Tribunas
y análisis
Irán:
prosigue la satanización y se mantiene la nebulosa
Red
Voltaire, 19/04/06
Ya
hemos estudiado en anteriores ediciones la forma en que la prensa
dominante occidental presenta la «crisis iraní» (designación que
induce a pensar en una culpabilidad de Irán en las tensiones
relacionadas con dicho país).
Mediante
una mezcla de acusaciones acerca de violaciones de los derechos
humanos en la República Islámica, ambición nuclear y de
provocaciones verbales del presidente Ahmadineyad, los medios masivos
de comunicación fabrican para sus lectores la imagen amenazadora de
un Estado enemigo.
Esta
estrategia de satanización ofrece un grupo de justificaciones para
aprobar sanciones contra Teherán; constituye una argumentación poco
convincente, pues el hecho de no ser una democracia liberal no
significa ser peligroso, y porque los avances en materia de derechos
humanos en Irán, aunque insuficientes, felizmente son más rápidos
que en Bagram o Guantánamo.
Cuando
estudiamos la satanización mediática de Irán, vimos que se trataba
de un proceso muy similar al que había precedido al desencadenamiento
de la invasión a Irak. Irán está acusado de los mismos crímenes:
relación con «el» terrorismo, amenaza para Israel y para «Occidente»,
fanatismo de los dirigentes imposible de razonar, voluntad de
desarrollar un arsenal de los más peligrosos, graves violaciones de
los derechos humanos, etc.
Sin
embargo, también habíamos señalado una diferencia fundamental: las
repetidoras tradicionales de la administración Bush y de los círculos
norteamericanistas, es decir, los partidarios de la Pax Americana, en
su mayoría evitaban llegar al llamado explícito a una intervención
militar. Entonces nos interrogábamos sobre la posibilidad de un
desarrollo futuro de este discurso, necesario para el consentimiento
de la opinión pública en lo tocante a una operación militar, o
acerca de si esta ausencia de llamado a la guerra indicaba una
indecisión de las élites norteamericanistas sobre la finalidad de la
crisis.
Es
necesario señalar hoy que la preparación psicológica de la población
occidental para la guerra contra Irán no ha alcanzado aún el nivel
de los meses anteriores a la guerra contra Irak.
Durante
estos últimos días, las encuestas del New Yorker y del Washington
Post sobre la eventualidad de un golpe nuclear estadounidense contra
Irán han llevado a los editorialistas a volver a la carga sobre la
pertinencia de una intervención. Hemos leído tribunas más dirigidas
hacia un ataque aéreo, pero la propaganda en este sentido permanece
limitada. Irán, por su parte, no ha interpretado estas informaciones
como una amenaza contraria al derecho internacional, sino como una
operación de intoxicación con el objetivo de intimidarlo.
Los
expertos mediáticos norteamericanistas se muestran sutilmente
amenazadores.
La
directora de Asuntos Estratégicos del Comisariado para la Energía Atómica
y miembro del Consejo de Vigilancia de la célula europea de la Rand
Corporation, Thérèse Delpech, siembra la alarma en Le Figaro: Irán
está más próximo de lo que se cree de la adquisición del arma atómica.
Lamenta la incapacidad de las autoridades de la ONU para frenar el
desarrollo del armamento nuclear iraní, del que no duda. En estas
condiciones, se justificaría un ataque israelí a Irán y los diplomáticos
podrían ser reconocidos como los únicos responsables debido a su
incapacidad para solucionar la crisis.
El
estratega del Pentágono, Edward N. Luttwak, afirma que es posible,
contrariamente a lo que pretenden algunos «escépticos» (corriente
de pensamiento cuyos miembros no identifica) destruir en una noche el
programa nuclear iraní. En efecto, un ataque aéreo no debería
arrasar todas las instalaciones nucleares, sino únicamente aquellas
cuya reconstrucción tomaría años o que sería imposible reconstruir
teniendo en cuenta la vigilancia internacional. Esta sugerencia,
publicada en el diario Ha’aretz, es presentada como un simple aporte
al debate político y no como un apoyo explícito a un golpe aéreo
contra Irán. Esto significa olvidar que Luttwak tiene doble
nacionalidad –israelí y estadounidense–, que es un renombrado
historiador del Tsahal y que parece haber desempeñado un papel en la
Operación Ópera: el 7 de junio de 1981, los F–16 israelíes
bombardeaban el reactor nuclear Osirak, construido por los franceses
en Irak. Así, el lector podrá interpretar esto como una invitación
a lo mismo.
Para
fortalecer su argumento, Luttwak subraya que Irán no tendría mayor
capacidad para reconstruir sus instalaciones nucleares de la que tiene
para desarrollar sus refinerías, al punto que es importador de
gasolina mientras es gran exportador de petróleo. Observemos que si
se prolonga este razonamiento, podemos preguntarnos cómo Irán estaría
apto para construir una bomba atómica sin que siquiera pueda
desarrollar una infraestructura tan vital como refinerías.
Como
quiera que sea, no hay cómo disertar sobre la posibilidad evidente de
causar graves daños a las instalaciones nucleares iraníes. La
verdadera cuestión para los estrategas reside en evaluar la capacidad
de respuesta iraní, la que no permitieron ver con claridad los
ejercicios navales «Gran Profeta» que acaba de realizar Irán. Teherán
pretendió haber probado tantas armas extravagantes que los
observadores sospechan de ese alarde: el misil balístico fantasma
Fajr–3, el misil antiaéreo termodirigido Misagh–1, el misil
tierra–mar Kowsar para búsqueda de objetivos, el navío–hidroavión
de gran velocidad, el torpedo Hout superpropulsado.
Por
su parte, el director ejecutivo de la organización atlantista German
Marshall Fund, Ronald Asmus, no cree en la eficacia de un ataque aéreo.
En el Washington Post, propone que «Occidente» organice la contención
de Irán. Para que esto sea eficaz, es necesario que su brazo armado,
la OTAN, se reorganice en dirección del Medio Oriente e integre a
Israel en su seno. Teniendo en cuenta las conclusiones del autor, no
sabemos si Asmus se preocupa realmente por Irán o ve en este «adversario»
un cómodo pretexto para apoyar una ampliación de la OTAN, reclamada
por los círculos atlantistas desde hace tiempo.
La
prensa árabe no parece dudar en cuanto a la ocurrencia de la guerra.
El periodista y poeta jordano, Mohamed Nadji Amaira, expresa su
convicción en Alwatan y le preocupan sobre todo la posición de lo países
árabes en el conflicto y las repercusiones regionales. Fiel a la línea
de numerosos editorialistas árabes, su artículo está marcado por la
hostilidad hacia Estados Unidos, visto como el aliado del enemigo
sionista, pero también por una hostilidad hacia los iraníes,
estigmatizados por sus provocaciones.
Por
la parte iraní, se denuncia una voluntad occidental de impedir el
desarrollo económico y energético del país al privarlo de un
recurso nuclear legítimo desde el punto de vista del derecho
internacional.
En
el New York Times, el embajador iraní en la ONU, Javad Zarif,
recuerda las grandes líneas de la justificación internacional sobre
la política nuclear iraní. La elección del periódico no es anodina
ya que el diario neoyorquino es la referencia de los diplomáticos de
la ONU. Zarif recuerda que el programa iraní es pacífico, que no
existen pruebas de un desarrollo militar, que las instancias
religiosas del país se oponen a la fabricación del arma atómica y
que Irán no ha invadido o atacado a ningún país en 250 años. Este
texto es publicado también por el diario árabe Asharqalawsat.
Es
muy difícil establecer pronósticos sobre las reales intenciones de
los protagonistas políticos en cuanto a la cuestión iraní a partir
de sus encendidos discursos. La indecisión perceptible en los
editoriales y la ausencia de una preparación masiva de la opinión pública
para un conflicto sólo pueden incitar a la prudencia. En la
actualidad existen dos escuelas entre los analistas.
Para
unos, ha comenzado la preparación militar y psicológica que conduce
a un conflicto, y las tribunas de analistas como Luttwak constituyen
una señal precursora. En este caso, gradual y quizás rápidamente,
se iría subiendo el tono. Ya en Estados Unidos, los círculos
fundamentalistas cristianos, que apoyan el sionismo por razones teológicas,
y sus muy influyentes redes radiotelevisivas, afirman que Ahmadineyad
es el Anticristo que quiere destruir Jerusalén e impedir el retorno
de Cristo. Es el tema de una obra que ocupa actualmente el segundo
lugar de ventas en librería: Jerusalem Countdown. Es también el
enfoque defendido por la organización Christian United for Israel
(CUFI), una red de iglesias evangélicas que el diario israelí
Ha’aretz ve como un lobby pro israelí más poderoso que el AIPAC.
Sin
embargo, otros analistas consideran que no habrá ataque a Irán. Por
el contrario, los ex agentes del Irangate, hoy de vuelta al poder en
Washington, habrían reanudado los contactos con sus amigos iraníes.
Retomando los viejos hábitos, armarían secretamente a Irán para
presionar a Rusia por su flanco sur, hipótesis apoyada por la prisa
rusa para encontrar una salida a la crisis favorable a los iraníes, y
sobre todo por la evidente influencia moderadora de Teherán junto a
la Resistencia iraquí.
El
responsable de la estrategia económica para la compañía de gestión
de valores Lord Abbett, Milton Ezrati, no cree en el éxito de la
bolsa petrolera en euros cuya próxima apertura es anunciada por Teherán
(ver nuestro Enfoque de hoy). En el Christian Science Monitor,
considera que esta herramienta, concebida para debilitar el dólar, no
tiene muchas posibilidades de lograr su objetivo. Se interroga sobre
la voluntad de los inversionistas para emprender este camino (es
decir, desafiar la Reserva Federal norteamericana). Sobre todo,
ignorando el éxito de la zona franca de la isla Kish, duda de la
capacidad iraní para crear una plaza financiera atractiva.
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