¿Son
los Estados Unidos un Tigre de Papel?
Por
Mustafa El–Labbad (*)
Al Ahram Weekly, El Cairo / Rebelión, 03/03/06
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El mundo aguarda la
próxima reunión programada de la junta de gobernadores de la Agencia
Internacional para la Energía Atómica, en la que seguramente se
adoptará la decisión de trasladar el expediente nuclear de Irán al
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Hasta el momento de la
celebración de esa reunión, que tan importante es a nivel regional y
global, las capitales implicadas en la toma de decisiones globales están
estudiando las sanciones que se podrían aplicar a Irán en respuesta
a su persistencia en continuar desarrollando tecnología nuclear. Los
vocablos “sanciones económicas” se han convertido de esa forma en
palabras de última moda en los centros de investigación, en los
medios y en los pasillos que registran actividad política, a pesar de
la ausencia de acuerdo internacional sobre sus implicaciones y
utilidad política. La lógica interna de las sanciones, a pesar de
sus diversas definiciones, descansa en la utilización política de
presiones económicas para conseguir que el Estado en consideración
vuelva al redil. Seguidamente, las sanciones económicas contra Irán
serán sólo una fase más en el desencadenamiento de una batalla que
sobre su expediente nuclear se está orquestando, de momento, a través
de medios no militares.
Las sanciones económicas
no suponen un grupo uniforme de medidas a aplicar de forma
generalizada sobre cualquier país que deba ser castigado. Se espera
que los Estados miembros del Consejo de Seguridad, durante estos días
y hasta el próximo 6 de marzo, sopesen diversas formas de sanciones y
tengan en cuenta los efectos que pueden producir en la adopción de
decisiones políticas en Irán. La lógica interna de las sanciones
descansa en el supuesto de que los dirigentes políticos del país
penalizado se someterán, hasta cierto punto, a las presiones externas
con tal de mantener su autoridad política. La formulación clásica
de sanciones económicas persigue restringir las transacciones económicas
y suelen tener más éxito y ser más efectivas cuando la economía
del Estado penalizado depende en gran medida de dichas transacciones.
Los efectos negativos
sobre esos Estados penalizados pueden aparecer de varias formas,
pudiendo implicar aumentos en los precios para los consumidores,
subida de la tasa de desempleo y pérdidas para los empresarios. Dada
la conexión orgánica entre la política y la economía, los efectos
económicos negativos se trasladan directamente al frente político.
Las ramificaciones económicas negativas de las sanciones se extienden
a cuestiones consideradas de utilidad política por los órganos
decisorios del país penalizado, que acaban finalmente afectando su
prestigio político y pudieran provocar su sustitución. Es posible
dividir las sanciones económicas, aún con cierto grado de
simplificación, en tres tipos básicos: comerciales y de inversión,
financieras y las denominadas “sanciones inteligentes”.
Una inspección
atenta del comercio exterior iraní sugiere que si se imponen
sanciones petrolíferas y un bloqueo amplio, si se prohíben las
exportaciones de petróleo y las inversiones en el sector energético,
las consecuencias de todo ello podrían golpear duramente al régimen
iraní. El petróleo supone del 80 al 90% de las exportaciones de Irán,
y las exportaciones de petróleo contribuyen a financiar el 40 al 50%
de los ingresos iraníes. Como Irán quiere ampliar su extracción de
petróleo en los yacimientos hasta ahora conocidos y descubrir otros
nuevos, esos planes necesitan de inversiones a gran escala en el
sector petrolífero. Las sanciones petrolíferas, a la par que un
corte de la inversión exterior en el sector energético (petróleo y
gas), produciría, lógicamente, efectos de todo tipo en la economía
de Irán.
Aún a pesar de la
aparente solidez de este supuesto, la experiencia previa ha demostrado
que los regímenes totalitarios no fracasan necesariamente a causa de
un deterioro económico. En Irán, a pesar de la crisis del sistema
político basado en el “gobierno de los clérigos”, queda espacio
para un margen de oposición y crítica por parte de los individuos y
de las organizaciones civiles. Sin embargo, ni las personalidades ni
los partidos pueden invertir políticamente en la situación económica
para presionar al régimen, debido al equilibrio interno de los
poderes en el país. A la luz de los sentimientos nacionalistas iraníes
y de la insistencia en niveles amplios en el proyecto nuclear, es de
esperar que este tipo de sanciones apuntalen de hecho la unidad
nacional y hagan que el pueblo forme una piña alrededor de la
bandera.
Nos puede servir de
ejemplo la Yugoslavia de los años noventa. En aquella época, el
gobierno Milosevic utilizó las sanciones económicas sobre Yugoslavia
para justificar muchos poderes absolutos y actualmente sirven para
alimentar las emociones nacionalistas serbias. La mafia yugoslava fue
la principal beneficiada de esas sanciones, que aprovechó las
asfixiantes condiciones de vida para acumular beneficios mientras que
se producía la emigración del país de grandes segmentos de la clase
media yugoslava. No fue sino hasta años después cuando se escapó de
todo control el coste de mantener el liderazgo político en Belgrado,
obligándoles entonces a ceder ante la voluntad de los sancionadores y
a presionar a los serbio–bosnios para que aceptaran los Acuerdos de
Paz de Dayton.
Aunque Yugoslavia,
agotada económica y militarmente y fragmentada geográficamente, no
puede compararse con la situación del Irán actual, uno no puede
predecir completamente el grado hasta el que el régimen político
iraní perdería legitimidad si se le acabaran imponiendo las
sanciones. Ni tampoco se puede estimar el grado de compulsión
necesario para hacerle cambiar sus políticas con tal de preservar el
poder. Lo cierto es que a Irán se le van a imponer sanciones petrolíferas,
que el precio de esta materia prima estratégica va a sufrir un alza
sin precedentes y que esto va a afectar negativamente a la economía
global. Irán es el cuarto mayor productor de petróleo del mundo, lo
que le sitúa en una posición excepcional dentro del mercado energético
global, despojando a las sanciones petrolíferas de cualquier
viabilidad política real.
En contraste con las
sanciones comerciales y de inversión, se espera que las sanciones
financieras sobre Irán consigan una aceptación internacional más
amplia con el objetivo fundamental de llegar a afectar intereses
comerciales e industriales de alto nivel. Además de congelar los
activos gubernamentales y los de las compañías e individuos de la
nacionalidad del Estado penalizado, un aspecto importante de las
sanciones financieras es que obstaculizan las inversiones estatales.
Esas sanciones también complican las condiciones para la renegociación
de los pagos de la deuda, lo que ampliará la crisis de la deuda
exterior e impondrá presiones extremas sobre quienes tengan que tomar
las decisiones económicas en el país. También supone presionar
sobre las reservas de la moneda fuerte del país que se dedican a
saldar los intereses y plazos de la deuda exterior.
En este contexto, los
Estados industrializados pueden cortar los préstamos a la exportación
concedidos a las compañías domésticas que se dedican a exportar al
Estado penalizado. Las préstamos a la exportación son una de las
facilidades que los gobiernos ofrecen a las compañías de sus países
para cubrir los costes de los productos hasta que se reciben en el país
importador, con objeto de aumentar su competitividad en el mercado
global, a la vez que, consecuentemente, aumenta la atracción del país
importador para los exportadores. Cortar esos préstamos a la
exportación hacia el país penalizado coloca a los exportadores en
una posición por la cual sus beneficios se van a ver cercenados. Esta
forma de sanciones elimina la moneda del país penalizado de las
juntas internacionales de cambio, lo cual no sólo complica las
transacciones comerciales sino que también perjudica la reputación
económica internacional del país.
A pesar de estas
ramificaciones, las sanciones financieras no tendrán tanto peso en el
caso de Irán como en el caso de otros Estados, ya que el aumento del
precio del petróleo en los últimos meses ha llevado a Teherán a
almacenar grandes reservas monetarias para poder lidiar con la
confrontación nuclear. En el verano de 2005, incluso antes de la
elección de Mahmoud Ahmadineyad, se hicieron ya diversos
preparativos. Además, Teherán no es un cliente habitual a las
puertas de las instituciones financieras que conceden préstamos.
Aunque los siete Estados industriales más importantes han prohibido
al Banco Mundial que conceda préstamos a Irán, el reducido tamaño
de esos préstamos hace que las dimensiones políticas y económicas
de esta medida sean extremadamente limitadas y no superen un nivel
simbólico.
En este contexto, es
útil señalar que Teherán no ha presentado ninguna solicitud de préstamos
ante el Fondo Monetario Internacional y que, hasta ahora, Irán ha
ganado una buena reputación internacional como país importador y
mercado de productos industriales de alta calidad. Así, prohibir los
préstamos a la exportación a las compañías europeas que desean
exportar a Irán acabará afectando más a esas compañías que a Irán.
Y como el riyal iraní no se puede cambiar en el mercado global más
que a través de otras monedas, como ocurre con todos los Estados árabes
que no son productores de petróleo, eliminarle de los consejos de
cambio internacionales tendrá para él unos efectos muy limitados.
Por todas estas razones, no se espera que las sanciones financieras
consigan ningún beneficio inmediato o puedan influir con prontitud en
quienes toman las decisiones políticas en Irán. Sin embargo, esas
medidas, unidas a lo que se califica de “sanciones inteligentes”,
pueden provocar efectos a medio plazo.
Las “sanciones
inteligentes” eligen sectores de elite dentro del país penalizado
golpeando sus intereses y llevándoles a presionar al régimen político.
En su estadio inicial, las sanciones inteligentes no entran en colisión
con los ciudadanos del país penalizado, dándoles así una ventaja
sobre otras formas tradicionales de sanciones económicas, ya que
impiden que el régimen invierta y las utilice para vincular a las
masas con los proyectos políticos del régimen. Las sanciones
inteligentes afectan al régimen como un todo al presionarle y
quitarle apoyos. Sin embargo, requieren, como todas las demás formas
de sanciones, de coordinación internacional a niveles políticos y técnicos;
algo que se obtiene y se soluciona con la cobertura de legitimidad
internacional que da una resolución del Consejo de Seguridad.
Un manojo de
sanciones inteligentes podría incluir el corte de exportaciones de
productos tecnológicos avanzados a Irán, con el pretexto de que
pueden ser usados con fines nucleares o militares, de forma parecida a
la prohibición que se implementó durante la Guerra Fría sobre el
bloque de Estados de Europa Oriental. También pueden extenderse la
prohibición a que los aviones civiles iraníes aterricen en pistas
internacionales, restringiendo las rutas aéreas y navales iraníes.
Dentro de este mismo contexto, a los equipos deportivos iraníes
(particularmente los referidos a lucha y fútbol, los dos deportes más
populares en Irán) se les puede excluir de participar en campeonatos
mundiales para que ese hecho afecte tanto a la opinión pública como
a las elites iraníes. Esas sanciones podrían también incluir meter
a miembros de las elites iraníes en las listas negras de entrada a
varios países por todo del mundo. El significado político de esta
medida es muy importante e implicaría que las políticas nucleares de
Irán son causa de aislamiento internacional.
Expertos iraníes han
valorado la fuga del capital iraní en aproximadamente 3 millones de dólares
por año, lo que tiene dos implicaciones extremadamente importantes en
este contexto. Por una parte, significa que el sector burgués del
comercio –el bazar– no va a confiar en invertir en su propio país.
Por otra, indica el relativamente algo grado de conexión entre el
“capital del bazar” y los centros globales de capital a los que se
envían anualmente millones iraníes.
El bazar, que ha sido
históricamente hostil a las importaciones del exterior para los
mercados iraníes, financió las dos revoluciones vividas por el país
durante el siglo XX, la Revolución Constitucional de 1905 y la
Revolución Islámica de 1979, debido al sometimiento de las
autoridades políticas Qajar y Pahlavi al capital y los productos
industriales globales. Sin embargo, la magnitud de la fuga del capital
iraní señala que la animosidad hacia el capital global es limitada.
El bazar tiene fe en los equilibrios estables en ciudades de todo el
mundo; no quiere competir precisamente dentro de los mercados iraníes.
Es decir, el arraigado carácter de la animosidad del bazar hacia
Occidente, que ha sido algo específico de la política iraní desde
la Revolución de 1979, es, de hecho, relativo.
El bazar ha jugado un
papel histórico a la hora de conformar la estructura política y
social de Irán. Los principales dominios del sistema político iraní
han sido predominantemente, y siguen siéndolo, variaciones políticas
de melodías socio–económicas. Los intereses del bazar pueden ser
así considerados como un valor detrás del que se alinean las
personalidades dirigentes del estado iraní, sin que importen sus orígenes
sociales. La burguesía comercial iraní, o bazar, es un pilar
fundamental en la alianza que gobierna el país, que también incluye
al sector del clero.
Considerando estos
antecedentes, se espera que este tipo de sanciones consiga en verdad
presionar los intereses, beneficios y activos de la burguesía iraní
y afecten negativamente a la armonía de las dos alas del sistema político
iraní. Dichas sanciones crearían un conflicto de intereses, aunque
se necesitaría un período bastante extenso de tiempo para que un
conflicto de ese tipo madure y cuaje, no se trata sólo de activarlo e
invertir en él. Considerando la impaciencia estadounidense por sitiar
a Irán y someterle a intensas sanciones, no se espera que esa
modalidad específica de sanciones logre satisfacer a los halcones de
Washington por al tiempo que necesitan para dejar sentir sus efectos.
Dados los problemas
generales que producen todas y cada una de las modalidades de
sanciones económicas, las sanciones inteligentes son realmente las
que podrían lograr una mayor aceptación internacional en esta fase
de presiones sobre Teherán. Sin embargo, las sanciones inteligentes y
otras formas parecidas de sanciones económicas no son sino una
herramienta de política exterior y no se pueden considerar como una
alternativa a una estrategia que persigue claramente influir en la
toma de decisiones políticas en Irán. Las sanciones económicas que
Washington impuso sobre Irán en 1980 apoyan este argumento, ya que el
bloqueo estadounidense fue neutralizado por el país, que abrió sus
puertas a otras entidades internacionales. Las compañías
estadounidenses resultaron de esa manera las más perjudicadas por las
sanciones contra Irán. No se va a poder incidir en las ecuaciones
iraníes de pérdidas y ganancias obligándoles a cambiar sus políticas
si sólo se ponen en marcha las medidas estadounidenses. Entre 1998 y
2001, los efectos del bloqueo económico estadounidense se limitaron,
tras efectuar una valoración realista, a pérdidas de 1 a 3,6 % del
PNB iraní.
Es más probable que
Washington se esfuerce ahora en imponer sanciones económicas de forma
gradual sobre Irán, empezando con las sanciones inteligentes,
siguiendo con las financieras para terminar con las de inversión y
comerciales, todo ello en aras de conseguir dos objetivos: Primero,
intensificar el bloqueo sobre Irán mediante resoluciones del Consejo
de Seguridad, reduciendo su categoría legal a la de un Estado
sometido a sanciones por los órganos de gobierno internacionales. El
segundo, preparar a la opinión pública para la consiguiente escalada
militar contra Irán bajo el pretexto de que las sanciones económicas
no han tenido éxito a la hora de forzar a Irán a renunciar a sus
ambiciones nucleares.
Las sanciones económicas
que ahora preocupan al mundo no son nada más que una estación de
paso para, unos meses más tarde, ampliar el campo de batalla hasta la
discusión de los escenarios de un ataque militar. Aunque,
originariamente, las sanciones económicas se implementaron de forma
objetiva en base a normas de economía política, ahora están siendo
utilizadas como alternativa ante la falta de estrategia estadounidense
para tratar con Irán y sus alianzas regionales, a pesar de la enorme
movilización de los medios contra el país. En esta ocasión, las
sanciones que se decidirán contra Irán durante el mes de marzo
entrarán en la historia por una puerta nueva – una puerta
estadounidense. Y tendrán lugar no como respuesta a las posibilidades
de la economía política, sino más bien como una expresión de la
bancarrota política.
(*) El escritor es un
analista político especializado en cuestiones iraníes.
|
|