Islam-Occidente:
no caricaturizar el conflicto
Por
Augusto Zamora (*)
Agencia de Información Solidaria (AIS), 23/02/06
La crisis originada
por la publicación de varias caricaturas del profeta Mahoma ha
suscitado las reacciones más diversas, centradas buena parte de ellas
en la presunta confrontación entre la libertad de expresión y la
intolerancia o el fanatismo religioso del islam. Al darse como un
hecho la existencia de tal conflicto, pocos habrá en el mundo
occidental que duden sobre qué partido tomar. La libertad de expresión
es inherente al sistema democrático de forma que, si se cree en la
democracia, hay que apoyar a los diarios que publicaron las
caricaturas y condenar la intolerancia musulmana.
Hasta donde se sabe,
nadie en el mundo islámico ha planteado el conflicto en términos de
libertad de expresión, sino de respeto a la figura angular de la
religión islámica, como es el profeta Mahoma. En otras palabras, que
no se ataca esa libertad, sino el abuso que se ha hecho de ella,
haciendo mofa y burla del fundador de su fe.
Para entender la
posición del otro hace falta aplicar un mínimo de empatía. Para el
dibujante Baha Bujari, del diario palestino Al Ayyam, de Ramala, «Mahoma
y la religión no son asuntos de la prensa» y las caricaturas
permiten «tocar todos los temas con una sonrisa», con excepción de
la religión, que «es algo entre uno mismo y Dios». En opinión del
periodista Walid Wattrabi, también de Al Ayyam, dibujar a Mahoma con
una bomba en la cabeza en un insulto a la fe de millones de personas,
que no puede justificarse como ejercicio de la libertad de expresión.
Una libertad que, dicen los Códigos Penales, debe respetar verdad,
dignidad y honor.La cuestión no giraría en torno a la libertad de
expresión, sino a la existencia -o no- de voluntad de respetar los
valores y creencias de otras culturas, aunque no nos gusten o nos
parezcan atrabiliarias.
Otro aspecto hay que
poco se ha destacado. Es la causa de la magnitud de las protestas, que
han provocado una docena de muertos y centenares de detenidos en media
docena de países. Tan vehemente reacción no puede explicarse únicamente
por motivos religiosos. Las caricaturas parecen haber sido la gota que
desborda un vaso de décadas de agravios, centuplicados en estos últimos
años.
En el presente, dos
países musulmanes, Afganistán e Irak, están ocupados por -y en
guerra contra- tropas occidentales dirigidas por EEUU. Otro país
musulmán, Palestina, sufre desde hace 60 años el despojo de su
tierra y los asesinatos y atropellos sin fin de Israel, apoyado por
Occidente. Somalia fue ocupada por EEUU y luego abandonada después de
convertir una operación de paz en guerra de conquista. El Líbano es
escenario de luchas de poder entre Siria, Francia y EEUU, con el propósito
de derrocar al presidente Bachar el Asad, liquidando al último
gobierno árabe hostil a Israel. La Península Arábiga, a su vez, está
llena de bases militares estadounidenses.
Otro gran país
musulmán, Irán, se encuentra en la mira de las grandes potencias
cristianas. En días precedentes a esta crisis, se dio un choque
frontal entre Irán y la UE, sobre la cuestión nuclear. Para impedir
lo que Occidente cree una carrera para construir el arma atómica, no
se han escatimado presiones y amenazas contra Teherán. Tanto celo
contrasta con la flagrante tolerancia hacia Israel, poseedor de más
de 200 bombas atómicas, gracias al apoyo de EEUU, Francia, Gran Bretaña
y Alemania, los mismos países que dirigen la campaña contra Irán.
La canciller Angela
Merkel, tras comparar a Irán con los inicios del nazismo, afirmó que
Teherán había atravesado «una línea roja» de tolerancia. Poco
después, Merkel afirmó en Tel Aviv que no había «la menor
diferencia en los puntos de vista de Alemania e Israel» sobre Irán.
La advertencia de la «línea roja» hace sospechar que Europa y EEUU
preparan acciones armadas contra Teherán y fomenta los temores de que
Washington espera la ocasión oportuna para atacar Irán, a menos que
el país se someta a su diktat. Se estaría a las puertas de un nuevo
y mayor conflicto bélico, con características de choque de
civilizaciones.
Aunque no se admita,
esta vasta y poblada región musulmana está sometida a un nuevo e
intenso proceso de reocupación colonialista, que la ha convertido en
el punto más frágil del mundo. Aunque EEUU y sus aliados justifican
la ocupación militar alegando la lucha contra el terrorismo y la
promoción de la democracia y los derechos humanos, la realidad es el
control geopolítico de la zona y de sus recursos energéticos. No
debe extrañar por ello que el terrorismo se haya multiplicado y que
tantos musulmanes abominen de Occidente.
No ha sido casualidad
que las manifestaciones más violentas hayan tenido lugar en países
ocupados o amenazados por EEUU. Tampoco que ocurra en Estados donde
han ganado las elecciones organizaciones y partidos políticos
hostiles a Occidente. La religión actúa como elemento detonador de
sociedades que se sienten víctimas del imperialismo militar, cultural
y económico de un grupo de potencias cristianas que, en su soberbia,
no tiene empacho en ofender al más sagrado símbolo de su fe. De no
existir un caldo de cultivo tan extendido y hondo, la publicación de
las caricaturas hubiera podido ser un episodio anecdótico e
intrascendente. No ha sido así y sus causas profundas no deben
soslayarse, a menos que se quiera incurrir en ceguera voluntaria.
El Próximo y Medio
Oriente presenta un panorama complejo y delicado, cuyo derrotero estará
determinado por la política que asuma Occidente en los próximos
meses y años. Si continúa impertérrito el militarismo en curso, los
agravios seguirán acumulándose y con ellos los conflictos, pudiendo
desembocar en una gran guerra.
Existe otro camino,
aunque pocos lo tengan en agenda. Se trata de renunciar a la amenaza y
al uso de la fuerza y remitirse, por una vez y de verdad, al sistema
jurídico de la ONU. No recorrer el mundo blandiendo misiles y
amenazando con la destrucción y la muerte, sino apostando por la
negociación y el respeto a los derechos soberanos de los Estados.
La crisis de las
caricaturas puede aportar algo útil. Hacer ver a este Occidente
satisfecho y prepotente, cuán elevado es el descontento y el rencor
en vastos sectores de los pueblos musulmanes, constituyendo un polvorín
que puede estallar al menor pretexto. Lo de las caricaturas es un
aviso. El futuro dependerá de la manera en que se resuelvan las
controversias con Siria y -sobre todo- Irán, y cuánto se tarde en
hacer justicia a Palestina. Las fichas están en manos de Occidente. A
él le toca mover.
(*) Profesor de
Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la UAM
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