La
posición rusa sobre el programa iraní de desarrollo nuclear
“La
penúltima oportunidad para Irán”
Por
Sergueï Karaganov (*)
Rossiskaya Gazeta / Red Voltaire, 17/02/06
Traducción al francés Ria–Novosti
Traducido del francés al español por la Red Voltaire
Rusia ha recuperado
su importante influencia internacional. Lamentablemente, la prensa
atlantista deforma reiteradamente las posiciones diplomáticas de ese
país. En un esfuerzo por tratar de brindar a los lectores elementos
esenciales para la comprensión de los más importantes problemas
internacionales, la Red Voltaire dedica hoy sus diferentes rúbricas a
la filosofía y las posiciones de Moscú en la arena internacional.
Publicamos así el punto de vista de Serguei Karaganov, presidente del
Consejo de Política Exterior y de Defensa, sobre la crisis iraní,
opinión que él mismo presenta misteriosamente como «La penúltima
oportunidad para Irán». Karaganov pide a Teherán que acepte la
mediación rusa y, como nuevo elemento, admite comprender que Irán
desee dotarse del arma nuclear.
El conflicto sobre el
programa nuclear de Irán ha entrado en la fase del Endspiel. Durante
mucho tiempo, la troika europea, por un lado, y Rusia, por el otro,
trataron de convencer a Irán de renunciar a los aspectos del programa
que pudiesen conducir, teóricamente, a la fabricación de la bomba atómica.
Estados Unidos desempeñó el papel del «policía malo» aunque, en
los últimos años, flexibilizó en algo su política.
El Organismo
Internacional de Energía Atómica (OIEA) trabajaba de forma paralela.
Sus inspectores notaban a veces indicios de investigaciones militares
en los programas de Irán o de disimulo en cuanto a ciertos aspectos,
pero concluían, por lo general, que Irán se mantenía formalmente en
el marco de los compromisos que impone el Tratado de No Proliferación
para las armas nucleares.
Durante los últimos
meses, sin embargo, la negativa de Teherán de renunciar categóricamente
a las investigaciones nucleares que pudiesen tener un carácter
potencialmente militar y de renunciar a la idea de crear tecnologías
para el enriquecimiento del uranio acabó por convencer a la troika de
que los dirigentes iraníes estaban simplemente utilizando las
negociaciones para ganar tiempo. Rusia fue la que más demoró en
resignarse. Durante muchos años resistió estoicamente a las
presiones de Occidente que reclamaba la suspensión de la construcción
de la central nuclear de Buchehr, con lo cual demostró que es un
socio en el que se puede confiar. Incluso proporcionamos armamento
convencional.
En suma, no hemos
dejado nunca de considerar a Irán como un Estado amigo y un socio
geopolítico fundamental en la región.
Irán ha logrado
reducir el crecimiento demográfico, ha creado un sistema de enseñanza
relativamente moderno como complemento a su gran cultura antigua y
desde antes del boom petrolero había logrado ya un ligero aumento del
PIB por habitante, lo cual contrastaba fuertemente con la situación
de la mayoría de sus vecinos.
Nosotros también le
propusimos a Irán la implantación en territorio ruso de una fábrica
conjunta de enriquecimiento de uranio para las centrales nucleares
iraníes, como medio de liberar a Irán de toda sospecha de querer
crear armas atómicas.
Se iniciaron
negociaciones en ese sentido pero sin mucho éxito que sepamos.
Nuestras proposiciones habían sido rechazadas. Más tarde, se
retomaron las negociaciones y Teherán propuso posteriormente incluir
a China en el proyecto.
Paralelamente,
asistimos –primero entre los expertos políticos occidentales y últimamente
en los medios científicos– a la formación de una opinión casi unánime
según la cual la diplomacia iraní no busca más que una cosa: ganar
tiempo para crear la bomba.
Los argumentos de los
expertos que estiman que Irán necesitaba un programa nuclear
solamente para poderlo utilizar como moneda de cambio para salir de su
semiaislamiento y fortalecer su prestigio internacional tampoco
resultan ya tan convincentes.
Teherán niega con
vehemencia que quiera obtener la bomba, pero no le creen, como no se
tiene confianza en un país con un sistema político hermético o como
tampoco se dio crédito a las garantías de la URSS cuando proclamaba
sus intenciones pacíficas.
La situación se
agravó para Teherán luego de ciertas declaraciones del presidente
iraní sobre Israel. La imagen de país responsable que había
mantenido comenzó a degradarse rápidamente.
Quiero ser claro. Los
iraníes tienen el derecho moral de desear disponer del arma nuclear.
Ellos viven en una región muy peligrosa. Al sur tienen un Pakistán
nuclear, que puede estallar en cualquier momento. Al oeste, un Irak
inestable ocupado por tropas estadounidenses. Más allá, un Israel,
también nuclear, que Teherán califica de enemigo encarnizado
(aunque, en ese caso, el problema proviene en gran medida del propio
Irán que se busca enemigos). Los iraníes temen justificadamente la
actitud –para muchos injusta– de la comunidad internacional ante
ellos. No han olvidado que durante la guerra irano–iraquí todo el
mundo –incluidos Estados Unidos y la URSS– ayudó a Irak y mantuvo
un vergonzoso silencio cuando este último utilizó armas químicas
contra los iraníes.
El problema reside
solamente en que la obtención del arma nuclear por parte de Irán no
es aceptable ni para los Estados de la región ni para las grandes
potencias, empezando por Rusia que se encuentra próxima a su
territorio y en los límites de alcance de los posibles vectores iraníes
del arma nuclear.
Hay muchas
probabilidades de que la nuclearización de Irán incitara a Arabia
Saudita y Egipto a crear también su «bomba atómica árabe». En ese
caso habría que olvidar la noción de estabilidad estratégica a la
que las antiguas potencias nucleares han llegado poniendo a veces a la
humanidad al borde del cataclismo nuclear. El riesgo de guerra nuclear
se multiplicaría por diez. ¿Cómo se comportaría un Teherán
nuclear? ¿Qué pasaría si los elementos favorables a la destrucción
de otros Estados y al bloqueo del Golfo Pérsico llegaran a tomar el
control de la dirección iraní? Sería el fin del Tratado de No
Proliferación. Golpes preventivos podrían tener lugar en cualquier
momento, incluso antes que Irán lograse tener el arma nuclear, aunque
nadie –ni siquiera los estadounidenses– piense en recurrir a ello,
ya que están conscientes del carácter limitado de su eficacia en el
plano militar y de su enorme costo político.
En tal situación, y
teniendo en cuenta intereses vitales de nuestra propia seguridad, no
teníamos moralmente derecho a seguir oponiéndonos a las presiones
cada vez más fuertes de Occidente, a sus llamados a transferir el
caso de Irán al Consejo de Seguridad de la ONU. Las grandes potencias
se pusieron todas de acuerdo para que, el 2 de febrero, el OIEA
informara sobre el expediente al Consejo de Seguridad. Su examen sólo
tendrá lugar dentro de un mes, después del informe definitivo del
OIEA. Moscú negoció esas posibilidades por Teherán y después de
esto habrá tiempo aún antes de la introducción de posibles
sanciones.
En este momento, la
bola está en el terreno de Teherán. Sus representantes dicen que la
presentación del caso al Consejo de Seguridad cierra la puerta a la
negociación. Eso no es cierto. Otros pretenden que el Parlamento y el
pueblo no tolerarían esa concesión, argumento que tampoco es
convincente. En el contexto de la «democracia dirigida» existente en
Irán y del control total sobre los grandes medios de difusión, las
referencias a la opinión carecen de peso.
Teherán se encuentra
ante un desafío histórico al que tendrá que responder rápidamente.
Imaginemos que Irán renuncia inmediatamente a su potencial nuclear
militar (aceptando, por ejemplo, las proposiciones rusas) a cambio de
salir de su semiaislamiento internacional, de un reconocimiento como
actor responsable del nuevo mundo. En ese caso, el país se beneficiaría
con inversiones, y se fortalecerían su potencial económico y su
prestigio internacional.
Imaginemos ahora que
Teherán prosigue su programa nuclear con connotación militar. En ese
caso habrá sanciones, el entorno se hará frío –por no decir
hostil–, se reducirán las posibilidades de contar con recursos y
con tecnologías provenientes del exterior, lo cual frenará el
desarrollo económico y condenará el país al atraso. Habrá que
contar también con el riesgo permanente de golpes preventivos contra
las instalaciones nucleares e incluso contra la infraestructura
industrial.
Ponemos nuestras
esperanzas en que los herederos de la maravillosa cultura persa y la
élite intelectual sepan sobreponerse a las antiguas ofensas y
sospechas y a los vestigios del fanatismo religioso, sacar a Irán del
«yugo nuclear» y abrir ante su país el camino que, al emprenderlo,
lo llevará a convertirse en una gran potencia. En interés de todos.
(*) Director adjunto
del Instituto de Europa, presidente del Consejo de Política Exterior
y de Defensa.
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