Leyendo las hojas de
te en Beirut
Por Ahmed Amr (*)
NileMedia.com, 09/03/05
Reproducido por Rebelión,
17/03/05
Traducido por Germán Leyens
Scott
McClellan, portavoz de la Casa Blanca, amenazó arrogantemente a Siria
con “consecuencias” si no se retira inmediatamente de Líbano.
Condoleezza Rice ofreció despachar tropas estadounidenses a Beirut.
El embajador estadounidense en Beirut hizo sentir su peso e impartió
órdenes a Siria.
A
la mañana siguiente, Bush y su alegre banda de aficionados habían
bajado el tono de su mensaje a “que los sirios hagan el favor de
abandonar Líbano a fines de mayo para que haya elecciones libres y
justas” – lo que ya había sido aceptado por Damasco.
¿Qué
ocurrió en esas veinticuatro horas? Bueno, parece que a medio millón
de libaneses simplemente no les gustaron los modales de McClellan y
que estuvieron dispuestos a salir a las calles de Beirut para darle
una clase de etiqueta. Los manifestantes agitaban las mismas banderas
libanesas vistas en las anteriores manifestaciones “anti-sirias” y
cantaban el mismo himno nacional libanés. Con la excepción de que en
el mar de banderas rojas y blancas también hubo letreros denunciando
la intervención de EE.UU. Unos pocos me llamaron la atención.
“Todos nuestros desastres son hechos en EE.UU.”, “No a la
1559” y “No a la intervención extranjera”. Pero el que
McClellan debería haber notado fue uno inmenso que simplemente decía
“SORPRESA”.
Los
aturrullados y atolondrados eruditos estadounidenses le restaron
importancia a todo el acontecimiento como si no fuera otra cosa que un
picnic de militantes resentidos de Hezbolá. Pero el clan druso de
Arsalan bajó de las montañas y los maronitas del clan Franjieh
llegaron desde Trípoli. Es difícil diferenciar a todos los varios
grupos libaneses – pero unos treinta partidos diferentes estuvieron
representados en la marcha. Los nasseristas pan-árabes estuvieron
hombro con hombro con grupos pan-sirios e izquierdistas. Facciones
tribales de casi cada rincón de Líbano enviaron sus contingentes a
unirse a la multitud reunida en la plaza Riad El Solh.
Primero
fue el himno nacional y canciones de la resistencia. Luego vinieron
las consignas de preparación “Beirut Horra Horra - Amerika Etlaay
Barra” que pueden ser traducidas como “Beirut es libre y EE.UU.
debería preocuparse de sus propios asuntos”. Es una lástima que no
enseñen libanés coloquial en el Departamento de Estado. Porque hubo
ese agorero denuesto dirigido al embajador estadounidense: "Ya
safir el Amrikan - ekhla eidak aan Lebnan" – una clara
advertencia de que no meta las manos en los asuntos libaneses.
Todos
los discursos sonaron más o menos iguales. Exigieron una investigación
rápida e independiente para determinar quién asesinó a Rafiq Hariri.
Todos deseaban también independencia y soberanía – pero no estaban
dispuestos a ver marines estadounidenses y legionarios franceses
desembarcando en la costa de Beirut. Aplaudieron a Siria por cumplir
su misión de estabilizar a Líbano. Los oradores apoyaron unánimemente
el acuerdo de Taef, que incluye el repliegue sirio y expresaron su
rechazo a la resolución 1559 de la ONU que ilegaliza a la resistencia
libanesa y sirve para arrebatar a los palestinos su “derecho al
retorno”. Todos los oradores pidieron unidad nacional, paz civil y
diálogo, y prometieron no volver jamás a las antiguas barricadas de
la guerra civil. Denunciaron la interferencia israelí en los asuntos
libaneses y mostraron con el dedo a Washington por utilizar la
resolución 1559 para impulsar las antiguas ambiciones de Sharon de
convertir a Líbano en un estado satélite.
El
punto culminante del evento fue el discurso de Hassan Nasrallah y vale
la pena prestar atención a lo que dijo. Recordó deliberadamente a la
multitud que se encontraba en medio de una ciudad que había sido
bombardeada hasta quedar en escombros por los aviones y la artillería
israelí en el verano de 1982. Y advirtió contra aquellos que quieren
resucitar el “Acuerdo del 17 de mayo” de 1984. Esa fecha podrá no
significar nada a la mayoría de los estadounidenses pero se refiere a
un humillante tratado preparado por George Schultz y firmado por el
presidente Amin Gemayel mientras los tanques israelíes rodeaban
Beirut. Habría convertido a Líbano en un servil estado estilo Vichy,
obligado ante Tel Aviv. Los eventos posteriores obligaron a Gemayel a
renunciar al perecedero tratado. La referencia de Nasrallah a ese
acuerdo fue un desafío directo a los neoconservadores en la
administración Bush a que abandonaran sus fantasías de partidarios
del Likud. También constituyó una clara advertencia a todo miembro
de la oposición libanesa que se sienta inclinado a colaborar con los
israelíes y sus agentes en Washington.
Después
de castigar a George Bush, Nasrallah se dirigió a Francia.
“Presidente Chirac: sabemos que usted ama a Líbano. Lo instamos a
que reevalúe su política. Usted dice que apoya a la democracia en Líbano.
¿Formarán parte los libaneses reunidos aquí hoy de esa
democracia?” Habría que señalar que Chirac y la Unión Europea han
resistido una considerable presión estadounidense para que difamen a
la resistencia libanesa como ‘terrorista’.
Nasrallah
pasó luego a presentar un desafío a la oposición. Podrán escoger
si quieren que los sirios se retiren dignamente según el acuerdo de
Taef o humillados bajo la resolución 1559 de la ONU. Si insisten en
esta última alternativa – que también significaría el desarme de
la resistencia libanesa – tendrían que considerar que se dejaran de
lado todas las demás provisiones del acuerdo de Taef, que fue
negociado precisamente por Rafiq al Hariri.
Nasrallah
podrá haber sonado como un abogado que subrayaba un delicado detalle
legalista de menor importancia. Pero estaba formulando una amenaza.
Lo
que Nasrallah estaba diciendo a la oposición era: “Ustedes quieren
que se vayan los sirios. Nosotros también. Pero no olvidemos que –
a pesar de todos sus errores – hay que reconocer que permitieron que
Líbano emergiera del caos de la guerra civil. Incluso si se quedaron
más de la cuenta, – deberíamos enviarles una nota de
agradecimiento, antes de despedirnos de ellos. No es hora de olvidar
nuestros buenos modales libaneses. Queremos que los sirios se vayan
con su dignidad intacta. Una vez que se hayan ido, queremos mantener
calurosas y fraternales relaciones con nuestros hermanos árabes en
Damasco. Que ningún israelí se imagine que les hemos enviado una
invitación para que devoren a Líbano. En todo caso, ahora es obvio
que los sirios se van a ir. Pero 1559 es otra cosa. No sólo apunta a
los sirios – ha sido elaborada para fomentar la guerra civil y la
querella sectaria. Los estadounidenses del Likud han colocado a los
libaneses que resistieron contra la ocupación israelí en la misma
lista negra que Al Qaeda. Es algo simplemente inaceptable. Pero la
implementación del acuerdo de Taef es una cosa. Otra diferente es la
implementación total de la resolución 1559 que significa descartar
el acuerdo de Taef.”
De
manera que, ¿qué significaría el abandono del acuerdo de Taef para
la oposición libanesa? Como 1559, una de las provisiones del acuerdo
de Taef incluyó la retirada total en última instancia de las fuerzas
sirias. Pero el acuerdo de Taef – que terminó con quince años de
disputas sectarias – contenía otras provisiones. Como los Acuerdos
de 1943, estableció un sistema confesional que permitió que los
cristianos maronitas y los musulmanes suníes retuvieran ciertos
privilegios – incluyendo la poderosa presidencia y el puesto de
primer ministro. No es una concesión pequeña en un país en el que
los chiíes forman de lejos el grupo étnico más grande.
En
efecto, Nasrallah le estaba ofreciendo una alternativa a la oposición.
Podía alinearse con la 1559 inspirada por los neoconservadores o podía
conservar la preponderancia política de la elite maronita y suní. No
podía lograr las dos cosas.
Desde
luego, los israelíes y sus serviles brigadas neoconservadoras en
Washington no verían ningún problema en la reiniciación de la lucha
civil en Líbano. Pero para Líbano, la reapertura de las heridas del
pasado y el combate por quién obtiene qué trozo de la torta política
llevaría a un caos total. Para mantener a Líbano entero, el acuerdo
de Taef debe seguir entero.
En
el caso improbable de que facciones tribales irredentistas se sientan
tentadas a descartar el acuerdo de Taef, puede ocurrir cualquier cosa.
Si estalla otra guerra civil, nunca volverá a haber otro Rafiq Hariri
para volver a recomponer Beirut.
La
amenaza de Nasrallah es un signo de advertencia de lo rápido que se
pueden deteriorar las cosas si no se tiene cuidado. Antes de que
George Bush aproveche una barata ventaja interior de su pavoneo en
Beirut, le haría bien prestar un poco de atención seria. Su
administración y sus pregoneros en los medios de masas insisten en
presentar los eventos en Líbano como un rápido dividendo resultante
del lodazal iraquí. Pero puede ocurrir que el viento sople en la
dirección contraria. Si Líbano comienza a desintegrarse, los chiíes
en Irak – que tienen vínculos antiguos con Irán – podrían
reaccionar de manera inesperada. Bush tiene que reconsiderar su
cruzada por criminalizar a Hezbolá – un movimiento que es aplaudido
por la vasta mayoría de los libaneses y de los árabes por dirigir la
resistencia contra la agresión israelí. Nasrallah no es Bin Laden y
Hezbolá no es los talibán.
Ahora
es seguro que los sirios se van. Una vez que se hayan ido, el tema del
desarme de Hezbolá se convierte en un asunto interno de Líbano.
Chirac tiene que convencer a los estadounidenses de que el camino más
corto para lograr ese objetivo es descriminalizar a la resistencia
libanesa, terminar con la ocupación israelí de las Granjas Sheba y
obtener garantías a toda prueba de que Tel Aviv jamás volverá a
invadir Líbano. También ayudaría si EE.UU. tratara de llamar menos
la atención y se concentrara en arreglar el lío en Irak antes de
emprender nuevas iniciativas para desestabilizar a Líbano y Siria.
Los
libaneses tienen que mantener la paz y bajar el tono de la retórica.
La retirada siria parece ser un hecho. Sobra decir que aquellos que
asesinaron brutalmente a Rafiq al-Hariri tienen que ser encontrados y
deben pagar por sus crímenes, y eso pronto. Existen los que conocen
la respuesta. No fue una conspiración de una persona. Una recompensa
sustancial y una oferta de clemencia junto con una investigación bajo
supervisión internacional llegarán lejos para curar las heridas en
un Líbano soberano e independiente.
Las
diferencias entre la oposición libanesa y las multitudes que se
reunieron en la plaza Riad el Solh no merecen este nivel de discordia.
En realidad, muchos libaneses probablemente manifestaron en ambas
ocasiones. Las pasiones despertadas por el brutal asesinato de Hariri
no deberían ser utilizar para provocar una lucha civil. Si estuviera
vivo actualmente, Hariri no escatimaría esfuerzos por encontrar una
base común. Ahora que los sirios se van, el único punto importante
de enfrentamiento es la renuncia inmediata de ciertos individuos en
las agencias libanesas de seguridad que pueden o no haber fallado en
la protección de Hariri o que no han mostrado algún progreso en sus
investigaciones. ¿Por qué esperan hasta que los destituyan? ¿No
podrían simplemente renunciar y dejar el sitio para que lo ocupen
individuos más competentes?
Aparte
de los neoconservadores y los israelíes, todas las demás partes –
incluyendo a los estadounidenses – tienen todo que ganar y nada que
perder si impulsan a los libaneses hacia un terreno común. Los sirios
se van con sus cabezas bien altas. Los libaneses logran una
oportunidad de cumplir con el sueño de Hariri de construir un país
cosmopolita en el que las diversas sectas de Líbano puedan vivir en
armonía. A Chirac se le reconocería el mérito de haber navegado con
seguridad por sobre las traicioneras divisiones étnicas del Levante y
por facilitar una paz duradera. En cuanto a Bush, lograría evitar
otro atolladero que sólo puede agregar mucha arena movediza a la que
ya tiene en Irak.
Leer
la buenaventura en las hojas de té en Beirut no es cosa de
aficionados. Sin embargo, ayuda si todas las partes leen en la misma
taza. Para desactivar la actual crisis, Nasrallah tiene que retirar su
amenaza de descartar el acuerdo de Taef y Walid Jumblatt tiene que
reconsiderar su llamado a la intervención extranjera. Por el bien de
la paz, Aun debería considerar la prolongación de su retiro en París
y Amin Gemayel tiene que denunciar públicamente el Acuerdo del 17 de
mayo y retirarse a los escaños de los no participantes. En cuanto a
los actores extranjeros en este drama, los sirios tienen que completar
el repliegue de su ejército y de sus unidades de inteligencia según
el plan establecido. Francia debería instar a Washington a echar un
vistazo a la realidad y Bush tiene que ignorar a su guardia pretoriana
neoconservadora y comenzar a prestar atención a Chirac. Mientras
tanto, Scott McClellan debería preocuparse de sus modales y
acostumbrarse a unas pocas ‘sorpresas’ libanesas más.
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Ahmed Amr es editor de NileMedia.com.
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