Nablús: "It is our
life"[1]
Por
Silvia Cattori Red Voltaire, 24/07/06
Mientras
el mundo asiste a la destrucción del Líbano por parte de Israel, la
ocupación se mantiene en Palestina. En momentos en que la atención
de las cámaras se centra en Beirut, Israel sigue estrangulando a los
palestinos para obligarlos a huir. Silvia Cattori nos describe el
horror que están viviendo los habitantes de Nablús.
Noche
tras noche, el estruendo de la guerra sacude la ciudad de Nablús, un
estruendo que impide el sueño. La gente se despierta sobresaltada,
incapaz ya de saber si han dormido o no, si están viviendo una
pesadilla en plena vigilia. Se oyen disparos, explosiones que resuenan
cerca, se sienten más lejos, vuelven en forma de eco. No se sabe qué
sucede ni dónde. La inquietud crece, luego se deja de pensar. Uno se
resigna y espera el día. La gente dice que así transcurren todos y
cada uno de los días aquí, en el distrito de Nablús, que eso no es
nada nuevo desde el año 2000, que es un instrumento más de la guerra
del terror emprendida por Israel, parte de sus innumerables medidas
represivas.
Los
soldados entran siempre, durante la noche, en las silenciosas
callejuelas de Nablús o de los poblados. Derriban puertas, lanzan
granadas. Buscan, casa por casa, hombres que califican como "wanted",
"sospechosos". Sacan a las familias de sus casas, registran,
lo rompen todo y, si no encuentran nada, exigen que las madres hablen
por los altoparlantes exhortando a sus hijos a rendirse. Si el
"sospechoso" no se rinde, a veces arrestan al padre, a los
hermanos o vuelan la casa. Se van antes del amanecer.
Después
de medianoche se oyeron disparos pero los principales combates
empezaron a las cuatro de la mañana, cuando una fuerte explosión
sacudió los edificios. Después los tiroteos se hicieron más
intensos. Por dos veces la voz del almuecín cubrió el ruido de los
disparos, una voz que llegaba lejos, volvía como un eco, retenía
nuestro aliento.
Lo
sucedido durante la incursión de esta noche es inusual. Las tropas
israelíes entraron sin hacer ruido, por sorpresa. Generalmente, los
soldados no tienen que enfrentar a los combatientes porque los hombres
que están buscando se esconden. Se saben buscados y, con sus tristes
fusiles, tienen todas las de perder. Pero esta mañana los hombres
agazapados presentaron resistencia. Los combates duraron varias horas.
Del lado del ejército israelí hubo un soldado muerto y seis heridos,
varios de ellos de gravedad.
Cuatro
jóvenes palestinos fueron capturados y los soldados se los llevaron.
Desde entonces están siendo sometidos a interrogatorio por el Shin
Bet. Las informaciones que les puedan arrancar servirán para
organizar las próximas incursiones y acciones punitivas.
Se
espera que el ejército vuelva en cualquier momento y que la represión
sea más dura aún ya que el soldado muerto era el hijo del comandante
encargado de la región.
La
gente está al tope. Israel los humilla, los somete al hambre, los
priva de todo. Aquí viven como en una prisión. Cuando la gente se
presenta en los puntos de control –que son zonas militares en las
que los soldados se las arreglan para hacer reinar el terror– los
militares los humillan, los arrestan, los someten a golpizas. Los jóvenes
–de 14 a 30 años– no pueden pasar. Tienen que lanzarse, por su
cuenta y riesgo, a transitar por senderos de montaña. Una estudiante
de la universidad de Najah arrestada hace año y medio en un punto de
control está detenida aún por haber abofeteado al soldado que la
estaba cacheando.
Después
de seis años de privaciones y masacres, se siente a la gente aún más
rebelde y tensa en la medida en que ahora sufren, además de las
persecuciones de Israel, el estrangulamiento por parte de Europa, una
Europa escandalosa que castiga y condena un pueblo entero al hambre
por haber votado a favor de Hamas.
Esto
no hace más que fortalecer el espíritu de resistencia de ese pueblo
que no tiene ya otra vía que la rebelión para salvaguardar su
dignidad pisoteada. Por eso sentimos que está decidido, dispuesto a
enfrentarse al mundo entero hasta que este sienta la vergüenza de
haber cometido un crimen tan grande y comprenda que, para los
palestinos, reclamar el respeto a sus derechos violados es algo legítimo.
Lo
sucedido esta noche no dejará de tener graves consecuencias para
ellos. El ejército israelí regresará para castigarlos con más
fuerza aún. Sin embargo, ellos siguen ocupándose de sus asuntos,
como si nada sucediera. Nos miran con la tranquilidad de quien sabe
que la humanidad está de su parte. En eso reside su fuerza. "It
is our life", responden con calma cuando expresamos nuestra
inquietud por ellos.
Tsahal:
un ejército de bárbaros
Por
Silvia Cattori
Mundoarabe.org,
23/07/06
Traducido
para Rebelión y Tlaxcala por Juan Vivanco
En
Nablús, al caer la noche, el clima de terror que ha impuesto el
Tsahal [Ejército de Israel], ese ejército de vándalos pertrechado
con un arsenal impresionante, se vuelve más violento.
Todas
las noches docenas de vehículos llenos de soldados invaden la ciudad
asediada. Pero en los últimos tiempos la población de Nablús está
más oprimida y perseguida que de costumbre. La noche del 17 de julio,
tras la detención de cuatro de los suyos, unos jóvenes tiraron una
bomba contra una patrulla y mataron a un soldado israelí. A raíz de
este suceso la población esperaba un recrudecimiento de la represión
colectiva.
No
se hizo esperar. La noche siguiente, antes de las doce, varios F16 y
avionetas teledirigidas sobrevolaron la ciudad y más tarde llegaron
los tanques y los jeeps. Los soldados disparaban a diestro y siniestro
y las balas que resonaban contra puertas y paredes hacían un ruido
ensordecedor. Era angustioso. Los escasos clientes del hotel nos
juntamos en una habitación con un puñado de empleados. En presencia
de un ejército tan terrorífico, la vida de estas personas
—sojuzgadas por Israel, obligadas a esconderse en espera de que
termine esta locura— no valía nada.
Eso
era lo más insoportable: la superioridad armada de estos
colonizadores brutales —oriundos de Brooklyn, Buenos Aires,
Marsella, etc.—, imbuidos de su supremacía y servidores de un
Estado cuya política se basa en despreciar al otro, al palestino, al
árabe.
¿Cómo
pueden unos seres humanos pisotear así la humanidad de los demás,
que incluyen a miles de niños aterrorizados, viejos, enfermos del
corazón, mujeres embarazadas y a tanta gente buena, servicial y
generosa como en ningún otro lugar del mundo, personas que saben que
van a morir por el sólo hecho de ser palestinos, una nación entera
despojada de sus derechos, despojada de todo lo que hace soportable la
vida? Les da lo mismo. Sólo el racismo contra los árabes puede
explicar su comportamiento.
Humillados
en los terribles puestos de control, condenados a una miseria
inimaginable, con los cuerpos marcados por múltiples heridas, muchos
de estos palestinos han sido apresados, maltratados brutalmente por
los torturadores del Shabak [servicio israelí de inteligencia
interior] y los soldados que invaden sus callejones, protegidos tras
las rejillas de sus jeeps, mientras profieren por altavoces insultos
de carácter sexual o religioso en árabe —los palestinos nos los
han traducido y son cosas como “putos árabes” o, dirigidos a las
mujeres, “putas mujeres y hermanas”—. Unas mujeres que,
contrariamente a los prejuicios difundidos en Occidente, son muy
respetadas por los hombres en la sociedad musulmana. Todas las noches
se quedan vestidas para que no las sorprendan en camisón esos
soldados que entran dando una patada a la puerta, en busca de
“terroristas”, que violan la intimidad de los hogares, que obligan
a las mujeres a salir a la calle.
Los
palestinos son los naturales de un país llamado Palestina. Israel se
ha apoderado de casi todo, el 90%. Hay cinco millones de palestinos
refugiados. Otros cuatro millones malviven en las franjas de tierra más
pobres y marginadas. Pero no cabe la menor duda: siempre que haga
falta, lucharán. Hay que decirlo de una vez por todas: los que Israel
llama “terroristas”, “forajidos”, “fanáticos”, y nuestros
medios complacientes “activistas”, en realidad son civiles,
inocentes, un padre de familia, un niño, cuya dignidad y honor le
empuja, cuando no puede más, a responder con un gesto violento a la
brutalidad permanente del ejército de ocupación.
Cuando
estás aquí sientes una impotencia inenarrable y una rabia enorme
contra todos esos Estados democráticos que hablan de paz, de derechos
humanos, de democracia, mientras permiten que Israel cometa estas
salvajadas. Rabia también contra los periodistas que difunden la
propaganda de Israel o, en todo caso, escriben reportajes asépticos.
Rabia
también contra esos personajes cuya argumentación infecta conocemos
bien —como Bernard Ravenel, Dominique Vidal, Michel Warshavsky,
Michele Sibony, Pierre Stambul o Richard Wagmann,
por limitarnos a Francia—, esos que siempre recurren al
anatema del antisemitismo para impedir que las personas lúcidas y
sinceras clarifiquen el debate y planteen iniciativas que puedan
ayudar de verdad a los palestinos oprimidos. Mientras acusaban de
antisemitismo a quienes deseaban la victoria de la resistencia
palestina, respaldaban a la elite palestina que colaboraba con el
ocupante. Objetivamente no hacen más que lloriquear sobre los
palestinos cada vez que la brutalidad de Israel les resulta demasiado
embarazosa.
Sientes
vergüenza. Vergüenza de pertenecer a esta sociedad que ha sembrado
ilusiones entre los palestinos y luego les ha traicionado, que sigue
practicando la caridad con ellos y decidiendo en su lugar lo que les
conviene.
Los
disparos aterradores han durado dos horas. “Así es como interpretan
a Beethoven”, comentaba mi vecino con una flema asombrosa. Fusiles
ametralladores M16 y M18 con munición de 250 y 500, para los
entendidos, y con los cañones de los carros, con los Doska que hacen
enormes agujeros en las paredes y mutilan a la gente de un modo
espantoso.
Hay
que recordarlo: es un ejército equipado para combatir contra otro ejército.
Pero lo que tiene enfrente no es ningún ejército con verdaderos
soldados, sino civiles.
Al
cabo de un par de horas callaron las armas. Sorprendentemente, los
soldados se marcharon de madrugada sin detener ni matar a nadie. La
gente permaneció todo el día alerta, preguntándose qué significaría
esto, qué estarían tramando, aún más amenazador.
Los
soldados volvieron a la noche siguiente, en batallones. Tomaron
posiciones donde nadie se lo esperaba, alrededor de un edificio
administrativo, separado de la ciudad vieja, donde según se
comentaba, «se habían refugiado un centenar de sospechosos que no
tenían dónde esconderse». Nadie podía acercarse a la zona y la
población, desde la mañana del 19, no sabía lo que estaba pasando.
Mientras escribo esto la operación continúa. No está claro si
dentro del edificio, que los soldados han destruido, había un
centenar de “forajidos”. Lo cierto es que 150 miembros de la
seguridad israelí se presentaron allí en las primeras horas del
asedio. Y que los disparos y los explosivos han causado víctimas,
seis muertos y 60 heridos, entre ellos un enfermero.
Quizá
parezca algo insignificante comparado con las terribles noticias que
llegan de Líbano. Pero todo esto, desde el año 2000, ya ha segado la
vida de mil niños y varios miles de adultos, por no hablar de las
decenas de miles de mutilados. Su calvario aún no ha terminado.
La
guerra que Israel ha extendido a Líbano forma parte de lo mismo: se
trata de destruir a los pueblos que se resisten a su barbarie.
.– “Esta es nuestra
vida.”
.– Responsables
de la AFPS y la UJFP, que desfiguran la realidad al hablar de «paz
justa en Israel–Palestina», como si se tratase de dos partes
con la misma responsabilidad, cuando Israel es el verdugo y
Palestina sus víctimas.
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