Líbano – Sabra y Chatila
Recordando con ira
Por Roberto Bardini
Bambu
Press / Argenpress, 19/07/06
En Líbano –que con sus 10.452 kilómetros cuadrados de
superficie es menor que el estado de Connecticut– se está librando,
quizá, la primera batalla de la tercera guerra mundial.
Los componentes altamente volátiles que podrían dar
inicio a una reacción en cadena están ahí: Israel, que cuenta con
el respaldo de Estados Unidos y Gran Bretaña, acusa a Siria e Irán
de suministrar misiles a las guerrillas de Hezbolá. El ministro de
Defensa israelí, Amir Peretz, lo dijo con pocas palabras cargadas de
alta tensión: “Vamos a cambiar la realidad”. Y, ante lo que está
sucediendo, no puede decirse que haya sido una bravuconada.
Washington y Londres lograron imponer a Alemania, Canadá,
Francia, Italia, Japón y Rusia, sus socios del grupo de ocho países
más ricos del mundo (G–8), la decisión de culpar a Hizbolá y
Hamas por el estallido del conflicto. Con el argumento de que Israel
tiene derecho a defenderse, además, el G–8 rechazó la solicitud
del primer ministro libanés, Fouad Siniora, de un alto el fuego
inmediato. Pasaron por alto el hecho de que los israelíes son los
invasores y que poseen el triple de capacidad ofensiva. Los datos están
a la vista: por cada víctima israelí mueren cinco o seis libaneses.
Sin embargo, en la hipótesis extrema de que Irán sufra
ataques de Israel, es posible que ni Rusia ni China permanezcan
indiferentes. Y entonces sí que podría “cambiar la realidad” en
una región siempre a punto de volar por el aire.
La ONU, afectada por una dolencia casi crónica, persiste
en su estado de cataplexia, trastorno que permite hablar a quienes lo
padecen, pero se caracteriza por somnolencia e inmovilidad de los músculos.
El ataque a Líbano reedita, corregida y aumentada, una
carnicería de 24 años atrás. En los primeros días de junio de
1982, el embajador israelí en Gran Bretaña, Shlomo Agrov, fue
atacado a tiros por seguidores de Abu Nidal, un terrorista disidente
de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Aunque
quedó paralítico, Agrov salvó la vida. El extremista Abu Nidal era
enemigo a muerte de Yasser Arafat, pero el fallido atentado en Londres
fue el pretexto que necesitaba Israel para realizar un viejo anhelo
militar: invadir el sur de Líbano y erradicar los campamentos de
refugiados palestinos. La despiadada incursión, denominada Paz para
Galilea, fue dirigida por el entonces ministro de Defensa, Ariel
Sharon.
Tras dos meses de combates, un mediador estadounidense logró
el compromiso de la OLP de desalojar Beirut a cambio de garantizar
protección internacional para la población palestina de los campos
de refugiados de Sabra y Chatila, situados en la periferia de la
ciudad. Los milicianos de Yasser Arafat abandonaron la capital
libanesa el primero de septiembre, pero Sharon anunció que aún
quedaban “dos mil terroristas” en los campamentos. Del 16 al 18 de
septiembre, los israelíes impidieron la huida de los residentes,
mientras falangistas maronitas libaneses torturaban, violaban
adolescentes, ametrallaban a no combatientes. En esa masacre de 48
horas murieron 3 mil 500 personas, la mayoría mujeres, ancianos y niños.
Los israelíes permanecieron tres años en Líbano y luego
comenzaron a retirarse gradualmente. El resultado de la invasión fue
de 18 mil muertos y 30 mil heridos, en su mayoría –como siempre–
civiles.
El dramaturgo francés Jean Genet (1910–1986), estaba en
Beirut en aquellos días de furia homicida. Poco después, publicó un
testimonio demoledor: “Cuatro Horas en Chatila”. En un fragmento,
relata:
“Los cadáveres que debía franquear, negros e hinchados,
eran todos palestinos y libaneses. […] Un niño muerto puede a veces
bloquear una calle, son tan estrechas, tan angostas, y los muertos tan
cuantiosos. […] El primer cadáver que vi era el de un hombre de
unos 50 o 60 años. Habría tenido una corona de cabellos blancos si
una herida (un hachazo, me pareció) no le hubiera abierto el cráneo.
Una parte ennegrecida del cerebro estaba en el suelo, junto a la
cabeza. […] Estaba tumbado en una callejuela inmediatamente a la
derecha de la entrada del campo de Chatila que está frente a la
embajada de Kuwait. ¿Cómo los israelíes, soldados y oficiales,
pretenden no haber oído nada, no haberse dado cuenta de nada si
ocupaban este edificio desde el miércoles por la mañana? ¿Es que se
masacró en Chatila entre susurros o en silencio total?”.
Interpelado en el Parlamento, el entonces primer ministro
de Israel, Menean Begin, dijo: “Unos no–judíos han masacrado a
otros no–judíos, ¿en qué nos concierne eso a nosotros?”.
Aquella invasión de 1982 y la de ahora tuvieron características
de blitzkrieg, igual a la que en 1939 desencadenó la Segunda Guerra
Mundial por decisión de un ex cabo austriaco convertido en führer.
El mismo que hoy parece inspirar a las antiguas víctimas convertidas
en verdugos.
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