En
el mundo árabe, la crisis radicaliza a los más moderados
El
apoyo de la opinión pública obligó a algunos gobiernos a
endurecerse con Israel
Por
Neil MacFarquhar
The
New York Times /La Nación, 29/07/06
Traducción
de Luis Hugo Pressenda
Damasco.–
Al comienzo de la crisis en el Líbano, los gobiernos árabes,
empezando por Arabia Saudita, condenaron al grupo terrorista Hezbollah
por provocar imprudentemente una guerra, gesto que Israel y los
Estados Unidos consideraron un guiño y un consentimiento para
continuar la lucha.
Ahora,
con cientos de libaneses muertos y Hezbollah plantado y resistiendo
contra las fuerzas israelíes desde hace más de dos semanas, la opinión
pública en todo el mundo árabe se ha volcado en favor del grupo
terrorista, ha convertido al líder del grupo chiita, el jeque Hassan
Nasrallah, en un héroe popular y ha obligado a modificar las
declaraciones oficiales de algunos gobiernos.
La
familia real saudita y el rey Abdullah II, de Jordania, que al
principio estaban más preocupados por el creciente poder del Irán
chiita, principal patrocinador de Hezbollah, intentan ahora por todos
los medios distanciarse de Washington.
Una
catarata de columnas periodísticas, caricaturas, blogs y recitales públicos
de poesía ha inundado de elogios a Hezbollah y condenado a los
Estados Unidos y a su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, por
anunciar planes norteamericanos para "un nuevo Medio
Oriente" que, según ellos, han provocado violencia y represión.
Incluso
la red terrorista Al–Qaeda, dirigida por violentos extremistas
musulmanes sunnitas habitualmente hostiles hacia todos los chiitas,
ingresó en la escena; su número dos, Ayman al–Zawahiri, a través
de un mensaje grabado, dijo que, por medio de su lucha en Irak, su
organización también estaba tratando de "liberar a
Palestina".
Mouin
Rabbani, un veterano analista de Medio Oriente, en Amman, Jordania,
expresó: "El conflicto árabe–israelí sigue siendo la cuestión
más potente en esta parte del mundo".
Acercamiento
Mientras
tanto, se oyen inequívocos cambios de tono en todo el mundo sunnita.
Esta semana, el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, intensificó sus
esfuerzos tendientes a lograr un cese del fuego para proteger a todas
las sectas en el Líbano, mientras que el rey jordano anunció que su
país estaba enviando equipos médicos "para las víctimas de la
agresión israelí".
Egipto
y Jordania firmaron tratados de paz con Israel. La corte real saudita
formuló una agorera advertencia por la cual expresó que su plan de
paz de 2002 –que ofrecía a Israel el reconocimiento pleno de parte
de todos los Estados árabes a cambio de respetar las fronteras
anteriores a la guerra árabe–israelí de 1967– bien podría
expirar.
"Si
la alternativa de la paz es rechazada debido a la arrogancia israelí,
entonces sólo queda la alternativa de la guerra y nadie sabe las
repercusiones que habrá en la región, incluso guerras y conflictos
de los que nadie se salvará, e incluso aquellos cuyo poder militar
está tentando a jugar con fuego", advirtió la declaración.
La
realeza saudita avisaba así a Occidente que no ejercería presiones
sobre nadie en el mundo árabe hasta que Washington hiciera algo para
frenar la destrucción en el Líbano, según observadores sauditas.
Funcionarios
norteamericanos afirman que, aunque los líderes árabes deben adoptar
una línea más dura públicamente por motivos políticos internos, lo
que más importa es lo que le dicen a Estados Unidos en privado, algo
que los norteamericanos todavía consideran un guiño y un
consentimiento.
Nasrallah,
el nuevo Nasser
Entre
los gobiernos árabes existen evidentes preocupaciones de que una
victoria de Hezbollah –que ya ha logrado casi algo parecido al
resistir tanto tiempo– intensificaría la oleada islámica que
envuelve la región y desafiaría su autoridad.
De
allí que su máxima prioridad sea aplacar lo que está fermentando en
la opinión pública. La prensa opositora egipcia tuvo un día de
gloria recientemente cuando comparó al jeque Nasrallah con Gamal
Nasser, ex presidente de Egipto y uno de los grandes líderes del
mundo árabe de los años cincuenta, mientras los manifestantes
alzaban carteles con imágenes de ambos.
Una
nota editorial en el semanario Al–Dustur, firmada por Ibrahim Issa,
que debe cumplir una larga condena en la cárcel por sus anteriores críticas
contra Mubarak, comparó a los actuales líderes árabes con los príncipes
medievales que permitieron que los cruzados se fuesen apoderando de
tierras musulmanas hasta que controlaron todo el territorio.
En
El Cairo, después de concurrir a una manifestación en favor del Líbano
encabezada por intelectuales, el poeta egipcio Ahmed Fouad Negm
escribió una columna en la que contó que había visto a un compañero
que compraba 20 afiches de Hassan Nasrallah.
"La
gente reza por él mientras camina por la calle, porque nos hicieron
sentir débiles, oprimidos y en desventaja", comentó Negm.
"Frente
al edificio en el que vivo, –añadió el poeta–, le pregunté al
barrendero qué pensaba y me respondió: "Tío Ahmed, Nasrallah
ha resucitado el muerto que yo llevaba adentro. ¡Que Dios le dé la
victoria!"."
En
el Líbano, Rasha Salti, periodista que trabaja de manera
independiente, resumió en qué sentido Nasrallah difería de otros líderes
árabes. "Desde que estalló la guerra, Hassan Nasrallah desplegó
un personaje y también exhibió un comportamiento público que
contrasta absolutamente con los jefes de Estados árabes",
escribió en un mensaje por correo electrónico difundido en muchos
blogs de Internet.
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