Un
ataque preventivo contra Irán sería una locura
Por
Zbigniew
Brzezinski Clarín,
04/05/06
Traducción
de Silvia S. Simonetti
Para
el autor, un ataque contra Irán no sólo sería ilegal sino también
un acto de locura política, que pondría en marcha una conmoción
progresiva de los asuntos mundiales. Con EE.UU. como blanco creciente
de la hostilidad generalizada, la era del predominio norteamericano
podría tener un fin prematuro
El
anuncio hecho por Irán, en el sentido de haber enriquecido una
cantidad mínima de uranio, desencadenó pedidos urgentes para un
ataque aéreo preventivo de Estados Unidos de parte de las mismas
fuentes que tiempo antes presionaron por la guerra en Irak.
Si
llega a haber otro ataque terrorista en EE.UU., pueden apostar a que
se lanzarán de inmediato acusaciones de que Irán fue el responsable,
de modo de generar una histeria colectiva en favor de acciones
militares.
Existen
sin embargo cuatro convincentes razones en contra de un ataque aéreo
preventivo contra predios nucleares iraníes. En primer lugar, en
ausencia de una amenaza inminente (y los iraníes se encuentran a
varios años, por lo menos, de contar con un arsenal nuclear), el
ataque sería un acto de guerra unilateral. Y si se realizara sin una
declaración de guerra formal del Congreso, el ataque sería
inconstitucional y ameritaría el juicio político del Presidente.
De
manera similar, si se realizara sin la anuencia del Consejo de
Seguridad de la ONU, ya sea sólo por Estados Unidos o en complicidad
con Israel, mostraría a los autores como criminales internacionales.
En
segundo lugar, las presumibles reacciones de Irán complicarían las
actuales dificultades de EE.UU. en Irak y Afganistán, precipitarían
posiblemente nuevas acciones de violencia por parte de Hezbollah en el
Líbano y otros sitios tal vez, y harían casi con seguridad que
EE.UU. quedara empantanado en un clima de violencia regional durante
una década o más. Irán es un país de cerca de 70 millones de
habitantes y un conflicto con este país haría que el accidente en
Irak parezca trivial.
En
tercer lugar, los precios del petróleo subirían marcadamente si los
iraníes redujeran su producción o buscaran desestabilizar el flujo
de petróleo desde los pozos petroleros sauditas. La economía mundial
se vería gravemente afectada y se culparía por ello a EE.UU. Los
precios del crudo ya están por encima de los 70 dólares el barril,
debido, en parte, a los temores de un enfrentamiento entre Irán y
EE.UU.
Por
último, luego de ese ataque, EE.UU. se volvería un blanco del
terrorismo aún más probable, reforzando las sospechas
internacionales de que el apoyo de Washington a Israel es en sí mismo
causa importante del aumento del terrorismo islámico. EE.UU. se
aislaría más y se volvería por ende más vulnerable mientras las
perspectivas de un eventual acuerdo regional entre Israel y sus
vecinos serían aún más remotas.
En
síntesis, un ataque contra Irán sería un acto de locura política,
que pondría en marcha una conmoción progresiva de los asuntos
mundiales. Con EE.UU. como blanco creciente de la hostilidad
generalizada, la era del predominio norteamericano podría tener un
fin prematuro.
A
pesar de que EE.UU. es claramente el actor dominante en el mundo
actual, no cuenta ni con el poder ni con la inclinación interna como
para imponerse y mantener su voluntad a la luz de una resistencia
costosa y prolongada. Esta es la lección que aprendió con sus
experiencias en Vietnam e Irak.
Aún
si EE.UU. no planea un ataque militar inminente contra Irán, las
persistentes insinuaciones hechas por funcionarios oficiales, en el
sentido de que "la opción militar está sobre la mesa",
impiden el tipo de negociaciones que podrían volver innecesaria esa
opción. Este tipo de amenazas podrían unir a los nacionalistas iraníes
y a los fundamentalistas shiítas, ya que la mayoría de los iraníes
están orgullosos de su programa nuclear.
Las
amenazas militares refuerzan también las crecientes sospechas
internacionales de que EE.UU. estaría alentando de forma deliberada
la intransigencia iraní. Lamentablemente, uno debe preguntarse si
estas sospechas no están justificadas, de hecho, aunque sea en parte.
EE.UU.
ya está asignando fondos, de hecho, para la desestabilización del régimen
iraní y estaría mandando equipos de Fuerzas Especiales a Irán para
incitar a las minorías étnicas de modo de fragmentar al estado iraní
(¡en nombre de la democratización!). No cabe duda que dentro de la
administración Bush hay gente que no desea ninguna solución
negociada, apoyada por defensores externos de las acciones militares y
alentada por avisos en los diarios a página entera que exageran la
amenaza iraní.
Hay
una ironía no intencionada en la que el ultrajante lenguaje del
presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad ayuda a justificar las amenazas
de figuras de Washington, lo que ayuda a su vez a este político a
explotar más su intransigencia, obteniendo más apoyo local a favor
de él mismo y del programa nuclear iraní.
Es
hora entonces de que Washington piense con realismo y estrategia, con
una perspectiva histórica y con el interés nacional de EE.UU. en
mente. Es hora de suavizar la retórica. Estados Unidos no debiera
dejarse guiar por las emociones o por una sensación de misión
religiosa.
Tratar a Irán con respeto y dentro de una
perspectiva histórica contribuiría al avance de ese objetivo. La política
norteamericana no debiera verse afectada por el actual clima de
urgencia que recuerda de forma ominosa al que precedió a la
equivocada intervención en Irak.
.– Ex consejero
de Seguridad Nacional de los Estados Unidos
|