El último leño a
la hoguera
Por Robert Fisk
The Independent / La Jornada, 05/02/06
Traducción de Gabriela Fonseca
Así que ahora se trata
de cartones sobre el profeta Mahoma con un turbante en forma de bomba.
Los embajadores son retirados de Dinamarca, los sauditas y los sirios
se quejan, las naciones del Golfo Pérsico quitan de sus anaqueles
todos los productos daneses y hombres armados en Gaza amenazan a la
Unión Europea y a periodistas extranjeros. En Dinamarca, el editor de
"cultura" del bobalicón diario en el que aparecieron esas
tontas caricaturas –en septiembre pasado, por Dios– anuncia que
"estamos siendo testigos de un choque de civilizaciones"
entre las democracias laicas occidentales y las sociedades islámicas.
Esto comprueba, supongo, que los periodistas daneses se mantienen
fieles a la tradición de Hans Christian Andersen. ¡Ay, Dios, Dios!
Lo que estamos presenciando es la puerilidad de las civilizaciones.
Comencemos en el
Departamento de Verdades Domésticas. Esto no es una cuestión de
laicismo contra el Islam. Para los musulmanes, el profeta es el hombre
que recibió las palabras divinas directamente de Dios. Nosotros vemos
a nuestros santos y profetas, cuando mucho, como figuras históricas,
que se contraponen a nuestros derechos humanos, a la alta tecnología
y a nuestras libertades; los vemos casi como caricaturas. El hecho es
que los musulmanes viven su religión, nosotros no.
Ellos han conservado su
fe, pese a innumerables vicisitudes históricas. Nosotros hemos venido
perdiendo nuestra fe desde que el poeta inglés Matthew Arnold escribió
sobre "el largo y lejano rugido del mar". Hablamos de
"occidente contra el Islam" en vez de "cristianos
contra el Islam", porque tampoco quedan muchos cristianos en
Europa que digamos. No hay forma de arreglar esto reuniendo a las
religiones del mundo y preguntando por qué no se nos permite burlar
de Mahoma.
Claro, siempre podemos
ejercer nuestra propia hipocresía en torno de los sentimientos
religiosos. Recuerdo que hace más de una década una película
llamada La última tentación de Cristo mostraba a Jesús haciéndole
el amor a una mujer. En París alguien le prendió fuego al cine que
presentaba la cinta, y en el incendio murió un joven francés. También
recuerdo que una de las principales universidades de Estados Unidos me
invitó a dar una conferencia hace tres años. Lo hice. Mi conferencia
se titulaba "Septiembre 11, 2001: pregunten quién lo hizo, pero
por amor de Dios no pregunten por qué".
Cuando llegué a
ofrecer la ponencia me encontré con que las autoridades habían
eliminado la frase "por amor de Dios", alegando que "no
querían ofender ciertas sensibilidades". Ajá, así que nosotros
también tenemos "sensibilidades".
En otras palabras, a
pesar de que exigimos que los musulmanes se comporten como buenos
laicos cuando se trata de la libre expresión –o de caricaturas
vulgares–, todavía tenemos que preocuparnos porque los adherentes a
nuestra preciosa religión no se ofendan.
También disfruté
enormemente las pomposas declaraciones de hombres de Estado europeos
que afirman que no pueden controlar la libre expresión ni a los periódicos.
Eso es una tontería. Si uno de los cartones hubiera mostrado a un
rabino en vez de al profeta con un sombrero en forma de bomba nos
hubieran vociferado al oído "antisemitas", y con toda razón.
Esta es la queja que siempre hacen los israelíes de las caricaturas
antisemitas que aparecen en los periódicos egipcios.
Más aún: en algunas
naciones europeas –Francia es una, Alemania y Austria son otras–
está prohibido en la ley negar genocidios. En Francia, por ejemplo,
es ilegal decir que no existieron los holocaustos judío y armenio
(nada más esperen a ver la reacción de Turquía ante este último
punto, si es que este país llega a ingresar a la Unión Europea).
De modo que está
prohibido hacer ciertas afirmaciones en Europa. No estoy seguro si
esas leyes logran sus objetivos; no importa cuanto se prohíba la
negación del holocausto, pues los antisemitas siempre encuentran
forma de darle la vuelta a esas normas.
El punto, no obstante,
es que a duras penas podemos hacer respetar nuestras prohibiciones políticas
y leyes para evitar que haya caricaturas antisemitas o que se niegue
el holocausto, y pese a ello nos ponemos a gritar en favor del
laicismo cuando descubrimos que los musulmanes se ofenden por nuestras
provocaciones e imágenes insultantes al profeta.
Para muchos musulmanes,
la reacción "islámica" por todo ese escuálido asunto es
una vergüenza. Es perfectamente razonable creer que a los musulmanes
les gustaría ver que se introduzca algún elemento de reforma a su
religión. Si los cartones hubieran promovido algún debate sobre el
tema –si existiera la posibilidad de un diálogo serio–, nadie
habría tenido objeciones.
Pero claramente hubo la
intención de que las caricaturas fueran una provocación. Fueron tan
absurdas, que lo que lo único que causaron fue una reacción.
Además, este no es el
momento más adecuado para recalentar la vieja basura de Samuel
Huntington sobre "el choque de civilizaciones". Irán tiene
nuevamente un gobierno clerical. Lo mismo ocurre, para todo fin práctico,
en Irak (donde supuestamente no iban a usar su democracia para elegir
a un gobierno religioso, pero eso es lo que pasa cuando uno se pone a
derrocar dictadores).
En Egipto, la Hermandad
Musulmana ganó 20 por ciento de los escaños parlamentarios en las
recientes elecciones legislativas. Ahora tenemos a Hamas a cargo de
Palestina.
Aquí hay un mensaje,
¿no es cierto? Las políticas estadounidenses para el "cambio de
régimen" y la "democracia" en Medio Oriente no están
alcanzando sus objetivos. Estos millones de votantes prefieren el
Islam a los gobiernos corruptos que les impusieron. El que los
cartones sean arrojados a la situación para atizar el fuego es
ciertamente peligroso.
En cualquier caso, no
se trata de si el profeta debe o no ser retratado. El Corán prohíbe
las imágenes del Profeta y aún así millones de musulmanes tienen y
crean esas imágenes. El problema es que las caricaturas representan a
Mahoma como imagen de violencia estilo Bin Laden. Muestran el Islam
como religión violenta. Y no lo es. ¿O queremos que sí lo sea?.
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