El
fracaso de una invasión basada en mentiras
Por Robert Fisk
The Independent,09/04/04
Una
guerra fundada sobre ilusiones, mentiras e ideología de derecha
estaba destinada a fracasar en un baño de sangre y fuego. Saddam tenía
armas de destrucción masiva. Estaba en contacto con Al Qaida, estaba
involucrado en los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre
del 2001. El pueblo de Irak nos iba a recibir con flores y música.
Iba a haber democracia. Incluso el derribo de la estatua de Saddam fue
un fraude. Un vehículo norteamericano remolcó esta porquería
mientras una multitud de unos pocos cientos de iraquíes miraba la
escena. ¿Dónde estaban los miles que deberían haberla tirado abajo
con sus propias manos, que deberían haber celebrado su “liberación”?
En
la noche del 9 de abril del año pasado, la BBC se las arregló para
encontrar un “comentarista” que me insultó a mí –y a este
diario– por usar comillas en la palabra “liberación”. De hecho,
en aquellos días, liberación de la dictadura de Saddam significaba
libertad para saquear, libertad para quemar, para secuestrar, para
matar. El disparate inicial de los estadounidenses y británicos
–permitir que las turbas tomaran Bagdad y otras ciudades– fue
seguido por la llegada de siniestros escuadrones incendiarios que se
dedicaron a destruir cada documento histórico, cada ministerio (salvo
los de Interior y Petróleo que, por supuesto, fueron protegidos por
las tropas norteamericanas), manuscritos islámicos y antigüedades
irreemplazables. Se estaba aniquilando la identidad cultural de Irak.
Sin
embargo, se suponía que los iraquíes tenían que festejar su
“liberación”. La ocupación se burló de los informes que
denunciaban el secuestro y violación de las mujeres –de hecho, por
entonces, la tasa de secuestros de hombres y mujeres era de 20 por día.
Y ahora debe estar por los 100 diarios– y se negó a calcular las
cifras de los civiles iraquíes asesinados cada día por gente armada,
ladrones y tropas norteamericanas. Incluso esta semana, mientras las
promesas y las mentiras y la ceguera se van derrumbando, el vocero
militar de Estados Unidos sólo pudo dar el número de bajas
militares, cuando se ha informado que más de 200 iraquíes murieron
en el ataque de los marines estadounidenses en Faluja.
A
lo largo de este mes, el aislamiento de las autoridades de la ocupación
del pueblo iraquí que supuestamente debían cuidar sólo fue igualado
por la enorme distancia que hay entre las falsas esperanzas y el
autoengaño en Bagdad y las de sus patrones en Washington. De todas
formas, se acepta que la resistencia a la presencia estadounidense sólo
fue provocada por viejos seguidores del régimen. De hecho, Paul
Bremer, el procónsul de Estados Unidos en Irak, empezó a llamarlos
“remanentes del partido” Baas, exactamente el nombre que los rusos
utilizaron para llamar a sus oponentes afganos luego de que invadieran
Afganistán, en 1979. Después, Bremer los llamó “duros de
matar”. Y luego los “sin salida”. Y mientras aumentaban los
ataques contra las fuerzas estadounidenses en Faluja y otras ciudades
sunnitas, nos dijeron que esta área era el “triángulo sunnita”,
aun cuando no tiene ninguna forma triangular ni nada que se le
parezca.
Así
que cuando el presidente Bush hizo su famoso viaje al portaaviones
“Abraham Lincoln” para anunciar el fin de todas “las principales
operaciones militares” –debajo de una pancarta que decía “Misión
cumplida” y justo cuando los ataques contra las tropas
norteamericanas seguían escalando– fue la hora de reescribir el capítulo
sobre la posguerra iraquí. “Combatientes extranjeros”, Al Qaida,
estaban en la batalla, según el secretario norteamericano de Defensa,
Donald Rumsfeld. Los medios estadounidenses siguieron con este
disparate, aun cuando ni un solo terrorista de Al Qaida fue arrestado
en Irak. Y a pesar de que de los 8500 “detenidos por seguridad” en
manos de los norteamericanos, sólo 150 parecen provenir de países
fuera de Irak. Son apenas el 2 por ciento.
Luego,
cuando llegó el invierno y Saddam fue apresado –mientras seguía la
resistencia antinorteamericana–, el poder ocupante y sus periodistas
preferidos empezaron a advertir sobre la guerra civil, cosa que ningún
iraquí ha estado dispuesto a aceptar y algo sobre lo que ningún
iraquí ha discutido siquiera. Se temía que Irak cayera en el
sometimiento. ¿Qué pasaría si los estadounidenses y británicos se
fuesen? Guerra civil, por supuesto. Y no queremos una guerra civil, ¿no?
Los
chiítas permanecieron tranquilos. Su liderazgo se dividió entre el
sabio pro-Occidente ayatolá Alí Sistani y el impetuoso pero
inteligente Muqtada Sadr. Luego los norteamericanos abrieron las fosas
comunes y lloraron a los miles de iraquíes torturados y ejecutados
por los carniceros de Saddam. Y luego preguntaron por qué apoyamos a
Saddam, por qué nos llevó 20 años descubrir la necesidad de
orquestar nuestra invasión humanitaria. Aquellos de nosotros que
condenamos a Saddam durante 20 años –por sus armas químicas, por
sus prisiones bárbaras– fuimos condenados por Washington y Londres
por atacar a Saddam. El era “nuestro hombre” en la guerra contra
Irán.
Fue
al final del otoño cuando aquellos que trabajaron para esta guerra en
Washington llegaron a Irak. ¿Qué era este llamado lobby
neoconservador detrás de Bush y Cheney, preguntaba un columnista del
New York Times, estos ex partidarios del Likud que apoyaban a Israel?
Cuando uno de ellos, Richard Perle, apareció en un programa de radio
donde yo participaba, trató de probar que la vida en Irak estaba
progresando y me acusó de ser un “periodista que favorece la
permanencia del régimen del Baas”. Entendí el mensaje. Cualquiera
que condene este desastre es un baasista encubierto, un amante de las
dictaduras y sus torturadores. Tan bajo han caído los halcones de
Washington.
De
hecho, cuando las autoridades de la ocupación se hubieran molestado
en estudiar los resultados de una conferencia sobre Irak organizada
hace poco por el Centro de Estudios sobre Unidad Arabe, en Beirut,
hubieran tenido que aceptar lo que no pueden admitir: que sus
oponentes son iraquíes y que ésta es una insurgencia iraquí. Un
intelectual iraquí, Sulieman Jumeili, que en realidad vive en la
ciudad de Faluja, contó cómo descubrió que el 80 por ciento de
todos los rebeldes muertos eran activistas islámicos iraquíes. Sólo
el 13 por ciento de los muertos eran nacionalistas y apenas el 2 por
ciento había pertenecido al Baas.
Pero
no podemos aceptar estas estadísticas. Porque ésta es una revuelta
iraquí contra nosotros. ¿Cómo puede ser que no estén agradecidos
por su liberación? Así que luego de las atrocidades en Faluja, una
semana atrás, cuando cuatro mercenarios norteamericanos fueron
asesinados, mutilados y arrastrados por las calles, el general Ricardo
Sánchez, el comandante norteamericano en Irak, decretó la absurda
“Operación Resolución Vigilante”. Y ahora que los miles de
combatientes chiítas de Sadr se han unido a la batalla contra los
norteamericanos, Sánchez tuvo que volver a cambiar su narrativa. Sus
enemigos ya no eran los “remanentes” de Saddam ni, incluso, Al
Qaida: ahora eran “un pequeño (sic) grupo de criminales y
ladrones”. No permitiremos que el pueblo iraquí caiga bajo su
influencia, declaró Sánchez. “No hay lugar para milicias de
renegados.” Así que los marines se encaminaron hacia Faluja y
mataron a más de 200 iraquíes, mujeres y niños incluidos, mientras
en las barriadas pobres de Sadr City, en Bagdad, disparaban desde sus
tanques y helicópteros. Les llevó un día o dos entender el nuevo
autoengaño de la comandancia norteamericana. No estaban enfrentando
una insurgencia a escala nacional. ¡Estaban liberando a los iraquíes
otra vez!
Así
que, por supuesto, esto significa que se necesitarán un par más de
las “principales operaciones militares”. Luego de un pedido de
arresto –del que nadie nos informó cuando, meses atrás, fue
emitido misteriosamente por un supuesto juez iraquí–, Sadr entró
en la lista de los más buscados por asesinato. Y luego el general
Mark Kimmit, el número dos de Sánchez, nos dijo que la milicia de
Sadr será “destruida” junto con los estallidosde violencia en
todo Irak. Ahora, Kut y Najaf están fuera del control de la ocupación.
Y con cada nuevo colapso nos hablan de una nueva esperanza. Ayer, Sánchez
todavía seguía hablando sobre su “total confianza” en sus
tropas, sobre sus “claros propósitos”, sobre sus “progresos”
en Faluja y sobre –éstas fueron sus palabras exactas– “un nuevo
amanecer se está acercando”. Que es exactamente lo que los
comandantes estadounidenses decían exactamente hace un año, cuando
las tropas de ese país llegaron a la capital iraquí y cuando
Washington fanfarroneaba sobre su victoria contra la Bestia de Bagdad.
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