Hipocresía atómica
Por Tony Benn
(*)
Znet, febrero 2006
Traducido por Miguel Montes Bajo y revisado por Felisa Sastre
Gran Bretaña ha jugado
un papel predominante en las negociaciones con Irán sobre su programa
nuclear y el riesgo de que pudiera conducir al desarrollo de una bomba
atómica, y puede perfectamente querer llevar la cuestión hasta el
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Dado que el propio
Primer Ministro está decidido a mejorar el Trident y parece estar
comprometido en una nueva serie de centrales nucleares, su posición
como defensor del Tratado de No Proliferación no es muy creíble, y
si pretendemos entender la profundidad de la hipocresía occidental en
esta cuestión debemos mirar hacia atrás en la historia, que ha sido
convenientemente olvidada.
Hace treinta años, el
7 de Enero de 1976, como Secretario de Estado para la Energía, entablé
una larga discusión con el Sha en su palacio de Teherán, y pasamos
la mayor parte del tiempo discutiendo sus planes para desarrollar un
importante programa nuclear en Irán.
Yo había sido bien
informado sobre sus propósitos por el Dr. Akbar Etemad de la
Organización Iraní de la Energía Atómica, quien me había dicho
que intentaba construir una instalación de 24 megavatios para 1994,
lo que superaba al programa que tenía entonces la propia Gran Bretaña,
y me había expresado su interés en los centrifugadores que son
esenciales para el reprocesado, mientras que me aseguraba que estaba
ansioso por evitar la proliferación nuclear. La transcripción de mi
charla con el Sha sobre las fuentes de esta tecnología nuclear revela
que me dijo que “la iba a obtener de los franceses y los alemanes e
incluso podría obtenerla de los soviéticos – ¿y por qué no?”
Solo un año después,
el Dr. Walter Marshall, de la Autoridad para la Energía Atómica, mi
propio consejero, me anunció que también era consejero del Sha en
política nuclear, y que tenía preparado un proyecto bajo el que el
Sha pediría el reactor de agua presurizada (pressurised–water
reactor, PWR) Westinghouse si Gran Bretaña hacía lo propio, y que Irán
estaba dispuesto a aportar el dinero – un plan contra el que yo
estaba decidido a luchar. En realidad se estaba sugiriendo, como parte
de este acuerdo, que Irán se convertiría en propietario del 50% de
nuestra industria nuclear con el propósito de construir los PWR.
Marshall, sin mi
autorización, había sugerido, aparentemente, que Gran Bretaña
abandonara nuestros reactores de gas enfriado avanzados y solicitara
hasta 20 PWR, por lo que llegué a la conclusión de que él había
adoptado el punto de vista, como hicieron muchos en la industria
nuclear, de que la proliferación era inevitable y que no había mucho
que se pudiera hacer. De hecho él casi dijo lo mismo.
Por todas estas
razones, yo me oponía totalmente a esta idea, y lo que me preocupaba
más era la práctica certeza de que conduciría a la proliferación
nuclear y a que Irán desarrollara armas atómicas. Nunca se aprobó.
Sir Jack Rampton, mi secretario permanente, que parecía estar tan
entusiasmado como Marshall con la adopción de los PWR, y a quien el
Primer Ministro consultaba directamente, estaba presionando claramente
hacia esa posición, y el propio Jim Callaghan quería que yo me
uniera.
En una reunión del
Gabinete que tuvo lugar el 4 de Mayo de 1977, Jim, mientras expresaba
su preocupación por la proliferación nuclear, argumentó que no debíamos
rechazar el proyecto iraní, porque pensaba que los alemanes o los
franceses se harían cargo de él.
Una complicación
adicional surgió porque, como la energía nuclear dependía del
EURATOM, desde el punto de vista del Foreign Office formaba parte de
las competencias legales de la Comisión Europea, por lo que el
gobierno británico quizá no pudiera pronunciarse.
Lo más asombroso de
todo, a la luz de las presentes discusiones, es que el problema de que
Irán desarrollara una capacidad nuclear tan enorme no supuso un
problema para los estadounidenses porque, en aquella época, al Sha se
le veía como un aliado fiable, y de hecho había llegado al trono con
su ayuda.
Es muy difícil que
haya un ejemplo más claro de doble rasero que éste, y coincide con
el suministro de armas a Saddam para que atacara Irán tras el
derrocamiento del Sha y el absoluto silencio sobre el enorme arsenal
nuclear de Israel, que constituye en sí mismo una violación del
tratado de no proliferación.
La Agencia
Internacional de la Energía Atómica (AIEA) y su jefe, Mohamed El
Baradei, recibieron hace poco el premio Nobel de la Paz por su trabajo
en la no proliferación, pero como este tratado establece que los
estados con armas nucleares deben negociar su propio acuerdo de
desarme, lo que no ha ocurrido, está claro que para ellos el tratado
de no proliferación no importa.
Ahora hay una propuesta
para elaborar un informe sobre Irán para las Naciones Unidas y El
Baradei se puede encontrar en la misma situación en la que estuvo
Hans Blix, el inspector de las armas de Irak utilizado por Washington
para sus propios propósitos, con EEUU buscando una resolución de la
ONU de condena a Irán y entonces, si esto falla, actuando
unilateralmente utilizando la fuerza, como en Irak.
Si los problemas que se
discuten se pueden tratar de un modo práctico a través de la AIEA,
hay una oportunidad real de una solución consensuada, y eso es lo que
deberíamos pedir puesto que ni Bush ni Blair están en situación de
adoptar una elevada actitud moral.
Como me opongo
firmemente a las armas nucleares y a la energía nuclear para usos
civiles, estos comentarios no se deben tomar como apoyo a lo que está
haciendo Irán, pero los vínculos nucleares que Gran Bretaña tuvo en
el pasado con Irán deben alentarnos para ser muy cautelosos y
oponernos a aquellos cuyos argumentos pueden presentarse para
justificar una guerra, que no puede justificarse.
(*) Tony Benn fue
Secretario de Estado para la Energía de 1975 a 1979 del Reino Unido.
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