“Censura”,
"derecho a la blasfemia" e islamofobia:
Reflexiones
sobre una extraña tormenta
Por
Laurent Lévy ,
10/02/06
Traducción
de Flor Beltrán, corresponsal en París de Socialismo o Barbarie
No
necesitábamos esta tormenta; pero trataremos de comprender algo y
preguntarnos qué es lo que está en juego.
Una
serie de dibujos "satíricos" hizo escándalo en
Escandinavia, y desencadenó la furia en un buen número de países
musulmanes, de sectores enteros de la opinión pública, y a menudo de
los propios Estados. Reuniones y manifestaciones, amenazas,
maldiciones se repiten por todos lados. El dueño del diario France
Soir echa al director de publicación que las editó.
Por
sí mismos, estos hechos no merecerían ningún comentario. Se ha
vuelto algo terriblemente banal que se publiquen dibujos de mal gusto;
que lo que parece sagrado a unos, sea tratado irreverentemente por
otros; que las personas protesten cuando se sienten heridas; que los
violentos ejerzan o amenacen con ejercer violencias; que un patrón
despida a su empleado. Pero todas estas trivialidades provocaron la
tormenta.
No
es cierto que se ayude a la comprensión de las cosas mencionando
simplemente que se trata de "caricaturas" o dibujos
"satíricos".
La
sátira es un ejercicio en el cual los defectos y vicios de las
personas son objeto de bromas, puestos en evidencia de una manera
graciosa.
Uno
de los dibujos en cuestión, el que ha hecho más escándalo, presenta
al profeta del Islam con un turbante que es un artefacto explosivo. No
se trataba pues de criticar una característica del personaje así
representado, sino de afirmar su carácter intrínsecamente criminal,
y terrorista –y, a través de él, calificar así al conjunto del
mundo musulmán–
Una
caricatura debe parecerse al sujeto que lo inspira. No se puede
reprochar a un caricaturista exagerar algunas características, y
dibujar por ejemplo orejas de elefante a alguien que tiene simplemente
grandes orejas: sólo hace su oficio de caricaturista. Pero el dibujo
en cuestión de Mahoma no es para estos fines; no es ni satírico:
simplemente es la exposición de una tesis que denuncia el Islam como
terrorista por definición (el turbante mismo de su profeta) –o al
terrorismo como musulmán por naturaleza–.
El
dibujo es, por lo tanto , un incentivo racista al odio islamofóbico
–en un contexto donde, desgraciadamente, todo incentivo sobre este
tema ya es redundante. "Miren aquél, a su vecino, al Árabe, a
su mujer con velo y a sus hijos con gorra , quiere decir:
"desconfíen de él; es un terrorista en potencia”.
Se
tiene aquí la ilustración de lo que denunciamos como racismo islamófobo.
No es una simple "crítica de la religión musulmán", ni
siquiera el menospreciarlo como religión. Es decir que el Islam es
por naturaleza "terrorista". No es “criticar el Islam”;
es dar una representación que, no por ser fantasmagórica, deja de
producir todos los efectos del racismo ordinario.
Es
lo mismo que decir que los negros son perezosos, los judíos avaros o
los chinos crueles. eso no es criticar al África, a la religión judía
o al Asia, sino alimentar estereotipos y hacer afirmaciones racistas.
Pero,
curiosamente, el eje del debate no se desarrolla sobre el contenido de
estos dibujos o el significado político de su publicación.
En
el contexto actual, donde la globalización capitalista toma a menudo
la forma de una guerra del Occidente contra el resto del mundo; dónde
se apunta con el dedo al Islam para hacer pasar, bajo el nombre de
“guerra al terrorismo”, los ataques imperialistas de Estados
Unidos y sus aliados en Medio Oriente y; dónde dictaduras salvajes se
presentan como "musulmanas", y hacen de la identidad
religiosa un instrumento para oprimir sus pueblos, dónde el Islam es
utilizado por movimientos políticos radicales; dónde las minorías
musulmanes de Europa son objeto de un racismo estructural, que sirve
de instrumento a su superexplotación y a la división de las víctimas
del sistema económico y social; donde la islamofobia sirve de base
ideológica a todo eso; en este contexto, habría habido mucho que
decir sobre la publicación de estos dibujos.
Entonces,
incluso algunos que condenan el racismo, a menudo se limitan a
mencionar la injuria hecha a los musulmanes, pero sin intentar el análisis
–aceptando que el problema fundamental reside, no en el contenido de
los dibujos, sino en su simple existencia–. Así, este debate sigue
siendo secundario; los medios se limitan a la cuestión de la
"censura", de la “libertad de la prensa”, de la
“libertad de expresión”. El asunto se ha abordado por su lado
menos importante.
Nos
explican que la publicación de estos dibujos se justifica porque la
libertad de expresión es un principio superior a cualquier otro. En
qué consiste este principio, en qué estaría amenazado, por qué la
publicación de estos dibujos sería la aplicación de ese principio,
o la defensa de la libertad de expresión, no se nos lo explica.
En
primer lugar, tengamos en cuenta que, en todo caso, no existe en
Francia un principio general de la libertad de expresión. Presentar
tal principio como uno de las contribuciones del universalismo
occidental es una estafa.
La
ley sobre la libertad de prensa que regula esta cuestión, establece límites:
está prohibido –y penalmente sancionado–
difamar a otros o insultarlos. Está prohibido incitar al odio
racial. Las injurias, difamaciones e incentivos al odio están mucho más
prohibidos cuando atacan a grupos particulares en razón de su
pertenencia real o supuesta a una raza, a una religión, a un pueblo,
o en razón de su origen, su orientación sexual, su estado de salud,
etc.
Por
este sólo hecho, se puede decir que, por ejemplo, –y es de lo que
se trata en estos momentos– la provocación al odio contra los
musulmanes está penalmente sancionada por la ley francesa.
En
qué medida esta ley es efectivamente aplicada, eso es otra cuestión.
En qué medida la penalización de algunas expresiones se justifica,
es también otro problema.
No
está demás también observar sobre este punto, que la vía penal no
es la única que se abre, incluso permaneciendo dentro del ámbito del
control judicial de los comportamientos, para combatir las expresiones
que afectan a las personas, a su dignidad, a su seguridad, etc.
Recordemos por ejemplo la condena a Jean–Marie Le Pen por haber
dicho que las cámaras de gas nazis eran un simple "detalle"
de la historia del siglo XX.
Cuando se realizó ese juicio, ninguna ley reprimía esta clase de
negacionismo; no existía aún la "ley Gayssot".
Fue
en nombre de un principio jurídico general –que dice que "todo
el que causa a otros un daño debe repararlo” (artículo 1382 del Código
civil)– que las asociaciones de antiguos deportados, las
organizacions antirracistas y de defensa de los derechos humanos,
etc., pidieron que se enjuiciara al autor de estas frases y lo
condenaran a pagar los daños. El alcance simbólico de tal condena
bien vale la de una condena penal.
Además
de este recurso a las normas de responsabilidad civil, por el cual uno
es responsable de las faltas que comete, siempre pueden adoptarse
medidas en caso de perturbación al orden público, a través de una
publicación. O cuando se falta el respeto debido a la vida privada,
que la ley protege también.
En
tales casos, los tribunales deben arbitrar entre los principios de
libertad de expresión y de protección de vida privada o del orden público,
principios que la ley considera como también respetables –aunque el
concepto "de orden público" es en sí mismo extremadamente
confuso, y propenso a las peores derivas–.
La
petición de algunas asociaciones musulmanes que pedían prohibir la
salida del número de Charlie Hebdo que reproduce los famosos
dibujos, fue negada por razones de forma; no se aclara si, en cuanto
al fondo, podría haberse prohibido su publicación.
Por
otra parte, cuando se trata de luchar contra declaraciones o
comportamientos, no se está obligado a recurrir a los tribunales: los
combates ideológicos son sobre todo políticos, y lo mejor es la
condena moral de la opinión. Las decisiones de la justicia pueden
contribuir, pero no pueden reemplazar la opinión del pueblo. Por otra
parte, los jueces mismos son hombres y mujeres que no escapan a las
ideas dominantes. Sus decisiones son subjetivas y varían según los
principios e intereses en cuestión, en un caso determinado; son por
eso función del estado de la opinión pública. Los jueces comparten
las evidencias comunes, y la vía judicial supone a menudo, para tener
alguna eficacia, que existe al menos una corriente significativa de la
opinión que va en el sentido de la decisión buscada.
Entonces,
la libertad de expresión no es, en Francia, un valor absoluto
intocable. Pero, suponiendo que lo sea, nada permitiría decir que la
publicación de estas caricaturas se justificaba: no es porque se
tiene "el derecho" a hacer una cosa, que es necesario
absolutamente hacerla. Si este "derecho" existe, es una
condición necesaria para la publicación; no es una condición
suficiente. Se puede pues perfectamente considerar que incluso si
estaba permitido publicarlas, no era necesario hacerlo. No existe
ninguna "censura" en esto.
Algunos
sostienen lo que está de moda en ciertos medios islamófobos: el
"derecho a la blasfemia".
La
expresión es, por lo menos, curiosa. Para quién no es creyente, la
blasfemia no significa nada. No se puede querer desagradar a un
"Dios", que no existe. La blasfemia no tiene sentido sino
para los creyentes; y para ellas, en una sociedad donde coexisten toda
clase de creencias y toda clase de incredulidades, la prohibición no
puede aplicarse como ley general a todos los miembros de ésta. La
prohibición sólo resulta de las normas de su religión, a la cual
adhieren libremente.
Los
que predican el "derecho a la blasfemia" no lo reclaman
evidentemente para los que, por su adhesión a una religión, se
niegan de todas formas a ejercerlo. No. Lo reclaman para ellos mismos.
Ahora
bien, para los que no creen, la blasfemia no tiene como tal ningún
sentido. Si uno se pregunta sobre las razones que pueden impulsarles a
reclamar el derecho –que además nadie se los niega– se ve que la
razón es simple: puesto que insultar a "dios" no tiene para
ellos ningún sentido, esta claro que es a los creyentes a los que
quieren insultar.
Es
paradójico, entre paréntesis, constatar que incluso aquéllos que
dicen que la religión debe permanecer en el terreno de las cosas
privadas, estrictamente domésticas e incluso clandestinas, no se
proponen blasfemar en el secreto de su domicilio. Exigen que cada uno
guarde su fe bien en su interior; pero ellos desean exhibir a todos
los vientos su irreligión.
Por
lo demás, los "republicanistas" de todo tipo deberían pensarlo dos
veces cuando hablan de blasfemia. Su religión tiene también sus ídolos
consagrados. Consideraron como delitos las ofensas hechas a la bandera
tricolor o al himno belicoso que es La Marsellesa. Es significativo
que después del 11 de septiembre 2001, a los adoradores estos ídolos
se les ocurrió pedir condenas penales –concretamente, en octubre
de ese año– cuando algunos jóvenes cometieron el irreparable sacrilegio
de abuchear el famoso estribillo de La Marsellesa que afirma
que los "enemigos de Francia" tienen "sangre
impura". Y algunas momias que marchaban en diciembre pasado para
celebrar el centenario de la ley de 1905,
enarbolaban una bandera que decía: ¡"laicidad sagrada!".
Entonces,
la cuestión no es simplemente la libertad de expresión, sino su
expresión en sí misma; sus razones de ser, su significado ideológico
y político.
Admiramos
la perversidad del argumento –escuchado en este debate– que la
reedición de los dibujos era la forma de dar apoyo al director de
publicación despedido de France Soir.
Estimar
que este director debe ser apoyado, es considerar que se le ha
despedido "injustamente ".Eso podría tener ciertos
fundamentos. Pero nadie ha criticado, por ejemplo, el derecho del dueño
de un diario de decidir su línea editorial, ni de disponer, como
trapos viejos, de sus subordinados. Esto no tendría nada que ver con
la caricatura publicada por France Soir, pero sí mucho que ver
con la organización de las empresas en general –y de las empresas
de prensa en particular– en un sistema capitalista. Pero no se
critica el derecho del propietario del diario de deshacerse de su
director de publicación, sino que se objetan los motivos precisos del
despido: se le acusó de haber publicado el dibujo en cuestión. Y el
apoyo a este director consiste en decir que tuvo razón en publicar
dichos dibujos.
Pero
entonces es hipócrita decir que es para apoyarlo, que se reeditan las
caricaturas. En realidad, es simplemente porque se piensa que había
que publicarlas. Ni la solidaridad periodística, ni la libertad de
expresión explican pues esta nueva publicación.
Esta
claro que estos dibujos se caracterizan en primer lugar y sobre todo
por su islamofobia, por su denuncia de los musulmanes en general como
agentes del terrorismo; pero toda reproducción de estos dibujos no
tiene un objetivo racista. Cuando el debate es intenso, cuando en todo
el mundo, manifestaciones, violencias y amenazas continúan, puede ser
legítimo para los medios contar la historia. Si el dibujo
controvertido se financió, se creó, se publicó, y luego fue
reproducido, con una intención islamófoba, podían perfectamente
reproducirlo para informar al público después que se lanzó el
debate. Mostrar el dibujo en esas condiciones no tiene inevitablemente
el significado de: "Miren cómo veo a Mahoma ". Puede, en
cambio, significar: "Miren, éste es el dibujo que muchos juzgan
escandaloso".
Recordamos
que se acusó a Le Pen por decir "detalle", que no es la
misma cosa que decir uno mismo "detalle". Es posible, por lo
tanto, preguntarse sobre el sentido de la publicación de este dibujo
en France Soir, y también en Le
Nouvel Observateur.
Se puede conceder a estos diarios el beneficio de la duda, de que no
dijeron que estaban publicando un retrato del profeta del Islam, sino
sólo poniendo al alcance del público uno de los elementos de un
debate en curso. Y la verdad es que, en efecto, se comprende mejor las
emociones provocadas por un dibujo cuando uno lo ve.
Sin
embargo, en el contexto de este debate se vuelve bastante transparente
la intención racista de Charlie Hebdo al publicarlo. En primer
lugar porque no es un diario de información; a continuación, porque
la islamofobia es ahora uno de sus temas favoritos.
Su
carácter irrespetuoso o anticlerical no basta de ninguna manera para
disculpar tal línea editorial. Por lo demás, hay algo de lamentable
e indecente, al ver un diario que se había destacado por su
irreverencia respecto a los poderosos del mundo, que ahora elige
volcar su irreverencia sobre los desheredados, víctimas de estos
mismos poderosos. Es un espectacular y redituable cambio de alianzas y
de valores.
Que
franceses, blancos, de tradición cristiana, se burlen de la Iglesia
Católica, puede tener sentido. Que árabes, iraníes, afganos, o
paquistaníes se propongan combatir el Islam, eso es asunto de ellos.
Pero que los que poseen todo, ataquen las convicciones íntimas de los
que no tienen nada, eso es otra historia.
En
cualquier caso, el debate alrededor de las "caricaturas" del
profeta del Islam da ocasión de profundizar la especificidad, dentro
de las ideologías antireligiosas, de los ataques permanentes al
Islam: al respecto, Charlie Hebdo no mas que un síntoma entre
otros, simplemente un poco más lamentable que otros.
Los
agentes de la islamofobia contemporánea, que se obstinan en pretender
que sólo hay una manifestación legítima del derecho –innegable en
una democracia– a "criticar" las religiones, harían bien,
en vez de limitarse a despreciarlos con condescendencia, de
preguntarse sobre las reacciones que suscitan los ataques contra el
Islam en numerosas personas, hombres y mujeres, que no son religiosos
personalmente, que no se someten a ningún de los preceptos de la
religión musulmán, y que se sienten sin embargo víctimas de estos
ataques.
Antes,
a las personas de origen magrebí, se las llamaba en forma insultante
"los argelinos". Más tarde, se les llamó "los
inmigrantes". Luego se inventó "beurs". Ahora son
llamados "musulmanes".
Cuando
una persona se ve permanentemente ligada a una identidad, es normal
que termine por reconocerse como tal. A un joven, cuyo nombre suena
magrebí y que no busca ocultarlo, se le pregunta en el mes de Ramadán,
mientras está almorzando con un vaso de vino, si él practica el
ayuno.
Puesto
que uno sabe que lo consideran –no importa lo que diga o haga–
como "musulmán", es natural que sienta que los ataques
lanzados contra el Islam lo tocan a él de cerca.
De
todas maneras, cualquiera que sea su actitud personal respecto a la
religión, las personas provenientes de la inmigración magrebí o del
África subsahariana tienen generalmente algunos lazos con el Islam.
Por ejemplo, es la religión de sus padres, de algunos de sus hermanos
o hermanas, amigos, primos, vecinos, etc. Saben inmediatamente, cuando
hablan de “los musulmanes", que son sus prójimos. Saben hasta
qué punto no tienen nada que ver con esas caricaturas, sino que son víctimas
de estos ataques. No es raro, entonces, que hoy se definan como
"musulmanes" gente que no tiene práctica religiosa, y que
no se les habría ocurrido la idea de definirse así hasta que, una mañana
de septiembre de 2001, se dieron cuenta que los miraban repentinamente
de otra manera.
Se
puede lamentar la violencia de las reacciones suscitadas por el asunto
de las caricaturas en el mundo musulmán. Pero no es para extrañarse.
El mundo musulmán tiene todas las razones para pensar que sólo
recibe de Occidente menosprecio y humillaciones. Las dictaduras en el
poder pueden jugar con las manifestaciones de este menosprecio para
canalizar contra otros los rencores populares. Occidente proporciona
para eso superabundancia de pretextos. No es sorprendente que los
interesados aprovechen la ocasión.
Las
provocaciones de Nicolas Sarkozy
provocaron
los incendios de coches; las del diario danés, han provocado el
incendio de algunas embajadas. Los que predican la "guerra de
civilizaciones" no pueden asombrarse de ver reaccionar al enemigo
elegido.
Notas de SoB:
.– Laurent Lévy,
abogado, es una personalidad de los organizaciones antiracistas de
Francia y uno de los fundadores del Movimiento de los Indígenas
de la República (ver Salen a la calle en París los “indígenas de la República”,
edición de SoB del 08/05/05).
Lévy se hizo muy conocido en Francia como abogado de asociaciones
antiracistas, promoviendo un juicio contra Le Pen, el dirigente de la
extrema derecha francesa y notorio racista.
.– Se trata del juicio promovido por
el autor de este artículo.
.– La ley de 1905
estableció el laicismo en Francia. Tomándose de estos
antecedentes, el gobierno francés dictó una ley hace dos años
con medidas
discriminatorias de expulsión de las escuelas públicas de las jóvenes que
se cubren la cabeza con el pañuelo musulmán.
.– Sarkozy, primer
ministro francés, se ha hecho famoso por sus provocaciones racistas
contra la juventud proveniente de la emigración. Esto contribuyó
a desencadenar el año pasado en París la rebelión de jóvenes de los
suburbios.
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