La brutalidad
demente del Estado de Israel
Por Kathleen Christison Counterpunch / Enviado
por Correspondencia de Prensa, 19/07/06
Traducido Germán Leyens
No bastan las palabras:
los términos corrientes son inadecuados para describir los horrores
que Israel perpetra a diario, y ha perpetrado durante años, contra
los palestinos. La tragedia de Gaza ha sido descrita cien veces, como
lo han sido las tragedias de 1948, de Qibya, de Sabra y Chatila, de
Yenín -- 60 años de atrocidad perpetrada en nombre del judaísmo.
Pero el horror generalmente cae en oídos sordos en la mayor parte de
Israel, en la arena política de USA, en los medios de información
dominantes en USA. Los que se horrorizan - y son muchos - no pueden
penetrar el escudo de indiferencia que protege a la elite política y
mediática en Israel, más aún en USA, y cada vez más en Canadá y
Europa, contra la obligación de ver, de preocuparse.
Pero hay que decirlo, y
bien fuerte: los que preparan y realizan la política israelí han
convertido a Israel en un monstruo, y ya es hora de que todos nosotros
- todos los israelíes, todos los judíos que permiten que Israel
hable en su nombre, todos los usamericanos que no hacen nada por
terminar con el apoyo de USA para Israel y su política asesina -
reconozcamos que nos enlodamos moralmente al mantenernos pasivos
mientras Israel realiza sus atrocidades contra los palestinos.
Una nación que exige la
primacía de una etnia o religión sobre todas las demás terminará
por ser sicológicamente disfuncional. Obsesionada narcisistamente con
su propia imagen, tiene que esforzarse por mantener a cualquier precio
su superioridad racial y llegará inevitablemente a considerar toda
resistencia a su superioridad imaginaria como una amenaza existencial.
Por cierto, todos los demás pueblos se convertirán automáticamente
en una amenaza existencial simplemente en virtud de su propia
existencia. Mientras trata de protegerse contra amenazas ilusorias, el
Estado racista se hace crecientemente paranoico, su sociedad cerrada e
insular, intelectualmente limitado. Los reveses lo enfurecen, las
humillaciones lo enloquecen. El Estado arremete en un esfuerzo insano,
sin ningún sentido de la proporción para reasegurarse de su propia
fuerza.
Esa pauta se agotó en
Alemania nazi, cuando trató de mantener una mítica superioridad
aria. Ahora se agota en Israel. "Esta sociedad ya no reconocer
ninguna frontera, geográfica o moral," escribió el intelectual
israelí y activista antisionista Michel Warschawski en 2004 en su
libro "Towards an Open Tomb: The Crisis of Israeli Society [Hacia
una tumba abierta: La crisis de la sociedad israelí]. Israel no
conoce sus límites y arremete al descubrir que su intento de forzar a
los palestinos a la sumisión y de tragarse a toda Palestina está
siendo frustrado por un pueblo palestino con capacidad de recuperación,
digno, que no se somete en silencio, ni renuncia a la resistencia
frente a la arrogancia de Israel.
Nosotros, en USA, nos
hemos curtido ante la tragedia infligida por Israel, y nos dejamos
engañar fácilmente por el sesgo que automáticamente, por algún
truco de la imaginación, convierte las atrocidades israelíes en
ejemplos de cómo Israel es tratado injustamente. Pero una clase
dirigente militar que lanza una bomba de 250 kilos sobre un edificio
de apartamentos residencial en medio de la noche y mata a 14 civiles
en su sueño, como sucedió en Gaza hace cuatro años, no es un ejército
que opera siguiendo reglas civilizadas. Una clase dirigente militar
que lanza una bomba de 250 kilos sobre una casa en medio de la noche y
mata a un hombre, a su esposa y a siete de sus hijos, como ocurrió
hace cuatro días, no es el ejército de un país moral.
Una sociedad que puede
hacer caso omiso como si fuera insignificante ante el brutal asesinato
de una niña de 13 años por un oficial del ejército que pretendió
que ella amenazaba a los soldados de un puesto militar - uno de casi
700 niños palestinos asesinados por israelíes desde que comenzó la
Intifada - no es una sociedad con conciencia.
Un gobierno que encarcela
a una muchacha de 15 años - una de varios cientos de niños bajo
detención israelí - por el crimen de empujar y de escapar de un
soldado que trataba de cachearla a la entrada de una mezquita, no es
un gobierno con algún comportamiento moral. (Esta información, que
no es el tipo de noticia que llega a aparecer en los medios de
información usamericanos, fue mencionada por el Sunday Times de
Londres. La niña recibió tres tiros mientras se escapaba y fue
condenada a 18 meses de cárcel después de salir del coma.)
Los críticos de Israel
subrayan crecientemente que Israel se autodestruye, se acerca a una
catástrofe de su propia creación. El periodista israelí Gideon Levy
habla de una sociedad en "colapso moral."
Michel Warschawski
escribe sobre una "locura israelí" y "brutalidad
demente," una "putrefacción" de la sociedad
civilizada, que han lanzado a Israel por un camino suicida. Prevé el
fin de la iniciativa sionista; Israel es una "banda de
matones," dice, un Estado "que se burla de la legalidad y de
la moral cívica. Un Estado que funciona despreciando la justicia
pierde la fuerza necesaria para sobrevivir."
Como señala con amargura
Warschawski, Israel ya no conoce fronteras morales - si alguna vez las
conoció. Los que siguen apoyando a Israel, que encuentran excusas
para lo que hace mientras desciende hacia la corrupción, han perdido
su brújula moral.
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Kathleen Christison es ex
analista política de la CIA y ha trabajado en relación con
problemas del Oriente Próximo durante 30 años. Escribió "Perceptions of
Palestine and The Wound of Dispossession". Para contactos:
kathy.bill@christison-santafe.com.
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Miembro de los colectivos de
Rebelión y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por
la diversidad lingüística.
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