Lamentable
rol de la dirigencia israelita de Argentina
Israel
no respeta regla humanitaria ninguna en su invasión al Líbano
Por
Emilio Marín
Diario La Arena, 10/08/06
En un mes de ataques
por aire, tierra y mar, el Estado de Israel ha provocado más de mil
muertos y una horrible destrucción material y cultural en El Líbano.
La cúpula de la comunidad judía, de Amia y Daia, ha avalado ese
genocidio.
En la guerra todas
las estadísticas son muy relativas porque a cada rato muere mucha
gente. Pero vale la pena congelar la del día 29 de la agresión
israelita contra El Líbano: 1.020 libaneses muertos, 3.568 heridos y
915.762 desplazados. En paralelo, los muertos palestinos por esa misma
fuerza bruta en Gaza, se acercan a 200, contando sólo los que
expiraron violentamente desde fines de junio. Si la cuenta comenzara
en setiembre de 2000, cuando Ariel Sharon visitó con policías y
soldados la Explanada de las Mezquitas y provocó la Segunda Intifada,
los caídos palestinos suman unos 6.000.
En cualquier caso se
trata de cifras tremendas de pérdidas humanas, cualquiera sea el
rubro de que se trate. Si se toma el de los desplazados, que al menos
han conservado la vida, la tragedia no es menor pues casi un millón
de libaneses –un cuarto de la población total– lo ha perdido
todo.
Sobre el nivel de
destrucción en la infraestructura civil de un país que vivía cierta
prosperidad luego de superar la guerra civil y la intervención
extranjera –Israel se había tenido que retirar del sur libanés en
2000–, las fotos de Beirut, Qana y tantos otros lugares
bombardeados, exime de redundancias.
Hace unos días los
medios publicaron que la Marina judía había bombardeado por primera
vez un campo de refugiados palestinos en El Líbano. Si se habla de
esa fuerza, puede ser. Pero la aviación había atacado el 4 de agosto
el campo de refugiados de Rashidiyeh y Rashaya Al–Wasi, en el Valle
de Bekaa, cerca de Siria.
Tratándose de Israel
es muy difícil saber cuándo fue la primera vez que atacó a algún
vecino. A fines de julio bombardeó edificios de Qana, con decenas de
muertos, en su mayoría niños. Pero resulta que ya en 1996 había
hecho lo propio en esa ciudad, con un campamento de refugiados de la
ONU, provocando 106 muertes.
El gobierno israelí
de Ehud Olmert no respeta la bandera de la ONU. El 25 de julio, pese a
diez avisos previos de que no lo hiciera, atacó un puesto de la
entidad y asesinó a cuatro observadores internacionales.
El subsecretario
general para Asuntos Humanitarios de la organización mundial estuvo
en Beirut y se manifestó horrorizado por los bombardeos. "Estas
acciones violan el derecho humanitario internacional", dijo Jan
Egeland tras visitar la zona sur de la capital.
Los
niños primero
El juicio lapidario
de ese funcionario surgió luego de ver "niños muertos, heridos,
sin hogar, sufriendo", según declaró a AP. Según cálculos del
primer ministro libanés Fuad Siniora, un tercio de las víctimas
mortales son niños.
Justamente la foto de
un rescatista portando el cuerpecito de un infante fallecido tras un
bombardeo, inspiró una nota de Horacio Verbitsky el domingo pasado en
Página/12 ("El niño gris"). Verbitsky no tiene ninguna
simpatía política por Hizbollah ni Hamas, por el gobierno sirio de
Bachar Al Asad ni por el iraní de Mahmud Ahmadinejad. Por eso es más
contundente aún su comparación de la fotografía de esa víctima de
un bombardeo en Qana con la de otro niño llevado por los nazis rumbo
a la "solución final".
No sólo sufren los
infantes sino los libaneses de todas las edades. Sucede que los niños
y los abuelos son los más vulnerables en la vida normal y más en la
guerra, sobre todo cuando se los ataca cobardemente con armas
prohibidas. La organización Human Rights Watch (HRW), con sede en EE.
UU., acusó a Israel de haber usado bombas de racimo en zonas
habitadas por civiles, en violación de las leyes internacionales.
Otras denuncias apuntaron a la utilización del fósforo blanco, que
provoca horrendas quemaduras, otra arma prohibida.
La excusa israelí de
que en sus bombardeos causa víctimas civiles porque Hizbollah se
escondería entre éstas, no se sostiene ante el menor análisis. En
el puesto de observadores de la ONU no había civiles pero igual lo
arrasaron. El aeropuerto de Beirut no era utilizado por la guerrilla y
fue lo primero que inutilizaron. Las rutas de escape de los civiles
hacia Siria fueron destruidas al igual que los puentes, y allí no había
confusión posible: se trató de un deliberado plan para hacer sufrir
más a la población.
El cálculo israelí
era que de ese modo la gente se volvería contra Hizbollah pero hasta
ahora se aprecia todo lo contrario: el sufrimiento en común ha
galvanizado un frente nacional unido alrededor de la resistencia
chiita y contra Israel. Esta es una consecuencia que posiblemente
tendrá efecto político por décadas. Aún en el caso que dentro de
un tiempo los agresores se retiren y digan que han vencido, habrán
sufrido una derrota política estratégica.
Habrá
más masacres
El gabinete israelí
votó ayer una ampliación de sus operaciones en El Líbano,
autorizando a sus fuerzas terrestres a ocupar terrenos ajenos hasta el
río Litani, a 30 kilómetros de la frontera. En toda esa zona
Hizbollah, apoyado por la población, está ofreciendo una tenaz
resistencia, que los militares israelitas reconocen como muy superior
a la que había estimado su comandante, general Dan Halutz, y demás
altos mandos.
Para imponer el
terror generalizado en esa región libanesa, la Fuerza Aérea ha hecho
saber que considerará blancos a bombardear a todo vehículo que
circule, incluso ambulancias. Semejante amenaza impide o dificulta
gravemente que llegue a la zona la ayuda que se precisa con urgencia
en vista de la catástrofe humanitaria.
La Cruz Roja libanesa
y el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas no saben cómo
asistir a los heridos y a la población aislada que precisa
alimentarse. Para cercar a esas víctimas, Israel ha bombardeado el único
puente que quedaba sobre el río mencionado.
Estos son algunos de
los hechos que caracterizan la situación. La misma se agudizará pues
Olmert decidió profundizar su agresión durante treinta días más, o
un plazo aún mayor, según admitió ayer el viceprimer ministro
israelí, Eli Yishai.
Las diferencias entre
uno y otro bando están a la vista. Los libaneses han sufrido 1.020
muertes, en su gran mayoría civiles; Israel, en cambio, tuvo 100
muertos, diez veces menos, pero de ellos 64 eran militares y 36
civiles. No se trata sólo de una cuestión numérica o cuantitativa,
de por sí ilustrativa. Lo más importante es advertir quién es el
agresor y quién el agredido, quién invade y quién es invadido.
Por supuesto no todos
los israelitas son partidarios del exterminio de los palestinos y
libaneses. Los pacifistas israelitas movilizaron a 10.000 personas el
sábado 5 de agosto a favor de un inmediato alto del fuego e inicio de
conversaciones de paz.
En Argentina hubo artículos
firmados por el filósofo León Rozitchner y el ya señalado de
Verbitsky, entre otros, conteniendo críticas al accionar de Israel.
Pero la mayoría de
la dirigencia israelita de nuestro país ha cerrado filas junto al
genocidio. El presidente de la AMIA, Luis Grynwald; el presidente de
la DAIA, Jorge Kirszenbaum y Abraham Szwarc, de la Organización
Sionista Mundial (OSA), mantuvieron el 6 de agosto en Tel Aviv una
reunión con el primer ministro. La delegación expresó su
solidaridad hacia Olmert y justificó la guerra de agresión. Al día
siguiente se entrevistaron con Dalia Itzik, titular del Parlamento, el
presidente Moshe Katzav y la canciller Tzipi Livni, repitiendo el la
justificación.
Pero el que se llevó
las palmas de la brutalidad fue el embajador israelí en Buenos Aires,
Rafael Eldad, quien en un reportaje a La Voz del Interior afirmó ayer
con tono de reproche: "así que no sólo el gobierno, sino toda
la población argentina debería tener una posición muchísimo más
clara frente a Hizbollah".
Es una lástima que Néstor
Kirchner permita esos desplantes de Israel y no siga los pasos de Hugo
Chávez, quien retiró su embajador de Tel Aviv en desacuerdo con los
métodos neonazis utilizados contra los libaneses.
|