Nosotros
contamos, no ellos
Por
Tom Engelhardt (*)
ZNet, 03/10/07
Rebelión, 09/10/07
Traducido por Germán Leyens
Contando
hasta tres
Por lo menos César sólo
se limitaba a comentar la realidad cuando escribió que “toda la
Galia está dividida en tres partes.” La semana pasada, el
presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EE.UU.,
Joe Biden, intentó crear realidad cuando una abrumadora mayoría del
Senado de EE.UU. votó por una resolución no-vinculante por la división
de Iraq en tres partes – zonas autónomas chií, suní y kurda.
Shailagh Murray del Washington Post informó que la votación
de 75 contra 23 del Senado fue “un hito importante... forjando un
terreno común en un debate que se ha hecho cada vez más polarizado y
concentrado en la estrategia militar.” Murray agregó: “La
estructura [tripartita] está explicada en detalle en la constitución
de Iraq, pero Biden iniciará esfuerzos locales y diplomáticos
regionales para acelerar su evolución.”
En Iraq, el plan fue
calificado de “desastre” por el primer ministro iraquí Nuri
al-Maliki; un representante del Gran Ayatolá Ali Sistani calificó la
resolución del Senado de “un paso hacia el despedazamiento de
Iraq.” Agregó, según Informed Comment, el sitio en la Red
de Juan Cole: “Es un error imaginar que un plan semejante pueda
llevar a una reducción del caos en Iraq; más bien, al contrario,
conducirá a un aumento en la carnicería y a profundizar la crisis de
ese país, y a la extensión del aumento del caos, incluso a los
Estados vecinos.” Mientras tanto, clérigos suníes y varios
partidos políticos se sumaron a las denuncias. Sólo los kurdos,
evidentemente ansiosos de tener un Estado independiente, saludaron el
plan.
Cole captó
perfectamente la esencia de esta última estratagema. Primero, señaló,
el Senado “arruinó a Iraq al autorizar al Terrible George para que
lo reventara, ahora quiere arruinarlo aún más, dividiéndolo.”
Pero lo más curioso
en este extraño ejercicio de cuenta hasta tres es simplemente que
haya ocurrido en EE.UU. Imaginemos por un instante que el Parlamento
iraquí votara una resolución no-vinculante para otorgar representación
parlamentaria a Washington DC o para permitir que los votos
electorales de California fueran divididos por distrito. ¿O que el
Parlamento iraní acabara de aprobar una resolución no-vinculante
para dividir a EE.UU. en bio-regiones semiautónomas?
Semejantes actos serían,
desde luego, considerados no sólo como ultrajantes e insultantes,
sino como totalmente demenciales y por cierto, sobre nuestro planeta
de una sola pista, son casi inimaginables. Pero no advertí a nadie en
la corriente dominante del Washington político o en los medios que lo
cubren – estuviese de acuerdo con la propuesta o no, que parezca
considerar aunque solo fuera un poco extraño que el Senado de EE.UU.
haya contado hasta tres en apoyo de un plan que, en el mejor de los
casos, pondría un sello de aprobación estadounidense sobre la
continuación de la limpieza étnica de Iraq.
No importa lo absurda
que pueda resultar la resolución de Biden como política, tiene la
ventaja de que nos conduce directamente al fundamento de los sistemas
de creencia de Washington – específicamente que es el deber global
de EE.UU. resolver las crisis de otras naciones (incluso las de
aquellas que hemos hecho estallar). Somos, después de todo, la nación
constructora de naciones por excelencia y, a pesar de toda la
evidencia contraria en Iraq, al Washington oficial le sigue siendo
imposible imaginarnos como otra cosa que parte de la solución en
lugar de parte del problema.
La misma manera de
pensar se puede encontrar con la misma facilidad en otro ejercicio de
recuento que tiene lugar en Washington...
Contando
hasta cinco, diez, cincuenta
Ahora mismo,
destacados demócratas, así como republicanos, se concentran en la
cuenta hasta cinco y diez, que viene a ser lo mismo. Por ejemplo, en
un reciente debate entre candidatos demócratas a la presidencia, los
tres de arriba (según el acuerdo entre los medios y los sondeos),
Hillary Clinton, Barack Obama y John Edwards, se negaron a
comprometerse conque todas las tropas estadounidenses salgan de Iraq
hasta 2013, fin de un primer período en el gobierno – cinco años
desde ahora, y 10 años desde que se lanzara la invasión en marzo de
2003.
Como muchas otras
cosas de cosecha reciente, esta cuenta de 10 años puede haber
comenzado con nuestro comandante de la ‘oleada’ en Iraq, el
general David Petraeus, quien, desde hace cierto tiempo, ha estado
diciendo a casi cualquiera que esté dispuesto a escucharle que las
operaciones de contrainsurgencia en Iraq podrían tardar “hasta una
década.” (“De hecho,” dijo a Fox News en junio, “típicamente,
pienso históricamente, las operaciones de contrainsurgencia han
tardado por lo menos nueve o diez años.”) Ahora, parece, su
itinerario iraquí hasta-el-horizonte-y-más allá ha sido incorporado
a un consenso interno de Washington de que nadie – ni en este
gobierno ni en el siguiente, ni un nuevo presidente o un nuevo
Congreso – terminará nuestra participación en Iraq en el futuro
previsible; que, en los hechos, debemos permanecer en Iraq y que,
mientras peor se pone la cosa, más válida se hace esa realidad –
aunque sólo sea para proteger de algo aún peor a los iraquíes (y a
nuestros intereses en Oriente Próximo).
El columnista
conservador del New York Times, David Brooks, lo expresó como
sigue en NewsHour con Jim Lehrer: “[Los demócratas en el
Congreso] no van a cortar los fondos, y hemos visto y lo vimos en el
debate de esta semana: habrá probablemente soldados de EE.UU. en Iraq
durante 10 años, no importa quién sea elegido. Así que no van a
ganar con esto.” El halcón belicista liberal George Packer escribió
recientemente en el New Yorker un largo artículo: “Planning
for Defeat” [Planificación para la derrota] en el que enumera
muchos de los motivos por los que Iraq sigue siendo un área de
desastre y discute varios métodos de retirada antes de lanzarse a
favor de una política resumida en la sugerencia de un anónimo
responsable del gobierno de Bush: “Declarad la derrota y quedaos.”
Packer concluyó: “Cuando este país decida que la sangrienta
experiencia en Iraq requiere la partida de las tropas estadounidenses,
una retirada total no será ni deseable ni posible. Podremos querer
librarnos de Iraq, pero Iraq no permitirá que suceda.”
El general de brigada
en retiro Kevin Ryan, que representa la expertocracia militar, presentó
lo siguiente: “No nos veo saliendo de Iraq durante una década.”
De hecho, cada vez menos personas en el Washington oficial lo ven.
(Una excepción es el candidato presidencial Bill Richardson, quien
lanzó esta semana un vídeo en la Red desde una posición de retirada
total que comienza como sigue: “George Bush dice que la ‘oleada’
está funcionando. El general Petraeus dice que tomará más tiempo.
Los candidatos presidenciales republicanos dicen: quedaos todo el
tiempo que sea necesario. Eso no sorprende a nadie. Pero, podría
sorprenderte oír que Hillary Clinton, Barack Obama y John Edwards
dejarían todos decenas de miles de soldados en Iraq...”) Se
reconoce, por cierto, que Iraq es el tema número uno en la campaña
presidencial venidera; el descontento en permanente aumento de los
estadounidenses con nuestra presencia en ese país es considerado un
hecho de la vida política, y sin embargo se hace cada vez más difícil
imaginar precisamente de que tratará realmente el futuro debate sobre
Iraq entre candidatos presidenciales, si todos están de acuerdo en
que pasaremos por lo menos cinco años más sin que haya un fin a la
vista.
Y recordemos que detrás
de las cuenta hasta cinco y hasta diez acecha una cuenta de 50 y más;
es decir la cantidad de años, que los soldados estadounidenses han
estado acuartelados en Corea del Sur desde que la Guerra de Corea
terminó en un punto muerto en 1953. Los visitantes a la Casa Blanca
han informado desde hace tiempo que al presidente Bush lo fascina el
“modelo Corea.” Como escribiera recientemente David Sanger del New
York Times: “Muchas veces durante los últimos seis meses, dijo
a visitantes a la Casa Blanca que tiene que llegar al modelo Corea, un
despliegue políticamente sustentable para controlar el Oriente Próximo.”
(Hay que considerar, sin embargo, que cuando el gobierno de Bush entró
tronando a Bagdad con sus tanques y Vehículos Bradley de Combate en
abril de 2003, pensaba en el modelo Corea – aunque no lo llamaba así
en aquel entonces.)
Es el modelo al que
también parece apostar el Secretario de Defensa Robert Gates: una
fuerza estadounidense reducida, acuartelada en gigantescas bases
semipermanentes en un Iraq “estabilizado” por años sin fin. La
Oficina Presupuestaria del Congreso ya ha rumiado cifras sobre el
costo probable de un tal modelo.
Tras todos estos
ejercicios de recuento está la creencia en que dondequiera
desembarquemos y hagamos lo que sea, somos, a fin de cuentas, los
portadores ungidos de algo llamado “estabilidad” y que si tenemos
que contar hasta 50, 500, 50.000, o 500.000 y lo hacemos computando
cadáveres, tarde o temprano será así.
Contadores
de cadáveres
Todos recuerdan que
cuando el recuento de cuerpos de la era de Vietnam fue prohibido en la
Guerra Global contra el Terror, Tommy Franks, el general que dirigió
las fuerzas estadounidenses hacia Afganistán (y después Iraq),
declaró a secas: “No realizamos recuentos de cuerpos.” Y luego,
dando un salto de unos pocos años, hubo el presidente que espetó
quejumbrosamente su dolor ante una tertulia cafetera de comprensivos
periodistas conservadores en octubre de 2006: “No llegamos a decir
eso – mil enemigos muertos, o sea cual sea la cifra. Está
sucediendo. Sólo ustedes no lo saben... Hemos hecho un esfuerzo
consciente por no ser un equipo que cuenta cuerpos.”
Bueno, ve y diles eso
a los soldados en el terreno. Allí, es obvio que ha sido una vez más
un caso de déjà vu.
El reciente juicio
por asesinato de un francotirador estadounidense miembro de un pelotón
de francotiradores exploradores de elite en operaciones en
Iskandariya, un área suní en el “Triángulo de la Muerte” al sur
de Bagdad, ha estado repleto de revelaciones. Entre ellas, que el Pentágono
tiene un programa para colocar “cebos” como “cordones
detonadores, explosivos de plástico y munición” para atraer a
insurgentes incautos ante las miras de los francotiradores; esto, en
un país que tiene probablemente un 50% de desempleo, en el que todo
lo que se pueda recuperar será rescatado por civiles. (“En un país
inundado de armamentos y cargadores e implementos de guerra, si cada
vez que alguien recoge algo, que sea potencialmente utilizable como un
arma, lo mismo sería exigir que todo iraquí anduviera por ahí con
un blanco en su espalda,” comenta Eugene Fidell del Instituto
Nacional de Justicia Militar.) Al final resultó que los
francotiradores parecen haber comprendido mal el uso de esos ítems de
“cebo” – o que comprendieron demasiado bien su verdadero uso –
y en su lugar los colocaron sobre iraquíes desarmados que ya habían
matado, a fin de crear cuerpos instantáneos de “insurgentes”
adecuados para el recuento de cuerpos que supuestamente no tendría
lugar.
Como dijo el soldado
David C. Petta, ante el tribunal, según Washington Post,
“creía que los artículos clasificados eran para lanzarlos sobre
las personas que habían sido muertas por su unidad, ‘para hacerlo
valer si matábamos a alguien de quien sabíamos que era un tipo malo,
pero no teníamos la evidencia para demostrarlo.’” (El armamento a
posteriori de muertos fue también, a propósito, un lugar común en
la Guerra de Vietnam.) Según el testimonio ante el tribunal, los
especialistas de este escuadrón de francotiradores: “describieron cómo
sus equipos fueron presionados más allá de los límites por
comandantes de batallón ansiosos de aumentar su ratio de muertes
contra un enemigo implacable... Durante una audiencia separada en
julio, el sargento Anthony G. Murphy dijo que él y otros
francotiradores del Primer Batallón sentían ‘un tono subyacente’
de desilusión de los comandantes de campaña que querían recuentos más
elevados de cadáveres de enemigos. Solo sonaba como: ‘¿Qué estáis
haciendo mal, muchachos, ahí afuera?’”)
Con razón,
considerando lo que estaba en juego. También era, desde luego, un
procedimiento operativo normal en Vietnam – y por los mismos
motivos. El teniente general Julian J. Ewell, por ejemplo, tenía sus
propias ratio de muertes codificadas de “muertos aliados y
enemigos” para sus unidades en Vietnam. Iban de 1:50, que
cualificaba como “unidad altamente capacitada de EE.UU.,” a 1:10,
“promedio histórico de EE.UU.” Y ¡ay de los que estaban justo
por debajo del promedio! Las unidades serán “presionadas más allá
de los límites” en todo momento en el que “la victoria” o “el
éxito” o “el progreso” no se convierten en otra cosa que en un
juego de recuento de cadáveres, como vuelve a suceder ahora.
Una vez que el
progreso en una frustrante guerra de contraguerrilla está vinculado a
esos cadáveres interminablemente sumados, el proceso de recuento se
convierte naturalmente en una medida crucial del éxito (en lugar del
éxito real), unidad por unidad – lo que quiere decir que también
se convierte en una medida clave de rendimiento, y el rendimiento es,
por cierto, la medida para la promoción militar. Así, la presión
para ser esa “unidad altamente capacitada” se convierte en presión
para informes sobre más cuerpos como señales de éxito. Tarde o
temprano, si sólo se informa sobre los enemigos muertos realmente, tu
hoja de estadísticas pasa a parecer pésima – especialmente si
otros están inflando sus cifras, como lo harán. Y entonces la presión
sólo aumenta.
Todo esto debiera
sonar tristemente conocido; pero, como comentó recientemente el
periodista de New Yorker, Seymour Hersh, en una entrevista con
la revista alemana Der Spiegel: de Vietnam hasta ahora no ha
habido “una curva de aprendizaje.” “Se pensaría,” dijo,
“que en este país con tanta gente inteligente, no sea posible que
estemos haciendo la misma estupidez de nuevo... [pero] todo es tabula
rasa.”
Escuadrones
de contadores
Prepárate para que
no te sorprenda: En Iraq, los militaron contaron cuerpos desde el
principio – contaron, de hecho, todo. Sólo no publicaban cifras en
los días cuando el gobierno de Bush estaba menos desesperado respecto
a Iraq y mucho más desesperado por no aparecer de retorno en la era
de Vietnam de interminables estadísticas y ninguna victoria. Pero las
“medidas” (como las llaman) siempre fueron algo como un secreto a
voces. En marzo de 2005, por ejemplo, el Secretario de Defensa Donald
Rumsfeld declaró a un reportero de NPR [National Public Radio]:
“Tenemos una sala
aquí [en el Pentágono], la Sala Iraq, en la que monitoreamos toda
una serie de medidas. Algunas de ellas son aportaciones y otras son
salidas, resultados, y obviamente las aportaciones son más fáciles
de hacer y menos importantes, y las salidas son muchísimo más
importantes y más difíciles de hacer.
“Rastreamos, por
ejemplo, las cifras de ataques por área. Rastreamos los tipos de
ataques por área... Rastreamos una serie de informes de intimidación,
intentos de intimidación o asesinato de funcionarios gubernamentales,
por ejemplo. Rastreamos el grado en el que la gente provee
inteligencia a nuestra fuente para que pueda ir y realmente perseguir
y capturar o matar a insurgentes. Tratamos de separar a las personas
que hemos capturado y ver lo que son. ¿Son combatientes extranjeros,
tipos yihadistas? ¿Son criminales que recibieron dinero para hacer
algo semejante? ¿Son elementos del antiguo régimen, baazistas? Y
tratamos de monitorear lo que esas cifras representan en cuanto a los
detenidos y a gente que es procesada de esa manera... Probablemente
estudiamos 50, 60, 70 diferentes tipos de medidas, y extraemos una
impresión de ellas.”
Y da la casualidad,
aunque no lo mencionó ese día, que los militares también contaban
asiduamente cadáveres. Lo sabemos porque la semana pasada entregaron
cifras a USA Today sobre la cantidad de insurgentes que las
fuerzas de EE.UU. supuestamente mataron desde que terminó la invasión
de Iraq: 18.832 desde junio de 2003; 4.882 “militantes” sólo en
2007 hasta ahora. Esto representa un salto de un 25% en el recuento de
cadáveres desde el año anterior. Según responsables estadounidenses
citados en Stars and Stripes, estos recuentos de cadáveres,
anteriormente ridiculizados, dan ahora la necesaria “escala” y
“contexto” a los combates en Iraq.
Como señala el
informe de USA Today, el año pasado el comandante de Centcom,
John Abizaid, había sugerido que las fuerzas de la insurgencia suní
contaban entre 10.000 y 20.000 combatientes. Si las cifras publicadas
son exactas, este año deben haber sido muertos entre un 25% y un 50%
de ese número. (Quién sabe cuántos habrán sido heridos.) Si se
suman los presuntos insurgentes suníes y terroristas encarcelados en
prisiones estadounidenses en Iraq sólo en los meses de la
‘oleada’ de 2007 – otros 8.000 o algo así – de repente parece
como si, entre enero y septiembre de este año, algo como todos los
insurgentes hubieran pasado esencialmente a convertirse en fantasmas.
(De nuevo, Vietnam
tuvo sus equivalentes. Después de la Ofensiva del Tet a escala
nacional en febrero de 1968, por ejemplo, los militares de EE.UU.
pidieron más tropas al gobierno de Johnson. También afirmaron que
los vietnamitas habían perdido 45.000 muertos. Como escribió la
historiadora Marilyn Young en su libro “The Vietnam Wars”: “El
embajador en la ONU quiso saber cuál era la fuerza del enemigo al
comienzo del Tet. La respuesta: entre 160.000 y 175.000. ¿Y la ratio
de muertos a heridos? Calculada como tres y media a uno, respondía el
oficial. ‘Bueno, si eso es verdad’ calculó rápidamente Goldberg,
‘entonces a ellos no les quedan fuerzas efectivas en el terreno.’
Eso ciertamente hizo parecer que fuerzas estadounidenses adicionales
eran redundantes.”)
Ahora, parecería que
todos del lado estadounidenses comienzan de repente a contar en público.
En agosto, el presidente, por primera vez, consideró que podía
convertirse en el jefe de un “equipo de recuento de cuerpos” y
anunció orgullosamente en un discurso televisado al pueblo
estadounidense, precisamente cuántos insurgentes estaban matando
supuestamente las fuerzas de EE.UU. en cada mes de la ‘oleada’
(aunque las cifras no coinciden con las publicadas por los militares
durante la semana pasada): “Nuestros soldados han matado o capturado
un promedio de más de 1.500 terroristas de al Qaeda y a otros
extremistas cada mes desde enero de este año.” El general Petraeus,
por supuesto, llegó a Washington para presentar su “informe de
progreso” al Congreso para mostrar sus propios gráficos
multicolores y tablas al antiguo estilo de Vietnam, y los militares,
después de haber jurado que no realizarían recuentos de cuerpos,
publican ahora cifras todos los días – a menudo grandes – sobre
muertos en Afganistán e Irak que llegan regularmente a los titulares.
Y cada día, al parecer, se revelan nuevas bases de datos y
escuadrones de diseccionadores de cifras. Ahora ya se ha convertido en
una auténtica fiesta carnicera.
La semana pasada,
Karen DeYoung del Washington Post informó en mucha más
profundidad de lo que la que hemos visto hasta ahora sobre los
escuadrones ‘medidores’ operados desde el Pentágono y el comando
de EE.UU. en Bagdad. Al hacerlo, descubrió algunas discrepancias
interesantes entre los resultados de los analistas de datos del Pentágono
y los que trabajan para Petraeus – “Las víctimas civiles en el último
informe trimestral del Pentágono sobre Iraq de la semana pasada, por
ejemplo, difieren significativamente de aquellas presentada por el máximo
comandante en Iraq...” – y esto se convirtió en tema de mucho análisis
en línea en sitios como ThinkProgress.org y TalkingPointsMemo.com.
Pero tal vez sea más interesante que estas discrepancias la pura
dimensión de la operación militar de recuento en general.
DeYoung, por ejemplo,
entrevistó al sargento mayor 3 Dan Macomber, “analista jefe de
inteligencia de todas las fuentes” a cargo de un equipo de seis
personas cuya única tarea es compilar [datos] y rastrear tendencias y
análisis para el general Petraeus personalmente.” Y ese equipo, por
su parte, es sólo una pequeña parte de un personal mayor “lejos
del campo de batalla” que, informa DeYoung, incluye a “pelotones
de soldados en Iraq y en el Pentágono... asignados para analizar
cifras – asesinatos sectarios, bombas al borde de la ruta, fuerzas
iraquíes entrenadas, escondites de armas descubiertos y otros – en
un esfuerzo constante por evaluar cómo va la guerra.”
Piensa en eso por un
momento. “Pelotones” de contadores militares que tratan de contar
a través de una pila tan inmensa de cadáveres iraquíes y de armas
capturadas que, algún día, tal vez aparezca algún “progreso” e
incluso posiblemente un indicio de “éxito” al final de ese túnel
tan oscuro. Eso sería cuando, supuestamente, termine por aparecer la
“estabilidad” que representamos. Lo que será Iraq para entonces
es otra cosa muy diferente.
Contando
hasta un millón y más allá
¿Para qué se
necesitarán esos “pelotones” de contadores? Una respuesta podría
ser que las cuentas son por cierto muy elevadas. El lunes, hubo un artículo
revelador al respecto en las páginas interiores del New York
Times. A primera vista parecía ser un modesto artículo con
buenas noticias de un país que definitivamente produce malas
noticias. Mientras el gobierno central está actualmente casi
paralizado, escribió James Glanz, sus corruptos ministerios son
incapaces de gastar hasta pequeños porcentajes de los dineros del
petróleo que les han sido asignados para diversas actividades de
reconstrucción; los gastos locales en algunas provincias podrían ser
mucho más efectivos (o, si se lee el artículo hasta el fin, tal vez
tampoco lo sean). La parte esencial era:
“El presupuesto
para todo el país, incluyendo las provincias, fue de 6.000 millones
de dólares en 2006 y de 10.000 millones en 2007. Pero algunos
ministerios nacionales gastaron sólo un 15% de su parte el año
pasado, citando problemas como la escasez de empleados capacitados
para escribir contratos, la fuga de pericia científica y de ingeniería
del país y el peligro proveniente de milicias y de la insurgencia.”
Hay que pensar en
eso: “la escasez de empleados capacitados para escribir
contratos...”; “la fuga de pericia científica y de ingeniería
del país...” Es algo que valdría la pena contar, pero podría
tomar mucho, mucho tiempo. Partes importantes de lo que fue otrora una
vez una importante clase profesional iraquí, se ha convertido, desde
la ocupación, en “gente en autobuses.” Un número desconocido ha
huido del país – aunque un reciente informe de Oxfam indica que, en
Bagdad, algunos hospitales y universidades han perdido hasta un 80% de
su personal. Forman parte de un éxodo mayor de dimensiones
sorprendentes. Ahora se calcula – nadie conoce las cifras exactas
– que hay por lo menos 2,5 millones de iraquíes que han huido al
extranjero desde que terminó la invasión del gobierno de Bush. Hasta
2,2 millones más de iraquíes han sido desalojados de sus casas, en
gran parte por la violencia sectaria, y convertidos en refugiados
internos.
Y luego, desde luego,
están los iraquíes que no pudieron huir – cuyos cadáveres todos
tienen tantas ganas de contar, con los que están tan ansioso de medir
el progreso. Como en junio de 2006, con el estudio puerta a puerta que
se convirtió en el informe de The Lancet, que sugirió que
600.000 iraquíes pueden haber muerto violentamente desde la invasión
de 2003, tenemos otro estudio de los muertos. De nuevo, presenta
cifras asombrosas; y, una vez más, esas cifras, aunque fueron
producidas por un equipo británico acreditado de encuestas, ORB o sea
Opinion Research Business, que ha estado realizando sondeos en Iraq
desde 2005, fueron generalmente ignoradas en los medios dominantes.
Como escribió Llewellyn H. Rockwell, Jr. en un emocionante ensayo en
su sitio libertario en la red: LewRockwell.com:
“Qué cómodos nos
sentimos todos en EE.UU., mientras nos involucramos en discusiones en
la sala de estar sobre la ocupación de EE.UU. en Iraq, sobre si
‘nosotros’ les llevamos libertad y si su libertad realmente vale
el sacrificio de tantos de nuestros hombres y mujeres. Hablamos, de si
los objetivos de la guerra han sido realmente logrados, de cómo irnos
con garbo, o si necesitamos una híper-‘oleada’ para terminar con
todo este asunto, de una vez por todas... Pero cuando ‘nosotros’
causamos la calamidad, de repente se hace silencio.”
Preguntaron a una
muestra de 1.499 iraquíes de 18 y más años: “¿Cuántos miembros
de su hogar, si alguno, han muerto como resultado del conflicto en
Iraq desde 2003 (es decir como resultado de violencia en lugar de una
muerte natural como ser por avanzada edad)? Por favor note que
queremos decir los que vivían realmente bajo su techo.” Casi uno de
cada dos hogares de Bagdad afirmó que había perdido a un miembro de
la familia y la firma estimó que, en general, aproximadamente 1,2
millones de iraquíes pueden haber muerto violentamente desde la
invasión, lo que, si es así, podría hacer palidecer hasta el
genocidio en Ruanda. Otros cálculos de muertes iraquíes son más
bajos, pero a pesar de ello impresionantes.
Y son sólo los
muertos. No los heridos. Tampoco los con daños mentales o los con
neurosis de guerra o los desequilibrados. No los miles en el norte de
Iraq que ahora tienen cólera, gracias al empeoramiento de las
condiciones sanitarias y la ausencia de agua potable. Allí – en un
país que puede haber perdido 1,2 millones de personas por la
violencia en algo más de cuatro años – es donde nuestros
principales candidatos presidenciales, muchos eruditos (liberales así
como conservadores), e importantes cantidades de representantes
parlamentarios están de acuerdo en que debemos quedarnos de alguna
manera por lo menos hasta 2012, por motivos de “estabilidad,” no
vaya a ocurrir un “genocidio.”
Si se ha de creer en
los sondeos, aquí en este país no sólo los estadounidenses no están
de acuerdo, obviamente tampoco cuentan para gran cosa.
Así que mientras nos
afincamos en Iraq, los diseccionadores de cifras indudablemente
redoblarán sus esfuerzos para el próximo “informe de progreso,”
del general Petraeus y del embajador Ryan Crocker, que vendrá en
marzo de 2008. Indudablemente ya estarán preparando sus gráficos de
barras multicolores. En el terreno, la presión sobre los soldados
para que suministren las estadísticas que serán incluidas en esos gráficos
y que reflejen el “progreso,” que permitirá que las unidades
logren “éxito” y que los comandantes asciendan, sólo aumentará.
La lección de estos
últimos meses repletos de medidas de la ‘oleada’ ya es bastante
obvia: Nosotros contamos, no ellos.
(*)
Tom Engelhardt, que dirige Tomdispatch.com, del Nation Institute,
donde apareció primero este artículo es cofundador del American
Empire Project. Su libro: “The End of Victory Culture· (University
of Massachusetts Press), acaba de ser exhaustivamente actualizado en
una edición recién publicada que trata de las secuelas de derrumbe e
incendio de la cultura de la victoria en Iraq.
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