La
crisis interna de Líbano –
El papel del general de brigada Ali Salah
Haj
Misterio
en torno al asesinato de Hariri
¿Por
qué se descubrieron tres cadáveres más en el lugar de la matanza de
Hariri en las dos semanas posteriores al atentado?
Por
Robert Fisk , The Independent, 18/03/05
Reproducido por La Vanguardia, Barcelona
Traducción
de Verónica Canales Medina
Esta
es una extraña historia acontecida en Beirut. Extraña porque es una
historia de temor y sospecha por el asesinato de Rafiq Al Hariri,
cometido el pasado 14 de febrero; más extraña todavía porque –aunque casi todo Beirut la
conoce– gran parte de ella no se ha hecho
pública en Líbano.
En
esta historia intervienen un hombre llamado Ali Salah Haj y el mismo
Hariri, así como la misteriosa decisión de retirar del escenario del
crimen la prueba fundamental de su asesinato. Algunos afirman que todo
ha sido un error, fruto de la inexperiencia o la ignorancia. Otros
creen que en ello reside la clave para resolver por qué fue asesinado
el ex primer ministro multimillonario en un atentando que se cobró la
vida de otros 18 inocentes.
Todo
empezó a finales de la década de 1990, cuando Hariri era primer
ministro. Vivía en un suntuoso palacio de hormigón, en el barrio
residencial beirutí de Qoreitem, e iba a todas partes con un grupo de
escoltas uniformados de gris de la Fuerza de Seguridad Interna de Líbano,
proporcionado por el Gobierno. De los 40 hombres habituales en su
equipo, Hariri solía viajar con uno de sus oficiales de alto rango,
un hombre al que apreciaba, el bigotudo Ali Haj. "Todo iba con
bastante normalidad –afirma ahora uno de los colaboradores más próximos
a Hariri–, hasta que el jeque Rafiq descubrió que, por lo visto, los
sirios estaban informados de todo lo que decía en su coche. La gente
pensó que podían haberle puesto micrófonos o que le habían
pinchado el teléfono".
Pasado
un tiempo, concluyó que Ali Haj era el informador de los sirios.
"En un país como Líbano, donde todos escuchan a todos (Hariri
tenía sus propios informadores secretos), era un hecho que debía
investigarse. Así que contó a Ali Haj algo muy concreto que no
gustaría a los sirios –comenta el allegado a la familia–. A
continuación, durante una reunión con un responsable político
sirio, fue cuestión de minutos que le plantearan precisamente esa
cuestión. El mismo día, el jeque Rafiq pidió a otro agente de
seguridad que viajara con él en el coche. Ali Haj quedó relegado a
otro vehículo". Poco tiempo después asignaron un traslado a Ali
Haj: debía ocupar el puesto de los servicios secretos libaneses en el
valle de la Bekaa. Allí trataba amenudo con el general de brigada
Rustum Ghazale, jefe de los servicios secretos militares sirios en Líbano.
Avancemos
ahora hasta el 14 de febrero. La caravana blindada de Hariri, objetivo
de una bomba de unos seiscientos kilos, quedó envuelta en llamas en
el angosto paseo marítimo de Beirut, junto al hotel Saint George. La
disposición de los vehículos, agujereados por la metralla, quizá
con restos de explosivos, mostraba cómo habían salido los coches
despedidos por la explosión, así como el orden en que viajaba el
convoy. Pero, en unas horas –aunque los otros coches calcinados
quedaron intactos en el arcén–, los vehículos de Hariri
desaparecieron. La decisión la tomó el actual jefe de la Fuerza de
Seguridad Interna libanesa, gestionada por los sirios, el general de
brigada Ali Salah Haj. Ordenó que los escombros se retirasen del
escenario del crimen –cuando ése era, recordemos, el lugar del
magnicidio del personaje más relevante de la historia de Líbano
independiente– y se trasladasen en camiones al cuartel militar libanés
Charles Helou. Allí se encuentran hasta el día de hoy.
Ali
Haj se contaba entre los miles de personas que expresaron sus
condolencias a la familia Hariri. Una serie de testigos afirmaron que
fue recibido con frialdad. Ghenna Hariri, la joven hija de Bahiya,
hermana de Hariri y diputada libanesa en la ciudad sureña de Sidón,
lo saludó con la pregunta: "¿Qué está haciendo usted aquí?".
Cuando Ali Haj ofreció su mano a la viuda de Hariri, Nazek, prefirió
llevarse la mano al pecho con recato en lugar de dársela al general
de brigada.
En
un país donde todo el mundo cree en la moamara –la conspiración–, es
fundamental no señalar con el dedo. Nadie ha descubierto aún quién
activó la bomba que mató a Hariri. Sin embargo, hay una serie de
detalles sorprendentes sobre la investigación libanesa. El primero es
que, un mes después de la muerte de Hariri, todavía no se ha
proporcionado información sobre el asesinato. Además, la bomba
estalló en una parte de Beirut –emplazamiento de un reciente congreso
francófono, cerca del hotel Phoenicia– donde se alojan numerosos
dignatarios extranjeros, a un kilómetro del Parlamento, que es la
zona con máxima vigilancia de Líbano. El hecho de que los asesinos
hayan pasado inadvertidos a ojos de la Fuerza de Seguridad Interna, el
ejército libanés, la policía de tráfico y una gran cantidad de
organizaciones de seguridad mientras preparaban la bomba fue un logro
extraordinario. Y que alguien haya ordenado la retirada de la prueba
principal del escenario del crimen fue un logro más extraordinario aún.
Uno de los encargados de la investigación de seguridad libanesa ha
admitido que se han "cometido muchos errores", y ha sugerido
que la decisión de retirar los coches del convoy de Hariri de Ali Haj
fue motivada por su conflicto de lealtades –había sido uno de los
guardaespaldas de Hariri, pero ahora era oficial de alto rango de
seguridad– y no por un deseo de ocultar las pruebas. El mismo agente
declaró que la policía libanesa está convencida de que el asesino
era un terrorista suicida, seguramente un miembro de Al Qaeda que tenía
como objetivo a Hariri por su relación con la familia real saudí.
Hariri tenía nacionalidad saudí. Los partidarios de Hariri están
cada vez más convencidos de que la bomba estaba oculta bajo el
asfalto, seguramente en una alcantarilla o en un conducto para el
cableado telefónico.
Es
fácil entender la conveniencia de cada teoría para sus respectivos
creadores.Un asesinato de Al Qaeda exime de culpa a las autoridades de
seguridad libanesas y sirias. La historia de la bomba oculta bajo el
asfalto sugiere la pasmosa despreocupación de las instituciones de
seguridad militar de Líbano por no advertir la planificación y
colocación del artefacto. Libaneses y sirios creen en la trama de Al
Qaeda –aun así, culpan a los israelíes situándolos en un deslucido
segundo lugar–, pero la oposición política se inclina cada vez más
por señalar a Siria, cuando menos, por incompetencia, despreocupación,
incluso por negligencia criminal. Por ello, los partidarios de Hariri –y, entre ellos, miles piden que se sepa la vedad sobre su
muerte–
exigen ahora la dimisión de siete personajes cruciales, todos
relacionados con la justicia o los servicios secretos libaneses pro
sirios. Entre ellos se incluye el general Ali Haj. Los demás son:
Adnan Adoum, ministro de Justicia y fiscal general; Jamil Sayed, jefe
de la Seguridad General libanesa; Mustafá Hamdan, jefe de la Guardia
Republicana libanesa; Raymond Azar, jefe del servicio secreto
Mukhabarat; Edgar Mansour, jefe de seguridad nacional, y Ghassan
Tfayleh, jefe del departamento de escuchas.
Las
autoridades se han negado a aceptar esta lista, alegando que todos
ellos son hombres honorables que desempeñan sus cargos con
patriotismo y devoción. Huelga decir que existe una antigua
argumentación árabe que bien podría ser la primera pregunta que
hace cualquier agente de policía: ¿a quién le interesaba cometer el
delito? Si se pregunta a los sirios, dicen que jamás cometerían un
acto así, en especial porque las calumniosas acusaciones que se han
lanzado contra Damasco desde entonces han causado un grave perjuicio
político al joven presidente sirio, Bashar El Assad, quien ha
condenado el asesinato como "crimen abyecto". Los aliados
políticos de Siria en Líbano –algunos de ellos, conocidos de Bashar–
han señalado, con razón, que el proyecto neoconservador
estadounidense para Oriente Medio, propuesto en un principio por los
señores Perle, Feith, Wurmser y otros, requería no sólo derrocar a
Saddam Hussein, sino desviar la atención de Siria "utilizando
elementos de la oposición libanesa para desestabilizar el control
sirio de Líbano". ¿Qué mejor forma de desestabilizar Siria en
Líbano que matar a Hariri? Los millones de libaneses que el pasado
lunes exigieron la retirada de Siria, la dimisión del presidente
libanés y la verdad sobre el asesinato de Hariri no se identificaban
con esa estrategia. También exigían saber quién mató al ex
presidente Rene Mouawad, al gran muftí Jaled y al líder druso Kamal
Jumblatt. Vale la pena señalar que los manifestantes cristianos no
exigían saber la verdad sobre el asesinato del primer ministro Rashid
Karami ni del líder liberal Danny Chamoun, porque se considera que
sus asesinos fueron los milicianos cristianos de los tiempos de guerra
y no los sirios. El regreso inminente del autoimpuesto exilio francés
del ex general mesiánico Michel Aoun –quien dirigió una desastrosa
guerra de independencia contra los sirios en 1989, que segó la vida
de miles de inocentes– es una señal inequívoca de que la oposición
de este país puede encontrarse en una situación muy comprometida.Hay
que reconocer que la mayoría no culpa personalmente al presidente
sirio Bashar El Assad del asesinato de Hariri. Se sintieron insultados
por su discurso en el Parlamento sirio del sábado pasado, pero son
muy conscientes de que hay hombres mucho menos rudos en Siria –y más
allá de sus fronteras– a quienes se les pudo haber encargado el
destino de Hariri, o incluso habérselo propuesto ellos mismos. Muchos
líderes de la oposición, incluido Walid Jumblatt –fue su padre,
Kamal, a quien asesinaron– desean desesperadamente que Bashar no esté
involucrado. Pero se da el caso de que los agentes de seguridad
libaneses encargados de proteger Líbano en nombre de Siria se han
ganado una espantosa reputación.
¿Por
qué, por ejemplo, se descubrieron tres cadáveres más en el lugar de
la matanza de Hariri en las dos semanas posteriores al atentado? Ali
Haj pudo retirar de inmediato la prueba fundamental del escenario del
crimen –algo que ningún cuerpo de policía del mundo habría hecho–
arguyendo que debía "ponerla a buen recaudo". Pero ¿cómo
es posible que sus investigadores no localizaran tres cadáveres en
ese lugar? Cuando el diputado Zahle y el antiguo aliado sirio Mohsen
Dalloul anunciaron esta semana que las autoridades libanesas "sabían"
quién había asesinado a Hariri –que fue líder extraoficial de la
oposición libanesa contra Siria hasta su muerte–, esas mismas
autoridades guardaron un silencio sepulcral. Puede que estén
escuchando a los millones de libaneses que exigieron saber la verdad.
O tal vez hayan hecho lo propio de todos los servicios secretos: les
han pinchado el teléfono.
Lo digo
porque hace tres días, Ghassan Tfayleh, jefe del departamento libanés
de escuchas, intervino el teléfono de mi casa de Beirut. Pues bueno,
sólo hay una respuesta posible: llame cuando quiera.
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