Nueva
matanza en la aldea de Qana. Allí, hace 10 años, Israel masacró
a
106 refugiados libaneses
Un
crimen de guerra
Por
Robert Fisk
The
Independent / Página/12, 31/07/06
Traducción
de Laura Carpineta
Escribieron
los nombres de los niños muertos en las mortajas de plástico.
“Mehdi Hashem, seis años – Qana”, estaba escrito con un
marcador en la bolsa en la que yacía el cuerpo del niño. “Hussein
al Mohamed, doce años – Qana, Abbas al Shalhoub, un año –
Qana.” Y cuando el soldado libanés fue a levantar el pequeño
cuerpo de Abbas, éste rebotó sobre su hombro como el niño debería
haberlo hecho sobre el hombro de su padre el sábado. En total, 57
cuerpos fueron traídos al hospital público de Tiro y a otras clínicas.
37 eran niños. Cuando se les acabaron las bolsas de plástico,
comenzaron a envolver los pequeños cuerpos en alfombras. Sus cabellos
estaban teñidos por el polvo y a la mayoría les salía sangre de la
nariz.
Hay
que tener un corazón de piedra para no sentir la ira que sentimos
todos los que veíamos esa escena ayer. Esta masacre fue una
obscenidad, una atrocidad –y si la fuerza aérea israelí realmente
bombardea con la “precisión” con la que asegura, entonces esto
también fue un crimen de guerra–. Israel aseguró que militantes de
Hezbolá habían disparado misiles desde la aldea del sur libanés,
Qana –como si eso justificara esta masacre–. El primer ministro
israelí, Ehud Olmert, habló del “terror musulmán” amenazando a
la “civilización occidental” –como si Hezbolá hubiera matado a
toda esa pobre gente–.
Y
en Qana, de todos los lugares posibles. Ya que sólo diez años atrás
fue el escenario de otra masacre israelí, la matanza de 106
refugiados libaneses. La artillería israelí los atacó cuando se
refugiaban en una base de la ONU en esa aldea. Más de la mitad de
esos 106 eran niños. Más tarde, Israel dijo no había tenido un avión
no tripulado que sacara fotos en tiempo real de la escena de la
matanza –una declaración que resultó ser falsa cuando The
Independent descubrió un video en el que se veía a un avión de este
tipo sobre el campo en llamas–. Es como si Qana –cuyos habitantes
aseguran que fue la aldea de Caná, en la que Jesús convirtió el
agua en vino– estuviera maldecida por el mundo, destinada para
siempre a hospedar la tragedia.
De
igual forma, no hay duda del misil que mató a todos esos niños ayer.
Vino de Estados Unidos, y en una parte de él estaba escrito: “Para
usar en MK–84 Bomba Guiada BSU–37–B”. No hay dudas de que sus
creadores lo califican de “probado para combate” ya que destruyó
todo el edificio de tres pisos en el que vivían las familias Shalhoub
y Hashim. Se habían refugiado de un enorme bombardeo israelí en el sótano,
y allí fue donde la mayoría murió.
Encontré
a Nejwah Shalhoub tirado en el hospital público de Tiro, su mandíbula
y su cara estaban vendadas como las de Robespierre antes de su ejecución.
No lloró ni gritó, aunque se veía en su cara que le dolía. Su
hermano, Taisir, de 46 años, había muerto. También su hermana Najla
y su pequeña sobrina Zeinab, de sólo seis años. “Estábamos en el
sótano escondiéndonos cuando la bomba explotó a la una de la
madrugada”, aseguró. “En el nombre de Dios, ¿qué hicimos para
merecer esto? La mayoría de los muertos son niños, ancianos y
mujeres. Muchos de los niños estaban despiertos y jugando. ¿Por qué
nos hace esto el mundo?”, se preguntaba Nejwah.
Las
muertes de ayer incrementaron el total de muertos civiles en Líbano a
más de 500, desde que el bombardeo aéreo, marítimo y terrestre
israelí contra el país comenzó el 12 de julio, después de que
miembros de Hezbolá cruzaron el alambrado fronterizo, mataron a tres
soldados israelíes y capturaron a otros dos. Pero la matanza de ayer
terminó con más de un año de mutuo antagonismo dentro del gobierno
libanés, ya que los políticos pro-estadounidenses y los pro-sirios
denunciaron lo que describieron como “un horrible crimen”.
Miles
de manifestantes atacaron el mayor edificio de las Naciones Unidas en
Beirut gritando: “Destruyan a Tel Aviv, destruyan a Tel Aviv”. Por
su parte, el premier libanés, el normalmente imperturbable Fouad
Siniora, llamó a la secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza
Rice, y le ordenó que cancelara su inminente viaje a Beirut.
Nadie
en este país puede olvidar cómo el presidente George Bush, Rice y
Tony Blair se han negado en repetidas ocasiones a llamar a un
inmediato cese al fuego –una tregua que hubiera salvado todas estas
vidas ayer–. Rice sólo dijo: “Queremos un cese al fuego lo antes
posible”. Este comentario fue seguido por un anuncio israelí, en el
que se declaraba la intención de mantener el bombardeo al Líbano por
al menos dos semanas más.
A
lo largo del día, los habitantes de Qana y los trabajadores de
Protección Civil excavaron en las ruinas del edificio con palas y sus
propias manos, hasta que encontraban un cuerpo tras del otro, vestidos
con ropas coloridas. En una parte de los escombros, encontraron lo que
quedaba de una habitación con 18 cuerpos adentro. Doce eran mujeres.
A lo largo de todo el sur del Líbano, se pueden encontrar escenas
como ésta, no tan grotescas en comparación, pero igual de terribles,
ya que para los pobladores es tan aterrador irse como quedarse.
Los
israelíes habían lanzado panfletos sobre Qana, ordenándole a la
gente que deje sus casas. Sin embargo, ya van dos veces, desde que
comenzó la masacre israelí, que les ordenan a los pobladores que
dejen sus hogares y luego los atacan con artillería aérea cuando
obedecen y huyen. Hay al menos tres mil chiítas musulmanes atrapados
en aldeas entre Qlaya y Aiteroun (cerca de donde realizó Israel la última
incursión terrestre), en Bint Jbeil, y, no obstante, ninguno de ellos
puede irse sin temer morir en las rutas.
¿Y
la reacción de Olmert? Después de expresar su “profundo pesar”,
anunció: “No detendremos esta batalla, a pesar de los difíciles
incidentes (sic) de esta madrugada. Continuaremos con la actividad y,
si es necesario, la ampliaremos sin dudarlo”.
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