Avatares
de una ''primavera democrática "
El
"agujero negro" de los estados árabes
Por Gilbert Achcar (*)
Le
Monde Diplomatique, edición Cono Sur, julio 2005
Traducción
de Lucía Vera
Tras los recientes acontecimientos producidos
en el mundo árabe –asunción de Mahmud Abbas, elecciones en Irak y
Arabia Saudita, manifestaciones en el Líbano–, numerosos analistas
se apresuraron en anunciar una primavera democrática y á reconocer
los logros de la política exterior
de George W. Bush. Sin embargo el último informe del PNUD sobre el
mundo árabe indica que los progresos son ficticios y que los Estados
siguen oprimiendo a sus sociedades e impiden la institucionalidad
democrática y el respeto de los derechos humanos.
Tres
acontecimientos recientes han marcado a Medio Oriente: la muerte de
Yasser Arafat el 11–11–04, seguida el 9–1–05 por la elección
de Mahmud Abbas para la presidencia de la Autoridad Palestina; la
participación de una mayoría del electorado iraquí en las
elecciones del 30–1–05, y, finalmente, el asesinato del ex primer
ministro libanés, Rafic Hariri, el 14–2–05, seguido de una
protesta de gran amplitud para exigir el retiro de las tropas sirias
del Líbano y terminar con la pesada tutela de Damasco sobre las
instituciones del país.
A
eso se agregan acontecimientos de alcance más reducido, como las
elecciones municipales –en tres etapas, de febrero a abril– en
Arabia Saudita, o el anuncio del presidente egipcio Hosni Mubarak, en
febrero, de una reforma de la elección presidencial gracias a la cual
se podrá elegir entre varios candidatos por sufragio universal.
Hasta
ahora, había un candidato único designado por el Parlamento y
ratificado por un plebiscito.
La
conjunción de estos acontecimientos –que algunos han calificado
como "primavera árabe"– ha suscitado una oleada de
comentarios en la prensa mundial, a veces teñidos de ingenuidad.
Muchos ex detractores de George W. Bush disputaban entre sí para ver
quién reconocía primero, en un tono más o menos contrito, el hecho
de que, a fin de cuentas, su política exterior producía buenos
resultados; mientras los partidarios de siempre del Presidente
estadounidense mostraban una autosatisfacción a medida de la suya y
de su secretaria de Estado.
Pero
muchos hechos notorios contradicen esta impresión dominante. Yasser
Arafat, que sí fue elegido democráticamente por sufragio universal,
nunca dejó de reclamar el derecho a organizar nuevas elecciones
palestinas. Que le fueron negadas, porque la población palestina lo
habría elegido nuevamente.
Las
elecciones iraquíes fueron impuestas, después de una reñida lucha,
por una movilización masiva organizada en enero de 2004, convocada
por el gran ayatollah Ali Al–Sistani contra el procónsul
estadounidense Paul Bremer y sus patrones de Washington, que trataban
de imponer a los iraquíes una Asamblea Constituyente designada por el
ocupante. En cuanto a la impresionante movilización de la oposición
en el Líbano, fue desencadenada por el asesinato de Rafic Hariri y no
por alguna acción de Washington (¡a menos que se le atribuya la
responsabilidad del atentado!).
Autoritarios
y tradicionales
En
el caso de los regímenes dependientes de Estados Unidos, como el
"reino protegido" saudita o el régimen egipcio, principal
receptor después de Israel de la ayuda extranjera de Estados Unidos
(1), la presión de Washington es directamente responsable de las
reformas. Pero hay que tener una concepción muy restrictiva de la
"democratización" para felicitarse por las elecciones
sauditas, que sólo eligieron la mitad de los consejeros municipales
(la otra mitad la sigue designando la monarquía) a través del voto
de los nacionales con exclusión de las mujeres en un país sin
Parlamento donde, además, los partidos políticos están
estrictamente prohibidos.
En
cuanto a la reforma prometida por el Presidente egipcio, no constituye
para nada una garantía de democratización real, ya que la nueva ley
–adoptada por el Parlamento egipcio el 10 de mayo pasado y
ratificada el 25 por un referéndum denunciado por la oposición–
está redactada de tal manera que descarta cualquier candidatura no
aprobada por el propio Presidente.
En
efecto, todo candidato a la elección presidencial debe reunir ahora
250 padrinos que sean funcionarios electos, de los cuales por lo menos
65 deben ser miembros de la Asamblea del Pueblo, en la que el Partido
Nacional Democrático del presidente Mubarak tiene 412 de los 454
miembros.
Esto
significa que todavía estamos lejos del objetivo en materia de
democracia en esta parte del globo, para la cual el equipo redactor de
los informes sobre el mundo árabe del Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD) acaba de establecer un balance demoledor en
cuanto al estado de las "libertades" en sentido amplio; es
decir, agregando a las libertades civiles y políticas los derechos
sociales, económicos, educativos y medioambientales (2).
Como
ocurrió el año pasado, con gran perjuicio para Washington (3), la
nueva entrega del informe dé! PNUD –tercera de una serie de cuatro
(4)– se refiere a la ocupación israelí de los territorios
palestinos y a la ocupación de Irak como trabas para el
"desarrollo humano" en el mundo árabe, sin por eso exonerar
de sus responsabilidades a los regímenes árabes. Estos últimos
–tanto los regímenes autoritarios como los
"tradicionales" que utilizan la religión– reprimen en su
mayoría las libertades fundamentales de opinión, de expresión y de
asociación; con más severidad aun desde que esgrimen las exigencias
de la lucha contra el terrorismo.
El
informe describe la ausencia de legitimidad democrática en la mayoría
de los regímenes árabes, puesto que desnaturalizan los mecanismos
electorales y las instituciones representativas, falseando las reglas
del juego. Las instituciones judiciales son allí raramente
independientes de los gobiernos, cuando no se trata pura y simplemente
de jurisdicciones de excepción. Y los partidos políticos de oposición,
incluso cuando son tolerados, muy frecuentemente están marginados por
medio de todo tipo de trabas.
Los
ciudadanos árabes no gozan de habeas corpus, ni siquiera de una
garantía de derecho a la vida, encontrándose muchas veces atrapados
entre el fuego de grupos extremistas asesinos y el de gobiernos poco
preocupados de evitar que caigan los inocentes. Las mujeres, así como
frecuentemente las minorías culturales; religiosas o étnicas sufren
una "doble persecución", con lo que se agrega su opresión
específica a la opresión general.
El
informe califica al Estado árabe contemporáneo como un "agujero
negro", ya que al igual que el fenómeno astronómico del mismo
nombre, absorbe en su campo de gravitación –en el centro del cual
se yergue un poder ejecutivo omnipotente– a las fuerzas vivas de la
sociedad. Todo esto termina en la erosión de las legitimidades
tradicionales o carismáticas, religiosas o nacionalistas, y en un
empobrecimiento de la vida política que las organizaciones de la
sociedad civil no han estado en condiciones de superar.
Sin
embargo, el informe no se limita a la descripción de los síntomas;
también establece un diagnóstico que identifica las causas del déficit
democrático árabe. Descarta las explicaciones
"culturalistas" que remiten a percepciones sesgadas del
Oriente, del islam o de la "mentalidad árabe" que
contradicen, por ejemplo, una investigación comparativa internacional
(5). Además, la compatibilidad del corpus islámico con la democracia
es un asunto de interpretación (6): en definitiva, las exégesis son
elegidas en función de prácticas cuya fuente primera no es
religiosa. .
El
informe establece un balance severo de la actitud de las potencias
mundiales en la región árabe, poco preocupadas por promover allí la
democracia, porque están motivadas por dos consideraciones
principales: el petróleo y el Estado de Israel, a las cuales se
agrega ahora el terrorismo. Por otro lado, las principales fuerzas
populares de oposición a la dominación occidental, ya sean
nacionalistas o islamitas, han tenido históricamente una relación
estrictamente utilitaria con la cuestión de las libertades democráticas.
La naturaleza antidemocrática, real o supuesta, de algunos opositores
islamitas ha servido, y sirve todavía, de argumento para justificar
la negación de la democracia, lo que el informe denomina "la
trampa de las primeras y únicas elecciones".
El
estado de las libertades en el mundo árabe está asociado a las
estructuras sociales predominantes. El informe cuestiona la
supervivencia de tradiciones surgidas del tribalismo y de un sistema
de enseñanza que inculca la servidumbre voluntaria, así como la
pobreza y el incremento de las desigualdades sociales que traban la
participación política de los desfavorecidos. Además, la proporción
de los ingresos presupuestarios que suministra la renta,
particularmente en el caso de los países petroleros, libera al Estado
de la obligación de rendir cuentas a los ciudadanos contribuyentes.
Catástrofe
inminente
En
el capítulo de las soluciones, el informe del PNUD preconiza
principalmente los remedios convenientes para los déficits
diagnosticados: un conjunto de reformas políticas, legislativas y
constitucionales dirigidas a instaurar instituciones democráticas.
Sin descartar la posibilidad de un papel positivo de las presiones
extranjeras, el informe considera que la condición para logrado es el
respeto de los derechos y de las voluntades populares y la ausencia de
toda relación tutelar. .
El
cuadro de conjunto así presentado por el informe del PNUD es
edificante, aun cuando no aporta nada verdaderamente nuevo a los
familiarizados con la región.
El
hecho mismo de que emana de una agencia de Naciones Unidas y de haber
sido redactado por autores árabes, muchos de los cuales son
intelectuales de renombre, hace de él un instrumento que pueden
utilizar los demócratas árabes sin exponerse a las habituales
descalificaciones demagógicas.
El
informe adolece, sin embargo, de las limitaciones debidas a las
condiciones de su elaboración, en tanto informe de una agencia
intergubernamental. Extrañamente, subestima el papel, fundamental sin
embargo, de la televisión satelital –en particular el canal pionero
AI–Jazeera (7)– en la emergencia de una opinión pública árabe
autónoma. Como consecuencia, su constatación en cuanto al potencial
político de las poblaciones de lengua árabe parece exageradamente
sombría.
En
sus criterios democráticos, da pruebas. de una cautela demasiado
grande respecto a la religión: mientras la separación de la religión
y del Estado debería plantearse como una condición primordial de la
libertad, el informe llega a considerar que la designación
constitucional de la sharia como fuente de la legislación no es
incompatible con los derechos humanos.
Finalmente,
y sobre todo, para efectuar el cambio necesario se dirige tanto a los
gobernantes como a los gobernados. Con el fin de evitar la "catástrofe
inminente" que resultaría de una explosión social –que el
informe teme pudiera terminar en una guerra civil–, los reformadores
del poder y de la sociedad civil deben negociar una redistribución
política con vistas a lograr una "buena gobernabilidad".
Una perspectiva bien vana, vista la realidad de la opresión, característica
de la mayoría de los países árabes y la naturaleza social de los
gobiernos.
Un
estudio libre de toda restricción institucional concluiría más bien
en la necesidad de una unión de las fuerzas democráticas con el fin
de imponer desde "abajo" cambios radicales, que serán menos
violentos en la medida en que sean masivos, como lo ha demostrado
ampliamente la historia y como también lo confirma la actualidad
reciente.
Además,
en esta parte del mundo donde subsisten numerosos Estados
patrimoniales, en los cuales todavía las familias reinantes se
apropian de una parte considerable de los recursos nacionales, agrícolas
y mineros, no podría haber consolidación de la democracia sin una
importante redistribución de la propiedad y de los ingresos. Por eso
parece mucho más ilusorio instaurar de manera duradera las libertades
y la democracia por medio de una acción concertada con una parte de
las clases dirigentes en el mundo árabe actual que, mucho antes, en
las monarquías absolutas europeas o, hace poco, en las dictaduras
burocráticas de Europa central y oriental.
Pero
la peor ilusión es pretender llevar a cabo estos cambios con una
intervención militar externa, sea o no seguida de una ocupación.
Irak es la ilustración más notoria –en todos los sentidos del
adjetivo–– de la falta de adecuación del método adoptado por
Washington, teniendo en cuenta el objetivo declarado. La situación
política evoluciona allí peligrosamente, con tensiones crecientes
interétnicas e interconfesionales: cuanto más se prolonga la ocupación,
la profecía de los responsables de la ocupación, según la cual la
partida de sus tropas significaría el comienzo de una guerra civil,
podría revelarse autocumplida. Por otra parte, el espectáculo del
caos en el que se hunde Irak puede desacreditar la idea misma de
democracia ante los ojos de la población árabe.
Sin
embargo, la cuestión que se plantea no es tanto la validez de la
ocupación militar como medio de cambio democrático en el mundo árabe
–podremos acordar fácilmente en reconocer que no puede ser más que
contraproducente– sino la realidad de las pretensiones declaradas
por la administración Bush en cuanto a la promoción de la democracia
en esta región. Sólo hay que considerar "los dos pesos y las
dos medidas" que utiliza esta administración en sus relaciones
con los regímenes árabes para convencerse de que, a pesar de todas
las declaraciones en cuanto al "nuevo paradigma" que habría
introducido en la política extranjera, nada ha cambiado
verdaderamente en este aspecto (8).
En
efecto, la amistad que muestra George W. Bush a sus pares debe medirse
con la vara de las invitaciones a su rancho texano de Crawford, como
él mismo lo da a entender. Así, el ostensible calor con que recibió
recientemente (se movió ante las cámaras de la mano de su invitado),
al príncipe heredero saudita Abdallah, dirigente del Estado más
oscurantista del planeta, indica bien hasta qué punto se sigue
considerando en Washington al reino saudita como un aliado de la mayor
importancia.
Por
otra parte, al dictador libio Muammar Kadafi le bastó con permitir
que Bush y Blair anunciaran, en diciembre de 2003, que renunciaba a
tratar de conseguir armas de destrucción masiva, para volverse
frecuentable, como lo prueban desde entonces las sucesivas visitas de
Blair, Silvio Berlusconi, Gerhard Schröder y Jacques Chirac a Libia.
Sin
embargo, no puede negarse que el puntapié estadounidense al hervidero
árabe que constituyó la invasión a Irak, seguida de las
declaraciones "democráticas" de la administración Bush
(que trata de paliar el derrumbe del pretexto de las armas de
destrucción masiva), contribuyó a desestabilizar la región.
Esto
se traduce en el aumento de expresiones y de cuestionamientos
populares, hasta entonces ahogados por el peso de la
"particularidad despótica árabe" (9). Pero los resultados
de lo que se supone es una nueva ola de democratización de los
Estados del Oriente Medio –completando las que vivieron los Estados
ex fascistas después de 1945 y los Estados ex comunistas después de
1989– no responden, hasta ahora, a los deseos de Washington.
La
desestabilización de la región ha abierto brechas en las cuales se
han precipitado, de manera. predominante, fuerzas "políticas
percibidas por Estados Unidos como inquietantes, si no hostiles.
Aprendiz
de brujo
La
muerte de Yasser Arafat y su reemplazo por Mahmud Abbas han traído, a
falta de un avance israelí, un aumento en la fuerza del movimiento
islamita Hamas, emanación palestina del movimiento de los Hermanos
Musulmanes, que decidió entrar a la arena electoral después de
haberla boicoteado durante mucho tiempo.
Las
elecciones iraquíes marginaron al hombre títere de Washington, el ex
primer ministro Iyad Alaui, y fueron ganadas por una coalición de
partidos y de fuerzas mayoritariamente chiitas e integristas, cuyas
simpatías están más con Irán que con Estados Unidos.
Las
demostraciones de fuerza de Hezbollah alimentaron la obsesión de
Washington y sus aliados árabes sunnitas: el auge de una
"medialuna chiita" que se extendería desde Líbano a Irán,
pasando por el "poder alauita" de Siria y de los chiitas
iraquíes (Ver esta misma edición el artículo La amenaza de la
“media luna chiita”).
Incluso
el régimen del presidente egipcio Mubarak está enfrentado a una ola
de manifestaciones por parte de una oposición con mayor vigor,
inspirada en los ejemplos iraquí y libanés, y ampliamente dominada
por el movimiento de los Hermanos Musulmanes, como también las
oposiciones de Jordania y Siria. Matriz de la corriente moderna del
islamismo de vocación directamente política, la célebre cofradía
ha decidido lanzar una ofensiva política a escala regional para
obtener ventajas de una desestabilización a la que Washington ha
contribuido fuerte, voluntaria y, quizá más aun, involuntariamente.
Confrontada
a los alarmantes resultados de su propia política, la administración
Bush, alentada por la monarquía saudita y con gran pesar de los
neoconservadores, intenta ahora conjurar la mala suerte tratando de
establecer un diálogo con los Hermanos Musulmanes; otra vez
presentados como "islamitas moderados", una calificación
que por algún tiempo desapareció del vocabulario de moda en
Washington (10). En Oriente Medio, Estados Unidos se encuentra una vez
más en la postura del aprendiz de brujo.
Notas:
(*)
Universidad de París–VIII y Centro Marc–Bloch (Berlín). Últimas
obras publicadas: L'Orient incandescent, Editions Page Deux, Lausana,
2003, y Le choc des barbaries, 10/18, París, reedición 2004.
1.-
La ayuda estadounidense a Egipto alcanzó en promedio 2.000 millones
de dólares por año, de los cuales 1.300 millones fueron de ayuda
militar, ¡una prioridad elocuente para un país donde reina una gran
miseria!
2.-
PNUD (con asociados árabes), Arab Human Development Report 2004.
Towards Freedom in the Arab World, publicado el 5–4–05 y
disponible en internet (en árabe y en inglés; gratuito en árabe, y
está anunciada una versión francesa) en el sitio del PNUD (www.rbas.undp.org/ahdr2.cfm?menu=12).
3.-
G. Achcar, El proyecto de un gran Medio Oriente, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2004.
4-
El informe de 2002, un balance general del desarrollo humano en el
mundo árabe, identificó tres problemas principales: el conocimiento,
la libertad y la situación de las mujeres. El informe de 2003 estuvo
dedicado a “la construcción de una sociedad del conocimiento”. Y
el informe de 2005 estará referido a la cuestión femenina.
5.- World Values Survey (www.worldvaluessurvey.org).
6.-
El célebre profesor de Princeton Bernard Lewis ha refutado
vigorosamente, en muchos trabajos, la tesis de la incompatibilidad
entre el islam y la democracia; y recientemente también en Freedom
and Justice in the Modern Middle East, Foreign Affairs, Nueva York,
vol. 84, N° 3, mayo–junio de 2005. En su caso, se trata sobre todo
de justificar la enérgica intervención de Estados Unidos en Medio
()riente –Lewis apoyó la invasión de Irak y preconizó la subversión
del régimen iraní– en nombre de la democracia, nueva versión de
la “misión civilizadora” de los tiempos coloniales.
7.-
Olfa Lamloum, AI–Jazira, miroir rebelle et ambigu du monde arabe,
La Découverte, París, 2004.
8.-
Este artículo se limita al mundo árabe, pero la constatación se
extiende de hecho a la política estadounidense en el conjunto del
mundo musulmán y más allá. Véase David Sanger, There's Democracy, and There's
an Oil Pipeline, The New York Times, 29–5–05.9.- G.
Achcar, Le monde arabe orphelin de la démocratie, Le Monde
diplomatique, junio de 1997, donde se expresaba una opinión similar a
la del informe del PNUD en cuanto a la incumbencia extranjera en el
despotismo árabe.
10.-
Los debates que esta apertura de Washington suscita en el movimiento
de los Hermanos Musulmanes pueden ser seguidos en www.islamonline.net.
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