Ninguna autoridad
brinda ayuda a la Cachemira paquistaní. "El ejército estuvo
aquí dos horas y se fue; nada más les importa Islamabad",
denuncian los sobrevivientes
"El gobierno
nos ha abandonado"
Por Justin Huggler
Corresponsal en Cachemira
The Independent / La Jornada, 12/10/05
Traducción de Gabriela Fonseca
Bagh, Cachemira, 11 de
octubre. En Cachemira, la gente ha empezado a perder la esperanza. En
la pila de escombros que solía ser el Colegio de Oficios número 6 de
Bahg, se encuentran sepultados más de mil 500 estudiantes, algunos de
ellos de 15 años; y los demás, no mucho mayores.
Durante los cuatro
días que siguieron al terremoto del sábado, la gente aquí escuchó
los gemidos de los adolescentes atrapados pidiendo ayuda desde las
ruinas del colegio. Trataron de remover los escombros con las manos
desnudas, pero no pudieron moverlos. Rezaron para que llegara ayuda
del gobierno, pero nunca llegó. Este martes, el último de los
adolescentes atrapados cayó en el silencio. Ahora todos están
muertos.
El saldo del terremoto
es de 23 mil muertos, pero podría llegar a 40 mil. En todo Pakistán
la gente está muriendo a medida que se retrasa la ayuda. Los cuerpos
de socorro llegan a Muzaffarabad, donde están las cámaras del mundo,
pero en el resto de la Cachemira paquistaní no hay signos de apoyo.
Las tareas de auxilio
se retrasaron todavía más hoy, debido a lluvias torrenciales que
impidieron que los helicópteros despegaran y convirtieron los caminos
dañados en ríos de lodo.
En el colegio número 6
de Bagh, personas de la localidad acomodaron, con gran reverencia, los
libros de ejercicios y cuadernos que encontraron entre los escombros,
como una especie de monumento improvisado. Un cuaderno con pasta de
cuero negro tenía el nombre de Syed Qamar Abbas, y su número
telefónico. En su interior hay notas que corresponden a la primera
clase de un curso de contaduría: Se acababa de inscribir y
probablemente no tenía más de 15 años.
Un libro de ejercicios
llevaba el nombre de Anees Shah, y contenía las notas de una clase de
inglés, escritas en titubeantes y extrañas letras occidentales.
"Lenguaje: la forma en que expresamos nuestros
pensamientos", decía. Era todo lo que quedaba de esos
estudiantes, lo único que le quedó a sus familias para hacer un
duelo.
La gente se reunía
alrededor de un cadáver que rescataron de las ruinas. Su rostro se
volvía negro a medida que se descomponía. "No sabemos quién
es", decía Syed Hassan Ali, maestro de inglés y uno de los
pocos sobrevivientes de la escuela. "Nadie lo reconoce. No
sabemos quiénes son sus padres ni si ellos viven".
Aunque nadie sabía
quién era, se reunían en torno al cuerpo que casi era un sustituto
de los de los seres queridos que no podían recobrar de entre las
ruinas.
"Nadie nos está
ayudando, sólo tenemos a Dios", gritó un hombre, antes de
romper en llanto.
El terremoto ocurrió
cuando comenzaba la primera clase de la jornada. Para los estudiantes
es demasiado tarde, pero para los sobrevivientes la situación sigue
siendo desesperada. La mayoría de ellos no tiene techo. No hay
suficientes tiendas de campaña y muchos se ven obligados a dormir a
la intemperie, en una lluvia tan fuerte que ayer dañó la superficie
de un camino. Hace frío y las calles y campos se han convertido en
lodo.
"El gobierno
paquistaní nos ha abandonado. Dicen que Cachemira es parte de
Pakistán, pero cuando los necesitamos no hacen nada por
nosotros", afirmó Azhar Mushtaq Kasher.
El enojo contra el
gobierno paquistaní es palpable en las calles. La gente insiste en
que las autoridades no han mandado ayuda. "El ejército vino dos
horas y se volvió a ir", dice Ali, el maestro. "A ellos
sólo les interesa Islamabad, no nosotros", aseguró Kasher.
La ausencia de ayuda
básica está matando a la gente. Masfaq Qamar dijo que un amigo suyo
murió por una herida en la pierna. "Pedía agua a gritos, pero
no había agua para darle", dijo.
Kasher y Qamar figuran
entre los miles de voluntarios que fueron a pie a Bagh para ayudar,
bloqueando los caminos. Ante la ausencia de ayuda gubernamental, la
gente común se arremolina en las áreas más afectadas llevando
alimentos, medicina, cobijas y palas para buscar sobrevivientes.
Los señores Kasher y
Qamar provienen de un poblado ubicado en la línea de cese el fuego
entre Pakistán e India. Han pasado largas noches escuchando el fuego
entre los ejércitos indio y paquistaní, que se lanzan bombas
mutuamente. El terremoto llegó tras décadas de guerra y violencia
que ya habían dejado traumatizada a Cachemira.
Durante todo el día,
desde las montañas, personas abandonaron las ruinas de sus casas para
ayudar en Bagh. Durante cuatro días se quedaron en las ruinas de sus
poblados esperando que llegara la ayuda. Nunca llegó. El martes se
les terminó la comida y salieron de sus aldeas.
El doctor Naim Tariq
ayudaba a trasladar a su prima desde las montañas en una camilla.
Ella tiene la pierna rota y no puede caminar. La travesía duró seis
horas bajo la lluvia torrencial que destruyó el camino y arrastró el
pavimento hasta el valle. Muchos traían la ropa empapada pegada al
cuerpo, tiritaban y tosían violentamente.
"¿Qué más
podíamos hacer?" se preguntó el señor Tariq, "No quedó
nada allá arriba.
Desapareció toda la
aldea. No hay cobijo, hemos dormido a la intemperie durante cuatro
días. No hay alimentos, ni agua ni ayuda médica. Nadie ha venido. El
camino hacia mi aldea está totalmente bloqueado por los deslaves y
por eso tuvimos que caminar".
Su prima yace en la
camilla bajo la lluvia. Después de la travesía, sus familiares no
han encontrado en Bagh un techo bajo el cual dejarla descansar.
Los intentos de enviar
ayuda a Cachemira se han visto frustrados debido a la geografía.
Cachemira es un laberinto inaccesible de altas montañas y valles
estrechos. Pero la gente de Bagh afirma que si el pueblo es
inaccesible, esto se debe a años de negligencia del gobierno
paquistaní.
"Mire a su
alrededor. ¿Puede usted creer que estamos a sólo 160 kilómetros de
la capital de Pakistán?", preguntó el señor Ali.
Es verdad que Cachemira
está dolorosamente subdesarrollada. Puede que esté a sólo 160
kilómetros de Islamabad, pero el viaje dura seis horas a través de
un deplorable camino que serpentea a través de las montañas.
"Mire las casas
privadas que siguen en pie", dice el señor Ali. Muchas lo
están, si bien tan dañadas que son inhabitables. "En cambio el
colegio se derrumbó completamente. Los edificios públicos aquí son
los peor construidos. Mucha gente murió en esta escuela porque sólo
había una salida ¿Puede creerlo? Sólo una salida...".
Una enorme ola de
resentimiento ante el fracaso del gobierno al enviar ayuda se está
formando en la Cachemira paquistaní. Es diferente en la capital de la
provincia, Muzaffarabad. Ahí, los inmigrantes de otras partes de
Pakistán han hecho que la ciudad sea una mezcla étnica. Pero en Bagh
casi todos son cachemiros y se sienten abandonados. Casi todos los
estudiantes que murieron dentro del colegio eran cachemiros.
A medida que caía la
noche, la furia adquirió un tono más siniestro. En un solitario
camino en la montaña, un hombre apareció en la oscuridad, amenazando
con un revólver. Era hora para retirarse hacia la seguridad de
Islamabad. Pero los cientos de personas durmiendo al aire libre en
Bagh no podían darse ese lujo.
No hay ejército, sólo
personas indefensas; incluso combatientes islámicos llegan a ayudar
Ante la ausencia de
autoridades, los sobrevivientes se hacen cargo de las tareas de
auxilio
Por Justin Huggler
Corresponsal en Cachemira
The Independent / La Jornada, 11/10/05
Traducción de Jorge Anaya
Jbalakot, Pakistán, 10
de octubre. Esta ciudad ha dejado de existir. Donde alguna vez se
levantó Balakot, hoy se encuentra un montón de escombros. Todo se ha
ido: casas, tiendas, negocios, todas las escuelas.
Para cruzar las ruinas
hay que trepar montículos de concreto y pasar sobre los azulejos que
alguien escogió para su cocina. Un hombre encontró el cuaderno de
ejercicios de un niño entre los escombros y se sentó a hojearlo en
silencio. Debajo de cada montículo hay cadáveres.
El gobierno paquistaní
informó este lunes que el terremoto del sábado borró toda una
generación.
"Dicen que el
sismo mató 19 mil personas en todo Pakistán. Yo creo que fueron 20
mil nada más aquí en Balakot", dice Sorba Khan, quien ha venido
de voluntario a apoyar el esfuerzo de auxilio.
Mientras el mundo
envía médicos, helicópteros, comida, tiendas y perros rastreadores,
y los rescatistas sacan sobrevivientes de las ruinas en Islamabad, la
cantidad de muertos en los tres países afectados (Pakistán, India y
Afganistán) llega a 22 mil. Y decenas de miles han resultado heridos.
Las agencias de socorro informaron que más de 120 mil personas, entre
ellas muchos niños, están en necesidad urgente de abrigo y que hasta
cuatro millones podrían haber perdido su hogar.
En el norte de
Pakistán, comunidades enteras fueron borradas del mapa. Cuando
retiren los deslaves que bloquean los caminos encontrarán que ya no
llevan a ninguna parte, más que a tumbas formadas de escombros. Y son
los niños los que han llevado la peor parte. Hasta los pocos que no
quedaron aplastados en su salón de clases encaran un futuro incierto.
Muchos quedaron huérfanos, la mayoría han perdido a los adultos que
les daban casa, vestido y sustento.
Este lunes seguían
cavando en la gran montaña de concreto destrozado que fue alguna vez
la escuela de Balakot. Había 317 niños dentro cuando ocurrió el
sismo; sólo dos han salido vivos. No hay equipos de rescate, sólo
personas de la localidad que arañan la tierra con las manos y tratan
de cortar las varillas de hierro de refuerzo con simples seguetas.
"¡Silencio!",
grita alguien. "Podemos oír a uno." Y la muchedumbre que se
ha reunido sobre los escombros del edificio, formada en buena parte
por padres de los alumnos, se queda callada. Luego todos a una se
ponen a orar por los niños que siguen atrapados, en un murmullo que
crece en intensidad mientras las capas de concreto tiemblan
peligrosamente bajo sus pies. Pero pocos de esos niños podrán
sobrevivir mucho tiempo más. La mayoría probablemente han muerto, y
Balakot está consumida por la rabia de que a esta hora todavía no
haya llegado ayuda alguna del gobierno.
Mohammed Azrael está
sentado al borde de los escombros de la escuela. Cuando se sintió el
terremoto, él pasaba por la calle frente a la escuela con su esposa,
Khatoom, y su hija, Shamim. "Eché a correr, pero cuando miré
hacia atrás ya no estaban", relata. "La escuela les cayó
encima." No tiene más hijos y su casa está derruida. Allí
sentado, espera.
Todo el día se ven
cuerpos en Balakot. Las personas que remueven escombros no encuentran
más que muertos. Los sacan en camillas para enterrarlos. Un hombre
llevaba en brazos a su hija; la niña, cuya cabeza colgaba a un lado,
era muy pequeña para necesitar camilla. Su padre caminaba llorando.
Desde antes de llegar a
la ciudad en ruinas se podían ver grandes columnas de personas que
avanzaban hacia allá. Serpenteaban por las laderas de las colinas,
descendiendo hacia el río: miles de personas marchando con picos y
palas al hombro, con bolsas de comida y frazadas para los
sobrevivientes bajo el brazo. Un vasto contingente de voluntarios, un
ejército del pueblo que llegaba a hacer lo que el gobierno no hace:
prestar ayuda.
El contraste con Nueva
Orleáns después del huracán Katrina no podía ser más marcado: en
Estados Unidos, mientras la ayuda gubernamental no llegaba,
saqueadores armados merodeaban en las calles y los sobrevivientes
tenían que juntarse para estar seguros. En Pakistán han llegado
personas de todo el país para ayudar en el esfuerzo de socorro.
Sencillamente abandonaron su trabajo; algunos viajaron de mosca,
colgados peligrosamente de los costados de camiones y minibuses que
serpenteaban en las peligrosas curvas sobre un paisaje de vértigo.
Otros caminaron durante horas por las montañas bajo el sol quemante,
absteniéndose hasta de tomar agua porque es el mes de ayuno
musulmán, el Ramadán.
Ibrahim Aviv procede de
Peshawar, cerca de la frontera afgana, a cuatro horas de aquí en
automóvil. No tiene amigos ni parientes en esta ciudad. "Vine
porque hay musulmanes necesitados. Vine por el Islam." Pero está
indignado. "¿Dónde está el ejército?", exclama.
Un aire de solidaridad
Pocos policías
patrullan las ruinas. No se necesitan: en este rincón de Pakistán no
hay casa sin un Kalashnikov, y por lo común para los occidentales es
inseguro aventurarse aquí. Pero este día un aire de solidaridad
prevalece en la calles. Todos están aquí por la misma razón.
Hasta los combatientes
islámicos llegan a ayudar. Por lo menos tres personas quedaron
atrapadas vivas en las ruinas de un hotel, en el centro de la ciudad.
Apeñuscado en un pequeño hueco bajo las ruinas, que pueden
derrumbarse en cualquier momento, está un joven en pantalón de
combate. Es un militante del Harkat ul–Mujahidín (Movimiento de los
Guerreros Sagrados), facción respaldada por el gobierno que envía
militantes a incursionar en la Cachemira administrada por India y que
en Occidente está en la lista de grupos "terroristas". Tal
organización mantiene campos de adiestramiento en la zona.
"Estábamos en la
oficina del movimiento cuando ocurrió el sismo", relata Tabark
Hussein, de 29 años, militante que dice llevar seis años peleando
"en la frontera" con India. "Nuestros comandantes nos
dijeron que fuéramos a las zonas afectadas a ayudar. Nos hemos
distribuido por toda la región, hay montones de aldeas
afectadas."
Llega un hombre con
lágrimas en los ojos. "Vine a ayudar, pero, ¿qué puedo hacer?
No tengo equipo especial para cavar.
Hay 300 niños
enterrados en la escuela y no podemos ayudarlos... ¿qué puedo decir?
No tengo palabras. No hay gente del gobierno por aquí, sólo personas
indefensas con sólo sus manos."
Balakot era un destino
turístico, adonde venían los paquistaníes para escapar del calor de
las planicies en verano. El paisaje es de arrebatadora belleza, en el
extremo de un largo valle cincelado por un río caudaloso entre
enormes montañas. Pero después del sismo se ha vuelto un lugar de
muerte. El camino quedó cortado por los derrumbes.
Este lunes, los miles
de voluntarios desafiaron deslaves y rocas y escombros que caían
desde las precarias laderas. Muchas de las zonas afectadas se
encuentran en valles remotos como éste, segregadas del mundo
exterior.
El único signo visible
del ejército paquistaní son los helicópteros que llegan para
trasladar a los heridos más graves. Por la tarde, un equipo francés
de rescate llega a la escuela. Pero para los demás sobrevivientes no
hay nada, y en la noche hace frío.
Mohiuddin Mohammed
Alí, que tiene cinco hijos, dice: "Necesitamos refugio y todas
las casas están destruidas. No tenemos adónde ir y necesitamos
comida".
Alí nació en esta
ciudad. Después de servir en la marina, se retiró y regresó a su
tierra. Pero ahora dice que se marchará y no volverá nunca.
"Nadie puede reconstruir Balakot", declara. "No
queremos estar aquí. Todo lo que teníamos se ha ido."
Un equipo de seis
rescatistas para una ciudad devastada que no tiene ni hospitales
Paquistaníes claman
por ayuda y condenan al gobierno de Musharraf
Por Justin Huggler
Corresponsal en Cachemira
The Independent / La Jornada, 10/10/05
Traducción de Jorge Anaya
Muzaffarabad,
Cachemira, 9 de octubre. Cuando lo sacaron de las ruinas respiraba,
pero apenas. La piel de su rostro había adoptado ya el tono grisáceo
de un cadáver, y cuando lo sacaron a la luz sus ojos se salieron de
las órbitas y su mano derecha atenazó convulsivamente el aire un
momento y después cayó a un lado.
Había sobrevivido más
de 24 horas atrapado en un estrecho espacio entre las lajas de
concreto que pulverizaron a sus vecinos, y ahora su corazón dejó de
latir, en el momento preciso en que los rescatistas lo sacaron.
"¡Atrás,
necesita oxígeno!", gritó uno de los médicos a la multitud.
Los curiosos dijeron que se llamaba Iqbal. Le dieron masaje al
corazón y resucitación allí, arriba de los escombros de su casa.
El rescatista que le
daba respiración de boca a boca levantó la cara para gritar
"¡Ambulancia, ambulancia!" a la muchedumbre, con voz
quebrada por la desesperación.
Atrapado entre
escombros más de un día, Iqbal debió haber oído los gemidos y
gritos de ayuda de otros sobrevivientes mientras estaba allí
indefenso. Ahora luchaba por su vida.
Entonces hubo un grito
de alegría. Su corazón latía de nuevo; una destartalada ambulancia
llegó y se lo llevó a un helipuerto, desde donde lo trasladarían a
Islamabad.
La magnitud de la
devastación causada por el terremoto que sacudió esta región la
mañana del sábado se reveló finalmente este domingo, cuando
Cachemira, administrada por Pakistán y aislada del mundo exterior
durante todo un día por las avalanchas, finalmente se volvió
accesible. La cifra de muertos era mucho mayor que las previsiones
más pesimistas del sábado: por lo menos 30 mil la tarde del domingo,
y aún falta sacar miles de cuerpos de entre los escombros.
Y así estaba este
domingo Muzaffarabad, llamada hoy la Ciudad de la Muerte, la zona
construida más cercana al epicentro de un terremoto tan poderoso que
se sintió desde Afganistán hasta Bangladesh.
"Por favor, tienen
que ayudarme", gritó un hombre, abriéndose paso hasta los
rescatistas. "Mi hermano está atrapado en las ruinas. Está vivo
pero morirá si no vienen a sacarlo." Pero tendría que esperar,
le dijeron. En toda la ciudad había un solo equipo de seis
rescatistas, venidos desde Turquía, y en ese momento trataban de
sacar a un hombre y una mujer atrapados en el edificio donde cavaban.
"¡Mándenme los
cortadores de piedra si no pueden venir!", suplicó el hombre.
"Yo mismo lo saco."
El sismo del sábado
fue de 7.6 grados Richter. Secciones enteras de esta ciudad se
vinieron abajo; las calles están tapizadas de escombros. Es probable
que miles de personas hayan perecido aquí, y otros miles están
marchándose este domingo, abandonando sus hogares derruidos para
refugiarse en las colinas. Los que no tienen auto suben a pie las
escarpadas montañas bajo el sol quemante, muchos con vendajes en la
cabeza. Otros llevan bebés envueltos en frazadas de casimir para
protegerlos del sol.
No hay ninguna razón
para que se queden. Ya no hay hospital aquí en Muzaffarabad; quedó
destruido. Nadie tiene tiempo de enterrar a los muertos, que se
descomponen a flor de tierra. Pero este domingo había pocos indicios
de alguna operación paquistaní de rescate, y la ira cundía en las
calles.
"El gobierno y el
ejército no han hecho nada por ayudar a la gente", gritó el
hombre cuyo hermano estaba atrapado. Se llama Faiz Bangasa, y caminó
cinco horas por las montañas con la esperanza de encontrar vivos a
sus hermanos. Al llegar vio que uno estaba muerto y el otro atrapado
en los escombros, dando gritos de auxilio.
Llevó a este enviado
al lugar donde su hermano Nadir estaba atrapado. Miembros de su
familia estaban sobre un montículo de escombros, gritándole a
través de un pequeño boquete. Dijeron que sus respuestas eran cada
vez más débiles y aisladas. Estaba de pie en un espacio estrecho,
pero tenía las piernas heridas y no podría sostenerse mucho tiempo.
Con él quedó atrapada una mujer. Los familiares habían logrado
meter entre las ruinas una bolsa de plástico con agua para él.
El cuerpo de su hermano
mayor yacía envuelto en una sábana azul en el suelo. Pero Faiz
Bangasa trataba de salvar a su hermano vivo, atrapado en los
escombros.
"La gente tiene
que hacer todo por sí sola, porque nadie ayuda", dijo. "Los
únicos que prestan auxilio son los turcos. Condenamos al gobierno
paquistaní y al presidente Pervez Musharraf. Trabaja para los
estadounidenses y los británicos, pero no para su pueblo."
No es frecuente oír a
alguien hablar con tanta franqueza del gobernante militar. "No
tengo miedo", dice Bangasa. "Puede poner mi nombre y
publicar mi foto."
Muzaffarabad es la
capital de la parte paquistaní de la dividida región de Cachemira,
que India y Pakistán se han disputado durante más de medio siglo, y
que supuestamente es muestra de la ambición paquistaní de adueñarse
de todo el país. Pero este domingo crecía aquí el resentimiento
hacia el gobierno de Islamabad.
"¿Dónde está el
ejército?", pregunta Mohsin Alí, joven cachemir de 19 años.
"Cachemira es Pakistán, eso creo en el corazón, pero, ¿qué
hace el ejército?"
La frontera con India
se encuentra a poca distancia, y por lo regular esta ciudad está
repleta de soldados. Pero en la hora más negra de la historia de
Muzaffarabad, apenas si se ven soldados en las calles. De los que
están, la mayoría se limitan a observar a los residentes que cavan
con desesperación, tratando de desenterrar a sus seres queridos. El
único signo de una operación de socorro militar son los vuelos de
helicóptero que llevan con regularidad a los heridos graves a los
hospitales.
Con la búsqueda
desesperada de sobrevivientes, no hay tiempo para deshacerse de los
cadáveres. En los restos del hotel Rehmat se pueden ver manos que
asoman entre los resquicios de las capas de concreto que fueron los
pisos del edificio. En un extremo se puede ver la cabeza de un joven
sobresaliendo de los restos, recostada aún pacíficamente en su
almohada, como estaba cuando empezó el terremoto. Pero el resto del
cuerpo quedó aplastado, y la cabeza comienza a ponerse negra por el
sol. Se llamaba Younis, dice la gente. Trabajaba en el hotel; tenía
apenas 17 años.
Hay un montón de
concreto destrozado en el lugar donde se levantaba el edificio
principal del hospital. "Allí hubo incontables muertos",
señaló Mohammed Liaqat. Otro edificio está aún de pie, pero tan
cuarteado que nadie se atreve a acercarse. Los pacientes rescatados
estaban acostados en los jardines, junto a las ruinas, con sus
radiografías y hojas clínicas pegadas a su lado. Y junto a ellos se
ha colocado a los cadáveres, cubiertos respetuosamente con viejas
sábanas y frazadas. Grupos de personas vienen a ver si sus seres
queridos están entre las víctimas, retirando nerviosamente las
mantas. Detrás de una apareció el rostro de una jovencita que tenía
un vendaje en la cabeza. No murió de inmediato.
Hacia el anochecer,
otro cuerpo se unió a los demás. Iqbal, el hombre que salió vivo de
entre los escombros, falleció en el camino al helipuerto.
|