El gobierno de Bush
sigue adelante con sus planes de guerra contra Irak. Esto es así, a
pesar del masivo repudio que manifiestan los pueblos europeos y del
mundo islámico, e incluso una creciente aunque todavía débil
oposición a la aventura bélica en su propio país. Las elecciones
legislativas de EE.UU. —que se realizan el 5 de noviembre— han
impuesto un paréntesis. Si fuesen favorables, Bush espera
utilizarlas, presentándolas como un plebiscito a favor de su política
de guerra permanente.
Los enredos diplomáticos
tejidos en las Naciones Unidas por Francia, Rusia y otras potencias le
están produciendo demoras, pero no un cambio de orientación. Así,
el imperialismo yanqui navega en rumbo de colisión hacia lo que puede
ser la primera guerra "en serio" que enfrenta desde el
conflicto de Vietnam. Es decir, no un ejercicio de tiro al blanco y a
prudente distancia, dejando principalmente a otros la lucha sobre el
terreno (Afganistán), sino la invasión y ocupación directa de
todo un país por tiempo indefinido. Esto, que por diversos
motivos no había intentado en la Guerra del Golfo de 1991, lo quiere
hacer ahora.
Es que el proyecto va más
allá de la guerra en sí. Ella es sólo el medio para un objetivo político
más amplio. Como dice el diario francés Le Monde, se pretende
el establecimiento de "un reino norteamericano" en el
corazón del Cercano Oriente, en uno de los territorios históricos
del mundo árabe e islámico. La trascendencia mundial que tendría el
éxito o el fracaso de esta tentativa imperialista, no necesita ser
destacada.
"Miles de bajas
norteamericanas y aun más civiles muertos..."
"Los militares norteamericanos
—se informa en The New York Times— se están entrenando
furiosamente y poniendo a punto un plan para atacar Bagdad [capital
de Irak]....
"Los comandantes
dicen que quisieran evitar la lucha en Bagdad y otras ciudades, que
resultaría en miles de bajas norteamericanas y aun más civiles
muertos. Pero, con las unidades de la Guardia Republicana
atrincheradas alrededor de Bagdad, podrían no tener otra elección...
"La lucha casa por
casa es considerada muy arriesgada. Además, muy probablemente
contribuya a alentar la rebeldía popular... Los militares esperan que
el gobierno de Hussein se desplome antes y pierda el control de sus
tropas leales...
"Incluso si Bagdad
cayera, una batalla urbana sangrienta con muchas víctimas civiles
podría ser vista como un fracaso político del gobierno de Bush,
tanto en EE.UU. como en el Medio Oriente.... Los oficiales dicen que
las tropas norteamericanas están preparadas para combatir y triunfar
en las ciudades de Irak, pero están tratando de encontrar las formas
de evitar esa clase de victoria pírrica...
"Lo que preocupa a los
generales es cómo las ciudades privan a las tropas norteamericanas de
muchas de sus abrumadoras ventajas. Incluso los proyectiles guiados de
largo alcance son peligrosos para usarlos en ellas. Las radios a veces
no trabajan. Los mejores equipos de vigilancia no pueden encontrar
siempre al enemigo en las calles..."[1]
Esta perspectiva, que
EE.UU. no enfrentó en Afganistán, tiene que ver tanto con las condiciones
como con los objetivos políticos de la agresión.
La misma fuente
sintetiza así la cosa: "Las consideraciones políticas juegan
un papel fundamental en la configuración del plan. «Se deben
entender claramente los objetivos políticos», dice el coronel
Nicholson, ayudante del secretario de Ejército. «Usted no puede ir y
hacer escombros una ciudad si su objetivo político es establecer rápidamente
un gobierno amistoso después del conflicto»."[2]
El gobierno de EE.UU.
está reclutando y entrenando iraquíes traidores, pero no llegan a
constituir una fuerza militar significativa. "En Afganistán
—concluye un ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU.—,
el balance militar entre la oposición y el Talibán era muy
equilibrado. Bastaron algunas acciones limitadas de EE.UU. para
inclinarlo... La oposición iraquí, en cambio, es mucho más débil
que la Alianza del Norte y el régimen de Saddam Hussein mucho más
fuerte que los talibanes."[1].
Un autodenominado
"Congreso Nacional de Irak", que agrupa a opositores en el
exilio, ha ofrecido sus servicios a Washington. Pero más que para
combatir, se proponen como candidatos a encabezar un gobierno títere...
luego de ocupado el país. Conclusión: en Irak nadie está en
condiciones de hacer la guerra por cuenta de EE.UU.
Pero las condiciones en
las que se prepara el ataque, nos llevan a lo más importante: el objetivo
político; es decir, el "gobierno amistoso después del
conflicto". Con buena lógica, Bush ha decidido que no podría
haber un gobierno más amistoso en Irak, que el de los propios
norteamericanos. De esa manera, postergando a los vende-patria del
Congreso Nacional de Irak, Bush proyecta "instalar un gobierno
militar norteamericano" por tiempo indeterminado.
"Irak sería gobernado por el
comandante militar estadounidense, general Tommy R. Franks, o por
alguno de sus subordinados... Contemplando una ocupación, Washington
ha dado marcha atrás en el papel inicial que se asignaba a la oposición
iraquí en un gobierno post-Hussein."[4]
"La ocupación militar del país exigiría alrededor de 75.000
hombres y un costo anual de 16.000 millones de dólares..."[5]
El "modelo"
sería el gobierno militar norteamericano de Japón, al fin de la
Segunda Guerra Mundial, que duró seis años (de 1945 al 51). Otras
fuentes hablan de por lo menos quince años de estadía y de 250.000
milicos estadounidenses e ingleses... Considerando que EE.UU. nunca
evacuó las bases militares que "momentáneamente" instaló
en Arabia saudita para la Guerra del Golfo (1991), la perspectiva es
que los yanquis quieren venir para quedarse por tiempo indefinido...
como siempre intentaron hacer los colonialistas... hasta que los
pueblos los echan...
El intento de un salto
en la recolonización
La revelación de los
planes del gobierno de Bush —no tanto sobre la guerra sino sobre la
prevista postguerra— dejó estupefactos a muchos. Henry Kissinger
—reaccionario pero lúcido— "alertó contra la ocupación
prolongada de un país musulmán por una o varias potencias
occidentales".[6]
Sin embargo, este
intento a primera vista disparatado tiene su lógica. Ella se inscribe
en una de las tendencias que manifiesta el capitalismo imperialista en
su fase de "globalización", luego que el hundimiento de la
ex URSS desbaratara el "orden mundial" acordado al final de
Segunda Guerra. Es la tendencia a la recolonización política de
los países de la periferia.
La historia del
capitalismo no sólo es la historia de las formas en que la clase de
los capitalistas ha explotado a la clase trabajadora. También es la
historia de las formas en que los Estados capitalistas centrales y más
avanzados (Europa, EE.UU. y Japón) han dominado y explotado a los
pueblos de la periferia; es decir, las distintas configuraciones que
fue asumiendo el imperialismo.
"La política colonial y el
imperialismo —recordaba Lenin— existían
aun antes de la última etapa del capitalismo y aun antes del
capitalismo. Roma, basada en la esclavitud, siguió una política
colonial y practicó el imperialismo."[7] El capitalismo,
desde que dio sus primeros pasos con el establecimiento del mercado
mundial en el siglo XVI, cuando luego se impuso como modo de producción
en los siglos XVIII y XIX, y ahora cuando llega hasta el último rincón
del planeta, ha ido configurándose mundialmente como distintas formas
de imperialismo.
La comprensión de
estas transformaciones del capitalismo como imperialismo es de
primordial importancia para la acción política. La explotación y el
dominio del capital sobre el trabajo no se ejercen en abstracto. En lo
concreto, ellos existen como un sistema económico y político
mundial, donde hay centros desde los que se explota y domina, y una
periferia explotada y dominada. Los modos en que esto se ejerce han
ido cambiando históricamente.
Para no ir muy lejos,
podríamos decir que en los últimos cien años, las relaciones entre
el centro y la periferia han pasado por tres fases. La primera de
ellas tenía, entre otros rasgos, la característica de que la mayoría
de los pueblos y países atrasados eran colonias, fundamentalmente de
las potencias europeas. Ejercían directamente el poder en los
territorios colonizados, principalmente de Asia y África..
Pero, como ya advertía
Lenin en 1915, entre "los dos grupos fundamentales de países
—los que poseen colonias y las colonias—" existen "diversas
formas transitorias de dependencia estatal... las formas
variadas de países dependientes que, desde un punto de vista formal,
son políticamente independientes, pero que en realidad se hallan
envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática. A
una de estas formas de dependencia, la semicolonia, ya nos hemos
referido. Un ejemplo de otra forma lo proporciona la Argentina... que
se la deberá calificar casi como una colonia comercial inglesa".[8]
En otra parte del mismo texto, Lenin también utiliza la expresión de
"países semiindependientes".
Después de la Segunda
Guerra Mundial (1939-45) esto cambió. Esas "diversas formas
transitorias de dependencia estatal" pasaron a ser la regla y
no la excepción. La "semicolonias" y los países "dependientes"
o "semiindependientes" se generalizaron como
producto, por un lado, de la revolución anticolonial que barrió Asia
y Africa y, por el otro, de la hegemonía mundial del imperialismo
yanqui, que no poseía grandes colonias y al que resultaba intolerable
que sus competidores europeos las conservaran.
Pero una tercera fase
se abre a fines del siglo XX. Con la globalización surge la tendencia
a una nueva colonización de los países de la
periferia, aunque esto por supuesto no significa simplemente una
vuelta a cien años atrás. Esta tendencia se da como parte de una
configuración distinta del capitalismo mundial.
Esto se expresa de
diferentes grados y maneras. En los países de América Latina, por
ejemplo, el cuarteto FMI, Banco Mundial, Departamento de Estado y
Secretaría del Tesoro ejerce poderes discrecionales sobre los
resortes esenciales de la soberanía de los Estados. Desde la emisión
de moneda hasta los planes de educación, desde las leyes laborales
hasta los sistemas de salud, todo se decide cada vez más en alguna
oficina de Washington. A eso se agrega la telaraña de bases militares
que se teje so pretexto de la "lucha contra en narcotráfico"
y ahora el "terrorismo".
Pero esta tendencia hoy
apunta más allá: hacia el reestablecimiento de
"protectorados" y colonias directas. De las experiencias
piloto de Kosovo y Afganistán, se pretende con Irak pasar a un grado
cualitativamente superior de dominio colonial. Ni siquiera se prevé
el establecimiento de un gobierno títere, como el de Kabul. E Irak no
es cualquier país, sino uno de los más importantes del mundo árabe.
EE.UU. quiere redefinir
las relaciones con sus socios-rivales de Europa y Japón
Junto con las
tendencias a diversas formas de recolonización de la periferia, se
hallan también en cuestión las relaciones interimperialistas. Estas
también han pasado por diversas fases. Hasta mediados del siglo XX,
las disputas interimperialistas por el reparto del mundo desembocaron
en las guerras más terribles que conoció la humanidad. Tras la
Segunda Guerra Mundial, esto finalizó por el ascenso de EE.UU. como
superpotencia, el descalabro de los imperialismos de Europa y Japón y
la necesidad de un bloque para hacer frente a la Unión Soviética.
La recuperación
posterior de los imperialismos europeos y japonés, el acortamiento de
las distancias con EE.UU. a nivel económico y finalmente la
desaparición de la URSS y el bloque oriental no significaron sin
embargo una vuelta a las guerras interimperialistas. En eso influye
indudablemente la única superioridad abrumadora que conserva
EE.UU. respecto a los otros imperialismos, la superioridad militar.
Sin embargo también pesan otros rasgos de la fase de globalización,
por la cual existe no sólo una feroz competencia sino también
un entrelazamiento de inversiones y cooperación entre
los monopolios de los tres centros del imperialismo, con un mercado
financiero global, una estructura mundializada
de la producción y el comercio, y además mecanismos comunes
—deuda, inversiones, comercio mundial, etc.— para descargar
sobre la periferia la crisis del sistema.
Pero que no haya
perspectivas de guerras interimperialistas, no significa que reina la
armonía entre los grandes explotadores. Después de la Segunda
Guerra, el "orden mundial" se asentó en los acuerdos de
Yalta y Postdam entre EE.UU. y la burocracia soviética. En ese período
se crearon y desarrollaron diversos "organismos
internacionales" reguladores de ese "orden": políticos
(ONU, G7 y luego G8), económicos (FMI, Banco Mundial, GATT-OMC,
COMECON) y militares (OTAN-Pacto de Varsovia). El derrumbe de la ex
URSS y del bloque del Este (con su COMECON y su Pacto de Varsovia) en
1989/91 plantearon la necesidad aún no resuelta de configurar
un "nuevo orden mundial", y dentro de él regular las
relaciones interimperialistas y del imperialismo con la periferia.
Los distintos
problemas, diferencias y crisis que se presentaron en la última década,
tanto económicos como políticos, fueron trabajosamente negociados en
esos marcos. Pero ahora el gobierno de Bush "patea el
tablero". Representa un sector de la burguesía del Norte que,
como dice un comentarista cercano al Departamento de Estado, "siente
que durante mucho tiempo EE.UU. ha sido un Gulliver global atado por
liliputienses: las normas e instituciones del sistema mundial".[9]
Léase: por la obligación de negociar y acordar principalmente con
los otros imperialismos.
"Los EE.UU. —señala
otro analista— consideran a la ONU como una organización
obsoleta, fundada sobre relaciones de fuerza caducas... que ya no
refleja la realidad unipolar del mundo actual. La hiperpotencia
estadounidense no quiere embarazarse con ninguna obligación jurídica
o institucional que pueda trabar su libertad de acción. Esta posición
es llevada al extremo por el gobierno de Bush, que ha erigido el
unilateralismo en doctrina. Bush se dirige sin embargo a las Naciones
Unidas en relación a Irak... pero bajo la forma de un ultimátum:
hagan lo que queremos o actuaremos solos...".[10]
Un camino enmarañado
de contradicciones
Como decíamos al
principio, EE.UU. quiere hacer una apuesta muy alta y arriesgada que
lo está precipitando a un pantano de contradicciones.
La deriva de EE.UU.
hacia un imposible "superimperialismo" pretende ser la
respuesta a un hecho cada vez más evidente: que la fase de
globalización es un período en que las contradicciones económicas,
sociales, nacionales, ecológicas, políticas y hasta morales del
capitalismo no sólo se agravan y se hacen cada vez más difíciles de
administrar y "regular", sino que se potencian sus rasgos
destructivos, desde la polarización de la humanidad en un puñado de
supermillonarios y una mayoría creciente de hambrientos, hasta la
depredación sin retorno de los recursos naturales.
Lo que se exhibe como
el "triunfo histórico" del capital —el haberse expandido
hasta el último rincón del planeta y haber organizado la producción
y las finanzas a escala global— significa simultáneamente que ha
potenciado al máximo esas contradicciones y ha erosionado las bases
para intentar "regularlas" desde los Estados nacionales,
como logró parcialmente en la postguerra. Es que la globalización
pone al rojo la contradicción entre el carácter mundial de la economía,
de las fuerzas productivas, el carácter nacional de los Estados y la
inexistencia (e imposibilidad) de un Estado mundial bajo el
capitalismo.
Los imperialismos de
Europa y Japón intentan tapar ese "agujero" mediante el
consenso de los "tratados de la comunidad internacional" y
el funcionamiento de los "organismos internacionales". Bush
los viene pateando uno tras otro, desde el Tratado de Kyoto que
pretendió frenar el "calentamiento global" hasta la Corte
Penal Internacional, ya que no admite que pueda juzgar a sus militares
genocidas. La ONU, el FMI y la OMC reciben diferentes tratamientos según
el grado de subordinación a sus dictados. Hasta la OTAN, que debería
cumplir un papel de primer orden en la supuesta "guerra contra el
terrorismo" ha quedado relegada.
Los actuales dirigentes
del imperialismo yanqui han llegado a la conclusión de que el remedio
a los males del mundo —y lo más conveniente para EE.UU.— es
erigirse en gendarme mundial que, armado de un gran garrote, imponga
el "orden" por cuenta propia. Pero al enfrentarse así a
todos, EE.UU. está empujando a que todos se enfrenten a él.
En esta "fuga
hacia adelante", un porrazo en Irak podría tener
consecuencias al lado de las cuales lo de Vietnam sería
insignificante. De allí la colosal importancia de la batalla
planteada.
Al elegir a Irak como
blanco luego de Afganistán, los dirigentes del imperialismo yanqui
demuestran ser aventureros pero no idiotas. No atacan a un gobierno y
a un régimen que sea producto o reflejo de una gran revolución (como
fue el caso de Vietnam), sino a una dictadura surgida de una
contrarrevolución y que durante largos años fue uno de sus más
fieles agentes en la región.
Manchado por mil crímenes,
Saddam Hussein inicia su carrera de dictador en 1979. Un año después,
en septiembre de 1980, instigado por EE.UU., desata una guerra
fratricida contra Irán, contribuyendo así a ahogar en sangre el
proceso revolucionario que había estallado en ese país. Ocho años
duró la matanza, que costó a ambos pueblos un millón de muertos. En
el mismo año de 1988, Hussein exterminó aldeas enteras de kurdos,
nacionalidad del norte de Irak, usando gas venenoso. Este gas, que
antes había utilizado en la guerra contra Irán, le fue suministrado
por firmas de EE.UU. afines a la CIA, así como también elementos
para la guerra biológica. Entre los empresarios que hicieron negocios
de venta de armas por 4.000 millones de dólares, figuran el actual
secretario de Estado Donald Rumsfeld y el vicepresidente Dick Cheney.[11]
En 1991, tras la
derrota en la guerra del Golfo, Hussein ahogó en sangre un
levantamiento de la población chiíta que habita el sur del país. La
ciudad sagrada de Karbala, que para los musulmanes chiítas es un
santuario equivalente a La Meca para los sunnitas o San Pedro de Roma
para los católicos, fue devastada.[12] Pero esto no fue más que el
remate de las persecuciones contra ese sector, que constituye el 60%
de la población. Años antes, sus principales líderes religiosos habían
sido ejecutados.
El hecho es que el régimen
se apoya esencialmente sobre los sunnitas (18% de la población) y no
igualmente sobre todos ellos, sino sobre algunos sectores tribales y
familias en particular, que monopolizan los cargos públicos, la
jerarquía militar... y los negocios a la sombra del Estado.
Cuál va a ser la
actitud popular ante la guerra, es una incógnita. Las salvajadas del
régimen palidecen ante las atrocidades de diez de años de bloqueo y
bombardeos de parte de EE.UU. No posible saber desde aquí qué va a
pesar más en la balanza.
Pero, aunque
inicialmente se diese la variante más favorable para el imperialismo,
que el régimen de Saddam Hussein se derrumbara sin mucha resistencia,
esto no sería el final sino el principio de los problemas para
EE.UU. Como alerta The Economist, revista de un
imperialismo que tiene algunos siglos más que EE.UU. en experiencia
colonialista, "los invasores extranjeros podrían encontrarse
no con un ejército pero sí con 25 millones de ciudadanos
hostiles".[13] Es que el proyecto colonial —sea bajo
un régimen militar directo o un gobierno títere—, con la
perspectiva de ocupación del país por centenares de miles de
soldados occidentales, significa iniciar un conflicto que va mucho más
allá de Hussein, y que va a tender a proyectarse a todo el mundo árabe
e islámico.
Irak no es país
marginal y atrasado, como Afganistán. Como recuerda Edward Said, en
su último artículo publicado en Al-Ahram, Irak ha sido uno de
los países árabes más prósperos, alfabetizados y de mayor
desarrollo y diversidad cultural, "que proveía el mayor número
de lectores del mundo árabe. Uno de los pocos países árabes con una
amplia y educada clase media, que tiene petróleo, agua y tierras fértiles
y que fue siempre el centro cultural del mundo árabe (el Imperio
Abasida, con su gran literatura, filosofía, arquitectura, ciencia y
medicina fue una contribución de Irak, y aún sigue siendo la base de
la cultura árabe)".[14]
Es en ese centro histórico,
social y cultural del mundo árabe donde EE.UU. se propone instalar
una colonia petrolera.
¿Morir por la Exxon?
La lucha por derrotar
esta tentativa es hoy posiblemente la batalla política más
importante a nivel mundial. Un descalabro de EE.UU. en esta aventura
colonialista tendría inmensas consecuencias.
Como en el caso de
Vietnam, un factor clave es el desarrollo de un amplio movimiento
contra la guerra, en especial dentro de los mismos EE.UU. Si el
intento de ocupación militar y de erigir allí una colonia es
fuertemente combatido por el pueblo de Irak, el movimiento antiguerra
puede potenciarse rápidamente.
En Europa, este
movimiento ha tomado amplias dimensiones, especialmente en Gran Bretaña,
cuyo gobierno acompaña a Bush en la aventura guerrerista. En EE.UU.
el movimiento aún no tiene las dimensiones del que obligó a la
retirada del imperialismo de Vietnam, pero va creciendo con rapidez.
El 26 de octubre, hubo
una nueva jornada de la que participaron cientos de miles de
manifestantes en Washington y otras ciudades. "La marcha de
Washington vigoriza el movimiento antiguerra" —debía
reconocer The New York Times, a pesar de ser uno de los voceros
más insidiosos del lobby sionista—. Envalentonados por la
protesta en Washington... la mayor desde los días de la guerra de
Vietnam, los grupos opuestos a la acción militar en Irak, preparan
una nueva ola de demostraciones a lo largo de todo el país. La
demostración del sábado 26 en Washington, estimada en 100.000 por la
policía y en 200.000 por los organizadores, formó una pared de
cuatro kilómetros de manifestantes alrededor de la Casa Blanca. La
concurrencia sorprendió a los mismos organizadores, que habían
pedido permiso sólo para 20.000 manifestantes. Esperaban 30 buses y
fueron sorprendidos con la llegada de 650 desde lugares tan lejos como
Nebraska y Florida."[15]
Simultáneamente, en
otras ciudades de EE.UU. se realizaban manifestaciones menores. Un
reflejo de la dinámica del movimiento la daba la misma cronista
comentando la progresión de movilizaciones en San Francisco: "el
6 de septiembre, una marcha reunió 2.500 personas; otra, dos semanas
después, 6.000; el 6 de octubre se movilizaron 10.000 y finalmente el
26 de octubre, 42.000".[16]
Una de las consignas más
voceadas fue la que denunciaba que el verdadero objetivo de la guerra
era el petróleo de Irak: "Exxon, Mobil, Shell, take your war
and go to hell" ("Exxon, Mobil, Shell, tomen su guerra y
váyanse al infierno").
Si las masas
norteamericanas van tomando conciencia de eso, de que no se trata de
una guerra por la "democracia" ni para prevenir un ataque
con "armas de destrucción en masa", sino una guerra para
que la Exxon y demás petroleras se hagan con un dominio colonial, la
aventura de Irak puede ser un boomerang para el imperialismo yanqui.
Notas:
1.-
Eric Schmitt and Tom Shanker, US Refines Plan for War in Cities,
The New York Times, 22/10/02.
2.-
Cit.
3.-
Keneth Pollak, What should the US do about Iraq?, Foreing
Affairs Magazine, marzo 2002.
4.-
David E. Sanger, US has a Plan to Occupy Iraq, The New York
Times, 11/10/02.
5.-
Julian Borger, Saddam would be replaced by general Tommy Franks,
The Guardian, 12/10/02.
6.-
Patrick Jarreau, Les Etats-Unies prévoient une administration
militaire d’Irak, Le Monde, 12/10/02.
7.-
Lenin, El imperialismo, etapa superior del capitalismo, Ed. Polémica,
Buenos Aires, 1975, pág. 101.
8.-
Cit. pág. 105.
9.-
Michael Hirsh, Bush and the World, Foreing Affairs, sep/2002.
10.-
Gilbert Achcar, Pourquoi les Etats-Unis veulent la guerre, en
www.lcr-rouge.org.
11.-
Elson E. Boles, Helping Iraq kill with chemical weapons, Counterpunch,
10/10/02.
12.-
Sunnitas y chiítas son las dos principales corrientes en que se
divide el Islam. La escisión se consumó en el año 680, cuando
precisamente en Karbala fue muerto Hussein, nieto de Mahoma e hijo del
cuarto califa, Alí, yerno del Profeta. Considerado mártir de la fe,
el lugar donde murió es desde entonces un punto de peregrinación
internacional de los chiítas. Aunque minoritarios en el Islam, los
chiítas son mayoría en Iraq e Irán.
13.-
Iraq: Waiting with bravado and anxiety, The Economist,
17/10/02.
14.-
Edward Said, Israel, Iraq and the US, Al-Ahram, El
Cairo, 10/10/02.
15.-
Kate Zerkine, Rally in Washinston is Said to Invigorate the Antiwar
Movement, The New York Times, 28/10/02.
16.-
Cit.