Medio Oriente

 

La hostilidad EE.UU.-Irán

Una contradicción política, los amigos estadounidenses de Israel y la provocación de un conflicto

Por Caise D. Hassan
Shamireaders / Rebelión, 07/09/05
Traducido por Germán Leyens

La hostilidad de la administración Bush hacia Irán contradice los intereses estadounidenses en la región – incluso si Bush las define como “promoción de la democracia” y “lucha contra el terrorismo”. Al comprender el historial de diplomacia y política de Irán, se hace evidente que corresponde a los intereses de Estados Unidos que se normalicen las relaciones con la República Islámica. Incluso antes de Bush, los partidarios estadounidenses de Israel anularon los esfuerzos iraníes hacia un acercamiento con EE.UU. Los estadounidenses pro-israelíes despertaron la hostilidad de EE.UU. hacia Irán para fortalecer el poder de Israel en Medio Oriente.

La diplomacia y la política iraníes durante los últimos 15 años sugieren que Irán no representa una amenaza ni para Estados Unidos ni para los estados en Medio Oriente y Asia Central. Se puede deducirlo después de investigar la actual conducta de la política extranjera de Irán; esto exige que se cuestione el mantra, tan generalizado en el debate estadounidense, de que Irán es un estado delincuente cuyo principal interés es el apoyo del “terrorismo internacional”. (i) Una comparación de la conducta de Irán con la de tres aliados estelares de EE.UU. en la región –Israel, India y Pakistán, todos potencias nucleares – pone a prueba la sinceridad y validez del argumento de Bush de que Irán representa una amenaza inminente para la civilización.

Desde el fin de su guerra con Irak en 1989, Irán ha mejorado las relaciones con sus principales adversarios en el mundo árabe. El gobierno del presidente Muhammad Khatami reanudó las relaciones diplomáticas con Arabia Saudí después de casi dos décadas de rompimiento después de la revolución iraní. Desde 1999, Irán y Egipto han abierto comunicaciones tendientes a reanudar las relaciones diplomáticas. (ii) Irán ha trabajado con estos países para terminar la lucha divisiva que ha perjudicado las relaciones árabe-iraníes desde el régimen del shah Reza Pahlavi.

Irán también ha evitado las guerras de EE.UU. en Irak y Afganistán, a pesar de que las bases de EE.UU. que rodean las fronteras de Irán podrían amenazar a Teherán. Es probable que las consecuencias de las invasiones hayan complacido a Irán. Las guerras eliminaron a Sadam Husein y a los talibán, dos adversarios de Irán que mataron a civiles chiíes y afganos durante las guerras de los años ochenta y noventa. Desde la perspectiva de una guerra estadounidense para “erradicar el terrorismo”, Irán ha sido un espectador benevolente. Ambas naciones tenían enemigos comunes ante de las guerras de Afganistán e Irak. Y, desde el punto de vista de la política histórica de EE.UU. de mantener a los monarcas de la península árabe en el poder, Irán ha ayudado a los objetivos de esa política; ha mejorado sus relaciones con los aliados árabes de EE.UU.

Mientras Irán ha mantenido una política extranjera moderada, los aliados clave de EE.UU. en la “guerra contra el terror” cuentan con un serio historial de conquistas, ocupaciones, apoyo para Bin Laden, y desarrollo de armas nucleares.

Israel recibe la mayor ayuda externa dada por EE.UU. a pesar de que ha causado mucha destrucción y sufrimientos a los pueblos de Medio Oriente. Su ocupación de territorios palestino y sirio entra a su cuarta década. Es un período en el que Israel invadió a cada uno de sus vecinos: Egipto, Jordania, Siria, y Líbano; bombardeó el reactor nuclear de Irak en Osirak; y violó el espacio aéreo saudí con un provocador vuelo sobre Tabuk. Israel ha causado desde entonces que más de un millón de personas pierdan un techo bajo el cual vivir y ha utilizado armas de guerra modernas, a veces prohibidas, para masacrar a decenas de miles de civiles en los territorios bajo su control.

A pesar de los discursos altruistas sobre los peligros de la proliferación nuclear, el presidente Bush ha guardado silencio sobre la capacidad nuclear de Israel. Israel se ha convertido en una de las cinco principales potencias nucleares del mundo; su arsenal de más de 200 ojivas nucleares es suficientemente poderoso para arrasar toda capital árabe de Trípoli a Doha, desde la tierra, el mar, o el aire. La posesión de un arsenal tan amplio de armas debería ser una preocupación más seria para la seguridad del mundo que el programa de enriquecimiento de uranio de Irán, que no puede fabricar una bomba. Pero, para Washington, tiene más sentido dirigir los aviones estadounidenses hacia Teherán que censurar a un aliado con antecedentes de inicio de guerras y con el poder de fuego para incinerar a sus vecinos.

De la misma manera, India y Pakistán reciben el apoyo estadounidense aunque poseen armas nucleares. India, en realidad, se ha asociado con Israel para colocar misiles crucero en submarinos. (iii) A pesar de los peligros de esas armas en funcionamiento para Asia y el Oriente Próximo, Bush no ha presionado a la ONU y a sus agencias de inspección para que inicien el desarme en Asia del Sur.

Los gobiernos de India y Pakistán también han manejado sus asuntos exteriores así que, si EE.UU. los midiera con los mismos raseros que la retórica de Bush sobre una presunta perfidia de Siria e Irán, los misiles Hellfire lloverían sobre Delhi y Karachi. Tropas indias que ocupan Cachemira han tratado a los civiles con mucha más brutalidad que los sirios a los libaneses bajo su régimen. La mano de Pakistán en la conducción de las relaciones militares no es mejor. Si Bush quiere dar una batida mundial contra los que financian el “terror”, debería orientar su atención hacia Peshawar. En esta ciudad en la frontera entre Afganistán y Pakistán, los Servicios Paquistaníes de Inteligencia [ISI, por sus siglas en inglés] fueron un distribuir clave de la ayuda de EE.UU. y Arabia Saudí a la Oficina de Servicios de Bin Laden; los ISI también presentaron a Osama Bin Laden a los talibán en 1996. (iv) Desde luego, los aliados en la “guerra contra el terror” de EE.UU. evitan hasta la más ligera reprimenda por el financiamiento de Bin Laden, cuyo asesinato en masa es la supuesta razón para la guerra. El dictador militar de Pakistán, Pervez Musharraf, se ha convertido en uno de los “aliados clave en la guerra contra el terror” de Bush – una mención de honor que sería comparable a que se nombrara a Ariel Sharon, fiscal adjunto en un tribunal sobre el genocidio.

Estas flagrantes inconsecuencias entre el trato dado por EE.UU. a sus aliados y su hostilidad hacia Irán son desconcertantes, si se consideran los intentos de Irán de mejorar sus relaciones con Estados Unidos.

Segmentos moderados de la dirección de Irán han tratado de mejorar las relaciones formales con Washington desde mediados de los años noventa. Es un logro que podría ser mutuamente provechoso. La economía iraní podría beneficiarse del levantamiento de las sanciones estadounidenses. Asimismo, Washington podría tener acceso a vitales recursos iraníes que necesita, como ser el gas natural. El presidente reformista Mohammed Khatami inició contactos diplomáticos con la administración Clinton durante su segundo período. Khatami trató de levantar las sanciones económicas que afectaban a la economía de Irán; también esperaba recuperar activos iraníes que fueron congelados en los bancos estadounidenses después del derrocamiento en 1979 del Shah. Si Washington hubiera aceptado los gestos de Khatami, los estadounidenses habrían recibido a cambio un copioso suministro de gas natural. Igualmente, Irán podría haber sido un gran mercado para productos estadounidenses; es una perspectiva lucrativa para EE.UU. por el crecimiento de la clase media de Irán y de las áreas urbanas. El deshielo de las relaciones trae mutuos beneficios económicos y diplomáticos para ambos países.

Incluso algunos partidarios de la “línea dura” dentro del establishment iraní están a favor de una mejora de las relaciones EE.UU.-Irán. El ex presidente iraní Akbar Hashemi Rafsanjani prometió este paso en su campaña electoral. Finalizó segundo en las recientes elecciones presidenciales. Aparte del recuerdo del pueblo iraní de la endémica corrupción y los pobres antecedentes de derechos humanos de su régimen, su posición flexible hacia EE.UU. puede haber contribuido a la derrota de Rafsanjani, particularmente cuando los iraníes prevén ataques aéreos estadounidenses contra su país. El abogado de derechos humanos iraní Shirin Ebadi informa que “muchos iraníes” temen que la elección de los “partidarios de la línea dura” llevaría a “importantes concesiones a Occidente a cambio de tener mano libre en la dirección de Irán”. (v) Ebadi es un abogado de los derechos humanos que obtuvo el Premio Nobel y destacado opositor a los gobernantes clericales de Irán. Que un elocuente disidente frente al gobierno iraní diga que el establishment iraní está dispuesto a negociar con EE.UU. sugiere que existe un espacio para negociaciones estadounidenses-iraníes respecto al tema nuclear iraní.

Pero en estas circunstancias, vemos los esfuerzos de los partidarios de Israel – lobbyistas e intelectuales neoconservadores convertidos en estadistas – por crear un estado de guerra entre EE.UU. e Irán. La inconsecuencia del trato de Washington hacia un Estado relativamente neutral como si fuera un criminal, mientras ignora al mismo tiempo los crímenes de sus próximos aliados se hace evidente al considerar el papel israelí en el sabotaje de las relaciones entre EE.UU. e Irán. Calificados frecuentemente de “agentes de Israel en EE.UU.” o “la cabala”, esos personajes pro-israelíes enfocan la política iraní de EE.UU. con dos preocupaciones generales: En primer lugar, quieren discapacitar a todo gran Estado o entidad política en Medio Oriente que pueda ser una barrera contra los asentamientos y la expansión de Israel en los países árabes; segundo, quieren instalar en el poder en el gobierno iraní a una autoridad que sea dócil ante las necesidades de Israel – aliada con Israel como el difunto shah Reza Pahlavi.

Los amigos estadounidenses de Israel sabotearon el intento de acercamiento de Irán durante las administraciones de Clinton y Bush. Clinton firmó una orden ejecutiva imponiendo sanciones económicas contra Irán y castigando a compañías estadounidenses que realicen negocios de grandes proporciones con ese país. Las sanciones y el rechazo de Clinton a la diplomacia de Khatami ocurrieron después de que el lobby de Israel, el Comité EE.UU.-Israel de Asuntos Públicos [AIPAC por sus siglas en ingles], presionó a la Casa Blanca. Después del 11–S, el discurso del “Eje del Mal” del presidente Bush asestó otro golpe a la reconciliación entre EE.UU. e Irán; identificó a Irán como enemigo, aunque Irán era en realidad un adversario de Al-Qaeda. Una carta que recibió después de los ataques del 11-S de destacados likudniks, partidarios neoconservadores de Israel, provocó el discurso de Bush. Urgieron a Bush a atacar a Irán y Siria a menos que terminaran con su apoyo a Hizbolá –– un partido político sin conexión con Al-Qaeda, pero que derrotó la ilegal ocupación del sur de Líbano por Israel. (vi)

La alianza entre Irán y Hizbolá no representa una amenaza aparente a los intereses a largo plazo de EE.UU. en Medio Oriente. En realidad, la relativa estabilidad que Líbano ha logrado desde que Hizbolá expulsó al ejército israelí es mejor para los inversionistas occidentales, que podrían beneficiarse con la educada población de Líbano y su fácil acceso al mar Mediterráneo.

La preocupación por la alianza iraní con Hizbolá podría residir en el deseo de destruir la resistencia más efectiva a su expansión en Medio Oriente.

Parte de la razón para la hostilidad hacia Irán es la estrategia de Tel Aviv de debilitar a su principal adversario en el norte. El control sobre el sur de Líbano ha sido hace tiempo una prerrogativa del establishment israelí, tanto Mapai–laborista como del Likud. Durante la guerra árabe-israelí de 1948, David Ben-Gurion discutió con su gabinete planes para instalar un gobierno cristiano pro-israelí en Líbano. (vii) Hizbolá, desde luego, fue responsable de la derrota de los planes de Ariel Sharon de establecer este gobierno cliente falangista en Líbano durante la guerra de los años ochenta. El retiro final de Líbano en 1999 durante una administración laborista israelí no resolvió el problema en la frontera norte para Israel. Miembros del partido Likud de Sharon han exigido que Hizbolá sea destruido y los likudniks en Washington han reaccionado políticamente con la aprobación de la Ley de Responsabilidad Siria – legislación que establece sanciones estadounidenses contra Hizbolá y Siria por su supuesta participación y auspicio en “actos de terror”. El santo grial para Israel y sus apoyos estadounidenses es destruir el sostén del apoyo financiero y militar iraní para Hizbolá. Un Hizbolá desarmado y debilitado creará un vacío del poder en el sur de Líbano que permitirá la reanudación de la influencia israelí en la política del área.

Los likudniks en la Casa Blanca creen que la eliminación de Hizbolá y de sus protectores del tablero de ajedrez de Medio Oriente llevará a una resolución final del conflicto israelí-palestino – favorable al movimiento de colonización de Israel, desde luego. Varios de los principales colaboradores de Bush que además trabajan para Israel – incluyendo a Richard Perle, firmante de la carta a Bush, y Douglas Feith — concibieron la estrategia para el partido Likud de Israel en un documento de 1997 llamado “Una ruptura limpia”. Escribieron que el primer ministro Benjamin Netanyahu debería abandonar las negociaciones de paz israelíes-árabes y obligar a los palestinos a aceptar la colonización israelí de Jerusalén y de Cisjordania. Los palestinos serían obligados a entregar su tierra después que Israel, con apoyo militar de EE.UU., despedace grandes, populosos, estados musulmanes que se oponen a la anexión israelí de tierra palestina y los reemplace por gobiernos amistosos. Partes cruciales de esta estrategia incluía el derrocamiento de Sadam Husein y el ataque contra “Hizbolá, Siria e Irán”. [viii] Privada del apoyo diplomático y financiero de Irán, argumentan los neoconservadores, la resistencia palestina a la ocupación israelí pasará a ser historia. William Kristol, editor neoconservador de The Weekly Standard, agrega que la liquidación del gobierno de Irán por EE.UU. “mejorará considerablemente” la posibilidad de terminar el conflicto israelí-palestino. [ix] En pocas palabras, un Israel libre de resistencia musulmana a sus objetivos puede “trascender” a sus vecinos e imponer la “paz” bajo sus propias condiciones, como lo recomienda “Una ruptura limpia”.

La segunda, y no menos importante, parte del plan de los likudniks neoconservadores israelíes y estadounidenses para Irán es resucitar el estado de las relaciones iraníes-israelíes que prevalecía antes de la revolución de 1979. Las amistosas relaciones iraníes-israelíes en esa época facilitaron los intereses de Israel en la región, considerando su pequeño tamaño y su posición hostil hacia el área que lo rodeaba.

El Shah de Irán suministró a Israel la mitad de su petróleo; esto fue crucial para la economía de Israel en una época en la que los estados árabes se negaban incluso a mantener relaciones diplomáticas con Israel y cuando aumentaban los precios globales del petróleo. La recepción del petróleo iraní se hace aún más importante en la actualidad por la rebelión en Irak. Los planes estadounidenses para la posguerra sobre el petróleo iraquí incluían la construcción de un oleoducto que transportara crudo de los ricos campos de Kirkuk a la ciudad-puerto de Haifa. Esto habría sido una gran ayuda para los israelíes debido a los bajos costos de transporte del petróleo. Pero la resistencia iraquí sigue saboteando los oleoductos en Kirkuk, debilitando las perspectivas de que Israel reciba el material.

Irán también fue un estrecho aliado político y militar de Israel antes de 1979. Como informara la CIA, la estrecha relación de Israel con Irán tuvo el propósito de “desarrollar una política favorable a Israel y contraria a los árabes entre los funcionarios iraníes”. [x] El esfuerzo rindió dividendos para Israel. El Shah y su establishment gobernante reconocieron tácitamente a Israel y favorecieron la colonización israelí de tierras palestinas, a pesar de la oposición de la mayoría de los iraníes. Los militares iraníes también sirvieron como policías para Israel, combatiendo a los movimientos árabes de liberación en el Golfo. A cambio de esta cooperación, el Mossad entrenó a la tristemente célebre policía secreta del Shah, el SAVAK, en el arresto y la tortura de disidentes iraníes que desafiaban las políticas del Shah. El movimiento disidente ganó tanta fuerza debido a la brutal represión del Shah, que el Shah, sus partidarios monarquistas, y el Mossad, se vieron obligados a huir de Irán. [xi]

Los neoconservadores y las organizaciones judías estadounidenses colaboran con los partidarios del difunto Shah Reza Pahlavi en California para preparar el derrocamiento de la República Iraní y restaurar la monarquía Pahlavi. Su sucesor elegido es Reza Pahlavi, hijo del Shah. Mostró poco interés en suceder a su padre antes de los ataques del 11-S; pero las cosas cambiaron cuando la administración Bush clasificó a Irán como parte del “eje del mal”. Como revela Pooya Dayanim, monarquista y presidente del Comité Iraní-Judío de Asuntos Públicos en Los Ángeles: “Hay un pacto que emerge entre los halcones en la administración, grupos judíos y partidarios iraníes de Reza Pahlavi para impulsar un cambio de régimen” [xii] en Teherán. Desde el 11-S, Pahlavi se ha reunido con Ariel Sharon, Benjamin Netanyahu, y el presidente de Israel Moshe Katsav, y también se ha dirigido a varios grupos judíos, incluyendo un think tank pro-israelí cercano al Pentágono, el Instituto Judío de Asuntos Nacionales de Seguridad [Jinsa, por sus siglas en inglés]. Estos grupos “le darán apoyo privado y ayudarán a organizar reuniones con funcionarios de EE.UU.” para trabajar hacia su “restauración” [xiii]

Michael Ledeen, miembro del American Enterprise Institute, un think tank neoconservador, ha organizado reuniones entre Reza Pahlavi II y funcionarios del gobierno estadounidense favorables a un “cambio de régimen” en Irán. Ledeen y los monarquistas iraníes presentaron a la Casa Blanca un plan de guerra para utilizar la acción clandestina y bombardeos de las instalaciones nucleares de Irán. Los neoconservadores esperan que esta guerra limitada provoque una rebelión popular contra el gobierno iraní. Para inspirar esta revuelta, “disidentes” iraníes en Los Ángeles también emitieron propaganda por satélite a Irán, llamando a los iraníes a rebelarse. Ledeen tiene asimismo antiguas conexiones con exiliados del establishment iraní, incluyendo al traficante de armas Manuchehr Ghorbanifar. Ghorbanifar y Ledeen fueron organizadores esenciales del “fiasco Irán Contra”, el negocio de armas israelí para Irán que obtuvo la liberación de los rehenes estadounidenses en Líbano durante el período de Ronald Reagan. Los neoconservadores y Ledeen esperan utilizar los contactos de Ghorbanifar dentro de las fuerzas armadas iraníes como palanca para un levantamiento contra el gobierno iraní.

Puede ser que el plan ya se haya hecho realidad. Scott Ritter, antiguo inspector de armas de la ONU y miembro de la inteligencia militar de EE.UU. ha afirmado que la guerra contra Irán ya ha comenzado. Señala que los vuelos teledirigidos de EE.UU. sobre Irán y las actividades de la CIA en ese país representan una violación de la soberanía iraní; por lo tanto constituyen actos de guerra. Agentes de la CIA y Fuerzas Especiales de EE.UU. “están entrenando junto con fuerzas azerbaijanas para formar unidades especiales capaces de operar dentro de Irán para reunir inteligencia, entrar en acción directa, y movilizar a la oposición local contra los ulemas en Teherán”. Desde su base aérea en Azerbaiján, aviones estadounidenses pueden atacar Teherán más rápido que desde bases en los estados árabes del Golfo. Ritter concluye que “el poder aéreo de EE.UU. debería estar en condiciones de mantener una presencia de casi 24 horas al día sobre el espacio aéreo de Teherán una vez que comiencen las hostilidades militares”. [xiv] Esto convierte la invasión en una posibilidad real – a pesar de los problemas que las fuerzas armadas estadounidenses tienen actualmente en Irak y su escasez crónica de tropas.

Sea cual sea la disposición o capacidad de EE.UU. de invadir Irán, los intereses de Israel habrán sido servidos incluso por un bombardeo limitado de Irán. La estrategia a largo plazo de Israel en Medio Oriente es mantener a sus mayores adversarios en un estado de debilidad militar y, en última instancia, dependientes de un orden regional dirigido por Israel. [xv] Los ataques aéreos contra Irán lo obligarían a desviar sus energías del desarrollo económico y el refuerzo de sus fuerzas armadas, a la defensa contra la guerra con un leviatán estadounidense. Esto drena recursos del apoyo a su aliado al norte de Israel, Hizbolá. Con un gran Estado de Medio Oriente, Irak, reducido a escombros, y otro, Irán, combatiendo la subversión estadounidense, la posibilidad es poco prometedora de que un poderoso Estado musulmán o árabe emerja para apoyar los derechos palestinos en la región. Israel puede expandir su empresa colonizadora en Jerusalén y en Cisjordania y dedicarse sin impedimentos a sus ambiciones regionales.

Esto, desde luego, perjudica al pueblo estadounidense que paga la cuenta e incurre el riesgo por la agenda israelí. Tiene que financiar otra guerra contra un Estado que no posa una amenaza para EE.UU. y que sólo podría beneficiar a la economía de EE.UU. en tiempos de crecientes costes de energía. Los estadounidenses también sufrirán víctimas en una guerra con Irán; igual que los costes y consecuencias que seguramente afectarán a ciudadanos estadounidenses a medida que ataques aéreos estadounidenses matan a civiles chiíes iraníes. Si Irán puede tomar represalias contra una embajada israelí fuertemente protegida en Argentina por la destrucción por Israel de un avión civil iraní, no les será difícil tomar represalias contra civiles e intereses empresariales estadounidenses en Medio Oriente.

El despertar del público estadounidense hacia la supina demencia política en Irak debe ser ampliado a una amplia oposición a la agenda neoconservadora para la reestructuración de Medio Oriente. Una guerra que dure décadas y la ocupación de países musulmanes es una aventura en la que los estadounidenses no pueden vencer, a pesar de que sus dirigentes se lo digan. El 11 de septiembre fue la primera y trágica señal de la derrota de esa política. Las víctimas estadounidenses en Irak y Afganistán parecen ser la segunda. La derrota final vendrá cuando la política estadounidense hacia Medio Oriente cambie bajo la fuerza de la resistencia local en el área, más que por el debate en EE.UU.; entonces veremos a los soldados, las empresas y las embajadas estadounidenses huyendo del Norte de África, de Asia y de Medio Oriente más rápido que lo que Bush tarda en decir “cambio de régimen”. Entonces, el gran proyecto imperial de Washington y Tel Aviv habrá traído, en retrospectiva, aislamiento y miseria económica al pueblo de Estados Unidos. La desactivación de la crisis iraní es un primer paso para evitar esa tragedia.


Notas:

[i] Como comparación: una declaración de la Casa Blanca del 16 de junio de 2005, en la que Bush observa: “En la actualidad Irán está gobernado por hombres que reprimen la libertad en el interior y difunden el terror en todo el mundo”. Citado por Jim Lobe en “Bush and Hawks Try Pre-Emptive Strike Vote VS. Iran,” Interpress Service, 20 de junio de 2005.

[ii] Zvi Barel, “East Faces West,” Haaretz, 26/12/2003.

[iii] Timur Moon, “Anti-Islam Axis Goes Nuclear,” english.aljazeera.net, 22/9/2003.

[iv] Ahmed Rashid, Taliban: Militant Islam, Oil, & Fundamentalism in Central Asia. London: Yale Nole Bene, 2001. pp. 180-187.

[v] Shirin Ebadi and Muhammed Sahini, “In the Mullahs’ Shadow,” Wall Street Journal, 15 de junio de 2005, p. A14.

[vi] William Kristol, et al, “Letter to President Bush on the War on Terrorism,” www.newamericancentury.org/bushletter,htm. Project for a New American Century, 20/9/2001.

[vii] Cited in Tom Segev, 1949: The First Israelis, New York: Henry Holt & Co, 1998, p. 10.

[viii] Richard Perle, James Colbert, Charles Fairbanks, Jr., Douglas Feith, Robert Loewenberg, David Wurmser, y Meyrav Wurmser. “A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm.” Jerusalem: The Institute for Advanced Strategic and Political Studies, 1997. Los autores han servido en posiciones destacadas en el Pentágono, el Consejo Nacional de Seguridad, la Casa Blanca, y la Inteligencia de la Casa Blanca después de cocinar este documento para el gobierno de Netanyahu en Israel.

[ix] “The End of the Beginning,” The Weekly Standard, 12/5/2003.

[x] Citado por James Bill en “The Eagle and the Lion: The Tragedy of American-Iranian Relations”. New Haven: Yale UP, 1988. P.430. El capítulo de esta cita contiene una discusión detallada de la estrecha relación de Israel con funcionarios del gobierno iraní durante el reino del Shah.

[xi] C.F., Bill, The Eagle and the Lion; Amin Saikal, The Rise and Fall of the Shah, Princeton: Princeton UP, 1980.

[xii] Marc Perelman, “New Front Sets Sights on Toppling Iran Regime,” The Forward 17 de mayo de 2003.

[xiii] Ibid,

[xiv] Scott Ritter, “The U.S. War with Iran Has Already Begun,” english.aljazeera.net, 20 de junio de 2005.

[xv] C.F. Israel Shahak, “The Continuing Aims of Zionist Policies in the Middle East,” Journal of the Middle East Policy Council, Spring 1986, No. 16; Noam Chomsky, The Fateful Triangle: The United States, Israel, and the Palestinians. Cambridge: South End Press, 1999, pp. 455-463.

Volver