Un cruento mensaje
al rey Abdullah
Por Robert Fisk
The Independent / La Jornada, 11/11/05
Traducción de Jorge Anaya
Fue un mensaje cruento
y sanguinario al Valeroso Reyezuelo Mark II. Ayuda a los
estadounidenses, adiestra a sus policías iraquíes, recibe a sus
oficiales de fuerzas especiales y será un nuevo blanco de Al Qaeda.
No tan nuevo, claro: un empleado de la embajada estadounidense,
Laurence Foley, el más blando de los blancos porque amaba a Medio
Oriente y vivía en Amman como en su casa, fue asesinado hace tres años.
Pero 67 muertos, jordanos en su mayoría, son un golpe devastador para
el hombre que alguna vez dirigió las fuerzas especiales jordanas,
supuestamente de elite, y es hoy monarca de esa pequeña mina de arena
que Winston Churchill creó y llamó "Jordania".
¿A quién culpar? Pues
a Abu Musab Zarqawi, desde luego. El mismo fastidioso, extraño,
despiadado y nebuloso Zarqawi a quien los estadounidenses parecen tan
poco capaces de capturar o liquidar como a Osama Bin Laden, al mullah
Omar o, para el caso, a Radovan Karadjic y Ratko Mladic, los
criminales de guerra que hicieron una carnicería de musulmanes en
Srebrenica y otras ciudades de Bosnia.
El atacante suicida que
mató a 67 inocentes en Amman llevaba, para utilizar ese lugar común
tan amado de todos los periodistas, "todas las señas" de Al
Qaeda y Zarqawi. ¿Por qué seguimos dando a esas criaturas los
atributos de la plata? Es decir, si es que Zarqawi vive en realidad.
Delincuente de poca
monta, originario de la ciudad jordana de Zarqa, sin duda existía en
2003, cuando Estados Unidos y Gran Bretaña emprendieron la ilegal
invasión de Irak. Pero muchos en Irak creen que murió en los
primeros ataques de esa guerra. En Zarqa, su esposa –de la cual era
muy posesivo– se ha puesto a trabajar para sostener a su familia.
Cuando la madre de Zarqawi falleció, el año pasado, la familia no
recibió mensaje alguno de condolencia de él, extraña omisión en un
hombre supuestamente consagrado a una interpretación tan estricta del
Islam.
En repetidas ocasiones,
funcionarios de inteligencia estadounidenses han
"identificado" a Zarqawi en cintas de video que muestran el
asesinato de rehenes occidentales. Pero por lo regular los asesinos
llevan velo y su voz está distorsionada. ¿Cómo supieron que se
trataba de él?
Hay muchas preguntas
sin respuesta en cuanto al papel de Al Qaeda en Irak –y ahora en
Jordania– que los periodistas preferiríamos dejar por la paz. ¿Por
qué Jordania? ¿Por qué ahora? Bueno, en parte porque Abdullah es un
siervo tan fiel del presidente George W. Bush. En parte porque sus
fuerzas adiestran a soldados iraquíes, y porque permite que las
fuerzas especiales estadounidenses adiestren a esos soldados en suelo
jordano. También porque Jordania se ha vuelto una base de retaguardia
para cazas y bombarderos estadounidenses que atacan ciudades iraquíes.
Y finalmente, por supuesto, porque Jordania, con su monarquía
inconstitucional y sus cada vez mayores barrios pobres de islamitas en
sus grandes ciudades, es el blando abdomen de "Occidente" en
Medio Oriente.
Desde la muerte del
padre de Abdullah, los jordanos y otros árabes han preguntado si el
monarca puede justificar su existencia en lo que alguna vez se llamó
Transjordania. "¿Para qué sirve el rey?", me preguntaron
hace no mucho tiempo en Jordania. Pregunta peligrosa, y cada acto de
violencia cometido contra el reino le da un sentido más ominoso.
El tratado de paz de
Jordania con Israel es tan impopular como siempre en el país. El
hotel Radisson, uno de los blancos de los ataques del miércoles, era
usado a menudo por visitantes israelíes. Como es tan popular en
Occidente, como habla inglés mejor que árabe, como es hijo de
Hussein –el Valiente Reyezuelo Mark I–, como es egresado de la
Real Academia Británica de Sandhurst, el rey Abdullah es una figura
simpática en Europa y Estados Unidos, siempre bienvenido en Downing
Street y en la Casa Blanca. En cambio, en Jordania hay quienes no lo
quieren tanto. Los despiadados ataques de la noche del miércoles
fueron una advertencia de que el rey tal vez se encuentre más seguro
en Londres que en Amman.
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