Irak resiste

 

¿Un reino norteamericano en el corazón del Cercano Oriente?

Por Roberto Ramírez,
Socialismo o Barbarie, revista Nº 13, noviembre 2002

El gobierno de Bush sigue adelante con sus planes de guerra contra Irak. Esto es así, a pesar del masivo repudio que manifiestan los pueblos europeos y del mundo islámico, e incluso una creciente aunque todavía débil oposición a la aventura bélica en su propio país. Las elecciones legislativas de EE.UU. —que se realizan el 5 de noviembre— han impuesto un paréntesis. Si fuesen favorables, Bush espera utilizarlas, presentándolas como un plebiscito a favor de su política de guerra permanente.

Los enredos diplomáticos tejidos en las Naciones Unidas por Francia, Rusia y otras potencias le están produciendo demoras, pero no un cambio de orientación. Así, el imperialismo yanqui navega en rumbo de colisión hacia lo que puede ser la primera guerra "en serio" que enfrenta desde el conflicto de Vietnam. Es decir, no un ejercicio de tiro al blanco y a prudente distancia, dejando principalmente a otros la lucha sobre el terreno (Afganistán), sino la invasión y ocupación directa de todo un país por tiempo indefinido. Esto, que por diversos motivos no había intentado en la Guerra del Golfo de 1991, lo quiere hacer ahora.

Es que el proyecto va más allá de la guerra en sí. Ella es sólo el medio para un objetivo político más amplio. Como dice el diario francés Le Monde, se pretende el establecimiento de "un reino norteamericano" en el corazón del Cercano Oriente, en uno de los territorios históricos del mundo árabe e islámico. La trascendencia mundial que tendría el éxito o el fracaso de esta tentativa imperialista, no necesita ser destacada.

"Miles de bajas norteamericanas y aun más civiles muertos..."

"Los militares norteamericanos —se informa en The New York Timesse están entrenando furiosamente y poniendo a punto un plan para atacar Bagdad [capital de Irak]....

"Los comandantes dicen que quisieran evitar la lucha en Bagdad y otras ciudades, que resultaría en miles de bajas norteamericanas y aun más civiles muertos. Pero, con las unidades de la Guardia Republicana atrincheradas alrededor de Bagdad, podrían no tener otra elección...

"La lucha casa por casa es considerada muy arriesgada. Además, muy probablemente contribuya a alentar la rebeldía popular... Los militares esperan que el gobierno de Hussein se desplome antes y pierda el control de sus tropas leales...

"Incluso si Bagdad cayera, una batalla urbana sangrienta con muchas víctimas civiles podría ser vista como un fracaso político del gobierno de Bush, tanto en EE.UU. como en el Medio Oriente.... Los oficiales dicen que las tropas norteamericanas están preparadas para combatir y triunfar en las ciudades de Irak, pero están tratando de encontrar las formas de evitar esa clase de victoria pírrica...

"Lo que preocupa a los generales es cómo las ciudades privan a las tropas norteamericanas de muchas de sus abrumadoras ventajas. Incluso los proyectiles guiados de largo alcance son peligrosos para usarlos en ellas. Las radios a veces no trabajan. Los mejores equipos de vigilancia no pueden encontrar siempre al enemigo en las calles..."[1]

Esta perspectiva, que EE.UU. no enfrentó en Afganistán, tiene que ver tanto con las condiciones como con los objetivos políticos de la agresión.

La misma fuente sintetiza así la cosa: "Las consideraciones políticas juegan un papel fundamental en la configuración del plan. «Se deben entender claramente los objetivos políticos», dice el coronel Nicholson, ayudante del secretario de Ejército. «Usted no puede ir y hacer escombros una ciudad si su objetivo político es establecer rápidamente un gobierno amistoso después del conflicto»."[2]

El gobierno de EE.UU. está reclutando y entrenando iraquíes traidores, pero no llegan a constituir una fuerza militar significativa. "En Afganistán —concluye un ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU.—, el balance militar entre la oposición y el Talibán era muy equilibrado. Bastaron algunas acciones limitadas de EE.UU. para inclinarlo... La oposición iraquí, en cambio, es mucho más débil que la Alianza del Norte y el régimen de Saddam Hussein mucho más fuerte que los talibanes."[1].

Un autodenominado "Congreso Nacional de Irak", que agrupa a opositores en el exilio, ha ofrecido sus servicios a Washington. Pero más que para combatir, se proponen como candidatos a encabezar un gobierno títere... luego de ocupado el país. Conclusión: en Irak nadie está en condiciones de hacer la guerra por cuenta de EE.UU.

Pero las condiciones en las que se prepara el ataque, nos llevan a lo más importante: el objetivo político; es decir, el "gobierno amistoso después del conflicto". Con buena lógica, Bush ha decidido que no podría haber un gobierno más amistoso en Irak, que el de los propios norteamericanos. De esa manera, postergando a los vende-patria del Congreso Nacional de Irak, Bush proyecta "instalar un gobierno militar norteamericano" por tiempo indeterminado.

"Irak sería gobernado por el comandante militar estadounidense, general Tommy R. Franks, o por alguno de sus subordinados... Contemplando una ocupación, Washington ha dado marcha atrás en el papel inicial que se asignaba a la oposición iraquí en un gobierno post-Hussein."[4] "La ocupación militar del país exigiría alrededor de 75.000 hombres y un costo anual de 16.000 millones de dólares..."[5]

El "modelo" sería el gobierno militar norteamericano de Japón, al fin de la Segunda Guerra Mundial, que duró seis años (de 1945 al 51). Otras fuentes hablan de por lo menos quince años de estadía y de 250.000 milicos estadounidenses e ingleses... Considerando que EE.UU. nunca evacuó las bases militares que "momentáneamente" instaló en Arabia saudita para la Guerra del Golfo (1991), la perspectiva es que los yanquis quieren venir para quedarse por tiempo indefinido... como siempre intentaron hacer los colonialistas... hasta que los pueblos los echan...

El intento de un salto en la recolonización

La revelación de los planes del gobierno de Bush —no tanto sobre la guerra sino sobre la prevista postguerra— dejó estupefactos a muchos. Henry Kissinger —reaccionario pero lúcido— "alertó contra la ocupación prolongada de un país musulmán por una o varias potencias occidentales".[6]

Sin embargo, este intento a primera vista disparatado tiene su lógica. Ella se inscribe en una de las tendencias que manifiesta el capitalismo imperialista en su fase de "globalización", luego que el hundimiento de la ex URSS desbaratara el "orden mundial" acordado al final de Segunda Guerra. Es la tendencia a la recolonización política de los países de la periferia.

La historia del capitalismo no sólo es la historia de las formas en que la clase de los capitalistas ha explotado a la clase trabajadora. También es la historia de las formas en que los Estados capitalistas centrales y más avanzados (Europa, EE.UU. y Japón) han dominado y explotado a los pueblos de la periferia; es decir, las distintas configuraciones que fue asumiendo el imperialismo.

"La política colonial y el imperialismo —recordaba Lenin— existían aun antes de la última etapa del capitalismo y aun antes del capitalismo. Roma, basada en la esclavitud, siguió una política colonial y practicó el imperialismo."[7] El capitalismo, desde que dio sus primeros pasos con el establecimiento del mercado mundial en el siglo XVI, cuando luego se impuso como modo de producción en los siglos XVIII y XIX, y ahora cuando llega hasta el último rincón del planeta, ha ido configurándose mundialmente como distintas formas de imperialismo.

La comprensión de estas transformaciones del capitalismo como imperialismo es de primordial importancia para la acción política. La explotación y el dominio del capital sobre el trabajo no se ejercen en abstracto. En lo concreto, ellos existen como un sistema económico y político mundial, donde hay centros desde los que se explota y domina, y una periferia explotada y dominada. Los modos en que esto se ejerce han ido cambiando históricamente.

Para no ir muy lejos, podríamos decir que en los últimos cien años, las relaciones entre el centro y la periferia han pasado por tres fases. La primera de ellas tenía, entre otros rasgos, la característica de que la mayoría de los pueblos y países atrasados eran colonias, fundamentalmente de las potencias europeas. Ejercían directamente el poder en los territorios colonizados, principalmente de Asia y África..

Pero, como ya advertía Lenin en 1915, entre "los dos grupos fundamentales de países —los que poseen colonias y las colonias—" existen "diversas formas transitorias de dependencia estatal... las formas variadas de países dependientes que, desde un punto de vista formal, son políticamente independientes, pero que en realidad se hallan envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática. A una de estas formas de dependencia, la semicolonia, ya nos hemos referido. Un ejemplo de otra forma lo proporciona la Argentina... que se la deberá calificar casi como una colonia comercial inglesa".[8] En otra parte del mismo texto, Lenin también utiliza la expresión de "países semiindependientes".

Después de la Segunda Guerra Mundial (1939-45) esto cambió. Esas "diversas formas transitorias de dependencia estatal" pasaron a ser la regla y no la excepción. La "semicolonias" y los países "dependientes" o "semiindependientes" se generalizaron como producto, por un lado, de la revolución anticolonial que barrió Asia y Africa y, por el otro, de la hegemonía mundial del imperialismo yanqui, que no poseía grandes colonias y al que resultaba intolerable que sus competidores europeos las conservaran.

Pero una tercera fase se abre a fines del siglo XX. Con la globalización surge la tendencia a una nueva colonización de los países de la periferia, aunque esto por supuesto no significa simplemente una vuelta a cien años atrás. Esta tendencia se da como parte de una configuración distinta del capitalismo mundial.

Esto se expresa de diferentes grados y maneras. En los países de América Latina, por ejemplo, el cuarteto FMI, Banco Mundial, Departamento de Estado y Secretaría del Tesoro ejerce poderes discrecionales sobre los resortes esenciales de la soberanía de los Estados. Desde la emisión de moneda hasta los planes de educación, desde las leyes laborales hasta los sistemas de salud, todo se decide cada vez más en alguna oficina de Washington. A eso se agrega la telaraña de bases militares que se teje so pretexto de la "lucha contra en narcotráfico" y ahora el "terrorismo".

Pero esta tendencia hoy apunta más allá: hacia el reestablecimiento de "protectorados" y colonias directas. De las experiencias piloto de Kosovo y Afganistán, se pretende con Irak pasar a un grado cualitativamente superior de dominio colonial. Ni siquiera se prevé el establecimiento de un gobierno títere, como el de Kabul. E Irak no es cualquier país, sino uno de los más importantes del mundo árabe.

EE.UU. quiere redefinir las relaciones con sus socios-rivales de Europa y Japón

Junto con las tendencias a diversas formas de recolonización de la periferia, se hallan también en cuestión las relaciones interimperialistas. Estas también han pasado por diversas fases. Hasta mediados del siglo XX, las disputas interimperialistas por el reparto del mundo desembocaron en las guerras más terribles que conoció la humanidad. Tras la Segunda Guerra Mundial, esto finalizó por el ascenso de EE.UU. como superpotencia, el descalabro de los imperialismos de Europa y Japón y la necesidad de un bloque para hacer frente a la Unión Soviética.

La recuperación posterior de los imperialismos europeos y japonés, el acortamiento de las distancias con EE.UU. a nivel económico y finalmente la desaparición de la URSS y el bloque oriental no significaron sin embargo una vuelta a las guerras interimperialistas. En eso influye indudablemente la única superioridad abrumadora que conserva EE.UU. respecto a los otros imperialismos, la superioridad militar. Sin embargo también pesan otros rasgos de la fase de globalización, por la cual existe no sólo una feroz competencia sino también un entrelazamiento de inversiones y cooperación entre los monopolios de los tres centros del imperialismo, con un mercado financiero global, una estructura mundializada de la producción y el comercio, y además mecanismos comunes —deuda, inversiones, comercio mundial, etc.— para descargar sobre la periferia la crisis del sistema.

Pero que no haya perspectivas de guerras interimperialistas, no significa que reina la armonía entre los grandes explotadores. Después de la Segunda Guerra, el "orden mundial" se asentó en los acuerdos de Yalta y Postdam entre EE.UU. y la burocracia soviética. En ese período se crearon y desarrollaron diversos "organismos internacionales" reguladores de ese "orden": políticos (ONU, G7 y luego G8), económicos (FMI, Banco Mundial, GATT-OMC, COMECON) y militares (OTAN-Pacto de Varsovia). El derrumbe de la ex URSS y del bloque del Este (con su COMECON y su Pacto de Varsovia) en 1989/91 plantearon la necesidad aún no resuelta de configurar un "nuevo orden mundial", y dentro de él regular las relaciones interimperialistas y del imperialismo con la periferia.

Los distintos problemas, diferencias y crisis que se presentaron en la última década, tanto económicos como políticos, fueron trabajosamente negociados en esos marcos. Pero ahora el gobierno de Bush "patea el tablero". Representa un sector de la burguesía del Norte que, como dice un comentarista cercano al Departamento de Estado, "siente que durante mucho tiempo EE.UU. ha sido un Gulliver global atado por liliputienses: las normas e instituciones del sistema mundial".[9] Léase: por la obligación de negociar y acordar principalmente con los otros imperialismos.

"Los EE.UU. —señala otro analista— consideran a la ONU como una organización obsoleta, fundada sobre relaciones de fuerza caducas... que ya no refleja la realidad unipolar del mundo actual. La hiperpotencia estadounidense no quiere embarazarse con ninguna obligación jurídica o institucional que pueda trabar su libertad de acción. Esta posición es llevada al extremo por el gobierno de Bush, que ha erigido el unilateralismo en doctrina. Bush se dirige sin embargo a las Naciones Unidas en relación a Irak... pero bajo la forma de un ultimátum: hagan lo que queremos o actuaremos solos...".[10]

Un camino enmarañado de contradicciones

Como decíamos al principio, EE.UU. quiere hacer una apuesta muy alta y arriesgada que lo está precipitando a un pantano de contradicciones.

La deriva de EE.UU. hacia un imposible "superimperialismo" pretende ser la respuesta a un hecho cada vez más evidente: que la fase de globalización es un período en que las contradicciones económicas, sociales, nacionales, ecológicas, políticas y hasta morales del capitalismo no sólo se agravan y se hacen cada vez más difíciles de administrar y "regular", sino que se potencian sus rasgos destructivos, desde la polarización de la humanidad en un puñado de supermillonarios y una mayoría creciente de hambrientos, hasta la depredación sin retorno de los recursos naturales.

Lo que se exhibe como el "triunfo histórico" del capital —el haberse expandido hasta el último rincón del planeta y haber organizado la producción y las finanzas a escala global— significa simultáneamente que ha potenciado al máximo esas contradicciones y ha erosionado las bases para intentar "regularlas" desde los Estados nacionales, como logró parcialmente en la postguerra. Es que la globalización pone al rojo la contradicción entre el carácter mundial de la economía, de las fuerzas productivas, el carácter nacional de los Estados y la inexistencia (e imposibilidad) de un Estado mundial bajo el capitalismo.

Los imperialismos de Europa y Japón intentan tapar ese "agujero" mediante el consenso de los "tratados de la comunidad internacional" y el funcionamiento de los "organismos internacionales". Bush los viene pateando uno tras otro, desde el Tratado de Kyoto que pretendió frenar el "calentamiento global" hasta la Corte Penal Internacional, ya que no admite que pueda juzgar a sus militares genocidas. La ONU, el FMI y la OMC reciben diferentes tratamientos según el grado de subordinación a sus dictados. Hasta la OTAN, que debería cumplir un papel de primer orden en la supuesta "guerra contra el terrorismo" ha quedado relegada.

Los actuales dirigentes del imperialismo yanqui han llegado a la conclusión de que el remedio a los males del mundo —y lo más conveniente para EE.UU.— es erigirse en gendarme mundial que, armado de un gran garrote, imponga el "orden" por cuenta propia. Pero al enfrentarse así a todos, EE.UU. está empujando a que todos se enfrenten a él.

En esta "fuga hacia adelante", un porrazo en Irak podría tener consecuencias al lado de las cuales lo de Vietnam sería insignificante. De allí la colosal importancia de la batalla planteada.

Al elegir a Irak como blanco luego de Afganistán, los dirigentes del imperialismo yanqui demuestran ser aventureros pero no idiotas. No atacan a un gobierno y a un régimen que sea producto o reflejo de una gran revolución (como fue el caso de Vietnam), sino a una dictadura surgida de una contrarrevolución y que durante largos años fue uno de sus más fieles agentes en la región.

Manchado por mil crímenes, Saddam Hussein inicia su carrera de dictador en 1979. Un año después, en septiembre de 1980, instigado por EE.UU., desata una guerra fratricida contra Irán, contribuyendo así a ahogar en sangre el proceso revolucionario que había estallado en ese país. Ocho años duró la matanza, que costó a ambos pueblos un millón de muertos. En el mismo año de 1988, Hussein exterminó aldeas enteras de kurdos, nacionalidad del norte de Irak, usando gas venenoso. Este gas, que antes había utilizado en la guerra contra Irán, le fue suministrado por firmas de EE.UU. afines a la CIA, así como también elementos para la guerra biológica. Entre los empresarios que hicieron negocios de venta de armas por 4.000 millones de dólares, figuran el actual secretario de Estado Donald Rumsfeld y el vicepresidente Dick Cheney.[11]

En 1991, tras la derrota en la guerra del Golfo, Hussein ahogó en sangre un levantamiento de la población chiíta que habita el sur del país. La ciudad sagrada de Karbala, que para los musulmanes chiítas es un santuario equivalente a La Meca para los sunnitas o San Pedro de Roma para los católicos, fue devastada.[12] Pero esto no fue más que el remate de las persecuciones contra ese sector, que constituye el 60% de la población. Años antes, sus principales líderes religiosos habían sido ejecutados.

El hecho es que el régimen se apoya esencialmente sobre los sunnitas (18% de la población) y no igualmente sobre todos ellos, sino sobre algunos sectores tribales y familias en particular, que monopolizan los cargos públicos, la jerarquía militar... y los negocios a la sombra del Estado.

Cuál va a ser la actitud popular ante la guerra, es una incógnita. Las salvajadas del régimen palidecen ante las atrocidades de diez de años de bloqueo y bombardeos de parte de EE.UU. No posible saber desde aquí qué va a pesar más en la balanza.

Pero, aunque inicialmente se diese la variante más favorable para el imperialismo, que el régimen de Saddam Hussein se derrumbara sin mucha resistencia, esto no sería el final sino el principio de los problemas para EE.UU. Como alerta The Economist, revista de un imperialismo que tiene algunos siglos más que EE.UU. en experiencia colonialista, "los invasores extranjeros podrían encontrarse no con un ejército pero sí con 25 millones de ciudadanos hostiles".[13] Es que el proyecto colonial —sea bajo un régimen militar directo o un gobierno títere—, con la perspectiva de ocupación del país por centenares de miles de soldados occidentales, significa iniciar un conflicto que va mucho más allá de Hussein, y que va a tender a proyectarse a todo el mundo árabe e islámico.

Irak no es país marginal y atrasado, como Afganistán. Como recuerda Edward Said, en su último artículo publicado en Al-Ahram, Irak ha sido uno de los países árabes más prósperos, alfabetizados y de mayor desarrollo y diversidad cultural, "que proveía el mayor número de lectores del mundo árabe. Uno de los pocos países árabes con una amplia y educada clase media, que tiene petróleo, agua y tierras fértiles y que fue siempre el centro cultural del mundo árabe (el Imperio Abasida, con su gran literatura, filosofía, arquitectura, ciencia y medicina fue una contribución de Irak, y aún sigue siendo la base de la cultura árabe)".[14]

Es en ese centro histórico, social y cultural del mundo árabe donde EE.UU. se propone instalar una colonia petrolera.

¿Morir por la Exxon?

La lucha por derrotar esta tentativa es hoy posiblemente la batalla política más importante a nivel mundial. Un descalabro de EE.UU. en esta aventura colonialista tendría inmensas consecuencias.

Como en el caso de Vietnam, un factor clave es el desarrollo de un amplio movimiento contra la guerra, en especial dentro de los mismos EE.UU. Si el intento de ocupación militar y de erigir allí una colonia es fuertemente combatido por el pueblo de Irak, el movimiento antiguerra puede potenciarse rápidamente.

En Europa, este movimiento ha tomado amplias dimensiones, especialmente en Gran Bretaña, cuyo gobierno acompaña a Bush en la aventura guerrerista. En EE.UU. el movimiento aún no tiene las dimensiones del que obligó a la retirada del imperialismo de Vietnam, pero va creciendo con rapidez.

El 26 de octubre, hubo una nueva jornada de la que participaron cientos de miles de manifestantes en Washington y otras ciudades. "La marcha de Washington vigoriza el movimiento antiguerra" —debía reconocer The New York Times, a pesar de ser uno de los voceros más insidiosos del lobby sionista—. Envalentonados por la protesta en Washington... la mayor desde los días de la guerra de Vietnam, los grupos opuestos a la acción militar en Irak, preparan una nueva ola de demostraciones a lo largo de todo el país. La demostración del sábado 26 en Washington, estimada en 100.000 por la policía y en 200.000 por los organizadores, formó una pared de cuatro kilómetros de manifestantes alrededor de la Casa Blanca. La concurrencia sorprendió a los mismos organizadores, que habían pedido permiso sólo para 20.000 manifestantes. Esperaban 30 buses y fueron sorprendidos con la llegada de 650 desde lugares tan lejos como Nebraska y Florida."[15]

Simultáneamente, en otras ciudades de EE.UU. se realizaban manifestaciones menores. Un reflejo de la dinámica del movimiento la daba la misma cronista comentando la progresión de movilizaciones en San Francisco: "el 6 de septiembre, una marcha reunió 2.500 personas; otra, dos semanas después, 6.000; el 6 de octubre se movilizaron 10.000 y finalmente el 26 de octubre, 42.000".[16]

Una de las consignas más voceadas fue la que denunciaba que el verdadero objetivo de la guerra era el petróleo de Irak: "Exxon, Mobil, Shell, take your war and go to hell" ("Exxon, Mobil, Shell, tomen su guerra y váyanse al infierno").

Si las masas norteamericanas van tomando conciencia de eso, de que no se trata de una guerra por la "democracia" ni para prevenir un ataque con "armas de destrucción en masa", sino una guerra para que la Exxon y demás petroleras se hagan con un dominio colonial, la aventura de Irak puede ser un boomerang para el imperialismo yanqui.

Notas:

1.- Eric Schmitt and Tom Shanker, US Refines Plan for War in Cities, The New York Times, 22/10/02.

2.- Cit.

3.- Keneth Pollak, What should the US do about Iraq?, Foreing Affairs Magazine, marzo 2002.

4.- David E. Sanger, US has a Plan to Occupy Iraq, The New York Times, 11/10/02.

5.- Julian Borger, Saddam would be replaced by general Tommy Franks, The Guardian, 12/10/02.

6.- Patrick Jarreau, Les Etats-Unies prévoient une administration militaire d’Irak, Le Monde, 12/10/02.

7.- Lenin, El imperialismo, etapa superior del capitalismo, Ed. Polémica, Buenos Aires, 1975, pág. 101.

8.- Cit. pág. 105.

9.- Michael Hirsh, Bush and the World, Foreing Affairs, sep/2002.

10.- Gilbert Achcar, Pourquoi les Etats-Unis veulent la guerre, en www.lcr-rouge.org.

11.- Elson E. Boles, Helping Iraq kill with chemical weapons, Counterpunch, 10/10/02.

12.- Sunnitas y chiítas son las dos principales corrientes en que se divide el Islam. La escisión se consumó en el año 680, cuando precisamente en Karbala fue muerto Hussein, nieto de Mahoma e hijo del cuarto califa, Alí, yerno del Profeta. Considerado mártir de la fe, el lugar donde murió es desde entonces un punto de peregrinación internacional de los chiítas. Aunque minoritarios en el Islam, los chiítas son mayoría en Iraq e Irán.

13.- Iraq: Waiting with bravado and anxiety, The Economist, 17/10/02.

14.- Edward Said, Israel, Iraq and the US, Al-Ahram, El Cairo, 10/10/02.

15.- Kate Zerkine, Rally in Washinston is Said to Invigorate the Antiwar Movement, The New York Times, 28/10/02.

16.- Cit.

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