El
duelo Washington–Teherán
Por
Thierry Meyssan
ATTAC–Madrid,
09/09/05
Desde
hace cincos años los neoconservadores vienen preparando la invasión
de Irán. Los argumentos que usaron para justificar su propia ambición
han sido desmentidos, uno tras otro. Pero se niegan a renunciar a sus
amenazas. Mientras tanto, gracias al apoyo de sus electores, las
fuerzas políticas iraníes han logrado evitar el enfrentamiento
directo y hacer que cualquier operación militar resulte demasiado
costosa para Washington.
En
el momento de su llegada al poder en Washington, el equipo Bush–Cheney
estaba decidido a lanzar un ataque militar contra Irán y a apoderarse
de sus recursos energéticos. En una obra de referencia del Project
for A New American Century, Present Dangers [1], había publicado ya
en detalle su argumentación para «vender» aquella guerra a quienes
financian la campaña electoral y, más tarde, a la opinión pública.
Se
mencionaban entonces cinco slogans:
*
Irán apadrina el terrorismo internacional.
*
Irán apoya a los militantes islámicos en todo el mundo.
*
Irán se opone al proceso de paz y a la existencia misma de Israel.
*
Irán viola los Derechos Humanos, sobre todo en lo concerniente a los
baha’is y los judíos.
*
Finalmente, Irán está tratando de obtener la bomba atómica.
Como
verán, tres de esos slogans ya no funcionan. En las series melodramáticas
de la televisión estadounidense los productores deciden a veces
cambiar al actor que interpreta determinado personaje. Una voz en «off»
anuncia entonces que el papel de X será interpretado por Y. De esa
misma manera se acusó durante años a Libia de ser la causante de
todos los males, hasta que de pronto, y sin explicación, se le
atribuyó esa responsabilidad a Irán y, más tarde, a la invisible
al–Qaeda. Fue así que los atentados contra las torres de Khobar (en
Arabia Saudita) fueron primeramente atribuidos, sin dejar espacio a la
menor duda, a Irán. Pero más tarde, a finales de 2001, se anunció
sin la menor explicación que al–Qaeda interpretaría en lo adelante
el papel de culpable.
La
imputación según la cual Irán financiaba en secreto todos los
movimientos radicales musulmanes del mundo fue desechada cuando se
quiso transferir esa responsabilidad a la familia real saudita y
tratar de derrocar al regente Abdallah. Pero pasó al olvido cuando el
objetivo era tratar de separar y oponer entre sí a sunnitas y chiítas
en Irak.
Finalmente,
la acusación de que Irán viola los derechos religiosos de los baha’is
y los judíos generó mucho debate y polémica. En efecto, los judíos
son sospechados de colusión con Israel pero pueden ejercer su religión
y están representados políticamente. Respecto a los baha’is, ellos
en cambio si están discriminados y muchos de sus santuarios
religiosos han sido destruidos; desgraciadamente esta intolerancia
religiosa no empezó con la Revolución Islámica sino mucho antes.
Quedan
el antisionismo y la amenaza atómica.
En
su Discurso del año 2002 sobre el estado de la Unión, el presidente
Bush anunció sus prioridades militares al acusar a Irán, Irak y
Corea del Norte de haber fomentado un pacto nuclear secreto para
destruir Estados Unidos. Se trata de la célebre fórmula del «Eje
del Mal», en la que se mezclan las referencias al Eje fascista de los
años 30 y al Imperio del Mal de la Guerra Fría.
Tres
años después, ya nadie cree que esos Estados hayan concluido aquel
pacto. Por un lado, porque los regímenes de Irán e Irak no habían
restablecido aún la paz entre ellos mismos después de una guerra
larga y sangrienta, y por otro lado porque no apareció nunca la menor
prueba de la existencia de aquel complot.
Washington
no encuentra ya argumentos ni análisis que lo justifiquen, pero su
apetito no se ha saciado. Habiéndose apoderado ya del corredor de
circulación afgano y de las reservas petrolíferas iraquíes, los
estrategas estadounidenses apuntan hacia Irán. La campaña
preparatoria de propaganda ha sido redirigida, por consiguiente, hacia
la cuestión nuclear, con una pizca de sobreentendidos en cuanto a
alguna responsabilidad secreta de Teherán en el fracaso de la Coalición
en Irak.
Basándose
en el principio de que todas las técnicas actuales son duales, o sea
que pueden ser utilizadas tanto con fines civiles como militares,
Estados Unidos acusa a Irán de trabajar en secreto en la fabricación
de la bomba atómica. Varios indicios, ampliamente estudiados por los
expertos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA),
pudieron haber hecho surgir la duda en algún momento, pero está
demostrado hoy que fueron mal interpretados. Poco importa. Para
Washington, la ausencia de pruebas no significa que Irán sea
inocente, así que hay que lanzar un ataque preventivo contra ese país.
Por
otra parte, sin preocuparse por las sutilezas orientales, los
neoconservadores lograron imponer un esquema simplista de la vida pública
iraní. Según ellos, la parálisis del país era síntoma de un
divorcio entre el pueblo y el «régimen de los mollahs». Este último
estaría siendo minado desde el interior por una oposición binaria
entre «conservadores», descritos como fanáticos y misóginos, y «progresistas»,
abiertos a Occidente y a la modernidad.
Para
apoderarse de Irán, había entonces que reforzar esa oposición, de
manera que esta se apoyara en las frustraciones del pueblo, derrocara
a los malos y pusiera al país del lado del Bien. A fuerza de
transmisiones de radio y televisión, y de gastar millones de dólares,
Washington no dudaba ya del resultado de las elecciones presidenciales
de junio de 2005. El ayatollah Rafsanyani, un político hábil, sería
el ganador, quizás sin tener que disputar siquiera una segunda
vuelta. La prensa occidental aplaudía ante esta posibilidad, con
excepción de la prensa israelí que denunciaba un simple cambio de
fachada.
Sin
embargo, como hemos notado desde hace años, ese análisis está
basado en factores imaginarios. La parálisis del país no se debía a
un rechazo popular del régimen, sino a la presencia de tres fuerzas
en el poder, no de dos. La primera de ellas encuentra su legitimidad
en la revolución islámica. Tiene un carácter social en materia económica
y rigorista en lo concerniente a las costumbres (se trata de los
supuestos «conservadores»). La segunda está enfocada en el mundo
internacional de los negocios y es, por supuesto, favorable a la
distensión con Washington (son los «reformistas»). La tercera
fuerza se compone de antiguos combatientes de la guerra Irak–Irán y
tiene un carácter social y nacionalista. Esta última es la que
recibió el amplio apoyo de los electores para salir de la trihabitación.
En cuanto al problema nuclear, éste es objeto de un consenso nacional
que no tiene nada que ver con las tendencias antes mencionadas.
Dado
que el Guía Supremo de la Revolución condenó desde hace tiempo la
bomba atómica como algo incompatible con el Islam, no es posible
imaginar cómo podrían desarrollarse en Irán grandes programas
militares secretos. Ello no impide a Teherán dejar planear la duda en
la medida en que su belicoso vecino, Israel, sí posee el arma
nuclear. El propio desarrollo económico del país supone actualmente
la producción de energía nuclear y en la medida en que los iraníes
se sienten orgullosos de sí mismos y de sus científicos es poco
probable que estén dispuestos a renunciar a su propio porvenir.
La
elección de Mahmud Ahmadineyad a la presidencia de la República Islámica
ha sido ampliamente calificada de «sorpresa» por los mismos que se
equivocaron. Ante el primer momento de indecisión de la prensa
occidental y la caída de la movilización contra Irán, Israel
emprendió rápidamente una campaña de prensa contra el ganador de
las elecciones. Testigos más providenciales que creíbles lo acusaron
de haber participado en la toma de rehenes de la embajada de Estados
Unidos, de tener algo que ver con torturas contra civiles y hasta de
haber asesinado a un disidente kurdo en Viena. Después,
organizaciones manipuladas, como la AIPAC, lo describieron como un misógino
patológico que los «duros» del régimen utilizan como títere. Al
verificar esto se supo que la prueba de su odio por las mujeres sería
que, como alcalde de la capital, hizo construir un amplio parque al
que los hombres no pueden entrar. Más tarde, ese argumento miserable
dejó el terreno al calificativo ultrajante de «islamo–populista».
Le Figaro, por ejemplo, acusaba así al nuevo presidente iraní de
haber comprado a los electores de la capital desarrollando en ella los
servicios sociales.
Sin
embargo, en materia de propaganda, el hecho de que esos argumentos
hayan sido invalidados uno tras otro en cuatro años no tiene
importancia ya que han sido utilizados sucesivamente de manera que Irán
aparezca siempre en posición de acusado. Así se transmite la idea de
que «no hay humo sin fuego» y que Teherán tiene que ser culpable de
algo.
Entretanto,
el poder iraní no se ha quedado cruzado de brazos sino que ha
fortalecido sus relaciones con Rusia, país que supervisa su industria
nuclear civil y le proporciona misiles estratégicos, mientras que
ingenieros iraníes construyen un puerto en el Mar Caspio ruso; ha
establecido una alianza económica con China, así que no teme a
posibles sanciones económicas por parte de Estados Unidos y la Unión
Europea, y finalmente movió sus peones en Irak de tal manera que
incluso controla un sector del gobierno instaurado por la Coalición.
Los
protagonistas libran hoy una verdadera carrera de velocidad.
Primeramente, el gabinete de Dick Cheney confió al general Ralph Ed.
Eberhart la elaboración de planes de ataque nuclear contra Irán. En
segundo lugar, el Pentágono dejó que se filtraran hacia sus aliados
los pormenores de un plan político–económico–militar global
contra Irán. En tercera, el MI6 y la CIA financiaron el desarrollo de
los movimientos separatistas con base en Londres y del grupo
terrorista de los Muyahidines del Pueblo, con sede en Washington. Por
su parte, los iraníes han bloqueado todos los canales de manera que
la Coalición no pueda atacar sin destruirse a sí misma debido a la
interrupción de la mayor parte de los suministros de petróleo que
causaría dicha agresión. Lógicamente, una guerra parece improbable
en estos momentos ya que sería desastrosa para los propios atacantes,
pero la arrogancia ha empujado a veces a los imperios a lanzarse sobre
presas demasiados fuertes.
Notas:
(*)
Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con sede en París,
Francia. Es el autor de La gran impostura y del Pentagate.
[1]
Present Dangers, Crisis and Opportunity in American Foreign and
Defense Policy, trabajo colectivo realizado bajo la dirección de
Robert Kagan y William Kristol (Encounter Books, 2000). El
título de la obra hace referencia al Comité sobre el Peligro
Presente que avivó en su época el espíritu de la Guerra Fría en
Estados Unidos.
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