Iraq–Irán:
Gol en contra de Estados Unidos
Por Jim Lobe
Inter Press Service (IPS), 26/08/05
Washington. Los que aún creen en la sagacidad política
y militar de los neoconservadores, que impulsaron en Estados Unidos
las guerras en Afganistán y en Iraq, deberían prestar atención a la
cómoda posición en que dejaron a Irán, uno de los archienemigos de
este país.
Washington se encargó de todo: en 2001 desalojó de
Afganistán al movimiento radical islámico Talibán y en 2003 derrocó
al presidente iraquí Saddam Hussein. Los dos eran una grandísima
molestia para Irán.
Como si esto fuera poco, la nueva Constitución iraquí
que se debate esta semana podría instaurar un débil gobierno central
y conceder una importante autonomía al sur chiita, con lo que la
influencia iraní en Bagdad aumentaría aun más.
"La nueva Constitución fortalecerá las fuerzas
provinciales en el sur, que son proiraníes", pronosticó el
analista Juan Cole, de la estadounidense Universidad de Michigan
(noreste).
Cole explicó a IPS que la preponderancia de la ley
islámica en la nueva Constitución iraquí le dará a los clérigos
chiitas una significativa influencia en el Estado, haciendo que Iraq
se asemeje al modelo iraní.
"Aunque no tengan un clérigo de jefe supremo,
como en Irán, tendrán un sistema muy parecido al iraní, pues contarán
con cinco ayatolás en la Suprema Corte de Justicia rechazando todas
las leyes que vayan en contra la fe musulmana", afirmó.
"Nadie en Washington hubiera imaginado que, con
todos el costo humano y financiero de la guerra, Estados Unidos
terminaría apoyando un gobierno estrechamente vinculado con Irán",
dijo el analista Shibley Telhami, del centro de estudios
estadounidense Brookings Institution, en una conferencia organizada
por la revista The Nation.
Telhami recordó que los dos países del Golfo
firmaron un acuerdo según el cual Teherán brindará entrenamiento a
las fuerzas de seguridad iraquíes.
Esto no era lo que habían prometido los
neoconservadores, quienes aseguraron que, en gratitud por su
"liberación", los iraquíes preferirían a un gobierno
secular y pro–occidental.
También preveían la instalación en su territorio
de bases militares estadounidenses para presionar ––o
invadir–– a la vecina República Islámica de Irán, y acaso también
a Siria.
El error de los neoconservadores comenzó a notarse
desde que las tropas estadounidenses no fueron recibidas con
"flores y dulces", como ellos habían predicho, y cuando la
inesperada insurgencia sunita empezó a poner en jaque la ocupación.
Ellos creyeron que, concediendo más poder a los
chiitas, Estados Unidos podría crear en Iraq un modelo democrático
irresistible para la cada vez más desilusionada población iraní, la
que, a su vez, con cierto apoyo exterior, podría levantarse en armas
para derrocar a su régimen teocrático.
"Un gobierno apoyado por los chiitas iraquíes
sería una daga dirigida a la dictadura clerical de Teherán", señaló
Reuel Marc Gerecht, del conservador American Enterprise Institute, en
una columna publicada en diciembre por del diario The Wall Street
Journal.
Pero mientras Gerecth aseguraba que el nuevo gobierno
iraquí pondría en jaque a los mulá de Teherán, otros analistas
pronosticaban un escenario muy diferente.
"El verdadero ganador a largo plazo de la
'guerra contra el terrorismo' podría ser Irán", concluyó un
informe divulgado en septiembre de 2004 por el Instituto Real de
Asuntos Internacionales, el centro de estudios sobre política
exterior más influyente de Gran Bretaña.
"Los iraníes tienen mucho control sobre lo que
ocurre en Iraq. Estados Unidos sólo ahora se da cuenta de eso",
dijo entonces Gareth Stansfield, un o de los autores del trabajo, al
diario estadounidense USA Today.
Contrariamente a las predicciones de Gerecht, la
influencia iraní se fortaleció desde las elecciones en enero,
ganadas por la coalición chiita encabezada por el ahora primer
ministro Ibrahim Jaafari.
Esta coalición, integrada por el Partido Dawa, de
Jaafari, y el poderoso Consejo Supremo para la Revolución Islámica
en Iraq, además de obtener la mayoría de los votos en los comicios
federales, triunfó en nueve de las 11 provincias del país,
incluyendo la de Bagdad (centro).
"El Consejo Supremo fue creado en 1982 a
instancias del ayatolá Jomeini (fundador de la República Islámica
de Irán), y entre sus filas estaban su actual líder, Abdul Aziz Al
Hakim, y el actual primer ministro iraquí Jaafari", dijo Cole en
la conferencia de The Nation.
"Jomeini soñaba con que estos dos líderes
pudieran tomar el poder en Bagdad. (El presidente estadounidense
George W.) Bush y (su secretario de Defensa, Donald) Rumsfeld lo
hicieron realidad", agregó.
Desde que llegó al poder, Jaafari reactivó las
relaciones con Irán, que había mantenido congeladas su antecesor, el
ex primer ministro interino Iyad Allawi, e inició una etapa de vínculos
fraternales con Teherán.
Ambos países suscribieron acuerdos de asistencia
militar e infraestructura, incluyendo un proyecto de oleoducto que
enviará crudo iraquí a plantas refinadoras en Irán y un aeropuerto
en la meridional ciudad iraquí de Nayaf.
También acordaron otros programas de cooperación
para la creación de escuelas, hospitales y mezquitas.
La visita el mes pasado de Jaafari a Teherán, donde
fue recibido cordialmente por el nuevo presidente iraní, el
ultraconservador Mahmoud Ahmadinejad, y el líder supremo, el ayatolá
Alí Jamenei, incluyo un peregrinaje a la tumba de Jomeini, gesto que
disgustó a los neoconservadores de Washington.
Mientras, se presume que la inteligencia iraní
penetró a tal punto en las fuerzas de seguridad iraquíes
––muchos de cuyos miembros fueron entrenados por la propia Guardia
Revolucionaria de Irán–– que Estados Unidos restringió el
intercambio de información con las autoridades de Iraq.
Muchas de las nuevas autoridades de gobierno iraquíes
vivieron por varios años en Irán y gozaron de estrechos vínculos
con Teherán. Incluso el actual presidente iraquí, el kurdo Kalal
Talabani, contó con un importante apoyo iraní durante el régimen de
Saddam Hussein.
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