Comiéndose a
Palestina en el desayuno
Por
Kathleen y Bill Christison (*)
Rebelión, 16/01/06
Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Ernesto Páramo
Revisado por
Manuel Talens (**)
La semana pasada, el día
que Ariel Sharon sufrió una embolia cerebral, Ha'aretz publicó un análisis,
adecuadamente titulado “Comiéndose a Palestina en el desayuno”,
que expresaba el verdadero espíritu de Ariel Sharon. Se trata del último
análisis honrado que verá la luz en los medios globales, ahora que
celebran a Sharon con tanta insistencia como héroe de la paz, el
hombre “que habría podido lograr una auténtica paz” y otras
nociones igual de absurdas. El artículo de Ha'aretz comentaba las
predicciones de un comentarista político muy conocido y de un grupo
de expertos israelíes. Presentó un escenario que, según ellos,
reflejaba el ideal de Sharon con respecto a Palestina una vez que
hubiese obtenido la victoria electoral que preveía en las elecciones
del próximo mes de marzo. Según dicho escenario, Sharon iba a
establecer las fronteras definitivas de Israel y a modificar la
estructura geográfica de Cisjordania al anexar las principales
colonias israelíes en ese territorio (las colonias del Jerusalén
Oriental ya están anexadas) y al establecer el muro de separación
como la frontera oficial de Israel.
Fuera de Jerusalén,
los principales grupos de colonias en Cisjordania alojan a unos 190
000 colonos israelíes y siguen creciendo a un paso muy acelerado.
Además, los 200 000 colonos israelíes de Jerusalén Oriental, a
quienes nadie en Israel tiene la menor intención de desplazar, también
permanecerían en sus colonias bajo un control israelí total y
permanente. Sharon también tenía intenciones de anexar una franja
muy amplia de territorio al este de Cisjordania y a lo largo del río
Jordán. Tras eso, abandonaría el resto de las colonias que se
encontrasen en medio de las dos áreas anexadas, evacuando entre 40
000 y 50 000 colonos. Esta situación incorporaría a Israel el 90 por
ciento de los 425 000 colonos israelíes que ahora viven en los
territorios ocupados, en tierra Palestina confiscada.
El resultado de estas
maniobras sería, por supuesto, la muerte de cualquier esperanza de
que el pueblo palestino pudiera tener una independencia efectiva y
verdadera en un estado que fuera viable y que pudieran defender. El
territorio que Sharon les hubiera dejado a los palestinos sería, quizá,
el 50 o el 60 por ciento de lo que es ahora Cisjordania y Gaza -lo que
equivale a un diez o doce por ciento de la patria original palestina-
y ese área tan pequeña de territorio estaría totalmente rodeada por
Israel y fracturada por franjas de territorio israelí que penetrarían
profundamente hasta el corazón de Cisjordania. Otros analistas, muy
astutos, han visto el desarrollo de un escenario similar, en especial
el activista israelí Jeff Halper, cuyo artículo “Sharon se prepara
para traicionar a Abbas con otra ‘oferta generosa’”, que apareció
en CounterPunch el 8-9 de octubre de 2005 (http://www.counterpunch.com/halper10082005.html).
Según este escenario,
Sharon habría buscado una ayuda masiva adicional de USA para pagar
por el establecimiento de la nueva frontera y para compensar a los
colonos evacuados. Los escritores de este guión, al reconocer que la
Administración de Bush es un cómplice voluntario, el proveedor de
todos los fondos necesarios para financiar este expansionismo abierto
y brutal, y que ésta es la administración más partidaria que se
puede imaginar, actuaban bajo la idea de que mientras Bush
permaneciera en la presidencia, Sharon tendría una oportunidad de
tres años para llevar a cabo su plan de devorar a Palestina.
Aunque es casi seguro
que Sharon no estará en este mundo o, cuando menos, no tendrá las
facultades necesarias para poner en práctica su plan, los
comentaristas mas conocidos y los editorialistas de USA e Israel ya
han decretado que el plan de desmembrar Palestina, o algo parecido,
será el futuro para Israel-Palestina y, explícitamente o por
inferencia, se han pronunciado a favor, otorgando a Sharon el manto de
pacificador y salvador de Israel. La adulación ha sido increíblemente
intensa: Sharon, el guerrero que se volvió pacificador; Sharon, el héroe
militar que dedicó su vida a la preservación de Israel; Sharon, el
pragmático valiente; Sharon, el hombre sensible que buscaba
compromisos; Sharon, el hombre que buscó la reconciliación con los
palestinos y que, al mismo tiempo, conservó la seguridad de Israel;
Sharon, siempre en busca de la verdad y la justicia.
No importa si los
antecedentes de Sharon incluyen el homicidio de palestinos en
numerosas ocasiones, que empiezan en los años cincuenta y continúan
con las matanzas en los campos de refugiados en Beirut en 1982 (Sabra
y Chatila); si sus soldados oprimen, asesinan y roban a los palestinos
todos los días; si él, hasta su último pensamiento consciente,
estaba planeando el robo del territorio palestino a una escala sin
precedentes; si él y sus secuaces ofrecieron abiertamente la pequeña
evacuación de Gaza como un medio para facilitar la absorción casi
total de Cisjordania y la destrucción permanente de la posibilidad de
una independencia verdadera para el pueblo palestino. No importa si
cuando se sentó a zamparse su última comida consideraba la
perspectiva de comerse a Palestina en el desayuno del día siguiente.
La mayor parte de los israelíes lo quieren mucho, porque Sharon hizo
que se sintiesen seguros. Fue lo suficientemente brutal y poderoso
como para hacer que se sintiesen seguros. Odiaba a los árabes, igual
que la mayoría de los israelíes. Quería expulsarlos -fuera de la
vista, fuera de la mente, fuera de Palestina- lo mismo que la mayoría
de los israelíes. Tenía un apetito voraz, que todo el mundo sabía
imposible de saciar hasta que hubiese devorado toda Palestina.
Eso satisface mucho a
los israelíes. El novelista David Grossman, que por lo general tiene
una posición política izquierdista, recientemente describió a
Sharon como “un hombre muy amado por su pueblo”, para quien se había
convertido en “una especie de figura paterna grande y poderosa a
quien [ellos, su pueblo] estaban dispuestos a seguir con los ojos
cerrados, a dondequiera que los dirigiese”. El propio Grossman,
escribiendo con gusto, parece haberse enamorado del mito de Sharon. Al
afirmar que “no nos queda más que admirar su coraje y determinación”,
Grossman sostiene que Sharon “puso a Israel en el camino para
terminar la ocupación”.
Otros observadores, de
diversas tendencias políticas, han etiquetado a Sharon de manera
similar: “La mejor esperanza para la paz” (Beny Morris,
historiador israelí); “el hombre que podría haber logrado una paz
verdadera” (el líder palestino-usamericano Ziad Asali); “un gran
estadista y el líder [que] trajo una nueva esperanza a la región”
(el analista izquierdista israelí Gershon Baskin) y el hombre que
pareció buscar “un camino viable” para traer la paz “a
Israel” (Michael Lerner, de TIKKUN).
Todo esto depende, por
supuesto, de cuál es la definición de “esos términos”. ¿Qué
es lo que quiere decir Grossman con “ocupación”, una palabra que
Sharon usó muy pocas veces y un concepto que nunca reconoció?; ¿qué
es exactamente lo que quiere decir por “terminar” completa,
parcialmente, con poco o mucho entusiasmo? ¿Y qué significa “la
paz”, o “la paz verdadera”? La clase de paz que Sharon y la
mayor parte de los israelíes y los usamericanos pueden imaginar es
completamente distinta de la que los palestinos desean y necesitan. ¿Es
esta una paz con justicia? Y si lo es ¿para quién? ¿Quiere esto
decir que los palestinos van a ser libres o que sólo les proporcionará
a los israelíes la seguridad para seguir oprimiéndolos? ¿Será
“esta paz” la paz de la conquista para Israel y la paz de la
derrota y la servidumbre para los palestinos, al igual que lo fue la
paz impuesta a los amerindios? ¿O la paz, según Sharon, se obtiene
con un verdadero estado para los palestinos, un estado verdaderamente
independiente, viable, que se pueda defender, con fronteras, una
economía y un régimen que los palestinos podrán controlar?
Seguramente no.
Aunque la mona se vista
de seda, mona se queda. No hubo nunca paz para los palestinos en el
horizonte político de Ariel Sharon. Aaron David Miller, un miembro
muy importante del equipo para la paz de Bill Clinton, escribió
recientemente que Sharon había abandonado su sueño del Gran Israel
de extender el control político y territorial de Israel sobre toda
Palestina, desde el mar hasta el río Jordán. David Grossman afirma
que, por fin, a sus ochenta años, Sharon comprendió que la fuerza no
es la solución, que son necesarios compromisos y concesiones. Pero
todo son mentiras, insensateces de comentaristas que en otras
ocasiones tienen sentido común y que desesperadamente desean que eso
sea verdad. De hecho, como buen pragmático, Sharon simplemente había
dejado de hablar del Gran Israel, había dejando de complotar
activamente para lograrlo, con la esperanza de engañar a gente como
Miller y Grossman. Y lo logró. Ninguna de las “reservas indias”
que Sharon estaba en a punto de crear en Gaza y Cisjordania les
hubieran dado a los palestinos la menor seguridad de permanencia o
libertad en el futuro.
Ariel Sharon se había
convertido en una sensación de seguridad para todos aquellos que se
situaban exactamente en el punto medio de la cuestión
israelopalestina, aquellos que trataron de lograr un equilibrio
artificial entre dos elementos tan desequilibrados, gente como Michael
Lerner, de TIKKUN, que ha apoyado “un centro progresista” como la
mejor forma de obtener la reconciliación entre palestinos e israelíes.
Como si el derecho moral estuviera de alguna forma cercano a una
posición neutral en este conflicto. Sharon, el pragmático, permitió
que la gente que ocupa el centro pensara que se les había unido, que
quería una paz genuina para los palestinos y para los israelíes, y
les hizo creer que, por lo tanto, ya no tenían que seguir pidiendo
justicia o equidad en Palestina.
Sharon reconoció que,
al menos por el momento, Israel tenía que moderar su ambición de
ejercer soberanía y control absoluto sobre todos los territorios
palestinos. Sin embargo, decidió abandonar su responsabilidad de
administrar Gaza para tratar de forzar a los palestinos en Cisjordania
a que viviesen en varios enclaves pequeños, donde Israel no tendría
responsabilidad alguna sobre de sus necesidades diarias. Los Michael
Lerner de este mundo y los otros que pertenecen al llamado centro
progresista han traicionado su propia responsabilidad moral al
declarar victoria. Son incapaces de ver la inutilidad y, por supuesto,
la inmoralidad de sus esfuerzos de pretender que hay “equilibrio”
entre un grupo indefenso, sin poder de ninguna clase, y un grupo
todopoderoso que controla todas las situaciones y todo el territorio,
y que no ha logrado obtener una verdadera paz con justicia.
Lerner ha abandonado el
activismo para promover la paz en Palestina-Israel y ahora concentra
sus esfuerzos en la política interior de USA. Su último comentario
acerca de Sharon es una típica construcción retórica: Sharon “ha
ignorado sistemáticamente la humanidad del pueblo palestino, violó
todos sus derechos humanos”, etc., etc. [pero] “de todas maneras,
la pérdida de Sharon nos dolerá mucho a quienes militamos en el
movimiento por la paz, porque sus recientes acciones, incluso
insensibles a las necesidades del pueblo palestino, parecían
adecuadas para crear en Israel una mayoría favorable a concesiones
que hubieran podido crear, por fin, las condiciones para una
reconciliación respetuosa con los palestinos y, de esta manera,
garantizar la paz para Israel”. En otras palabras, Sharon era un
opresor brutal, pero no había nadie mejor que él en Israel y, como
era un pragmático, hubiera podido hacer algo que satisficiera a los
palestinos, algo que nosotros en el movimiento de paz deseamos mucho,
porque queremos que Israel tenga paz.
Otra organización
centrista por la paz, Brit Tzedek, que apoya una posición en lo que
llaman “la izquierda moderada”, publicó una declaración tras la
embolia cerebral de Sharon que es casi idéntica en tono y contenido a
la de Lerner. La preocupación presuntuosa y lacrimógena por Israel
que se manifiesta claramente en esta declaración demuestra a las
claras por qué, a pesar de lo que la organización llama un
“desacuerdo profundo” con las tácticas de Sharon, tantos de
quienes se consideran izquierdistas han abrazado su estrategia total,
porque en última instancia, piensan, todo esto es para bien de
Israel. Al aplaudir a Sharon por su “constante determinación de
salvaguardar el futuro de la patria judía”, Brit Tzedek acepta el
mito de que Sharon y su nuevo partido político querían “incorporar
a su programa político la necesidad de abandonar más colonias en
Cisjordania, la creación de un estado palestino y, todavía más
importante, ocupar el centro del paisaje político israelí”. Nadie
más podría haber galvanizado la opinión popular en Israel como
Sharon.
Por supuesto, el mito
crece: puede que Sharon sea un miserable y un criminal, pero es
nuestro miserable y nuestro criminal -nuestro miserable y criminal
usamericano, nuestro miserable y criminal israelí- y, si quiere
comerse a Palestina en el desayuno, a quién le importa. Siempre y
cuando preserve la seguridad de Israel, devorar a Palestina es algo
bueno. Lo llamaremos simplemente mona vestida de seda. Y, con suerte,
Mahmoud Abbas estará de acuerdo, capitulará y aceptara la clase de
paz que los seguidores de Sharon van a ofrecerle. Al fin y al cabo, no
tiene otra alternativa. USA, la Unión Europea, Israel y, ahora, la
mayor parte del movimiento usamericano por la paz marchan en armonía
para hacer realidad la herencia de Ariel Sharon. Sólo el pueblo
palestino de Abbas protesta, pero qué importa, ya que carece de
poder.
Al final, en este
momento emocional de su incapacitación política, cuando los mitos
que lo rodean son más fuertes, Ariel Sharon se ha convertido en el
portador de la bandera de la hipocresía de la mayor parte del
movimiento usamericano por paz, que no está interesado en paz o en
justicia para los palestinos en ningún sentido objetivo, sino sólo
en paz y en seguridad para Israel.
Hay medidas objetivas
de lo que es justicia, tanto para palestinos como para israelíes,
pero el movimiento por la paz parece preocuparse menos que nadie por
el hecho de que ni Sharon ni ninguno de sus herederos jamás han
tenido la intención de obtenerla. Hoy, la creación de mitos sobre
Sharon es el factor más perjudicial a la hora de obtener justicia
para los palestinos.
(*)
Kathleen Christison trabajó en la CIA como analista política y ha
dedicado treinta años al estudio del Oriente Próximo. Es
autora de Perceptions of Palestine y The Wound of Dispossession. Bill
Christison fue un alto funcionario de la CIA. Sirvió como oficial de
inteligencia nacional y como director de la Oficina de análisis
regional y político de la CIA.
(*
*) Ernesto Páramo y Manuel Talens son miembros de Tlaxcala, la red de
traductores por la diversidad lingüística. (transtlaxcala@yahoo.com).
Esta traducción es copyleft.
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