Medio Oriente

 

Ocaso en el desierto

Por Michael T. Klare (*)
La Jornada, México, 09/07/05
Traducción de Jorge Anaya

La secretaria estadounidense de Estado, Condoleezza Rice, y su contraparte saudí, Saud al Faisal, el 20 de junio. Arabia Saudita es una nación estratégica para Estados Unidos en tanto posee la cuarta parte de las reservas mundiales de petróleo.

Para los entusiastas que creen que habrá petróleo en abundancia durante varias décadas -entre ellos el presidente Bush, el vicepresidente Cheney y sus muchos amigos en la industria petrolera-, cualquier mención de que la producción llegará a su "máximo" y comenzará a descender merece por toda respuesta un mantra simple: "Saudiarabia, Saudiarabia, Saudiarabia". Según su dicho, los sauditas no sólo extraerán más petróleo ahora para aliviar la escasez global actual, sino también seguirán sacándolo en los años por venir para satisfacer nuestra insaciable sed de energía. Y cuando los campos existentes en el reino se agoten, comenzarán a explotar otros que están esperando. Nosotros, los comunes mortales, no necesitamos preocuparnos por la escasez de petróleo, porque Saudiarabia puede satisfacer nuestras necesidades actuales y futuras.

Tal es, de hecho, la base de la aseveración del gobierno de que podemos seguir incrementando nuestro consumo anual de petróleo, más que conservar lo que queda y comenzar la transición hacia una economía posterior a ese energético. ¡Aleluya por Saudiarabia!

Ahora, sin embargo, de una fuente inesperada surge un desafío devastador a este poderoso dogma: en un libro recién publicado, el banquero de inversión Matthew R. Simmons demuestra de manera convincente que, lejos de estar en condiciones de aumentar la explotación, Saudiarabia está a punto de enfrentar el agotamiento de sus gigantescos yacimientos y, en un futuro relativamente cercano, es probable que experimente una caída vertical en la producción. "Es muy pequeña la probabilidad de que Saudiarabia pueda alguna vez ofrecer las cantidades de petróleo que se le asignan en los principales pronósticos de producción y consumo de petróleo en el mundo", escribe en Twilight in the Desert: The Coming Saudi Oil Shock and the World Economy (Ocaso en el desierto: el próximo colapso petrolero saudiárabe y la economía mundial). ''La producción saudiárabe -añade- está en su mayor volumen sostenible o cerca de él... y es probable que empiece a decaer en un futuro previsible''.

Además, existen pocas probabilidades de que Saudiarabia llegue a descubrir yacimientos que puedan remplazar los que están en decadencia. ''Los esfuerzos de exploración del país árabe en las tres décadas pasadas fueron más intensos de lo que los observadores habían supuesto", indica Simmons. "Y los resultados, cuando mucho, fueron modestos."

Si Simmons tiene razón y el dogma oficial es incorrecto, podemos despedirnos para siempre de la era de abundancia de petróleo. Y esto por una sencilla razón: Arabia Saudita es el principal productor mundial, y no hay otro proveedor de importancia (o grupo de proveedores) capaz de compensar la pérdida de producción saudiárabe cuando ocurra. Es decir, si el mantra saudiárabe resulta falso, nos encontraremos en un mundo totalmente nuevo: en la era del ocaso petrolero, como la llama Simmons. No será un mundo feliz.

Antes de abordar las implicaciones de una posible declinación de la producción petrolera saudiárabe, es importante mirar con mayor detenimiento los dos lados de este debate crucial: el punto de vista oficial, propagado por el Departamento de Energía (DE) estadunidense, y el opuesto, representado por el libro de Simmons.

Según el DE, Saudiarabia posee alrededor de la cuarta parte de las reservas mundiales probadas de petróleo, unos 264 mil millones de barriles. Además se cree que cuenta con posibles reservas adicionales por otros cientos de miles de millones. Sobre esta base, el DE afirma que "es probable que Arabia Saudita siga siendo el mayor productor mundial en el futuro previsible"

Para entender la importancia vital de Saudiarabia en la ecuación global de energía, es necesario considerar las proyecciones del DE en cuanto a oferta y demanda mundiales futuras de petróleo. En vista de la cada vez mayor sed internacional de este combustible -gran parte de la cual procede de Estados Unidos y Europa, pero con creciente proporción de China, India y otras naciones en desarrollo-, se prevé que las necesidades mundiales de petróleo salten de 77 millones de barriles diarios en 2001 a 121 millones en 2025, incremento neto de 44 millones. Por fortuna, dice el DE, la producción global también aumentará en la misma cantidad en años por venir, así que no habrá una escasez significativa de que preocuparse.

Sin embargo, la cuarta parte de este petróleo adicional -unos 12.3 millones de barriles diarios- tendría que provenir de Arabia Saudita, único país capaz de incrementar su producción en tal magnitud. Si se quitan los 12.3 milllones de barriles adicionales de Saudiarabia, en 2025 no habrá posibilidad de satisfacer la demanda mundial anticipada.

Por supuesto, se puede sugerir que otros productores entren a cubrir la demanda suplementaria, de manera notable Irak, Nigeria y Rusia. Pero estos países juntos tendrían que incrementar su producción en más de 100 por ciento apenas para cumplir la función que el DE les ha asignado en la proyección del crecimiento de la oferta global en las próximas dos décadas, lo cual de por sí puede exceder sus capacidades. Sugerir que también pudieran compensar la caída de producción saudiárabe estira la credulidad al punto de ruptura.

No es sorprendente, pues, que el Departamento de Energía y el gobierno saudita se hayan puesto muy nerviosos con las recientes expresiones de duda sobre la capacidad del país árabe de incrementar la producción. Estas dudas se ventilaron primero en una nota de primera plana de Jeff Gerth en el New York Times del 25 de febrero de 2004 (http:// www.energybulletin.net/333.html). Apoyándose en parte en información proporcionada por Matthew Simmons, Gerth informó que los campos petroleros saudiárabes "están en decadencia, lo cual orilla a funcionarios del gobierno y de la industria a plantear serias dudas de que el reino pueda satisfacer la sed petrolera mundial en los años por venir".

El informe de Gerth provocó una andanada de afirmaciones en contrario del gobierno saudita. Funcionarios de ese país insistieron en que podrían incrementar la producción y satisfacer la demanda mundial futura. "(Arabia Saudita) cuenta con inmensas reservas probadas de petróleo con un potencial sustancial de elevación", sostuvo Abadía S. Jum'ah, presidente de la empresa saudita Aramco, en abril de 2004. "Estamos en condiciones de expandir con rapidez la capacidad a altos niveles, y de mantenerlos durante largos periodos." Este debate impulsó al DE a hacer referencia al tema en su Panorama internacional de energía para 2004. "En un enfático desmentido al artículo del New York Times (del 24 de febrero) -dijo el DE-, Arabia Saudita sostuvo que sus productores de petróleo tienen plena confianza en su capacidad de sostener niveles significativamente altos de producción mucho más allá de mediados de este siglo".

Así pues, los ordinarios mortales no tenemos que preocuparnos de una escasez futura de petróleo. Dada la abundancia saudita, escribió el DE, "preveríamos que el petróleo convencional llegue al tope de producción más cerca de la mitad del siglo XXI que del principio".

En ésas y otras afirmaciones, los expertos petroleros estadounidenses siempre han vuelto al mismo punto: los administradores del petróleo saudita "tienen confianza en su capacidad" de obtener niveles significativamente altos de producción en el futuro. Sin embargo, en ningún caso han ofrecido verificación independiente de esa capacidad; se limitan a confiar en la palabra de esos funcionarios, quienes tienen cantidad de motivos para hablarnos de su confiabilidad futura como proveedores.

A final de cuentas, por tanto, las cosas quedan así: toda la estrategia petrolera de Estados Unidos, con su compromiso de confiar cada vez más en el petróleo como fuente primordial de energía, descansa en las afirmaciones sin comprobar de productores sauditas de petróleo de que pueden seguir incrementando la producción conforme a las predicciones del Departamento de Energía.

Y aquí es donde Matthew Simmons entra en escena, con su libro, meticulosamente documentado, en el cual muestra que no se puede confiar en que los productores sauditas digan la verdad respecto de su producción petrolera futura.

Primero unas palabras acerca del autor de Twilight in the Desert. Matthew Simmons no es un ambientalista militante ni un activista antipetrolero: es presidente y director general de uno de los principales bancos de inversión de la industria petrolera, Simmons & Company International. Durante décadas ha estado metiendo miles de millones de dólares en el negocio de la energía, financiando la exploración y desarrollo de nuevos yacimientos. En el proceso se ha vuelto amigo y asociado de muchas de las figuras más importantes de la industria, entre ellas George W. Bush y Dick Cheney. También ha acumulado un vasto almacén de información respecto de los principales campos petroleros mundiales, las perspectivas de nuevos descubrimientos y las técnicas de extraer y comercializar petróleo. Virtualmente no hay persona mejor equipada que Simmons para evaluar el estado de la oferta petrolera mundial. Y por eso su evaluación de la capacidad petrolera saudiárabe es tan devastadora.

En esencia, los argumentos de Simmons giran en torno a cuatro aspectos principales: (1) la mayor parte de la producción saudiárabe es generada por unos cuantos yacimientos gigantescos, de los cuales Ghawar -el más grande del mundo- es el más prolífico; (2) estos campos fueron desarrollados por primera vez hace entre 40 y 50 años, y desde entonces han dado mucho de su petróleo de fácil extracción; (3) para mantener altos niveles de producción en esos campos, los sauditas han tenido que recurrir cada vez más a la inyección de agua y otros métodos secundarios de recuperación para compensar el descenso de la presión natural del campo, y (4), conforme transcurre el tiempo, la proporción de agua a petróleo en esos yacimientos subterráneos se ha elevado hasta el punto de dificultar la extracción futura, si no imposibilitarla. Y encima de eso, existen muy pocas razones para suponer que la futura exploración saudita lleve a descubrir nuevos campos que remplacen a los que están en decadencia.

Twilight in the Desert no es un libro fácil de leer. En su mayor parte es un recuento detallado de la vasta infraestructura petrolera saudita, con apoyo en documentos técnicos escritos por ingenieros petroleros y geólogos de aquel país sobre distintos aspectos de la producción en campos particulares. Gran parte de estos datos se refieren al envejecimiento de los campos sauditas y al empleo de inyección de agua para mantener altos niveles de presión en los enormes depósitos subterráneos. Como explica Simmons, cuando se desarrolla por primera vez uno de estos depósitos, el petróleo brota del suelo por su propia presión; a medida que se ha ido sacando el petróleo de fácil extracción, los ingenieros inyectan agua en el perímetro del depósito para impulsar el petróleo restante hacia el pozo de extracción. Basándose en esos estudios técnicos, que por primera vez se citan en forma pública y sistemática, Simmons logra mostrar que Ghawar y otros grandes yacimientos se acercan con rapidez al fin de su vida productiva.

La conclusión de Simmons es indudablemente pesimista: "El ocaso del petróleo saudita vislumbrado en este libro no es una fantasía remota. Noventa por ciento de todo el petróleo que Arabia Saudita ha producido proviene de siete campos gigantescos. Todos han madurado y envejecido, pero siguen proporcionando más o menos 90 por ciento de la producción saudita actual... La producción de alto volumen de esos campos claves... se ha mantenido durante décadas mediante la inyección de enormes cantidades de agua, que sirve para mantener altas presiones en los depósitos subterráneos... Cuando estos programas de proyección de agua cesen en cada campo, la caída pronunciada de la producción será casi inevitable".

Así las cosas, sería el colmo de la insensatez suponer que los sauditas tienen capacidad de duplicar su producción petrolera en los años por venir, como proyecta el Departamento de Energía. De hecho sería un pequeño milagro si elevaran su producción en un millón o dos de barriles por día y sostuvieran ese nivel más de un año. A la larga, en un futuro no muy lejano, la producción saudita comenzará una drástica caída de la que no hay escape. Y cuando eso ocurra el mundo enfrentará una crisis energética en escala sin precedente.

En el momento en que la producción saudita entre en declive permanente, la edad del petróleo que conocemos llegará a su fin. Aún habrá petróleo disponible en los mercados internacionales, pero no con la abundancia a que hemos estado acostumbrados ni a un precio que muchos podamos pagar. El transporte y todo lo que éste afecta -lo que es decir, la economía en su conjunto- será muchísimo más costoso. El costo de los alimentos se elevará, pues la agricultura moderna depende en grado extraordinario de productos del petróleo para la labranza, la cosecha, la protección contra plagas, el procesamiento y la entrega. Muchos otros productos hechos con petróleo -pinturas, plásticos, lubricantes, medicamentos, cosméticos y demás- resultarán mucho más caros también. Bajo estas circunstancias, una contracción de la economía mundial parece inevitable, con todo el sufrimiento individual que sin duda traerá aparejado.

Si Matt Simmons tiene razón, es sólo cuestión de tiempo para que este escenario se presente. Si actuamos ahora para limitar nuestro consumo de petróleo y desarrollar alternativas energéticas no petroleras, podemos vislumbrar el ocaso de la era del petróleo con cierto grado de esperanza; si no, tenemos ante nosotros una época en verdad sombría. Y mientras más nos aferremos a la creencia de que Arabia Saudita nos salvará, más dolorosa será la caída inevitable.

Dado todo lo que está en juego, sin duda habrá intensos esfuerzos por refutar los hallazgos de Simmons. Sin embargo, tras la publicación de su libro ya no será posible que los aficionados al petróleo se pongan simplemente a corear "Saudiarabia, Saudiarabia, Saudiarabia" para convencernos de que todo está bien en el mundo del petróleo. Mediante su escrupulosa investigación, Simmons ha demostrado de manera palpable que, como no está todo bien en los gigantescos campos petroleros sauditas, la situación global de la energía sólo puede ir de aquí para abajo. De ahora en adelante, los que creen que habrá petróleo en abundancia por tiempo indefinido son los que deben presentar pruebas irrefutables de que los campos sauditas son de veras capaces de lograr altos niveles de producción.


Publicado originalmente en TomDipatch.com

(*) Michael T. Klare es profesor de estudios de paz y seguridad mundiales en el Colegio Hampshire y autor de Blood and Oil: The Dangers and Consequences of America's Growing Petroleum Dependency (Sangre y petróleo: peligros y consecuencias de la creciente dependencia estadunidense en el petróleo)

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