Ofensiva
israelí en Líbano pone en dilema a Bush
Análisis
de Jim Lobe
Inter
Press Service (IPS), 13/07/06
Washington.– La
sorpresiva apertura en Líbano de un nuevo frente en la última campaña
de Israel contra grupos armados islámicos, a la par de la ofensiva
militar en Gaza, presenta para el presidente de Estados Unidos, George
W. Bush, una disyuntiva que hasta ahora había preferido ignorar.
La duda que surge de
inmediato es si Bush preferirá mantener su fuerte respaldo a las
acciones militares lanzadas por el primer ministro israelí Ehud
Olmert o iniciar gestiones diplomáticas para impedir el agravamiento
de la situación y poner fin a la violencia.
Olmert ordenó una
ofensiva militar terrestre y aérea contra el sur de Líbano en
respuesta a un ataque el miércoles por parte de combatientes del
movimiento islámico prosirio de origen chiita Hezbolá (Partido de
Dios), en el que secuestraron a dos soldados israelíes.
El operativo incluye
un bloqueo marítimo y aéreo, además de una serie de incursiones que
hasta ahora han dejado por lo menos 40 muertos.
Lo que está en juego
es mucho, y eso quedó claro no sólo por la decisión de Olmert de
enviar al ejército israelí a Líbano por primera vez desde el
repliegue de ese país en 2000, sino también por la declaración de
la Casa Blanca emitida el miércoles, en la que prometió hacer a
Siria e Irán, por su apoyo al Hezbolá, "responsables del ataque
y de la subsiguiente violencia".
"Esto es
potencialmente muy peligroso", dijo en entrevista telefónica con
IPS el politólogo Bassel Saloukh, de la Universidad Libanesa
Estadounidense en Beirut. "Si los estadounidenses usan esto para
legitimar un ataque contra Irán o Siria, entonces creo que la situación
tendrá devastadoras consecuencias", alertó.
En las últimas dos
semanas, Washington apoyó las operaciones militares israelíes en
Gaza, incluyendo la destrucción de una central energética que había
sido financiada por Estados Unidos y otros objetivos de
infraestructura, en lo que hasta ahora ha sido un intento fallido para
presionar al Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) para que
libere al cabo israelí Gilad Shalit, secuestrado el 25 de junio.
Estas operaciones, en
las que han muerto más de 50 palestinos y un soldado israelí, empeoró
la ya delicada situación humanitaria en Gaza.
Varios países árabes
y organizaciones defensoras de los derechos humanos calificaron esta
ofensiva de desproporcionado acto de "castigo colectivo"
contra la población civil.
Mientras el gobierno
de Bush exhortaba a todas las partes a actuar con moderación, reiteró
su apoyo a la demanda de Israel por la liberación de su soldado y su
rechazo a los llamados del Hamas a un cese del fuego y a una negociación
por intercambio de prisioneros. Esto le ha dado a Olmert una virtual
carta blanca para proseguir con su ofensiva.
"La combinación
de nuestra desvinculación diplomática, nuestra decisión de culpar a
Siria y a Irán, y de darle luz verde a Irán enardeció a toda la
región", sostuvo el analista Clay Swisher, un experto en Medio
Oriente que trabajó para el Departamento de Estado (cancillería)
estadounidense, y quien acaba de regresar de Líbano.
El líder del Hezbolá,
jeque Hassan Nasrallah, anunció en conferencia de prensa que el grupo
estaba dispuesto a entregar a los dos cautivos, así como gestionar la
liberación del cabo secuestrado por Hamas, a cambio de que Israel
dejara en libertad a cientos de prisioneros palestinos y libaneses en
sus cárceles. "Si el enemigo israelí quiere una escalada de
violencia, ya estamos dispuestos para la confrontación", alertó.
Por su parte, Olmert
declaró que sus ataques eran "un acto de guerra", mientras
que el jefe de Estado Mayor de las fuerzas israelíes, Dan Halutz,
amenazó con "retroceder el reloj de Líbano 20 años" si el
Hezbolá no liberaba a los uniformados.
El analista Michael
Hudson, experto en Líbano de la Universidad de Georgetown, señaló
que el Hezbolá realizó el ataque en estos momentos para aprovechar
el malestar en la región por la campaña militar israelí en Gaza y
el apoyo de Bush, además de la deteriorada situación en Iraq.
"El Hezbolá
apareció una vez más en un momento muy oportuno en la lucha entre
palestinos e israelíes. El ataque derivó en una dramática y
significativa escalada de tensión en toda la región, y sin duda
eleva la imagen del Hezbolá en el mundo árabe e islámico",
sostuvo. Washington, claramente sorprendido por el ataque del Hezbolá
del miércoles, respondió en forma ambigua.
La secretaria de
Estado estadounidense Condoleezza Rice divulgó un comunicado desde
París en el que acusó al movimiento islámico de "socavar la
estabilidad regional", y llamó a todas las partes a "actuar
con moderación para resolver este incidente en forma pacífica y
proteger las vidas inocentes y las infraestructuras civiles".
Además, señaló que
"Siria tiene el deber especial de usar su influencia (en el
Hezbolá) para promover una salida positiva" a la crisis. Horas más
tarde, un portavoz de la Casa Blanca divulgó otro comunicado
calificando a Damasco y a Teherán de "responsables" del
ataque y de sus consecuencias.
Las dos declaraciones
reflejan el dilema en que se encuentra la administración Bush: si
tratar la crisis como algo que puede resolverse en forma diplomática
y mediando entre las partes con la ayuda de Damasco, o como parte de
una confrontación regional que tiene a Estados Unidos y a Israel por
un lado, y a Siria, Irán y los grupos armados islámicos por el otro.
En este último escenario, un más amplio conflicto regional sería la
consecuencia más probable.
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