Con
un método casi militar, millones de dólares en efectivo y mucho
trabajo
Empezó
la reconstrucción de Beirut
Por
Eduardo Febbro
Corresponsal en Líbano
Página 12, 25/08/06
Cada persona que
perdió su domicilio recibe 12.000 dólares. Son 16.000 las
inutilizables y 200 millones de dólares es la cifra que se está
gastando para financiar las primeras urgencias. Los asistentes
sociales de Hezbolá sacan fajos de billetes de cajas de zapatos y se
los entregan a las víctimas. Sobre las ruinas renace la esperanza.
Beirut apenas se
despierta de la pesadilla de las bombas. En el gran suburbio chiíta
del sur, Chiah, bastión social del Hezbolá, pocas cosas han quedado
en pie. Lo único que se mantiene firme es la disciplina. Cada hombre
y mujer parecen tener un orden asignado, una función casi militar que
respetan con la puntualidad de un rito. Las topadoras extraen los
escombros, la gente barre los vidrios, en el local del movimiento chiíta
libanés los encargados de la comunicación reciben a la prensa
mientras que, en las calles derruidas del suburbio, un guía del
Hezbolá, con un megáfono en la mano, conduce a los curiosos y
visitantes explicándoles lo que existía antes de esa montaña de
piedras que los extranjeros miran extasiados.
El espectáculo es a
la vez desolador y sobrenatural, una mezcla de fin del mundo con un
montón de gente dando vueltas por una calle de cráteres, pilas de
cemento y hierros retorcidos. Sin embargo, en ese caos provocado por
la violencia hay un orden intrínseco, un método feroz para reparar
los daños. El Hezbolá trabaja con una regla inquebrantable, quizá
la misma que, al cabo de 34 días de bombardeos, privó a Israel de la
victoria militar. Sus hombres y mujeres se juegan en la reconstrucción
una carta política esencial.
La calle Ragheb Harb
conserva cinco o seis edificios en pie de las decenas que alguna vez
existieron. A la escena de la destrucción, el Hezbolá le superpuso
un telón casi teatral. Delante de cada edificio derrumbado, el
partido chiíta plantó enormes carteles rojos rectangulares que
dicen: “Made un USA”, “Este es el nuevo Medio Oriente”. El
contraste de los argumentos basta para convencer a los más escépticos.
Hasta las protestas
pintadas en los muros fueron modificadas. Donde antes decía en árabe
Damar –destrucción–, ahora se lee otra cosa. La “D” fue
borrada de un trazo. Entonces se lee Amar, es decir, construcción.
En Chiah nada es como
en otras partes. Este es el reino de una corriente confesional
compuesta por dos tercios de la sociedad libanesa y todo está en
función de ella, de su historia y de sus mártires. Una de las
principales avenidas lleva el nombre del hijo del jefe del Hezbolá,
Hassan Nasrallah, muerto durante un combate con el ejército israelí
en el sur del Líbano.
La sede del Hezbolá
quedó hecha polvo, pero el partido funciona a pleno. El doctor Bilan
Naim, miembro del ejecutivo del Hezbolá, mira con orgullo sincero los
avances de la reconstrucción. Aquí, los medios no faltan y el
partido ha hecho todo para que nadie pierda la oportunidad de filmar o
fotografiar esas acciones. El doctor Naim desgrana las cifras sin
emoción. “Hay 16 mil viviendas destruidas en todo el Líbano, más
de 500 en este barrio. Nosotros nos hemos definido una política de
ayuda concreta para que la población pueda suplir las carencias que
heredó de la guerra. A cada persona que perdió su domicilio le
entregamos 12.000 dólares para que salga del paso.” 12.000 dólares
por familia, 16.000 habitaciones inutilizables, la cifra es rápidamente
clara: hacen falta más de 200 millones de dólares para financiar las
primeras urgencias de la reconstrucción.
Nada de lo que se
dice es metáfora. En otro sector del suburbio, el Hezbolá instaló
su oficina central de ayuda inmediata. Un edificio medio moderno donde
funciona una escuela. En la puerta de cada aula hay un cartel con el
nombre del barrio correspondiente. Adentro, media docena de hombres
extraen fajos de dólares de una caja de cartón. Cuentan y entregan
la suma, el beneficiario firma después. Dólares frescos, salidos,
según Naim, de las contribuciones religiosas obligatorias y de las
donaciones diversas.
La aviación israelí
parece haber errado también aquí su blanco. Aplastó calles
abarrotadas de civiles porque eran la cuna del Hezbolá, pero, además
de no matar a ningún jefe de peso, olvidó las cajas fuertes de donde
hoy mana ese dinero. Salim Kenaan también está satisfecho. Apenasse
instauró el alto el fuego el pasado 14 de agosto, este miembro del
Hezbolá visitó cada casa de Haret Hrik, otro de los barrios del sur,
para evaluar los daños. “Todas las personas damnificadas han sido
tomadas en cuenta. No hay nadie olvidado, ni durmiendo en la calle o
en una situación desesperada”, dice Kenaan. La gente que vivía en
las inmediaciones de la sede de la televisión del movimiento, Al
Manar, pagó el tributo más alto en vidas y en destrucciones.
El panorama hiela la
sangre. Hay que imaginar un kilómetro de la calle Florida sin un
edificio en pie para darse cuenta del desastre que desencadenaron las
bombas. Y sin embargo, nadie se lamenta ni lanza diatribas contra los
judíos. Hassan el Milejj, un habitante de Haret Hrik, no expresa
remordimientos ni deseos de venganza. Su departamento –al igual que
el edificio– es un recuerdo. “Nuestro problema no son los judíos
sino Israel y su política de ocupación.” El Milejj, Achrabi, Al
Hassan, nadie quiere pensar en el pasado, ni tampoco ver el abismo
presente: “Hay que borrar todo esto y pensar en el futuro. De nada
vale derramar lágrimas sobre un montón de piedras, de ollas y
juguetes rotos. Es irrecuperable. Nos han expoliado el presente a
fuerza de bombas, pero no dejaremos que nos roben el futuro. Eso es la
reconstrucción”, dice Hassan el Milejj.
En dos semanas, el
drama atravesó la frontera de la vida. En Chiah y Haret Hrik se
respira un clima doble, la tristeza inevitable ante un barco hundido y
la energía del mar que traerá otros navíos. La acción del Hezbolá
no es ajena a esa confianza. Su organización es de un metodismo
alucinante: nadie dice más de lo que debe decir; los interlocutores
autorizados a dar datos se consagran a ello y cuando se trata de
evocar temas políticos son otros jefes los que se presentan con una
sonrisa bondadosa. Y sin embargo, como ocurrió durante los combates
en el sur, no están en ningún lado, son una suerte de magma
invisible que lo supervisa todo. Es el milagro de la eficacia basada
en la disciplina y la invisibilidad. Pero en sus locales, en sus
centros de ayuda, se siente latir el corazón del organismo. Mucho de
lo que será el Líbano mañana se juega en esas ruinas.
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