jefe del Comando Sur de Estados Unidos en 1994,
posteriormente designado “zar “ antidrogas en el gobierno de
William Clinton, definió a Petraeus como “brillante”.
“Si
hay alguien que puede poner las cosas en orden en Irak es Dave
Petraeus”, afirmó otro general retirado, John Batiste, también
veterano de la Guerra del Golfo Pérsico en 1991 y comandante en 2005
de una división del ejército en Irak. Batiste demandó en abril de
2006 la renuncia del entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld,
por “incapaz y manipulador”. Rumsfeld dimitió en noviembre de ese
año.
Pero
no todas las voces que se escuchan son favorables, y algunas provienen
de “pesos pesados” civiles. En septiembre de 2004, el general
publicó un artículo en The Washington Post sobre los progresos de
las fuerzas de seguridad iraquíes. El trabajo fue duramente criticado
por el economista, escritor y periodista Paul Krugman en su columna
del 19 de julio de 2007 en The New York Times.
“Petraeus
no dijo nada confiable y dio la engañosa impresión, altamente
conveniente para sus amos políticos, de que la victoria estaba a la
vuelta de la esquina”, escribió Krugman, un respetado neokeynesiano
que es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la
Universidad de Princeton, autor de 21 libros y crítico del gobierno
de George W. Bush.
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