Medio Oriente

 

Parar la guerra

Por: Alejandro Teitelbaum
Argenpres, 27/04/06

Con razón, según los partidarios de un desarrollo industrializante, o sin ella, según los ecologistas, quienes toman las decisiones han apostado a la energía nuclear como una de las principales, sino la principal, fuente energética.

Prueba de ello es que este año se están construyendo 23 reactores en 10 países, la mayoría de ellos en Asia, destacándose entre ellos China, con su programa de 30 a 40 reactores de aquí al 2020 y la decisión de las autoridades finlandesas de construir el reactor nuclear más grande del mundo, el primer reactor europeo que se construye en 15 años. Su entrada en funcionamiento está prevista para 2009 (Ing. Juan Carlos Perucca, Diario de Cuyo, San Juan, Argentina).

La alimentación en combustible de las centrales nucleares requiere la realización del llamado ciclo del combustible, una de cuyas etapas es el enriquecimiento del uranio. Muchos países poseedores de centrales nucleares no proceden al enriquecimiento, sino que compran el uranio enriquecido en el extranjero a un reducido número de países que lo producen: EEUU, Francia, Rusia, Reino Unido, Japón y Holanda. Ello tiene un costo elevado y crea una dependencia en materia energética.

Varios países intentan cortar esa dependencia en materia de combustible nuclear y han comenzado a producir su propio combustible. Irán es uno de ellos.

El uranio enriquecido sirve para otros usos: en investigación científica, como energía propulsora, por ejemplo para submarinos, en aplicaciones terapéuticas de sus derivados, y por cierto, para la fabricación de armas nucleares.

De modo que la energía nuclear tiene un doble uso: pacífico y bélico. Pero el uranio para uso bélico requiere que esté altamente enriquecido (en el orden del 90 por ciento) en tanto que el combustible nuclear destinado al uso pacífico requiere uranio con una tasa de enriquecimiento mucho más baja: del orden del 3,5 por ciento. Y las instalaciones necesarias (por ejemplo la cantidad de centrifugadoras) para producir uranio altamente enriquecido en cantidad suficiente para producir armas atómicas, son mucho más importantes que las que se necesitan para enriquecer el uranio al 3,5 por ciento para fines pacíficos.

En 1970 entró en vigor el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares con el objetivo de evitar la proliferación de las armas nucleares. Es decir, impedir que otros Estados, además de los que ya las tienen oficialmente (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia) entraran en posesión de armas nucleares.

Pero además el Tratado propone fomentar la cooperación en el uso pacífico de la energía nuclear y promover la meta de conseguir el desarme nuclear (que incluye a los Estados que ya tienen armas nucleares), así como el desarme general y completo. El Tratado prevé un sistema de inspecciones (a cargo de los inspectores de la AIEA – Agencia Internacional de la Energía Atómica) en los Estados donde se fabrica combustible nuclear para controlar que no se elabore uranio enriquecido apto para fabricar bombas atómicas.

Un total de 188 Estados se han sumado al Tratado, incluidos los cinco Estados que poseen oficialmente armas nucleares.

Para fortalecer los poderes de los inspectores del AIEA se aprobó en 1997 el Protocolo Adicional del Acuerdo de Salvaguardas. El Protocolo –firmado hasta ahora por 107 países, de los cuales 73 lo han ratificado– permite a los técnicos del AIEA visitar prácticamente sin aviso previo cualquier instalación nuclear de un país adherido. Irán adhirió al Protocolo en diciembre de 2003.

Muchos Estados no han firmado ni ratificado el Protocolo adicional, entre ellos Estados Unidos y Rusia. Tampoco lo han hecho Argentina y Brasil.

Brasil ha desarrollado una tecnología propia para enriquecer el uranio y ha decidido utilizarla, sin necesidad de recurrir a empresas extranjeras, a fin de evitarse el consiguiente gasto y adquirir autonomía en ese terreno.

La AIEA autorizó a Brasil en noviembre de 2004 a realizar estas actividades, es decir las mismas que pretende efectuar Irán, pese a que Brasil puso obstáculos para la inspección argumentando que quiere preservar el secreto de una tecnología propia, sin que su actitud haya provocado ninguna reacción internacional.

En cuanto a la no proliferación de armas nucleares, India, Israel y Pakistán nunca firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear y Corea del Norte se retiró del mismo en 2003. Se estima, con bastante certeza, que los tres primeros países poseen armas nucleares, India unas 70, Israel entre 100 y 300, según las fuentes y Pakistán 45. No existe la misma certidumbre respecto de Corea del Norte. Pese a ello, a ninguno de estos países se los amenaza con sanciones internacionales y Estados Unidos celebra acuerdos con India en materia nuclear.

Para fortalecer el sistema de no proliferación se han celebrado varios acuerdos regionales de proscripción de las armas nucleares: el Tratado de Tlatelolco en América Latina y el Caribe (1967); el Tratado de Rarotonga del Pacífico Sur (1985); el Tratado de Bangkok en el Asia sudoriental (1995) y Tratado de Pelindaba en Africa (1996).

Pero, pese a que la seguridad y la estabilidad regional en el Medio Oriente requieren la total eliminación de armas nucleares y otras armas de destrucción masiva y a que existe una Iniciativa Arabe en favor de la creación de una Zona Libre de Armas de Destrucción Masiva en el Medio Oriente, en esa región no hay Tratado en perspectiva, pues la regla no escrita impuesta de hecho por los Estados Unidos es mantener el statu quo que consiste en que Israel posea bombas atómicas y que sus vecinos no pueden siquiera desarrollar una tecnología nuclear.

La eliminación progresiva de las armas nucleares, a que se refiere el Tratado, por parte de los Estados que oficialmente las poseen, (las estimaciones más conservadoras atribuyen la posesión actualmente a Estados Unidos de 6000 misiles nucleares, a Rusia 5000, a China 400, a Francia 350 y a Gran Bretaña 2000) está prácticamente estancada.

En la Cumbre de Moscú, celebrada el 24 de mayo de 2002, Estados Unidos y Rusia firmaron el Tratado sobre la reducción de las armas estratégicas ofensivas, en el que cada una de las partes acordó limitar, antes del 31 de diciembre de 2012, la cifra total de sus cabezas nucleares estratégicas desplegadas a un número de entre 1.700 y 2.200. Es decir que 42 años después de la entrada en vigor del Tratado de no proliferación y desarme nuclear, Estados Unidos y Rusia continuarán poseyendo armas nucleares suficientes como para hacer saltar todo el planeta.

Estados Unidos, por su parte, continúa con sus programas de armas nucleares, incluso armas tácticas, y ha manifestado su intención de utilizarlas de manera preventiva.

El ex–presidente Carter ha declarado: “Estados Unidos asegura cumplir con el artículo VI que se refiere a la disposición del desarme del Tratado, pero continúa probando y desarrollando nuevas armas como las llamadas Star Wars y el buster contra fortificaciones bajo tierra, y ha amenazado con atacar a Estados no nucleares, en caso de sorprenderlos haciendo progresos militares y otras contingencias inesperadas.”

En el plano de los compromisos internacionales, también Estados Unidos es el principal obstáculo para el objetivo de eliminar las armas nucleares.

En la Conferencia de revisión del TNP del año 2000, Estados Unidos y otros países acordaron 13 compromisos específicos sobre desarme. La Administración Bush declaró que no acataría esos compromisos.

En la Asamblea General de Naciones Unidas del 2003, se sometieron a votación nueve resoluciones sobre desarme nuclear. Estados Unidos votó en contra de ocho de ellas. Francia y Reino Unido también votaron negativamente la mayoría de las propuestas de desarme nuclear.

En enero de 2005 el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares de 1996 había sido firmado por 174 Estados y ratificado por 120. Los cinco Estados oficialmente poseedores de armas nucleares han firmado el Tratado, pero Estados Unidos y China no lo han ratificado.

La VII Conferencia de los países signatarios del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), celebrada en mayo de 2005, concluyó en un fracaso total pues no hubo consenso entre los delegados de 188 países sobre los temas principales, en primer lugar el desarme nuclear.

Desde el comienzo de la conferencia, una abrumadora mayoría de países expresó su voluntad de que las potencias nucleares declaradas –Estados Unidos, Rusia, Francia, Gran Bretaña y China– se tomaran en serio sus obligaciones con el TNP efectuando drásticos cortes a sus arsenales.

Pero Washington prefirió mantener el eje de las conversaciones en el presunto desarrollo de armamento por parte de Irán y Corea del Norte y limitó su actuación a subrayar la importancia de los aspectos de no proliferación del TNP.

El ex secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert McNamara, comentando el fracaso de la Conferencia, dijo:

'Pese al fin de la guerra fría hace 15 años, las políticas nucleares de Estados Unidos son esencialmente las mismas que estaban en vigor cuando fui secretario de Defensa, 40 años atrás'. Mc Namara caracterizó la actual política estadounidense de 'inmoral, ilegal, militarmente innecesaria, muy peligrosa en términos de accidentes o mal uso, y destructiva del sistema de no proliferación'.

Agregó: “Estados Unidos ha desplegado unas 6.000 cabezas nucleares estratégicas, cada una de las cuales tiene un poder destructivo 20 veces superior al de la bomba arrojada sobre la ciudad japonesa de Hiroshima en 1945, que mató de inmediato a unos 10.000 civiles. De esas 6.000 armas, 2.000 están en sistema de alerta instantáneo, listas para ser lanzadas en 15 minutos, dependiendo de la decisión de una sola persona: el presidente de Estados Unidos”.

Irán ha declarado públicamente que comenzó la elaboración de uranio con baja tasa de enriquecimiento para utilizarlo como combustible nuclear, de conformidad con lo que establece el Tratado de No Proliferación. Irán es parte en el Tratado, ha firmado el Protocolo adicional y permite las visitas de los inspectores de la AIEA, salvo en cortos períodos cuando las negociaciones con los países europeos pasan por momentos críticos.

Además la AIEA y las grandes potencias saben que Irán no tiene instalaciones ni material para producir uranio altamente enriquecido en cantidad suficiente para fabricar bombas atómicas.

Es decir que Irán, al contrario de muchos otros países, en primer lugar Estados Unidos, cumple con las normas vigentes en materia de energía nuclear.

No obstante, bajo la intensa presión de Estados Unidos, el Consejo de Seguridad aprobó por unanimidad el 29 de marzo de 2006 una Declaración de la Presidencia respecto de Irán donde, entre otras cosas, se dice:

…subraya, a ese respecto, la importancia particular que reviste el restablecimiento de la suspensión plena y sostenida de todas las actividades relacionadas con el enriquecimiento y las actividades de reprocesamiento, incluidas las de investigación y desarrollo…

Es decir que el Consejo de Seguridad borró de un plumazo, en lo que se refiere a Irán, derechos consagrados en el Tratado de No Proliferación, particularmente en su artículo IV, que dice:

Nada de lo dispuesto en este Tratado se interpretará en el sentido de afectar el derecho inalienable de todas las Partes en el Tratado de desarrollar la investigación, la producción y la utilización de la energía nuclear con fines pacíficos sin discriminación y de conformidad con los artículos I y II de este Tratado. Se repite la historia de Irak y sus presuntas armas de destrucción masiva.

Bush y sus compinches del Gobierno han dicho que no excluyen la opción militar.

Podría pensarse que lo dicen sólo para intimidar al adversario.

Pero la mafia de las industrias petrolera y de armamentos que gobierna a los Estados Unidos ha realizado excelentes negocios con las guerras del Golfo, de Yugoslavia, de Afghanistán y de Irak (cuatro guerras en catorce años). Para mantener su alta cuota de beneficios necesita programar nuevas guerras o, por lo menos, mantener viva una aguda tensión internacional.

Además, en Estados Unidos habrá elecciones legislativas en noviembre y una guerra alinearía a la mayoría de los electores tras «Mr. President».

Bush, con sus amenazas, ya comenzó a remontar en las encuestas de popularidad. No es sólo el efecto del patriotismo primario (léase estupidez) de «la América profunda»: la guerra activa la economía de Estados Unidos y una buena parte de la población se beneficia.

Ya se sabe que Estados Unidos es capaz de lanzar la agresión sin el aval del Consejo de Seguridad. De todos modos lo obtendrá después, ante los hechos consumados, como lo enseña la experiencia de Irak.

Sólo una fuerte movilización de los pueblos puede parar una nueva guerra.

Pero las manifestaciones multitudinarias no lograron evitar la agresión contra Irak. Por eso, para frenar la agresividad del Imperio hay que golpearlo donde más le duele: en su economía.

Hay que popularizar entonces la idea de un boicot mundial a los productos y servicios de origen estadounidense. Como se hizo con los productos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.