La patología del poder israelí
Por Issa Khalaf
Countercurrents.org / Rebelión, 03/08/06
Traducido por Sinfo Fernández
Mientras asistimos como testigos del espectáculo,
desplegado ante nuestra mirada, de violencia feroz e indiscriminada,
destrucción y brutalidad en Gaza y Líbano, es difícil resistirse a
sacar la conclusión de que hay algo terriblemente infame en el estado
y sociedad israelíes. Es como si se hubieran saltado todas las
restricciones y fronteras psicológicas y morales, como si la perversión
se hubiera normalizado. Todo ese terrorismo de estado, agresión
deliberada, fuerza extrema desproporcionada y violaciones masivas del
derecho humanitario internacional no son nuevos en el estado israelí:
desde 1949, la lista es larga y las evidencias de que se dispone muy
amplias. Y en cualquier modo y en este caso, la desproporcionalidad
–un concepto inaplicable actualmente al espanto que está cayendo
sobre un Líbano indefenso o al genocidio en Palestina– implica que
Israel está reaccionando a las provocaciones y actos de agresión de
otros como si el problema palestino empezara con Hamas y la captura
por Hizbollah de los soldados israelíes, o como si sólo Israel
tuviera derecho a usar la fuerza para defenderse pero no así sus
enemigos, una idea aparentemente apoyada por Occidente, sin que tenga
importancia la imbecilidad servil de los pronunciamientos de Bush.
La imagen que Israel tiene sobre sí mismo de
racionalidad, auto–confianza, moderación, pragmatismo y
superioridad moral oficial no es más que una serie de ilusiones y
mitos, construidos para proteger la psique israelí, manipulada por el
estado a fin de mantener vivo el fantasma del terror existencial en el
pueblo israelí, de disfrazar la razón de ser del estado, la expansión
y limpieza étnica en Palestina y mantener profundamente, a nivel
sociológico e institucional, la afianzada militarización israelí,
borrando cada vez más los límites entre un estado civil y militar.
En los últimos cinco años, uno puede observar y sentir
un cambio cualitativo, a peor, en la psicosis política judía israelí,
un retorno hacia lo extremo. ¿Cómo se puede explicar el perenne
lenguaje copiosamente intolerante, feroz y violentamente racista de
los dirigentes, políticos, burócratas, colonos, rabinos e incluso
académicos israelíes? ¿La profundamente inquietante indiferencia
hacia la vida "árabe" inocente, incluidos los niños, por
parte de los soldados y el ejército israelí? ¿Las encuestas que de
forma consistente revelan, de manera insólita, que a una mayoría de
ciudadanos judíos israelíes les repugna vivir cerca o tener amistad
con "árabes"? ¿Las voces que abogan cada vez más por
"trasladar" a los árabes israelíes o expulsar a los
palestinos? ¿La locura de la impredecible rabia militar y del
terrorismo dirigido contra las poblaciones árabes? ¿La
autodestructiva deriva derechista de la política israelí?
El estado sionista de Israel parece estar inmerso en una
caída libre tanto en el terreno moral, político y psiquiátrico. Por
desgracia, su desmesurada arrogancia y sus aterradoramente peligrosas
acciones son apoyadas por un gobierno militante con los mismos rasgos
en Washington y por un intento del mundo occidental de acomodarse a
sus violentas esquizofrenias, por no mencionar el extremismo creciente
entre la organizada comunidad judía estadounidense que apoya a
Israel. Todo esto en un momento en que los principales estados árabes
y los palestinos están buscando la paz, la estabilidad y la
coexistencia, la anterior debilidad e incapacidad para defender a sus
pueblos deja la puerta abierta a actores y terroristas
nacionalistas–islámicos no estatales.
Quienes no tienen poder retornan cada vez más hacia la
racionalidad mientras que quienes lo tienen cada vez lo racionalizan más.
La gente racional asume que se puede contener la conducta
de Israel, su "estrategia", mediante la razón y el análisis
político, aunque sus acciones en Gaza y Líbano tengan aparentemente
la intención de causar la destrucción y muerte máximas, desafían
la racionalidad, incluso al evaluarlas, contra los mismos intereses de
Israel. Efectivamente, sus acciones pueden entenderse mejor en el
contexto del gran diseño sionista de un estado judío libre de
palestinos, controlando la máxima cantidad de territorio y su
anhelado objetivo (conjuntamente con la administración Bush) de
destruir cualquier resistencia indígena y cualquier oposición democrática
y populista a la hegemonía militar israelí en la región.
En Líbano, el objetivo aparente es destruir directamente
a Hizbollah, o volver a los libaneses contra ellos, o debilitar y
fragmentar políticamente el Líbano a través de la guerra civil o
instalar un gobierno libanés colaboracionista.
La invasión y destrucción del Líbano fueron planeadas
tiempo atrás. Desgraciadamente, Hizbollah, cualesquiera que sean sus
motivos, le sirvió en bandeja el pretexto al ejército israelí.
Cualquiera que esté familiarizado con la política y los
movimientos políticos de la región y la temeridad israelí puede
entender la locura que conlleva todo ello. Las acciones israelíes
salvaje y característicamente desproporcionadas a los desafíos
excluyen siempre un uso moderado, racional de instrumentos pacíficos
para resolver las disputas o crisis. Así ha venido ocurriendo desde
antes de 1948. La furia contra el Líbano, al igual que la reacción
en Gaza, carece de sensibilidad, coherencia estratégica y incluso del
propio y utilitario calculado interés, obvio para cualquiera excepto
para quienes gobiernan el estado de Israel, que no paran de crea las
condiciones para que se produzcan una serie de consecuencias que
Israel no va a poder controlar.
El objetivo fundamental israelí al arrasar, y social y
políticamente fragmentar Palestina y el Líbano (ahora que Iraq está
finiquitado), es el de fomentar el extremismo islamista en la región
y así ganarse el apoyo occidental en la lucha contra el terror islámico.
Aunque haya una aparente razón o racionalidad estratégica, sigue
siendo fundamentalmente autodestructiva a la larga, contraria a
cualquier previsión estatal racional que busque conseguir la paz,
estabilidad y seguridad para sus ciudadanos. Su lógica, en última
instancia, no hace sino provocar guerras continuas e incluso la
eventual destrucción del mismo Israel.
Así, los objetivos de Israel en Palestina y el Líbano
son inherentemente irracionales y representan una racionalización
pervertida (o en palabras del novelista israelí David Grossman, una
"mutación") del poder –una perversión de la
racionalidad–, cuya aplicación se ha convertido en un mecanismo
para su propio fin nihilista, echando abajo la moderna asunción
occidental de que la racionalidad es universal y constante. Este
estado de cosas oculta, convirtiendo en borrosos y confusos, los
dominios entre realidad y fantasía.
Y ahí es donde el sionismo pervive, en estados de fantasía,
paranoia, negación, esquizofrenia, desplazamiento, subyacentes en un
poder absoluto que funciona de forma enloquecida. Durante un tiempo
estuvo de moda trazar décadas de guerra, estados de emergencia
continuos y temor existencial como causas de odio y violencia hacia
los palestinos y hacia los árabes en general. No hay duda de que esto
es así.
Pero los problemas subyacen a más profundidad, con un
poder "mutado" ejercido por un pueblo narcisista con un
agudo sentido histórico tanto de singularidad como de victimismo,
herederos actualmente de un excluyente y poderoso estado–nación,
fundado mediante medios coloniales, fundamentado a base de la
erradicación de otra nación.
Israel es un estado étnico, con una ideología
etno–religiosa–nacionalista–mesiánica, basada en la identidad
de grupo, no en derechos individuales, cuya preferencia
institucionalizada es para la superioridad judía, que rechaza la
posibilidad de igualdad con una minoría árabe que es sistemática,
discriminada y sofisticadamente excluida. Esta situación queda lejos
del sistema de gobierno de la mayoría basado en el principio de
igualdad moral individual, protegida mediante el respeto a los
derechos de las minorías, al imperio de la ley y de los derechos
civiles que en general se hallan en las democracias occidentales.
Michel Warschawski sugiere que estas contradicciones se
resuelven, en primer lugar. a través de una "denegación"
que conduce a la esquizofrenia (Ilan Pappe también trata del
"mecanismo de denegación" psicológica que impregna la
sociedad israelí) manifestada por el racismo, la violencia, la
limpieza étnica, la tortura y el castigo colectivo de los palestinos
y por su invisibilidad general dentro de la misma sociedad israelí;
y, en segundo lugar, mediante la "legislación
personalizada", es decir, la maleabilidad, en ausencia de una
constitución, de una fuerza electoral que cambia con facilidad y de
otras leyes, en "ausencia del concepto de derechos" en
Israel.
El poder y su corolario, la violencia, tanto física como
psicológica, están institucionalizadas en el estado y en la sociedad
israelí. Lo militar, es decir, el efecto distorsionado de una cultura
de nacionalismo militarista y la íntima y simbiótica relación entre
el ejército y las instituciones políticas y el liderazgo de estado,
como han apuntado Uri Avnery, Ran HaCohen, Pappe y Warschawski, quien
concluye que:
"La nueva ideología combina cuatro elementos
fundamentales: un militarismo nacionalista más o menos asociado con
un fundamentalismo religioso; un racismo confeso; un espíritu de
dureza impregnado de mesianismo; y una predisposición a cuestionar
todas las normas democráticas. Estos cuatro elementos, reunidos,
ayudan a conformar una paranoia generalizada que lleva a los israelíes
a considerar al mundo entero como una amenaza existencial a la
supervivencia judía en Oriente Medio o en cualquier otro lugar. El
primer y sin duda más perverso efecto de esta nueva ideología es la
aceptación del estado de sitio doméstico y de la normalización de
la muerte." (Michel Warschawski, "Israeli Democracy")
Un estado no puede tener aparentemente derechos
minoritarios liberales mientras insiste en la separación de los
pueblos y en la institucionalizada inferioridad de uno frente a otro,
una condición similar a la vida judía de hace un siglo en Rusia. La
esquizofrenia judía se ha traspasado a los palestinos. Ahora los judíos
israelíes son blancos y europeos y civilizados, manteniendo a raya a
los genética y culturalmente defectuosos y sospechosos y violentos árabes
de piel oscura.
La tensión patológica entre el poder absoluto e
ilimitado, agresividad, desafío y victimismo, temor existencial e
inseguridad, produce la violencia inherente al estado judío. A
determinado nivel, la terca presencia de los palestinos desafía los
mecanismos de denegación y provoca el impulso de extirpar la
presencia cultural, política y física del Otro para no acordarse así
de uno mismo, de la humanidad de uno mismo. Los israelíes son
conscientes del hecho de que su estado fue creado en sus orígenes
mediante la fuerza a expensas de los palestinos, pero reaccionan ante
esta psicosis con denegación y violencia. Haim Hanegbi expresa la
condición israelí de este modo:
"No soy psicólogo, pero creo que todo aquel que
vive con las contradicciones del sionismo se condena a sí mismo a una
prolongada locura. Es imposible vivir de esa forma. Es imposible vivir
con tan terrible equivocación. Es imposible vivir con tales criterios
morales en conflicto. Cuando veo no sólo los asentamientos y la
ocupación y la supresión, sino también ahora ese muro demente tras
el que los israelíes intentan esconderse, tengo que concluir que hay
algo aquí muy profundo, en nuestra actitud ante el pueblo indígena
de esta tierra, que nos lleva a perder el juicio."
"Hay algo gigantesco aquí que no nos permite
reconocer verdaderamente a los palestinos, que no nos permite llegar a
la paz con ellos. Y ese algo tiene algo que ver con el hecho de que
incluso antes que la devolución de la tierra y de las casas y del
dinero, el primer acto de expiación de los ocupantes hacia los
nativos de esta tierra debe ser el de devolverles su dignidad, su
memoria, su razón de ser.
Pero eso es precisamente lo que somos incapaces de hacer.
Nuestro pasado no nos permite hacerlo… Incluso si Israel se rodea de
una verja y un foso y un muro, eso no nos va a ayudar. Porque…
Israel como estado judío no podrá existir." (Entrevista de Ari
Shavit, en Ha’aretz, con Haim Hanegvi y Meron Benvenisti, 28 de
agosto de 2003, publicada en Znet)
A otro nivel, la brutalidad y la crueldad contra los
palestinos es el desplazamiento de la de la respuesta inconsciente
ante el sufrimiento y humillación y persecución de los judíos y su
firme negativa, desafiando a Dios, a lamentar o llorar su destino. Esa
ira y rabia formidables no se calmará, para poder calmarse tendría
que someterse a la mansedumbre y a la impotencia y al sacrificio, como
hicieron en los procesos judíos, tímida y disciplinadamente, en la
carnicería de la Alemania nazi.
Es como si no hubiera términos medios para el sionismo,
ni duda, ni introspección: es nuestra existencia o la de ellos. Esta
psicopatología se hace toda ella más palpable debido a intensas
contradicciones morales: aunque ha logrado cosas impresionantes,
incluida la "democracia judía", un lugar para que algunos
judíos se refugien o tengan probabilidades de sobrevivir, y un
desarrollo económico y tecnológico, Israel es una sociedad ocupante
colonial en sus orígenes al igual que el sionismo es también una
variante del nacionalismo judío; es a la vez no democrático en su
exclusión de los no judíos y democrático para su mayoría judía.
Independientemente de cómo uno lo vea, el resultado
final es, como los mismos observadores israelíes han comentado, la
barbarie, la decadencia o degradación moral, de la sociedad israelí.
¿Cómo podría ser de otra forma, con una ideología sionista que,
desde sus orígenes, trató a los palestinos con crueldad, desdén,
violencia y aversión, un trato común en todas las sociedades
coloniales–ocupantes? ¿Y con un estado que desde 1948 ha
indoctrinado tan profundamente la sociedad israelí, mediante las
guerras y la manipulación de los temores existenciales, la ocupación
y la implacablemente violenta opresión? ¿Y con sistema educativo
racista –que retrata a los "árabes" como inferiores,
vagos, fatalistas, sucios, fácilmente inflamables, violentos,
sedientos de sangre– y la socialización de la superioridad y
separación y alienación de los judíos de los no judíos en ciudades
y barriadas, en las tierras y dominios públicos apropiadas por los
judíos?
La naturaleza patológica de esta adoctrinación se ve
ilustrada por el asesinato a sangre fría en octubre de 2004 de la
colegiala de 13 años Iman al–Hams por un tal "Capitán
R", quien seguidamente fue absuelto y promovido. Después de
dispararle dos veces en la cabeza, se marchó y entonces volvió de
nuevo y vació todo el contenido de su rifle automático, 17 balas,
sobre ella para "confirmar la muerte". El capitán, en el vídeo
grabado, "aclara" por qué mató a Iman: "Así lo dice
el mando. Cualquier cosa móvil, que se mueva en la zona [de
seguridad], aunque tenga tres años de edad, hay que matarla." (Véase
Chris McGreal, Guardian, 16 de noviembre de 2005). Periodistas y
organizaciones de derechos humanos han documentado innumerables casos
de israelíes matando a niños, incluso como deporte y juego. Téngase
en cuenta aquí el lenguaje del capitán: "Hay que matar
cualquier cosa que se mueva…". No alguien que se mueva. Los niños
palestinos considerados como animales, como algo que se mueve, ellos,
ello, necesitan (necesita) ser matado.
El Capitán R resultó ser druso, un ejemplo elocuente
del malsano éxito de la socialización e adoctrinación israelí.
Este druso, históricamente un intruso marginal en la sociedad islámica
dominante, interiorizó la orden de pisotear a nivel étnico y racial
de Israel –la psicopatología heredada colonialmente por la cual los
indígenas se convierten en animales–, desplazando violentamente así
su inferioridad, como los judíos mizrahi [*] hacen con los
palestinos. Deshumanizar, odiar y matar a palestinos representa el
perturbado acto máximo de pertenencia y lealtad hacia una sociedad
acostumbrada a que sus miembros influyentes se refieran a los
palestinos como bestias, animales de dos patas, cucarachas y gusanos,
ignorantes de su propia degradación y deshumanización en el proceso.
Este estado de aguda psicosis social y política,
manifestada por una aplicación irracional del poder y por una
conducta deshumanizadora hacia uno mismo, revela un temor
profundamente asentado: mientras Israel posea un santificado poder
desigual y su clase político–militar se sienta segura de su
capacidad para prevalecer militarmente contra los ejércitos árabes,
el país está incesantemente, silenciosamente, angustiado por la
posibilidad de ser un día abandonado por los EEUU. Sin su patrón, su
poder es nada, no sólo necesariamente a nivel militar, sino también
a nivel emocional y psicológico.
Una fuerza militar sobrecogedora y el mito de ser
invencibles no es más que un tenue hilo psicológico, que oculta los
más profundos temores existenciales israelíes de que los millones de
seres a los que han desposeído, asesinado y continúan atormentando
no puedan al final ser silenciados y tornen para atormentarles. Pero
las actuales elites israelíes parecen incapaces de trascender su parálisis
psicológica: se resisten a abandonar, incluso a reflexionar de forma
autocrítica, sus desgastadas aspiraciones ideológicas
expansionistas; hasta ahora siguen deseando que los pueblos
circundantes les acepten, con los cuales sólo son capaces de
relacionarse con el lenguaje y la lógica de la violencia absoluta.
La condición sionista–israelí, si continúa sin
transformarse, no es más que una receta segura para la aniquilación
regional general.
N. de T.:
(*) Judíos mizrahi: judíos que descienden de las
comunidades judías en Oriente Medio.
|