La guerra de los 33 días y la resolución 1701
del Consejo de Seguridad
Por
Gilbert Achcar Vientosur.info, 24/08/06
Traducción de Alberto Nadal
La resolución adoptada por el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas el 11 de agosto de 2006 no ha
satisfecho ni a Israel ni a Washington ni a Hezbollah. Esto no
significa que sea "justa y equilibrada", sino sólo que es
la expresión temporal de un impasse militar. Hezbollah no ha logrado
infligir una derrota militar mayor a Israel, posibilidad excluida de
todas formas por la desproporción de las fuerzas en presencia, igual
que había sido imposible a la resistencia vietnamita infligir una
derrota militar decisiva a los Estados Unidos. Pero Israel tampoco ha
logrado infligir a Hezbollah una derrota militar importante o, en
realidad, ni siquiera una derrota militar. En este sentido, Hezbollah
es sin duda alguna el verdadero vencedor en el terreno político e
Israel el verdadero vencido de esta guerra de 33 días desencadenada
el 12 de julio, y ningún discurso de Ehud Olmert o de George W. Bush
podrá contradecir esta verdad flagrante /1.
A fin de comprender lo que está en juego, hay
que resumir los objetivos de la ofensiva de Israel, asumidos por los
Estados Unidos.
El objetivo central que buscaba el ataque israelí
era, por supuesto, la destrucción de Hezbollah. Israel intentó
alcanzarlo mediante la combinación de tres medios principales.
El primer medio consistía en asestar un golpe
fatal a Hezbollah llevando a cabo una campaña de bombardeo
"post–heroico", dicho de otra forma, de una gran cobardía,
sacando provecho de la "superioridad aplastante y asimétrica"
de la fuerza de choque israelí. La campaña intentaba cortar a
Hezbollah de sus líneas de reavituallamiento, destruir una buena
parte de su infraestructura militar (stock de misiles, lanza misiles,
etc.), eliminar un gran número de sus combatientes, y decapitar el
movimiento asesinando a Hassan Nasrallah y otros dirigentes de la
organización.
El segundo medio utilizado consistía en volver
contra Hezbollah a su base de masas entre los chiítas libaneses,
designando para ello a Hezbollah como responsable de su tragedia, por
medio de una campaña frenética de guerra psicológica. Esto suponía,
por supuesto, que Israel infligiera a los chiítas libaneses un
desastre a gran escala por medio de una campaña extensiva de
bombardeos criminales arrasando deliberadamente pueblos y barrios en
su totalidad, y matando a centenares y centenares de civiles. No era
la primera vez que Israel recurría a este tipo de estratagema, que
constituye un crimen de guerra clásico. Cuando la OLP estaba activa
en el Líbano sur, en lo que se llamaba el "Fatahland" antes
de la primera invasión israelí en 1978, Israel tenía por costumbre
machacar con fuerza las zonas habitadas alrededor de los puntos desde
donde eran lanzados proyectiles contra su territorio, incluso si éstos
eran lanzados desde terrenos muy amplios. En aquella época, esta
estratagema había logrado alienar a la OLP una parte importante de la
población del Líbano sur, facilitado por el hecho de que direcciones
reaccionarias representaban aún una fuerza importante en la región y
que los combatientes palestinos podían fácilmente ser rechazados
como intrusos, debido a su comportamiento generalmente desastroso.
Esta vez, dado el estatus incomparablemente mejor de que goza
Hezbollah entre la población chiíta, Israel ha pensado que podía
alcanzar el mismo resultado sencillamente aumentando de forma
espectacular la extensión y la brutalidad del castigo colectivo.
El tercer medio consistía en perturbar masiva y
gravemente la vida del conjunto de los libaneses, tomándoles como
rehenes por medio de un bloqueo aéreo, marítimo y terrestre a fin de
incitar a la población, en particular a las comunidades que no son
chiítas, contra Hezbollah y crear así un clima propicio a una acción
militar del ejército libanés contra la organización chiíta. Es la
razón por la que, al comienzo de la ofensiva, los responsables israelíes
han declarado que no deseaban ver ninguna fuerza, exceptuado el ejército
libanés, desplegarse en el Líbano sur, rechazando en particular la
perspectiva de una fuerza internacional y denigrando la que estaba ya
en pie: la FINUL. Este proyecto era, de hecho, el objetivo perseguido
por Washington y Paris desde que habían trabajado conjuntamente para
producir la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU en
septiembre de 2004, que llamaba a la retirada de las tropas sirias del
Líbano y al "desmantelamiento y desarme de todas las milicias
libanesas y no libanesas", es decir Hezbollah y las
organizaciones palestinas en los campos de refugiados.
Washington creyó que una vez retiradas las
tropas sirias del Líbano, el ejército libanés, equipado y formado
principalmente por el Pentágono, sería capaz de "desmantelar y
desarmar" Hezbollah. El ejército sirio se retiró efectivamente
del Líbano en abril de 2005, no debido a la presión de Washington y
París, sino a causa de las conmociones políticos y de la movilización
de masas que habían resultado del asesinato, en febrero del mismo año,
del antiguo primer ministro libanés Rafik Hariri, un aliado muy
cercano de la clase dirigente saudita. El equilibrio de las fuerzas en
presencia en el país, a la luz de las manifestaciones y
contramanifestaciones gigantescas que el asesinato había provocado,
no permitió a la coalición aliada a los Estados Unidos contemplar
una resolución de la cuestión de Hezbollah por la fuerza. Se vio
incluso obligada a participar en las elecciones parlamentarias del mes
de mayo siguiente en el marco de una gran coalición que comprendía a
Hezbollah y a gobernar luego el país con un gobierno de coalición
que incluía dos ministros miembros de la organización chiíta. Este
decepcionante resultado decidió a Washington a dar luz verde a Israel
para su intervención militar. Solo quedaba por encontrar un pretexto
adecuado, que fue proporcionado por la operación llevada a cabo por
Hezbollah el 12 de julio al otro lado de la frontera.
En relación con el objetivo central y los tres
medios descritos antes, la ofensiva israelí ha sido un fracaso total
y flagrante. Lo más evidente, es que Hezbollah no ha sido
destruido,ni de lejos. El partido ha mantenido lo esencial de su
estructura política y de su fuerza militar, ofreciéndose incluso el
lujo de bombardear el norte de Israel hasta el último momento
anterior al alto el fuego de la mañana del 14 de agosto. No ha sido
cortado de su base de masas, logrando más bien extenderla
considerablemente, no sólo entre los chiítas libaneses, sino también
en el seno de las demás comunidades religiosas libanesas, sin hablar
del inmenso prestigio que esta guerra le ha otorgado, sobre todo en la
región árabe y en el resto del mundo musulmán. Y para completar el
cuadro, todo esto ha conducido a una evolución de la balanza de las
fuerzas en el Líbano en una dirección exactamente contraria a lo que
Washington e Israel deseaban: Hezbollah ha salido de la batalla mucho
más fuerte y más temido aún por sus adversarios declarados o no
declarados, los amigos de EE UU y del reino saudita. El gobierno libanés
ha optado en lo esencial por Hezbollah durante los combates, haciendo
de la protesta contra la agresión israelí su prioridad /2.
No es necesario insistir más en el fracaso
flagrante de Israel: basta con leer la avalancha de comentarios críticos
muy reveladores que emanan de fuentes israelíes. Uno de las críticas
más vivas ha sido expresada por Moshe Arens, tres veces ministro de
"Defensa" de Israel, experto incontestable en la materia. Ha
escrito un pequeño artículo en Haaretz que dice mucho a este propósito:
"Ellos (Ehud Olmert, Amir Peretz y Tzipi
Livni) han tenido algunos días de gloria cuando han creído que el
bombardeo del Líbano por el ejército del aire israelí haría saltar
en pedazos a Hezbollah y nos traería una victoria casi sin trabajo.
Pero cuando la guerra que han dirigido tan mal se agotaba... se han
desinflado progresivamente. Aquí y allí, han hecho aún algunas
declaraciones belicosas, pero han comenzado a buscar una puerta de
salida –un medio de salir del giro tomado por los acontecimientos
que han sido manifiestamente incapaces de controlar. Han intentado
aferrarse a una quimera, y qué mejor quimera que el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas. Ninguna necesidad de alcanzar una
victoria militar contra Hezbollah. Que las Naciones Unidas declaren un
alto el fuego, y Olmert, Peretz y Livini podrán simplemente declarar
victoria, se crea o no... La guerra que, según nuestros dirigentes,
iba a restablecer la capacidad de disuasión de Israel, ha logrado
destruirla en un mes" /3.
Arens tiene razón: cuando Israel se ha mostrado
cada vez más incapaz de alcanzar cualquiera de los objetivos que se
había fijado al comienzo de su nueva guerra, ha comenzado a buscar
una puerta de salida. Mientras compensaba su fracaso mediante una
escalada en su furor destructivo y vengativo sobre el Líbano, sus
comanditarios americanos cambiaron de actitud en la ONU. Tras haber
ganado tiempo para Israel bloqueando toda tentativa de formular una
resolución del Consejo de Seguridad llamando a un alto el fuego
–uno de los casos más graves de parálisis de la institución
intergubernamental en sus 61 años de existencia– Washington decidió
tomar el relevo continuando la guerra de Israel por medios diplomáticos.
Al cambiar de actitud, Washington se ha acercado
de nuevo a Paris sobre el expediente libanés. Teniendo en común con
los Estados Unidos, sus competidores, el deseo de sacar provecho de la
riqueza de los sauditas, principalmente vendiéndoles material militar
/4, Paris toma regularmente y de forma oportunista el partido de los
sauditas cada vez que emergen tensiones entre los proyectos de
Washington y las preocupaciones de sus más antiguos clientes y
protegidos de Oriente Medio. La nueva guerra llevada a cabo por Israel
en el Líbano ha proporcionado una ocasión: en cuanto la agresión
criminal de Israel se ha mostrado contraproductiva desde el punto de
vista de la familia reinante saudita, aterrorizada por la perspectiva
de una desestabilización creciente de Oriente Medio que podría ser
fatal para sus intereses, los sauditas han reclamado el cese del
conflicto y la búsqueda de soluciones de recambio.
París se ha pronunciado inmediatamente a favor
de esta actitud y Washington ha acabado por seguirle, pero sólo tras
haber dado a la agresión israelí algunos días más para intentar
marcar algunos puntos y salvar su cara en el terreno militar. El
primer proyecto de resolución preparado por las dos capitales ha
circulado en las Naciones Unidas el 5 de agosto. Era una tentativa
flagrante de lograr diplomáticamente lo que Israel no había logrado
en el terreno militar. A la vez que proclamaba un "apoyo
firme" a la soberanía del Líbano, el proyecto llamaba sin
embargo a la reapertura de sus puertos y aeropuertos solo "para
fines estrictamente civiles de forma verificable" y preveía la
instauración de un "embargo internacional sobre la venta o el
suministro de armas o de material conexo al Líbano, exceptuado lo que
esté autorizado por su gobierno", en otros términos, un embargo
a Hezbollah.
El proyecto franco–americano reafirmaba la
resolución 1559, a la vez que llamaba a otra resolución que habría
autorizado "en virtud del capítulo VII de la Carta, el
despliegue de una fuerza internacional mandatada por las Naciones
Unidas para ayudar a las fuerzas armadas y al gobierno del Líbano a
establecer un entorno seguro y contribuir a la puesta en práctica de
un alto el fuego permanente y de una solución a largo plazo".
Esta formulación es tan vaga que no podía sino designar, en
realidad, una fuerza internacional autorizada a emprender operaciones
militares (capítulo VII de la Carta de la ONU) con vistas a la
aplicación de la resolución 1559 por la fuerza, en alianza con el ejército
libanés. Además, ninguna disposición limitaba esta fuerza a la zona
al sur del río Litani, que, según el proyecto de resolución, debía
ser una zona sin armamento de Hezbollah, la zona que Israel ha
reivindicado como espacio de seguridad tras haber fracasado en
desembarazarse de Hezbollah en el resto del Líbano. Esto significaba
que la fuerza de las Naciones Unidas habría podido ser llamada a
intervenir contra la organización chiíta en el resto del Líbano.
Este proyecto, sin embargo, no podí basarse, en
absoluto, en lo que Israel había podido lograr sobre el terreno y
quedó desbaratado. Hezbollah se opuso a él firmemente haciendo saber
claramente que no admitiría ninguna fuerza internacional diferente de
la FINUL, la fuerza de la ONU desplegada a lo largo de la frontera de
Líbano con Israel (la "línea azul") desde 1978. El
gobierno libanés se hizo eco de la oposición de Hezbollah y demandó
la modificación del proyecto, apoyado a coro por los Estados árabes,
incluidos los clientes de los Estados Unidos. Washington no tuvo
entonces otra opción que revisar el proyecto, que, de todas formas,
no habría sido avalado por el Consejo de Seguridad. Además, el
aliado de Washington en este asunto, Jacques Chirac, cuyo país se
consideraba que iba a proporcionar la mayor parte de la fuerza
internacional y la dirigiría, había declarado públicamente dos
semanas después del comienzo de los combates que ningún despliegue
sería posible sin acuerdo previo con Hezbollah /5.
El proyecto fue pues revisado y renegociado,
mientras Washington demandaba a Israel esgrimir la amenaza de una
ofensiva terrestre mayor y comenzar a ejecutarla como presión para
que Washington pudiera obtener las mejores condiciones posibles de su
punto de vista. A fin de facilitar un acuerdo que llevara a un alto el
fuego que se hacía cada vez más urgente por razones humanitarias,
Hezbollah aceptó el despliegue de 15.000 soldados libaneses en el sur
del Líbano y flexibilizó su posición general. Así la resolución
1701 ha podido ser aprobada en el Consejo de Seguridad del 11 de
agosto.
La concesión principal hecha por Washington y
Paris ha consistido en abandonar el proyecto de crear una fuerza
multinacional ad hoc regida por el capítulo VII. En su lugar, la
resolución autoriza "el aumento de la fuerza de la FINUL hasta
un máximo de 15.000 soldados", reorganizando así y aumentando
considerablemente la fuerza existente. La astucia principal consistía,
sin embargo, en redefinir el mandato de esta fuerza de forma que
pudiera "asistir a las fuerzas armadas libanesas tomando
medidas" para "el establecimiento entre la línea azul y el
río Litani de una zona libre de todo personal armado, equipamiento o
armamento diferente de los del gobierno libanés y de la FINUL".
La FINUL puede ahora, también, "emprender toda acción necesaria
en las zonas de despliegue de sus fuerzas y según lo que considera
depender de sus capacidades, para asegurar que su zona de operaciones
no es utilizada para actividades hostiles de cualquier naturaleza que
sea".
Combinadas, las dos formulaciones precedentes se
acercan mucho a un mandato bajo el capítulo VII o, en cualquier caso,
podrían fácilmente ser interpretadas de esa forma. Además, el
mandato de la FINUL es extendido de hecho por la resolución 1701 más
allá de sus "zonas de despliegue" puesto que puede ahora
"ayudar al gobierno libanés bajo su demanda" en sus
esfuerzos por "asegurar sus fronteras y otros puntos de entrada a
fin de impedir la entrada en Líbano de armas o de material
conexo" –una frase que no se refiere ciertamente a las
fronteras del Líbano con Israel, sino claramente a su frontera con
Siria, que se extiende del norte al sur del país. Son estos puntos
los que representan las principales trampas contenidas en la resolución
1701, y no la formulación concerniente a la retirada del ejército de
ocupación israelí, sobre la que se han concentrado muchos
comentarios, puesto que esta retirada está determinada en cualquier
caso por la fuerza disuasiva de Hezbollah y no por ningún tipo de
resolución de la ONU.
Hezbollah decidió dar luz verde a la aprobación
por el gobierno libanés de la resolución 1701. Hassan Nasrallah
pronunció un discurso el 12 de agosto, en el que explicó la decisión
del partido de dar su acuerdo para el despliegue mandatado por las
Naciones Unidas. Su discurso comprendía una evaluación de la situación
mucho más sobria que en algunos de sus discursos precedentes, así
como una buena dosis de sabiduría política. "Hoy, dice
Nasrallah, estamos ante los resultados naturales razonables y posibles
de la gran firmeza que los libaneses han expresado a partir de sus
diversas posiciones". Esta sobriedad era necesaria, pues una
reivindicación presuntuosa de victoria, como las que han hecho los
aliados de Hezbollah en Damasco o Teherán, habría obligado a
Nasrallah a añadir, como el rey Pirro de la Grecia antigua,
"otra victoria como ésta y estaría perdido". El jefe de
Hezbollah prudente y explícitamente ha rechazado entrar en una polémica
sobre los resultados de la guerra, subrayando que "nuestra
verdadera prioridad" es frenar la agresión, recuperar los
territorios ocupados y "lograr la seguridad y la estabilidad en
nuestro país, así como la vuelta de los refugiados y de las personas
desplazadas".
Nasrallah definió la posición de su movimiento
como sigue: respetar el alto el fuego, cooperar plenamente con
"todo lo que pueda facilitar la vuelta de los refugiados y
personas desplazadas a su país, a sus casas y todo lo que pueda
facilitar las operaciones humanitarias y de socorro". Al mismo
tiempo, afirmó que su movimiento está dispuesto a proseguir el
combate legítimo contra el ejército israelí mientras éste
permanezca en territorio libanés, a la vez que proponía respetar los
acuerdos de 1996, en virtud de los cuales las operaciones de los dos
campos serían restringidas a los objetivos militares y evitarían los
civiles. Sobre este punto, Nasrallah ha insistido en que su movimiento
no ha comenzado a bombardear el norte de Israel más que como reacción
a los bombardeos israelíes sobre el Líbano tras la operación del 12
de julio, y que hay que acusar a Israel por haber sido el primero en
extender la guerra a las poblaciones civiles.
Nasrallah expuso luego una posición sobre la
resolución 1701 que podría ser descrita de la forma más precisa
como una aprobación con muchas reservas, a la espera de su verificación
en la práctica. Expresó una protesta contra el carácter injusto de
la resolución, que se ha abstenido en sus preámbulos de condenar a
Israel por su agresión y sus crímenes de guerra, añadiendo sin
embargo que habría podido ser bastante peor aún y manifestando su
aprecio por los esfuerzos diplomáticos que han permitido evitar eso.
Su argumento central fue subrayar que Hezbollah considera numerosos
problemas tratados por la resolución como asuntos internos libaneses
que deben ser discutidos y arreglados por los propios libaneses. Puso
el acento, en este tema, en la preservación de la unidad y de la
solidaridad nacionales libanesas.
En las circunstanciáis dadas, la posición de
Nasrallah era la más correcta posible. Hezbollah ha debido hacer
concesiones para facilitar el fin de la guerra. Como toda la población
libanesa estaba tomada como rehén por Israel, toda actitud
intransigente habría tenido consecuencias humanitarias desastrosas
además de resultados espantosos de la furia asesina y destructiva de
Israel. Hezbollah sabe perfectamente que lo verdaderamente importante
está mucho menos en los términos de una resolución del Consejo de
Seguridad que en su interpretación y su aplicación efectivas, y que
son la situación y la correlación de fuerzas en el terreno los
determinantes a este respecto. En respuesta a las fanfarronadas de
Georges W. Bush y de Ehud Olmert sobre que su victoria estaría
traducida, para ellos, en la resolución 1701, basta con citar la
respuesta anticipada de Moshe Arens en el artículo ya mencionado:
"La retórica apropiada ha comenzado a
llover. ¿Qué importa si el mundo entero ve este arreglo diplomático,
al que Israel se ha sumado cuando recibía aún su dosis cotidiana de
misiles, como la derrota infligida a Israel por algunos miles de
combatientes de Hezbollah?. Y, ¿qué importa si nadie cree que una
FINUL "reforzada" desarmará a Hezbollah, y que Hezbollah,
con miles de misiles aún en su arsenal y verdaderamente reforzado por
su victoria en un mes contra el poderoso ejército israelí, va ahora
en convertirse en un socio para la paz?".
La "continuación de la guerra por otros
medios" ha comenzado ya con fuerza en el Líbano. Cuatro
cuestiones principales están en juego, expuestas aquí en orden
inverso a su prioridad.
La primera, en el plano interior libanés, es la
suerte del gobierno. La mayoría parlamentaria existente en Líbano es
el resultado de elecciones llevadas a cabo bajo la cobertura de una
ley electoral defectuosa y deformadora, impuesta por el antiguo régimen
dominado por los sirios. Una de sus consecuencias mayores ha sido la
deformación de la representación del electorado cristiano, con una
fuerte subrepresentación del movimiento conducido por el general
Michel Aoun que, tras las elecciones, a llegado a una alianza con
Hezbollah. Además, la reciente guerra ha alterado profundamente la
moral política de la población libanesa y por ello la legitimidad de
la mayoría parlamentaria actual es muy discutible. Por supuesto, un
cambio de gobierno en favor de Hezbollah y de sus aliados alteraría
radicalmente el sentido de la resolución 1701 en la medida en que su
interpretación depende mucho de la actitud de gobierno libanés.
Sobre esto, uno de las principales preocupaciones es evitar el
deslizamiento hacia una nueva guerra civil en el Líbano: es lo que
Hassan Nasrallah tenía en la cabeza cuando subrayó la importancia de
la "unidad nacional".
La segunda cuestión, que concierne igualmente a
los asuntos internos libaneses, es el esfuerzo de reconstrucción.
Hariri y sus aliados saudíes habían construido su influencia política
en el Líbano dominando los esfuerzos de reconstrucción tras la
guerra de quince años acabada en 1990. Esta vez, estarán enfrentados
a una fuerte competencia de Hezbollah, apoyado por Irán y con la
ventaja de sus estrechos lazos con la población libanesa chiíta,
principal objetivo de la guerra de venganza de Israel. Como el
conocido analista militar Ze´ev Schiff ha escrito en Haaretz:
"Mucho dependerá también de quién ayudará a la reconstrucción
del Líbano sur. Si fuera Hezbollah, la población chiíta del Líbano
sur quedaría dependiente de Teherán. Habría que impedirlo" /6.
Este mensaje ha sido recibido claramente en Washington, Riad y Beirut
y hoy mismo hay artículos que dan la alarma sobre este tema en los
principales periódicos de los Estados Unidos.
La tercera cuestión es naturalmente la del
desarme de Hezbollah en la zona delimitada del Líbano sur para el
despliegue del ejército libanés y de la FINUL reorganizada. El máximo
que Hezbollah está dispuesto a conceder sobre este tema es
"ocultar" sus armas en el sur del Litani, es decir evitar
exponerlas, y almacenarlas en lugares secretos. Todo paso más allá,
sin siquiera mencionar el desarme de Hezbollah en el conjunto del Líbano,
está ligado por la organización a una serie de condiciones que van
de la recuperación por el Líbano de las granjas de Chebaa, ocupadas
por Israel desde 1967, a la existencia de un gobierno y de un ejército
capaces de defender la soberanía del país contra Israel y
determinados a hacerlo. Esta cuestión representa el primer problema
fundamental sobre el que la aplicación de la resolución 1701 podría
dar un traspiés, puesto que ningún país del mundo está actualmente
en posición de desarmar a Hezbollah por la fuerza, tarea en la que el
más formidable ejército moderno de Oriente Medio, y una de las
principales potencias militares del mundo, ha fracasado completamente.
Esto significa que toda otra fuerza desplegada en el sur del Litani,
sea libanesa o mandatada por la ONU, deberá aceptar la oferta de
Hezbollah, con o sin disfraz.
La cuarta cuestión es, por supuesto, la de la
composición y la misión de los nuevos contingentes de la FINUL. El
plan inicial de Washington y Paris era repetir en el Líbano lo que
tiene lugar en Afganistán, donde una fuerza supletoria de la OTAN,
con una hoja de parra onusiana, lleva a cabo la guerra de Washington.
Pero la resistencia militar así como política de Hezbollah ha
contrarrestado el plan. Washington y Paris han creído sin embargo que
podría ejecutarse gradualmente, bajo camuflaje, hasta que las
condiciones políticas estuvieran reunidas en el Líbano para una
prueba de fuerza que opusiera a la OTAN y sus aliados locales a
Hezbollah. Efectivamente, los países que se supone van a enviar los
principales contingentes son todos miembros de la OTAN: con Francia,
Italia y Turquía son esperados, mientras que Alemania y España son
solicitados con insistencia para seguirles. Sin embargo Hezbollah no
se engaña. Está trabajando ya para disuadir a Francia de ejecutar su
plan de enviar tropas de élite, apoyadas por el único portaviones
que tiene en el Mediterráneo a lo largo de las costas libanesas.
Sobre la última cuestión, el movimiento
antiguerra en los países de la OTAN podría ayudar mucho a la
resistencia nacional libanesa y a la causa de la paz en el Líbano
movilizándose contra la expedición de fuerzas de países miembros de
la OTAN, contribuyendo así a disuadir a los gobiernos de esos países
de ayudar a Washington e Israel en su sucio trabajo.
Lo que necesita el Líbano es de una fuerza
verdaderamente neutral de mantenimiento de la paz en su frontera sur
y, sobre todo, que le permita a su pueblo resolver sus problemas
internos mediante medios políticos pacíficos. Toda otra vía
conduciría a la renovación de la guerra civil libanesa en el momento
en que Oriente Medio, y el mundo entero, tienen ya muchas dificultades
para enfrentarse a las consecuencias de la guerra civil de que
Washington ha desencadenado y continúa alimentando en Irak.
16 de agosto de 2006
Notas:
1/. Sobre las implicaciones regionales y
mundiales de estos acontecimientos, ver mi artículos "Los planes
imperiales de los EEUU son un barco que se hunde", en
http://www.vientosur.info
2/ Como ha dicho un observador israelí en un artículo
de título muy revelador: "Fue un error pensar que la presión
militar podría generar un proceso que llevaría al gobierno libanés
a desarmar a Hezbollah". Efraim
Inbar, "Prepare for the next round", Jerusalem Post, 15 de
agosto de 2006.
3/
Moshe Arens, "Let the devil take tomorrow", Haaretz, 13
agosto 2006.
4/ Tanto los Estados Unidos como Francia han
concluido importantes contratos de armamento con los sauditas en
julio.
5/ Entrevista concedida al periódico Le Monde,
27 julio 2006.
6/
Ze'ev Schiff, « Delayed ground offensive clashes with diplomatic
timetable », Haaretz, 13 de agosto de 2006.
.– Gilbert Achcar nació
en Líbano y enseña ciencias políticas en la Universidad de París–VIII.
Su libro más conocido es El choque de las barbaries. Un libro de
sus diálogos con Noam Chomsky sobre Oriente Medio, Perilous
Power, editado por Stephen R. Shalom, aparecerá pronto en francés
en las ediciones Fayard.
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