Asia - Pacífico

 

Afganistán: un narco estado protegido por la OTAN

Economía, droga, guerra

Pakistán explota la producción afgana de adormidera

Red Voltaire, París, 06/07/05

Desde que está bajo control de la fuerzas de estabilización de la OTAN, Afganistán se ha convertido en el primer productor mundial de opio. La mercancía se refina en los laboratorios de los servicios secretos pakistaníes y proporciona la mayor parte del producto nacional bruto de Afganistán y Pakistán, convertidos ambos en narcoestados. Lejos de ser de provecho para la población, esta fuente de riqueza se destina a la compra de armamento estadounidense con vistas al ataque contra Irán.

Inmediatamente después del ataque estadounidense contra Afganistán y el derrocamiento del autoproclamado emirato de los talibanes, el presidente George W. Bush envió un emisario especial encargado de evaluar la situación.

En su informe, James Dobbins indicaba: Las drogas son la principal fuente de dinero para financiar la reconstrucción, ampliamente por encima del monto total de las ayudas internacionales. La observación no resultó incierta.

En tres años, la producción de opio se desarrolló a toda velocidad. Hoy ocupa 130,000 hectáreas de tierra y representa el 87% de la producción mundial. En ese devastado país no existe en realidad otra fuente de riqueza, fuera de las ayudas internacionales, según observa el profesor Barnett Rubin, de la New York University.

Los dirigentes internacionales deploran unánimemente ese fenómeno. Es sin embargo imposible que éste haya tomado proporciones tan importantes sin la aprobación, por lo menos tácita, de los nuevos amos del país, o sea, del ejército de Estados Unidos y de la OTAN. Esa complicidad es ya un secreto a voces, aunque ningún responsable político se atreve a mencionarla en público.

Una excepción aparece sin embargo. La ministra francesa de Defensa, Michèle Alliot-Marie, no vaciló en expresar su irritación en las columnas del diario estadounidense Washington Post. En ellas deploraba que los soldados estadounidenses no se den cuenta que ese tráfico, destinado únicamente al mercado europeo, les concierne y que permitan que esto desarrolle ante sus ojos, aún cuando fue Estados Unidos quien pidió la ayuda militar de los europeos para estabilizar Afganistán.

Para entender lo que se esconde detrás de esa gigantesca hipocresía se hacen necesarias una mirada al pasado y algunas explicaciones técnicas.

Para que tenga algún valor comercial, la goma de amapola o adormidera tiene que ser refinada y distribuida luego en un mercado solvente para que tenga viabilidad. El cultivo solamente se desarrolla, por consiguiente, cuando goza del respaldo de laboratorios locales de refinado y redes internacionales.

Contrariamente al refinado de la cocaína, el de la heroína exige una importante logística, lo cual implica una organización centralizada lejos de los cultivadores. Una estructura de ese tipo no puede existir sin que lo sepa el poder político.

El cultivo de la amapola y adormidera con fines especulativos apareció por consiguiente al margen de la guerra civil, como resultado de una decisión política.

El jefe de los servicios secretos franceses, Alexandre de Marenches, se jactó de haber ideado el financiamiento de la lucha de los mudjahidines contra los soviéticos mediante la producción de droga y de haberlo aconsejado a su colega estadounidense.

El caso es que el cultivo se desarrolló, en los años 80, en el norte, a lo largo de la frontera afgano-pakistaní mientras que el refinado tenía lugar a menudo en el propio territorio afgano, bajo el control del ISI (los servicios secretos militares).

Aplicando a los soviéticos lo que ellos mismos habían sufrido en Vietnam, los estadounidenses enviaban de nuevo la heroína hacia Afganistán para consumo de los soldados soviéticos, desmoralizando así su ejército.

Lejos de terminar con la retirada de las tropas soviéticas, la guerra civil se convirtió durante los años 90 en una guerra de todos contra todos. Reagrupando bandas armadas sobre bases étnicas, los señores de la guerra se combatían entre sí según los vaivenes de alianzas efímeras. Cada uno financiaba sus propias fuerzas organizando el cultivo de la amapola y adormidera dentro del territorio bajo su control, mientras que el ISI pakistaní conservaba cierta autoridad frente a todos los grupos gracias al monopolio del proceso de refinado.

Los estadounidenses, quienes seguían vigilando la producción, se las arreglaron para encaminar gran parte de esta hacia Irán con el fin de socavar la sociedad revolucionaria islámica.

En 1992, en un esfuerzo por poner fin a la guerra civil afgana que él mismo había provocado, Washington trató de cortar su financiamiento mediante el cierre de las refinerías pakistaníes. La Casa Blanca envió importantes equipos de la DEA (Drug Enforcement Administration) a Islamabad. Pero era ya demasiado tarde. Los esfuerzos del general Asif Nawaz resultaron infructuosos. La propia economía pakistaní se había hecho dependiente de la droga.

Durante el período que antecedió al ataque de Estados Unidos contra Afganistán, la mayor parte del territorio afgano era gobernado por la confraternidad de los talibanes, gracias al apoyo del ISI. La confraternidad se había constituido unilateralmente en emirato y se financiaba exclusivamente mediante el cultivo de la adormidera y la amapola.

Los talibanes y su huésped, Osama ben Laden, inventaron casuísticamente el pretexto según el cual el Islam, si bien prohíbe a los musulmanes el consumo de drogas, no prohíbe producirlas para los infieles. Negociaron con Pino Arlacchi y con Estados Unidos y aceptaron destruir las cosechas a cambio de indemnizaciones substanciales, gracias a lo cual vivían alternativamente del opio o de las indemnizaciones.

En el norte del país, las tropas del fallecido y célebre comandante Massud y su Frente Islámico hacen exactamente lo mismo.

Los acuerdos entre los talibanes y la ONU para la destrucción de la cosecha hundieron al sistema de refinado del ISI pakistaní en una grave crisis económica. La divergencia conduce rápidamente a la ruptura, dando lugar a una enemistad entre Pakistán y los talibanes en momentos en que Estados Unidos entraba también en conflicto con la confraternidad, no por las mismas razones sino por causa de la construcción de un oleoducto.

La prensa occidental repite hoy constantemente que Osama ben Laden, el enemigo público nº1 de Estados Unidos, sigue vivo y que se esconde en las zonas tribales de la frontera afgano-pakistaní. Poco importa que sea cierto o no, lo interesante es observar que si así fuera el ejército estadounidense tendría que haber intervenido hace tiempo para sacarlo de allí, capturarlo y juzgarlo. Pero no ha sucedido nada eso, aún cuando los informes oficiales aseguran que esa zona tribal es refugio de los laboratorios de refinado.

En definitiva, se deja entrever que Ben Laden vive tranquilamente, convertido en barón de la droga del Waziristán. Como quiera que sea, con Ben Laden o sin él, el ISI pakistaní conserva el monopolio del proceso de refinado y las ganancias van a los cofres del régimen del general Pervez Musharraf.

La economía de Pakistán es, de hecho, extremadamente endeble. Algunas fibras textiles y los huevos constituyen sus únicas exportaciones. El Estado es sin embargo muy rico, tanto que puede comprar cazas-bombarderos a Estados Unidos así como poderosos navíos de guerra.

Lejos de exigir explicaciones al general Musharraf, durante su último viaje a la región la secretaria de Estado Condoleezza Rice se regocijó de haber vendido aviones F-16 de última generación a Islamabad (Pakistán), que solamente puede pagarlos mediante la explotación del opio afgano. Cada cual se hace de la vista gorda ante un sistema del cual es o fue partícipe, sobre todo en momentos en que Irán se ha convertido en la próxima víctima, en que el ejército pakistaní se hace indispensable para golpear a Teherán y ante operaciones que costarán mucho dinero.

No está de más recordar que el enviado especial del presidente Bush, James Dobbins, cuya evaluación de la situación citábamos al principio de éste artículo, es precisamente el presidente de la Rand Corporation, el grupo de presión política del complejo militar e industrial estadounidense.


En flagrante delito

Afganistán balance 2004: un narco estado protegido por la OTAN

Red Voltaire, 06/07/05

En el año 2000, en esa época el Afganistán era víctima del caos y estaba casi completamente controlado por los Talibanes, en esos tiempos no producía prácticamente del opio. Hoy, los informes del Departamento de Estado de los EEUU y del Órgano Internacional de Control de Estupefacientes, están de acuerdo para constatar que el Afganistán del presidente Hamid Karzai, bajo control de una fuerza militar de la OTAN, produce tres cuartos de la producción mundial de la droga de opio. Afganistán se ha convertido actualmente en un verdadero narco-estado junto al Pakistán, y en donde realiza más del 50% de su PIB gracias al comercio de narcóticos. Los Talibanes admiten que ellos habían podido controlar más eficazmente la producción de opio, pero ¿estaban ellos en la posibilidad de mejorar también el control de las fronteras del país en reemplazo del fallido control que efectúa actualmente la OTAN?

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