Poco a poco EEUU se
acerca a la verdad
Por
Robert Fisk, The Independent
Reproducido por La Jornada,
09/12/05
Traducción de Jorge Anaya
Escuchar a ese viejo,
patético y temeroso labrador que son los medios de comunicación
estadounidenses transformarse de la noche a la mañana en despiadado
rottweiler es uno de los placeres perdurables de la sociedad de ese país.
He estado experimentando ese fenómeno en las dos semanas pasadas,
como víctima y beneficiario.
En Nueva York y Los
Angeles, mi condena de la presidencia estadounidense y de la
persistente construcción de asentamientos israelíes en Cisjordania
recibió en principio el desprecio que todos los grandes periódicos
reservan para quienes se atreven a cuestionar los orgullosos y democráticos
proyectos del Estado. En el New York Times, esa antigua luminaria,
Ethan Bonner me puso una regañada por atacar a los periodistas
estadounidenses que –según mis propias palabras, que citó con
furia– "informan con tanta cobardía desde Medio Oriente, tan
temerosos de las críticas de Israel que convierten sus asesinatos en
'ataques selectivos' y sus asentamientos ilegales en 'vecindarios judíos'".
Fue notable que Bonner
estuviera tan desconectado de sus lectores que no sabía que
"cobardes" es la palabra que muchos estadounidenses aplican
a sus medios serviles (y muy probablemente una razón por la cual la
circulación de los periódicos ha tenido una caída tan desastrosa).
Pero en el momento en
que un respetado congresista demócrata, veterano de Vietnam, se
atrevió a sugerir que la guerra en Irak está perdida, que es
necesario repatriar ya a los soldados –y cuando la respuesta
republicana fue tan brutal que tuvo que ser desautorizada–, el viejo
perro mediático oteó el aire, se dio cuenta de que el poder se aleja
de la Casa Blanca y comenzó a babear.
En la televisión de
San Francisco, pude continuar en vivo y sin interrupciones mi crítica
de la demencial aventura de Washington. El ex alcalde Willie Brown
–quien me permitió tomarme una foto con su nuevo Stetson azul
claro– se deshacía en calidez hacia este impertinente británico
(aunque ante las cámaras afirmó que yo era estadounidense) que hacía
pedazos las políticas de su país en Medio Oriente. Era suficiente
para sentir un poquitín de compasión –pero sólo por un
milisegundo– por el tipo de la Casa Blanca.
Todo esto no fue efecto
de esa transición familiar de Newark al aeropuerto internacional de
Los Angeles, donde el terror de los ataques de Al Qaeda es remplazado
por el miedo a la capa de ozono. También en la costa del este los
editoriales marcan con estruendo su distancia del gobierno de Bush.
Seymour Hersh, esa bendición del periodismo estadounidense que dio a
conocer la noticia de las torturas en Abu Ghraib, sacó otro conejo
negro de su sombrero iraquí al revelar que comandantes de su país en
Irak creen que la insurgencia está ya fuera de control.
Cuando esta semana los
rebeldes volvieron a tomar control de la ciudad de Ramadi (ya
"liberada" cuatro veces por las tropas de ocupación de 2003
a la fecha), la nota ocupó el mismo tiempo de televisión en horario
estelar que la más reciente e infinitamente fatigosa insistencia de
Bush en que las fuerzas iraquíes –tan infiltradas que en realidad
son como un puñal en la espalda de los estadounidenses– pronto serán
capaces de relevar a las fuerzas extranjeras para resguardar la
seguridad.
Hasta en Hollywood
–donde los calendarios de producción muestran que la semilla debió
sembrarse hace más de un año–, temas hasta ahora tabú afloran a
la superficie del pantano político. Jarhead, producida por Universal
Pictures, relata la historia de una unidad brutal y traumatizada de
marines durante la Guerra del Golfo de 1991. Good night, good luck, de
George Clooney, devastador recuento en blanco y negro de la heroica
batalla del corresponsal de la Segunda Guerra Mundial Ed Murrow con el
senador Joseph McCarthy en los 50 –su tema es el manejo y
aplastamiento de la disidencia– ya ha producido en taquilla el doble
de lo que costó. Murrow es representado por un actor joven, pero
McCarthy aparece sólo en imágenes de archivo. Aunque parezca increíble,
en una prueba realizada en Nueva York, el público se quejó de que el
actor que "representaba" a McCarthy estaba "sobreactuado".
¿Diremos eso de Bush, Cheney y Rumsfeld en el curso de los años?
Sospecho que sí.
Y luego está Syriana,
filme épico de Clooney sobre el comercio petrolero, que combina
atacantes suicidas, bragados agentes de la CIA (uno de ellos
representado por el propio Clooney), potentados árabes de Medio
Oriente en pugna entre sí –uno de ellos quiere verdadera democracia
y riqueza para su pueblo, así como control de los recursos de su nación–,
junto con una caterva de infames empresarios y abogados de la costa
este de Estados Unidos. A la larga la CIA asesina al príncipe árabe
que quiere el control del petróleo de su país (tantán por la
democracia) –el crimen se perpetra mediante una bomba aérea sin
piloto, guiada por unos hombres desde una sala en Virginia–, en
tanto un paquistaní despedido de su empleo en los campos petroleros
porque un conglomerado estadounidense ha recortado personal para
mantener las utilidades de sus accionistas destruye uno de los buques
tanques de la empresa en un ataque suicida.
"La gente parece
menos temerosa ahora", declaró Clooney a un entrevistador de la
revista Entertainment. "Muchos comienzan a hacer sus propias
preguntas. Se vuelve difícil evitarlas." Por supuesto, se hacen
a causa de las más de 2 mil bajas estadounidenses en Irak, más que
por compasión hacia las decenas de miles de muertos iraquíes. Se
evalúan porque toda la ilegal invasión de Irak está acabando por
ser una calamidad en vez de un éxito.
Con todo, aún rehúyen
la cuestión israelí. Los príncipes árabes en Syriana –que en la
vida real estarían obsesionados con la ocupación de Cisjordania–
no murmuran una palabra sobre Israel. El operativo de Al Qaeda que
convence al joven paquistaní de atacar el buque no hace referencia
alguna a Israel, como sin duda haría cualquiera de los acólitos de
Bin Laden. Fue instructivo que Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, no
mencionara a Israel una sola vez.
Así pues, falta
enfrentar un asunto clave de Medio Oriente. Amy Goodman, a quien solía
yo enfurecer al afirmar que su programa izquierdista Democracy Now
–transmitido desde una antigua estación de bomberos de Brooklyn–
tenía sólo tres escuchas (uno de ellos la propia Amy), comienza a
tener el valor de abordar ese tema inmencionable. En parte a
consecuencia de ello su estación "alternativa" de radio y
televisión se acerca poco a poco a ocupar un lugar entre las
principales.
Los estadounidenses están
listos para debatir sobre la relación de su país con Israel. Y sobre
las injusticias que su gobierno comete con los árabes. Como de
costumbre, los estadounidenses ordinarios están muy adelante de sus
reporteros de prensa y televisión, sumisos en su mayoría. Ahora
tenemos que esperar para ver si los chicos y chicas de los medios
lograrán alcanzar a sus compatriotas.
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