Medio Oriente

 

La próxima conflagración en Oriente Próximo

Si Israel bombardea Irán, EEUU sufrirá las consecuencias

Por James Petras
Rebelión, 30/12/05
Traducido por Sinfo Fernández

La cúpula dirigente político–militar de Israel ha declarado repetida y abiertamente que están preparados para atacar a Irán por vía militar en un futuro inmediato. Sus influyentes partidarios en EEUU han convertido la política de guerra israelí en la prioridad número uno de sus esfuerzos para asegurar el apoyo de la Presidencia y del Congreso en esa acción. Los argumentos lanzados por el gobierno israelí, repetidos por sus seguidores en EEUU, sobre la amenaza nuclear de Irán no responden a realidad ni fundamento algunos y han provocado oposición y recelos en todos los gobiernos europeos, en las agencias internacionales, en la mayor parte de los mandos militares estadounidenses, en la opinión pública, en la industria petrolífera mundial e incluso en ciertos sectores de la Administración Bush.

Un ataque israelí por tierra y aire sobre Irán tendría consecuencias militares catastróficas para las fuerzas estadounidenses y graves pérdidas de vidas humanas en Iraq, pudiéndose asimismo prever estallidos de violencia militar y política contra los regímenes árabo–musulmanes que siguen a EEUU, como Arabia Saudí y Egipto, que quizá acaben derrocados. Sin duda alguna, los preparativos israelíes para la guerra constituyen la mayor amenaza inmediata para la paz y la estabilidad política mundiales.

Preparativos de guerra de Israel

Nunca se anunció una guerra inminente con tanta publicidad y descaro como el próximo ataque militar de Israel contra Irán. Cuando se le preguntó al Jefe del Estado Mayor israelí, Daniel Halutz, hasta dónde Israel estaba dispuesto a llegar para parar el programa de energía nuclear de Irán, contestó: “Dos mil kilómetros” – la distancia de un ataque aéreo (Financial Times, 12 diciembre 2005). De manera más específica, fuentes militares israelíes han revelado que el actual y probablemente también próximo Primer Ministro de Israel, Ariel Sharon, ha ordenado a sus fuerzas armadas preparar ataques aéreos con uranio enriquecido sobre algunas zonas de Irán (Times, Londres, 11 diciembre 2005). Según el Times de Londres, la orden de preparar los ataques partió del Ministro de Defensa israelí hasta llegar al Jefe del Estado Mayor. Durante la primera semana de diciembre, “... algunas fuentes, desde el interior del mando de las fuerzas especiales, confirmaron que se había anunciado disponibilidad ‘G’ –el dispositivo superior– para llevar a cabo una operación” (Times, 11 diciembre 2005).

El 9 de diciembre, el Ministro de Defensa israelí, Shaul Mofaz, afirmó que, en vista de los planes nucleares de Teherán, Tel Aviv “no iba a contemplar negociaciones diplomáticas sino que iba a preparar otras soluciones”. (La Jornada, 10 diciembre 2005). A primeros de diciembre, Ahron Zoevi Farkash, el jefe de la inteligencia militar israelí declaró en el parlamento israelí (Knesset) que “a finales de marzo, si la comunidad internacional es incapaz de remitir la cuestión iraní al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, podemos decir que los esfuerzos internacionales han agotado sus posibilidades” (Times, 11 diciembre 2005).

Hablando claro, si las negociaciones diplomáticas internacionales no se ajustan al calendario de Israel, este país, de forma unilateral, atacará militarmente a Irán. Benjamín Netanyahu, dirigente del Partido Likud y candidato a Primer Ministro, declaró que si Sharon no actuaba contra Irán, “en ese caso, cuando yo forme nuevo gobierno en Israel (tras las elecciones de marzo de 2006), haremos lo mismo que hicimos en el pasado contra el reactor de Sadam”. (Times, 11 diciembre 2005). En junio de 1981, Israel bombardeó el reactor nuclear Osirak en Iraq. Incluso el periódico laborista, Haaretz, si bien en desacuerdo con el tiempo y lugar de los pronunciamientos de Netanyahu, estaba conforme con su contenido. Haaretz criticó a “(quienes) públicamente recomiendan la opción militar israelí…” porque “presenta a Israel presionando (a través de las poderosas organizaciones pro–Israel en EEUU) a EEUU para que se lance en pos de una guerra peor”. Sin embargo, Haaretz añade… “Israel debe continuar haciendo sus preparativos de forma callada y segura – no mediante un mitin electoral”. (Haaretz, 6 diciembre 2005). La posición de Haaretz, al igual que la del Partido Laborista, defiende que Israel no debe abogar por la guerra contra Irán antes de que se celebren negociaciones multilaterales y que la Agencia Internacional de la Energía Atómica adopte una decisión.

En otras palabras, el “debate” israelí entre las elites no se sitúa entre ir o no ir a la guerra sino sobre el lugar en el que discutir los planes de guerra y el calendario para su inicio. De forma implícita, Haaretz reconoce el papel jugado por las organizaciones pro–israelíes para “empujar a EEUU a la guerra en Iraq”, insinuando quizá alguna advertencia como resultado de la creciente oposición en EEUU ante las actividades desarrolladas en el Congreso por los paladines de “Ante todo, primero Israel” (ver más abajo).

En apariencia, la opinión pública israelí no comparte los planes de su elite política de atacar militarmente a Irán a causa de su programa nuclear. Reuters ha informado sobre una encuesta en el periódico israelí Yedioth Ahronoth (16 diciembre 2005) que muestra que el 58% de los israelíes creen que la disputa sobre el programa nuclear iraní debería ser abordada a través del a diplomacia, mientras que sólo un 36% expresaron que sus reactores deberían ser destruidos con un ataque militar.

Plazo de Israel para la guerra

Todos los altos mandos israelíes han pronunciado la fecha de finales de marzo como plazo para lanzar un ataque militar contra Irán. La idea implícita en esa fecha es la de aprovechar el tiempo que queda para intensificar las presiones en EEUU y forzar la cuestión de las sanciones en el Consejo de Seguridad. La táctica es chantajear a Washington con la amenaza de la “guerra o nada” y presionar a Europa (principalmente a Gran Bretaña, Francia, Alemania y Rusia) para que aprueben las sanciones. Israel sabe que sus actos de guerra pondrán en peligro a miles de soldados estadounidenses en Iraq, y sabe también que Washington (y Europa) no puede soportar una tercera guerra en este momento. La fecha de finales de marzo coincide también con la presentación en Naciones Unidas del informe de la AIEA sobre el programa de energía nuclear en Irán. Los consejeros políticos israelíes creen que sus amenazas pueden influir en los resultados del informe o al menos forzar ambigüedades que puedan ser explotadas por sus seguidores en el exterior para promover sanciones en el Consejo de Seguridad o justificar las acciones militares de Israel. Fijar una fecha en marzo sirve también para intensificar en Estados Unidos las actividades políticas de las organizaciones pro–Israel. Los lobbys más importantes que trabajan para Israel han logrado alinear a una mayoría de integrantes del Congreso y del Senado estadounidenses para que presionen en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que éste ponga en marcha sanciones económicas contra Irán o, en el caso de que esa acción fracasara, para que endosen la acción “defensiva” de Israel. Miles de grupos comunitarios, locales, nacionales y personalidades pro–Israel se han movilizado para promover la agenda israelí en los medios de comunicación y para visitar a tal fin a los representantes del Congreso. La agenda de guerra también juega a explotar las disputas tácticas entre los militaristas civiles dentro de la Casa Blanca, entre Cheney, Bolton y Abrams por un lado y Rice y Rumsfeld por el otro. La línea Cheney ha apoyado siempre un ataque militar israelí, mientras que Rice promueve la táctica del “fracaso forzoso” de la vía diplomática europea antes de emprender una acción decisiva. Rumsfeld, sometido a tremendas presiones por prácticamente toda la cúpula de oficiales militares, teme que una guerra israelí acelere el número de bajas militares estadounidenses. Al lobby pro–Israel le gustaría reemplazar al ultra–militarista Rumsfeld por el ultra–militarista Senador Joseph Lieberman, un incondicional fanático de “Ante todo, primero Israel”.

Desacuerdos entre EEUU e Israel sobre una guerra en Irán

Al avanzar inexorablemente Israel hacia la guerra con Irán, sus disputas con Washington han salido a la superficie. Los conflictos y ataques mutuos se extienden a través de las instituciones del estado y del discurso público. Los partidarios y opositores de la política de guerra de Israel representan poderosos segmentos de las instituciones del estado y de la sociedad civil. En el bando de la política de guerra israelí están prácticamente todas las más importantes y más influyentes organizaciones judías, los lobbys pro–Israel, sus comités de acción política (PAC, en sus siglas en inglés), un sector de la Casa Blanca, una mayoría de representantes subvencionados del Congreso y una serie de dirigentes locales y estatales del partido. En el otro bando hay sectores del Pentágono, el Departamento de Estado, una minoría de miembros del Congreso, una mayoría de la opinión pública, una minoría de judíos estadounidenses (Unión para la Reforma del Judaísmo) y la mayoría de comandantes militares activos y retirados que están sirviendo o han servido en Iraq.

La mayor parte de las discusiones y debates en EEUU sobre la agenda de guerra de Israel han estado dominados por las organizaciones pro–Israel que se encargan de transmitir las posiciones estatales de este país. El periódico semanal judío, Forward, informó de una serie de ataques de Israel contra la Administración Bush por no actuar de forma más agresiva en nombre de la política de Israel. Según Forward, “Jerusalén está cada vez más preocupado de que la Administración Bush no esté haciendo lo suficiente para impedir que Teherán pueda adquirir armas nucleares…” (9 diciembre 2005). También aparecieron fuertes diferencias durante el diálogo estratégico semestral entre funcionarios de seguridad israelíes y estadounidenses, en las cuales los israelíes se opusieron a un cambio de régimen en Siria, temiendo el advenimiento de un régimen islámico más radical. Los funcionarios israelíes también criticaron a EEUU por forzar a Israel a llegar a un acuerdo para abrir el cruce de la frontera de Rafah e invalidar su dominio absoluto de la economía de Gaza.

Previsiblemente, la mayor organización judía en EEUU, la Conferencia de Presidentes de las Organizaciones Judías más importantes (CPMAJO, en sus siglas en inglés) se hizo eco inmediatamente de la línea estatal israelí, como ha venido haciendo desde que se fundó. Malcolm Hoenlan, Presidente de la CPMAJO censuró severamente a Washington por el “fracaso para imponer su liderazgo sobre Irán” y por “comprometerse con Europa” (Forward, 9 diciembre 2005). Siguió atacando a la Administración Bush por no seguir las exigencias de Israel al retrasar el envío de la cuestión iraní al Consejo de Seguridad de NNUU. El dirigente de la CPMJO se dirigió a los negociadores franceses, alemanes y británicos acusándoles de “contemporización y debilidad” y de no tener “un plan para llevar a cabo una acción decisiva” – es decir, de no seguir el plan de juego de Israel de ‘o sanciones o bombardeos’.

El papel del AIPAC (American–Israel Public Affairs Committee), de la CPMAJO y de otras organizaciones pro–israelíes que actúan como correas de transmisión de los belicosos planes de guerra de Israel resultó evidente en su condena, el 28 de noviembre de 2005, del acuerdo de la Administración Bush que permitió que Rusia negociara un plan por el que a Irán se le permitiría enriquecer uranio bajo supervisión internacional y así asegurar que su uranio enriquecido no sirva para propósitos militares. El rechazo del AIPAC a las negociaciones y sus exigencias de confrontación inmediata se basaban en el retorcido argumento de que eso “facilitaría la búsqueda de Irán de armas nucleares” –un argumento que se esfuma frente a los bien conocidos datos proporcionados por la inteligencia (incluida la de Israel), que indican que Irán tardará al menos entre 3 y 10 años en poder aproximarse a la producción de armamento nuclear. La transmisión incondicional y carente de sentido crítico de las exigencias israelíes por parte del AIPAC se disfraza normalmente con la retórica de los intereses o seguridad de EEUU, para poder manipular así la política estadounidense. El AIPAC reprende al régimen de Bush por poner en peligro la seguridad de EEUU. Por confiar en las negociaciones, el AIPAC acusó a la Administración Bush de “dar a Irán otra oportunidad para manipular (sic) a la comunidad internacional” y “poner en grave peligro a los Estados Unidos” (Forward, 9 diciembre 2005).

El principal portavoz estadounidense de Israel se opuso a que el Presidente Bush diera instrucciones a su Embajador en Iraq, Zalmay Khaklilzad, para abrir un diálogo con el Embajador de Irán en Iraq. Además, la ‘moderada’ reacción oficial de Israel ante la venta de Rusia a Teherán de misiles de defensa anti–aéreos por valor de más de mil millones de dólares que podrían proteger a Irán de un ataque aéreo israelí fue aireada, como era de esperar, por las organizaciones judías más importantes en EEUU. Sin duda, una razón importante para que Israel fije un plazo próximo de ataque militar contra Irán es la de intervenir antes de que este país pueda establecer un nuevo sistema de vigilancia por satélite y pueda instalar su nuevo sistema de defensa anti–misiles.

Durante más de una década, la prioridad fundamental para Israel y sus partidarios estadounidenses ha sido la de presionar a EEUU para que entre en confrontación con Irán vía sanciones económicas y ataques militares (Jewish Times/ Jewish Telegraph Agency, 6 diciembre 2005). El AIPAC cree que la República Islámica supone una amenaza grave para la supremacía israelí en Oriente Próximo. En consonancia con esa política de forzar la confrontación EEUU–Irán, el AIPAC, los PAC israelíes y la CPMAJO han logrado alinear con éxito a una mayoría de integrantes del Congreso para que se enfrenten a lo que describen como “contemporización” con Irán. Según el Jewish Times (12 junio 2005) “Considerando la batalla política, hay indicios de que el AIPAC podría reunir fuertes apoyos en el Congreso para que éste presione a la Casa Blanca y exija sanciones contra Irán”. La congresista Illeana Ros–Lehtinen (republicana de Florida), que tiene la sospechosa cualidad de ser una colaboradora de los grupos terroristas del exilio cubano e incondicional partidaria de la política de guerra de Israel, es presidenta del muy influyente subcomité para Oriente Próximo de la Cámara del Congreso de EEUU. Desde esa plataforma ha repetido la línea de la CPMAJO sobre “la contemporización europea que sirve para armar al régimen terrorista de Teherán” (Jewish Times, 12/6/05). La sionista cubano–estadounidense se jacta de que su proyecto de ley de sanciones contra Irán tiene el apoyo del 75% de los miembros del Congreso y de que está reuniendo a más patrocinadores.

El poder del lobby pro–Israel, que incluye al AIPAC, la Conferencia de Presidentes, los PAC y cientos de organizaciones locales formales e informales, se ve incrementado por su influencia y hegemonía sobre el Congreso, los medios de comunicación de masas, las instituciones financieras, los fondos de pensiones y las organizaciones fundamentalistas cristianas. Además de su sucursal en el ejecutivo, su influencia en las instituciones citadas amplía su poder, más allá de su número, control directo y representación, hasta instituciones públicas y privadas estratégicas (lo que en verdad resulta formidable). La relación de logros aparecida en el “Progress and Policy Report for 2005” del AIPAC –publicados en su página de internet– incluye entre sus éxitos: la aprobación por el Congreso de 100 iniciativas legislativas a favor de Israel, 3.000 millones de dólares de ayuda directa y más de 10.000 millones de dólares en préstamos avalados, transferencia de la tecnología militar más avanzada a las corporaciones de exportación de armas de Israel por sumas mil millonarias, y el alineamiento de votos, en una proporción de 410 a 1, en la Cámara de Representantes (Congreso), que comprometen y ligan a EEUU con la seguridad de Israel – según Israel define la cuestión.

El conflicto entre la elite israelí y la Administración Bush debe situarse en un contexto más amplio. A pesar de los ataques de los partidarios de Israel a la política estadounidense por su ‘debilidad’ con Irán, Washington ha actuado tan agresivamente como las circunstancias le permiten. Al toparse con la oposición europea a una confrontación inmediata (como exigen AIPAC y los políticos israelíes), Washington apoya las negociaciones europeas pero a la vez impone condiciones extremadamente restrictivas, a saber, el rechazo al Tratado de No Proliferación, que permite el uso del uranio enriquecido con fines pacíficos. El “compromiso” europeo de obligar a Irán a depender en el proceso de enriquecimiento [del uranio] de un país extranjero (Rusia) no sólo es una violación de su soberanía, sino que supone un tipo de política que no se aplica a ningún otro país que utilice energía nuclear. Obviamente, teniendo en cuenta este inaceptable “mandato”, está claro que el ‘apoyo de Washington a las negociaciones’ no es más que una estratagema propagandística para provocar el rechazo iraní, y un medio de asegurar el apoyo de Europa para que el Consejo de Seguridad decida imponer sanciones a nivel internacional.

Washington no tiene absolutamente ningún precedente al que acudir para poner objeciones a la venta de Rusia a Irán de misiles de defensa tierra–aire, ya que es una operación normal en el negocio de exportación de armas. En cuanto a los encuentros entre Embajadores en Iraq, EEUU ha logrado un gran éxito al asegurar la cooperación iraní en la estabilización de su régimen clientelista chiíta iraquí. Irán ha reconocido al régimen, ha firmado acuerdos de comercio con él, ha apoyado elecciones dudosas y ha proporcionado a EEUU inteligencia contra la resistencia sunnita. Teniendo en cuenta sus intereses comunes en la región, era lógico que Washington tratara de forzar a Irán a una cooperación mayor a través de discusiones diplomáticas. Es decir, como EEUU trata de retirar sus tropas de una guerra perdida en Iraq (apoyada sobre todo por el AIPAC y sus socios organizativos), las organizaciones pro–Israel están presionando mucho para meter a EEUU en una nueva guerra con Irán. No sorprende que la Organización Sionista de América (ZOA, en sus siglas en inglés) invitara al más belicoso de los militaristas estadounidenses en Oriente Próximo, su Embajador ante las Naciones Unidas, John Bolton, para que fuera el principal orador en su cena anual de galardonados (ZOA Press Release, 11 diciembre 2005). La ZOA ha seguido lealmente todos los zigzag de la política israelí desde su fundación como Estado.

A pesar del casi unánime apoyo y amplia influencia de las organizaciones judías más poderosas, el 20% de los judíos estadounidenses no apoya a Israel en su conflicto con los palestinos. Más importante aún, el 61% de los judíos [de EEUU] casi nunca hablan o defienden a Israel en conversaciones con gentiles (no judíos) (Jerusalem Post, 1 diciembre 2005). Sólo el 29% de los judíos son defensores activos de Israel.

En otras palabras, es importante señalar que el grupo de “Ante todo, primero Israel” representa menos de la tercera parte de la comunidad judía y, por lo tanto, su reivindicación de hablar en nombre de ‘todos’ los judíos de EEUU es falsa y está distorsionada. En efecto, hay más oposición ante Israel entre los judíos que en el Congreso de EEUU. Sin embargo, una vez dicho esto, hay que señalar que la mayor parte de los judíos críticos con Israel no tienen influencia alguna en las grandes organizaciones judías ni en el lobby israelí, están excluidos de los medios de comunicación de masas y a la mayoría le da miedo hablar claro, y especialmente sobre los preparativos de guerra de Israel contra Irán. La minoría crítica judía no puede competir con los cinco a ocho mil millones de dólares que los lobbys pro–israelíes gastan cada año para comprar los votos en el Congreso.

El mito de la amenaza nuclear iraní

El Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa israelíes, Daniel Halutz, ha negado categóricamente que Irán represente una amenaza nuclear inmediata para Israel, y mucho menos para EEUU. Según Haaretz (14 diciembre 2005), Halutz afirmó que a Irán aún le llevaría tiempo poder producir una bomba nuclear – estimando que podría acontecer entre 2008 y 2015.

Los funcionarios del Partido Laborista israelí no creen que Irán represente una amenaza nuclear inmediata y sí que el gobierno de Sharon y la propaganda de guerra del Likud no son más que una estratagema electoral. Según Haaretz, “funcionarios del Partido Laborista… acusaron al Primer Ministro Ariel Sharon, al Ministro de Defensa Shaul Mofat y a otros oficiales de defensa de utilizar la cuestión iraní en sus campañas electorales en un esfuerzo por desviar el debate público de las cuestiones sociales” (14 diciembre 2005). En un mensaje dirigido a la derecha israelí, pero igualmente aplicable al AIPAC y a los Presidentes de las Organizaciones Judías más Importantes en EEUU, el miembro laborista de la Knesset, Benjamín Ben Eliezer, rechazó la beligerancia electoral: “Confío en que las próximas elecciones no hagan que el Primer Ministro y el Ministro de Defensa se desvíen de la política de gobierno y coloquen a Israel en primera línea de confrontación con Irán. La cuestión nuclear es una cuestión que debe tratarse a nivel internacional y no hay razón para que Israel juegue un papel mayor en la misma” (Haaretz, 14 diciembre 2005). Desgraciadamente, el lobby israelí está convirtiéndola en una cuestión estadounidense y colocando a Washington en primera línea del frente…

La invención de la amenaza nuclear iraní

La inteligencia israelí ha informado que Irán ni tiene uranio enriquecido ni tiene capacidad para producir un arma atómica ni ahora ni en un futuro inmediato, en contraste con las proclamas histéricas hechas públicas por los lobbys pro–Israel en EEUU. Mohammad El Baradei, director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica de Naciones Unidas (AIEA), que ha estado inspeccionando Irán durante años, ha señalado que la AIEA no ha encontrado prueba alguna de que Irán esté intentando producir armas nucleares. Criticó los planes de guerra israelíes y estadounidenses de forma indirecta, advirtiendo que una “solución militar sería completamente absurda” (Financial Times, 10/11 diciembre 2005)

Más recientemente, Irán, en un movimiento transparente que trataba de clarificar la cuestión de la utilización futura del uranio enriquecido, “se mostró dispuesto a aceptar la ayuda estadounidense en la construcción de una planta de energía nuclear” (USA Today, 11 diciembre 2005). El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores iraní, Hamid Reza Asefi, afirmó durante una conferencia de prensa que “EEUU puede tomar parte en la licitación internacional para la construcción de una planta de energía nuclear si respetan los estándares y calidades básicos” (USA Today, 11 diciembre 2005). Irán también piensa construir otras plantas de energía nuclear con ayuda exterior. La petición iraní de asistencia extranjera difícilmente puede ser la estrategia de un país tratando de desarrollar un programa secreto para construir una bomba atómica dirigida de forma especial contra uno de sus principales acusadores.

Los iraníes están en un estadio elemental en el procesamiento del uranio, ni siquiera han llegado a producir uranio enriquecido y les llevará aún una serie de años superar muchos problemas técnicos antes de poder construir una bomba. No hay base objetiva para argumentar que Irán representa una amenaza nuclear para Israel o para las fuerzas estadounidenses desplegadas en Oriente Próximo.

Los preparativos de guerra de Israel, y los esfuerzos del AIPAC para empujar a EEUU en la misma dirección basándose en datos falseados, suponen una reminiscencia de las evidencias manipuladas que se canalizaron hasta la Casa Blanca a través de la Oficina del Pentágono para Planes Especiales que encabeza Abram Shumsky y dirigen Douglas Feith y Paul Wolfowitz, ambos partidarios del Partido Likud desde hace mucho tiempo.

Los preparativos de guerra de Israel no parten de ninguna amenaza nuclear iraní presente o futura. La cuestión gira alrededor del enriquecimiento futuro del uranio, que es legal bajo el Tratado de No Proliferación si se usa para producir energía eléctrica. En la actualidad, Irán está tan sólo en una fase de conversión del uranio anterior a la del enriquecimiento. Decenas de países con reactores nucleares usan necesariamente uranio enriquecido. La decisión iraní de avanzar en el procesamiento de uranio enriquecido es un derecho soberano de todos los países que posean reactores nucleares en Europa, Asia y América del Norte.

La manipulación que Israel y el AIPAC llevan a cabo con una vaga formulación sobre el potencial nuclear iraní es tan imprecisa que podría aplicarse a decenas de países con un mínimo de infraestructura científica.

El Cuarteto Europeo ha creado un falso problema al evadir la cuestión de si Irán tiene o no armas atómicas o está fabricándolas, poniéndose a atacar, en cambio, la capacidad de Irán para producir energía nuclear – es decir, para producir uranio enriquecido, provocando confusión entre uranio enriquecido y amenaza nuclear, y entre potencial nuclear y peligro de inminente ataque nuclear sobre países occidentales, tropas e Israel.

Los europeos, especialmente Gran Bretaña, tienen dos posibilidades en mente: Imponer a Irán que acepte limitar su soberanía, lo que conllevará que su política energética no pueda hacer frente a la terrible contaminación de la atmósfera de sus más importantes ciudades con fuentes de energía más limpias; o forzar a Irán a rechazar el arbitrario addendum al Acuerdo de No Proliferación y entonces propagar a los cuatro vientos el rechazo iraní como prueba de la intención satánica de Irán de crear bombas atómicas para dirigirlas contra países pro–occidentales.

Los medios de comunicación occidentales repetirían el punto de vista de los gobiernos europeos y estadounidense de que Irán era responsable de la ruptura de las negociaciones. Los europeos convencerían entonces a sus opiniones públicas de que, una vez fracasada la “razón”, el único recurso que queda es seguir a EEUU en su endoso de la cuestión al Consejo de Seguridad y aprobar sanciones internacionales contra Irán.

EEUU intentaría presionar en ese momento a Rusia y a China para que votaran a favor de las sanciones o se abstuvieran. Hay razones para dudar de que ambos países, o alguno de ellos, se avengan a renunciar a las transacciones comerciales de miles de millones de dólares en petróleo, armas y asistencia nuclear con Irán. Si intentan conseguir esto y fracasan en el Consejo de Seguridad, es probable que EEUU e Israel se decanten hacia un ataque militar. Un ataque aéreo sobre instalaciones nucleares iraníes sospechosas supondrá bombardear tanto zonas muy pobladas como regiones alejadas, provocando una pérdida enorme de vidas.

El resultado principal de todo ello será una escalada masiva de la guerra por todo Oriente Próximo. Es de esperar que Irán, un país de 70 millones de habitantes, que dispone de un número de fuerzas militares varias veces superior a las que Iraq poseía, que son tropas militares y paramilitares muy motivadas y comprometidas, se adentre en ese país. En ese caso no sería ilógico que los chiítas iraquíes simpatizantes o aliados de Irán rompan sus lazos con Washington y entren en combate. Los colaboradores, tropas y bases militares de EEUU podrían sufrir ataques tremendos. Las bajas militares estadounidenses se multiplicarían. Se verían interrumpidos todos los planes de retirada de las tropas. La estrategia de ‘iraquización’ se desintegraría, mientras que las fuerzas armadas chiítas ‘leales’ a EEUU se volverían contra sus oficiales estadounidenses.

Además de esta situación en Iraq, es probable que en Egipto, Arabia Saudí, Líbano, Jordania, Palestina y Pakistán se produjeran importantes levantamientos civiles y militares. La conflagración se extendería más allá de Oriente Próximo, ya que un ataque conjunto israelo–estadounidense sobre un país islámico encendería protestas masivas por toda Asia. Serían probables nuevos incidentes terroristas en Europa Occidental, América del Norte y Australia y en contra de las multinacionales estadounidenses. Sobrevendría una encarnizada y prolongada guerra, en la que se enfrentarían 70 millones de nacionales iraníes unidos, más millones de musulmanes de Asia y África, a un aislado EEUU acompañado por sus aliados europeos, que tendrían que afrontar protestas populares en casa.

Las sanciones sobre Irán no funcionarán, porque el petróleo es un artículo escaso y esencial. China, India y otros países asiáticos en rápido crecimiento burlarán el boicot. Turquía y otros países musulmanes no cooperarán. Numerosas compañías petrolíferas occidentales trabajarán a través de intermediarios. La política de sanciones está destinada al fracaso; sólo va a provocar que el aumento del precio del petróleo sea aún mayor. Un ataque militar israelí o estadounidense causará inestabilidad política grave y aumentará los riesgos de los productores, exportadores y compradores de petróleo, elevando el precio del petróleo hasta alturas astronómicas, alrededor de unos 100 dólares por barril, desestabilizando la economía mundial y provocando mayor recesión mundial y quién sabe si algo peor.

Conclusión

El único posible beneficiario de un ataque militar israelí o estadounidense, o de las sanciones económicas contra Irán, será Israel: le serviría para eliminar a un adversario militar en Oriente Próximo y consolidar su supremacía militar en la región. Incluso este resultado sería problemático, porque no tiene en cuenta el hecho de que el desafío de Irán hacia Israel es político, no en cuanto a potencial nuclear. El primer objetivo de los millones de musulmanes que protesten contra la agresión israelí serán los regímenes árabes más cercanos a Israel. Un ataque israelí supondrá una victoria pírrica si la previsible conflagración política desestabiliza a los gobernantes de Jordania, Egipto, Siria y Arabia Saudí. Las consecuencias serían incluso peores que si atacara EEUU: mayor número de pozos petrolíferos ardiendo, las tropas estadounidenses en Iraq rodeadas, las relaciones a largo plazo con los regímenes árabes socavadas, el aumento de los precios del petróleo, gran número de bajas entre las tropas inflamando la opinión pública doméstica. Un ataque sobre Irán no será una operación ‘quirúrgica’ ejecutada con limpieza – supondrá una herida profunda directa hacia la gangrena.

No hay duda de que el AIPAC celebrará “otro éxito” para Israel en su autocomplaciente informe anual de misiones cumplidas. Los Presidentes de las Organizaciones Judías Más Importantes de EEUU darán las gracias a sus obedientes y leales seguidores en el Congreso por aprobar la destrucción de una ‘amenaza nuclear anti–semita y anti–estadounidense para toda la humanidad’ o alegarán alguna basura parecida.

Los grandes perdedores de un ataque militar israelo–estadounidense serán los soldados que hay en Iraq y en otros países del Oriente Próximo, que morirán y sufrirán mutilaciones; el pueblo de EEUU, que pagará son sangre y déficit por las nubes; las compañías petrolíferas, que verán sus suministros de petróleo interrumpidos y sus nuevos contratos mixtos multimillonarios para la explotación de petróleo minados; los palestinos, que sufrirán las consecuencias de una mayor represión y desplazamientos masivos; el pueblo libanés, que se verá implicado a la fuerza en una nueva guerra de fronteras y los europeos, que tendrán que enfrentar represalias terroristas.

Excepto para el lobby israelí en EEUU y sus bases de partidarios y aliados judíos estadounidenses entre los Presidentes de las Organizaciones Judías más Importantes, no hay otros lobbys organizados que estén presionando a favor o en contra de esta guerra. Las explicaciones rituales culpando al “todopoderoso petróleo” en cuanto aparece un conflicto en Oriente Próximo que afecta a EEUU suponen, en este caso, una cuestión falaz que carece de cualquier fundamento. Todas las evidencias prueban lo contrario – el poderoso petróleo se opone a cualquier conflicto, ya que éste no hace sino desbaratar la penetración más importante conseguida en los campos petrolíferos de Oriente Próximo desde que fueron nacionalizados en la década de 1970.

La única fuerza política organizada identificable que ha logrado con éxito penetrar profundamente en el Congreso de EEUU y en sectores del poder ejecutivo son los lobbys pro–Israel y los PAC. Los principales defensores en el poder ejecutivo de la política de confrontación están dirigidos por el miembro ‘neocon’ pro–Israel del Consejo Nacional de Seguridad Elliot Abrams (criminal absuelto por el Presidente), encargado de la política de Oriente Próximo, y por el Vicepresidente Cheney. Se puede encontrar una oposición significativa entre los comandantes de los servicios militares importantes, que ven con claridad las desastrosas consecuencias estratégicas que esa política va a suponer para las fuerzas militares estadounidenses, junto a sectores del Departamento de Estado y de la CIA, que están realmente preocupados por los funestos resultados de apoyar la búsqueda de Israel de una incontestable supremacía regional.

El problema es que no hay un liderazgo político que se oponga al lobby guerrero pro–Israel ni en el interior del Congreso ni siquiera en la sociedad civil. Hay pocos grupos organizados, si es que existe alguno, que puedan enfrentarse a la posición de guerra israelí y que puedan trabajar para la coexistencia en Oriente Próximo, o incluso que puedan defender los intereses nacionales de EEUU cuando divergen de los de Israel.

Aunque hay numerosos ex diplomáticos, generales, funcionarios de inteligencia, Judíos Reformados, consejeros de Seguridad Nacional retirados y profesionales del Departamento de Estado que han denunciado públicamente la agenda de guerra con Irán, e incluso criticado a los lobbys de “Ante todo, primero Israel”, sus declaraciones en algunos periódicos y medios no han sido apoyadas por ninguna organización política nacional que pueda competir con aquéllos en su influencia en la Casa Blanca y en el Congreso. Como estamos cada vez más cerca de una confrontación grave con Irán y los funcionarios israelíes están fijando fechas a corto plazo para provocar una conflagración por todo Oriente Próximo, parece que estamos destinados a aprender, a partir de las futuras pérdidas catastróficas, que los estadounidenses tenemos que organizarnos para derrotar a los lobbys políticos cimentados sobre lealtades exteriores.