Arabia Saudí, Egipto,
Siria, Líbano, el conflicto palestino–israelí..., líderes y
gobiernos muestran los rasgos de una descomposición
Tercas realidades
Por Said K. Aburish
La Vanguardia, 28/12/05
Traducción de José María Puig de la Bellacasa
En el mundo árabe,
cuanto más inmutables y resistentes al cambio permanecen las
realidades y situaciones, tanto más empeoran. Las expectativas de la
ciudadanía aumentan mucho más rápidamente que el grado de avance de
sus condiciones de vida. Entre tanto, líderes y gobiernos muestran
los rasgos de una descomposición que se propaga y acentúa su
incapacidad de responder a las necesidades y aspiraciones de la
población.
Desde una perspectiva
histórica, la escisión entre tales expectativas y lo que la población
obtiene en definitiva desencadena una crisis en el seno del orden
social, que suele resultar en situaciones revolucionarias. De hecho, y
a juzgar por el creciente nivel de sentimientos antigubernamentales en
todo Oriente Medio, la región se ha visto presa de situaciones
revolucionarias en los últimos años.
Si se examina el
conjunto de países de acuerdo con el número e importancia de sus
problemas más apremiantes, el 2006 promete más de lo mismo. Iraq es
un país donde la esperanza es tan rara y escasa como un diamante de
muchos quilates. Los estadounidenses y sus aliados han venido
proclamando su promesa de estabilizar Iraq desde su llegada al país
en abril del 2003. Sin embargo, con decenas de miles de muertos y
heridos iraquíes y más de dos mil víctimas norteamericanas sobre la
mesa, las perspectivas parecen inclinar la balanza en la dirección de
una persistente insurgencia antinorteamericana y un débil gobierno en
Bagdad. Además, la esperanza carente de base de Estados Unidos de que
Iraq se convierta en una democracia susceptible de ser imitada por
otros países árabes no es otra cosa que un espejismo. Sólo un 2% de
iraquíes apoya la presencia estadounidense en su país; no deberíamos
confundir su amor a la democracia con su amor por EE.UU.
Y todo esto empezó
cuando Estados Unidos eligió elementos equivocados para sustituir a
Saddam: Ahmed Chalabi, culpable de malversación y Ayad Alaui, otrora
fiel valedor y ejecutor de Saddam. El curso del tiempo ha revelado su
grado de incompetencia, inepcia, corrupción y falta de apoyo popular.
Los problemas de Arabia
Saudí no afloran a la superficie en tanta medida como los de Iraq,
pero el país afronta problemas estructurales, sociales y políticos
así como la existencia de una monarquía reinante dividida en apuros
para preservar la unidad y cohesión del país. Es cierto que la
subida espectacular de los precios del petróleo ha permitido que el
país pudiera nadar en un mar de dinero contante y sonante, pero el
gobierno no se halla presto a compartir tal riqueza con la población
ni tal actitud garantizaría por sí sola una solución a sus
problemas. Más de la mitad de la población tiene menos de 20 años,
y más de un 25% de licenciados universitarios está en paro. El
crecimiento neto anual de la población supera el 4%. La familia real
no es capaz de contener sus hábitos manirrotos; crece el número de
sus críticos y se aprecia la formación de grupos fundamentalistas
islámicos que se conjuran para corregir de forma violenta el
comportamiento real.
La cuestión sucesoria
saudí, de difícil manejo, viene a debilitar de hecho la energía y
firmeza con que la familia real controla el poder. En realidad, cabe
detectar una situación de rebelión abierta en Arabia saudí; ya son
habituales los tiroteos entre las fuerzas de seguridad y las bandas de
islamistas armados.
El conflicto árabe–israelí
ha adoptado el cariz peor desde el Acuerdo de Paz de Oslo en 1993. El
presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Abu Mazen y el primer
ministro israelí, Ariel Sharon se hallan en una situación demasiado
débil como para firmar un pleno acuerdo de paz sin perder su condición
de líderes. Recurren a las intrigas internas y declaraciones sobre su
propósito de cambio para aparecer a los ojos de todos como promotores
de iniciativas. La Administración Bush carece del sentido del
compromiso y la visión de futuro necesarias para imponer la paz a
ambas partes.
La persistente política
israelí de proceder sobre la marcha según su propio saber y
entender, construyendo y ampliando asentamientos y controlando los
recursos hídricos se corresponde simétricamente con una vuelta a la
lucha armada. Hamas y la yihad islámica ven engrosar sus filas. La
situación empeorará en el 2006 porque Israel no tiene nada que
ofrecer a los palestinos.
La situación de Egipto
ha mejorado en un aspecto ciertamente susceptible de argumentación:
los árabes ya no reconocen a Egipto como su líder... Por lo demás,
el breve flirteo con la democracia no es más que un simple destello
en el mar de la historia. El presidente Hosni Mubarak ha ganado un
quinto mandato pese a una baja proporción de alrededor de un 20% de
votantes con derecho a voto, y Estados Unidos ha dejado de promover la
democracia en Egipto pues equivale a entregar el país a los
islamistas.
No hace mucho, Estados
Unidos miró hacia otro lado mientras las fuerzas de seguridad del
propio presidente Mubarak pegaban e incluso violaban. El temor
estadounidense a que los islamistas se hagan con el poder dicta su política.
Entre tanto, el nivel de vida empeora y la esperanza de mejora y
progreso es escasa. El país no puede permitirse el dispendio de
mantener medio millón de soldados –sostén de Mubarak en el
poder– y a Estados Unidos no le resta otra opción que respaldar al
presidente.
Líbano fue a engrosar
las filas de los países incapaces de resolver sus propios problemas;
el paréntesis de calma posterior a la guerra civil de los años
setenta y ochenta se acortó con el asesinato del ex primer ministro
Rafiq Al Hariri en abril del 2005. Los cristianos antisirios de Líbano
se valieron de tal circunstancia para obligar a Siria a retirarse de
su país, pero Líbano sigue lamentablemente escindido. Sus líderes
actuales se parecen a los señores de la guerra de los años setenta
que lo llevaron prácticamente a su destrucción. Los cristianos se
identificaban con Estados Unidos y Occidente en tanto que los
musulmanes adoptan una identidad árabe–musulmana.
Pese a las
consecuencias del asesinato de Al Hariri, el factor que ha vuelto a
polarizar las posturas en Líbano es la invasión de Iraq. Las
divisiones internas se han exacerbado debido a las interferencias
externas, el respaldo estadounidense a los cristianos y la oposición
a la mayoría de grupos musulmanes (Hezbollah es una organización
terrorista).
Siria se halla en
apuros en todos los frentes. Su economía está por los suelos (país
exportador de petróleo en su día, últimamente ha caído su producción)
y Estados Unidos le acusa de apoyar el terrorismo y quiere castigarlo
mientras el gobierno es objeto de presión popular para que apoye a la
insurgencia en Iraq y mantiene una costosa postura de hostilidad con
relación a Israel. Siria, que fue polo de atracción de los
movimientos en favor de la unidad árabe, es un país aislado que
muestra signos de una extenuante lucha por el poder con la minoría
gobernante alauí.
La fragmentación de
Siria desestabilizaría a todos sus vecinos: Líbano, Jordania, Iraq,
Turquía e incluso Israel deberían en tal caso adoptar una nueva
postura relativa a la paz. Ni siquiera un par de sus países vecinos
–como tampoco Estados Unidos y otros países extranjeros
interesados– están de acuerdo en la clase de Siria que debería
aflorar en el futuro... pero todos ellos temen las consecuencias.
La riqueza de Kuwait es
por sí sola un título de distinción. Pero no le sirve para
protegerse de Iraq. La anexión de Kuwait constituye uno de los escasísimos
temas que concitan el consenso de todos los iraquíes; su condición
de protectorado estadounidense, de persistir, sería un total
contrasentido. Kuwait es chií en un 40% y su segmento de población
tradicionalmente privado de derechos civiles simpatiza con el Irán
chií. Es imposible predecir qué sucedería si la confrontación
actual entre Estados Unidos e Irán se convirtiera en abierta y franca
enemistad. En consecuencia, y hallándose su suerte vinculada a la de
sus dos poderosos vecinos, lo único que puede decirse sobre Kuwait se
refiere ineludiblemente a la incertidumbre sobre su futuro.
Jordania, Sudán, Yemen
y otros países del Oriente Medio árabe han de vérselas con la
pobreza, con un crecimiento demográfico insostenible, con un
creciente foso entre ricos y pobres y con gobiernos que no reflejan la
voluntad y aspiraciones de su pueblo.
En todos los casos y
circunstancias descritas, los problemas de índole local contribuyen a
intensificar el importante problema de alcance regional consistente en
la ausencia de instituciones y gobiernos promotores de la democracia y
capaces de satisfacer las aspiraciones de la ciudadanía a participar
en las decisiones concernientes a su propio destino.
A diferencia del pasado
inmediato, el año 2006 podrá comprobar cómo Estados Unidos omite
los llamamientos en favor de la democracia para favorecer amigos despóticos.
Como los gobiernos electos fieles a la voluntad popular serán
probablemente antinorteamericanos, Estados Unidos ya ha decidido que
la democracia es inalcanzable... Las conveniencias y las políticas
reaccionarias de gobiernos sitiados fijarán el curso de los
acontecimientos en el 2006.
(*) Said K. Aburish,
escritor y biógrafo de Saddam. Autor de 'Nasser, el último árabe'
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