Descenso
a la barbarie moral
Por
Norman Finkelstein Znet, 16/08/06
Rebelión, 30/08/06
Traducido por Germán Leyens
Mientras
los militares de Israel disparan valerosamente obuses y misiles para
destruir la frágil infraestructura humana y física de Líbano, el
profesor de derecho de Harvard, Alan Dershowitz, abre un segundo
frente en la batalla por legitimar la criminal agresión israelí:
dispara valerosamente artículos de opinión desde su trinchera en
Martha's Vineyard para demoler la frágil infraestructura del derecho
internacional. No son más que las salvas más recientes en la larga y
distinguida carrera de Dershowitz como apólogo por cuenta del Estado
Sagrado.
Desde
que se convirtió en un sionista vuelto a nacer después de la guerra
de junio de 1967, Dershowitz ha justificado todas y cada una de las
atroces violaciones israelíes del derecho internacional. En los últimos
años ha utilizado la “guerra contra el terrorismo” como trampolín
para un ataque frontal generalizado contra este cuerpo legal.
Aparecido poco después del estallido de la segunda Intifada, su libro
“Why Terrorism Works” (2002) sirvió para racionalizar la brutal
represión israelí del levantamiento. En 2006, Dershowitz publicó un
volumen complementario: “Preemption: A Knife that Cuts Both Ways”
[Acción militar anticipada: un cuchillo de doble filo] para
justificar el uso preventivo de la fuerza por Israel contra Irán. Es
dolorosamente evidente por su contenido que Dershowitz tiene poco
conocimiento por, o de hecho interés en, los tópicos políticos
puntuales que usa como presuntos estímulos para sus intervenciones.
En realidad, cada libro está vinculado a una crisis política israelí
actual y trata de racionalizar las medidas más extremas para
resolverla. Si “If Why Terrorism Works” utilizó la guerra contra
el terrorismo como una fuerza imparable para volver al pasado en
cuanto a la protección de los civiles contra ejércitos ocupantes.
“Preemption” utiliza la guerra contra el terrorismo para volver al
pasado sobre la protección de los Estados contra las guerras de
agresión Las actuales misivas de Dershowitz desde Martha's Vineyard
apuntan a la protección de civiles en tiempos de guerra.
La
premisa central de Dershowitz es que “el derecho internacional, y
los que lo administran, deben comprender que las antiguas reglas:
“No son aplicables en la guerra sin precedentes contra un enemigo
implacable y fanático,” y que “las reglas de la guerra y las
reglas de la moralidad tienen que adaptarse a esas [nuevas]
realidades.” No es la primera vez que se ha invocado un fundamento
semejante para dispensar del derecho internacional. Según la ideología
nazi, las convenciones éticas no podían ser aplicadas en el caso de
“judíos y bolcheviques; sus métodos de guerra política son
totalmente inmorales.” En vísperas de la “guerra preventiva”
contra la Unión Soviética, Hitler expidió la Orden de los
Comisarios, que ordenaba la ejecución sumaria de comisarios políticos
soviéticos y de judíos, y preparaba la Solución Final. Justificó
la orden eligiéndolos para ser asesinados diciendo que los
judeo–bolcheviques representaban una ideología fanática, y que en
esas “condiciones excepcionales” había que dejar de lado los métodos
civilizados de la guerra:
“En
la lucha contra el bolchevismo no hay que esperar que el enemigo actúe
según los principios de la humanidad o del derecho internacional.
Toda actitud de consideración o respeto del derecho internacional
respecto a estas personas es un error. Los protagonistas de barbáricos
métodos asiáticos de guerra son los comisarios políticos. Por lo
tanto si son capturados en batalla o en la resistencia, deben, en
principio, ser muertos.”
Al
mismo tiempo se afirmaba que los comisarios del Ejército Rojo (que
eran asimilados a los judíos) no tenían a ser considerados como
prisioneros de guerra protegidos por la Convención de Ginebra ni como
civiles con derecho a un proceso ante tribunales militares, sino que
eran más bien combatientes ilegales. Plus ça change, plus c'est la même chose.
Igualmente
instructivo es que el tipo de argumentos que utiliza Dershowitz se
encuentran más a menudo en la extrema derecha del espectro político,
aunque el personaje es presentado, y se presenta, en los medios como
un libertario liberal y civil. Por ejemplo, en la reciente decisión
histórica Hamdan contra Rumsfeld, la Corte Suprema decidió que el
demandante, un nacional yemení capturado en Afganistán y detenido en
Guantánamo, tenía derecho, bajo el estatuto y el derecho
internacional, a normas mínimas de un proceso justo, con las que no
cumplía la Orden de Comisión que fija las pautas para cometidos
militares. Un punto central en el disenso del juez Clarence Thomas's
fue que “las reglas desarrolladas en el contexto de la guerra
convencional” ya no eran aplicables porque – citando al presidente
Bush – “la guerra contra el terrorismo introduce un nuevo
paradigma” y que “este nuevo paradigma requiere una nueva manera
de pensar la ley de la guerra.” Ya que “no estamos involucrados en
una batalla tradicional con un Estado–nación,” continuó su
argumento, la decisión de la Corte “obstaculizará
considerablemente la capacidad del presidente de enfrentar y derrotar
un nuevo y letal enemigo.” Es difícil descubrir dónde terminan
Thomas (y Bush) y dónde comienza Dershowitz.
La
arremetida central de “Preemption” es justificar un ataque israelí
contra las instalaciones nucleares de Irán. Aunque el libro pretende
tener el elevado objetivo de construir una jurisprudencia para la
intención criminal antes de la ejecución de un crimen real. La gama
de referencias históricas de Dershowitz se limita en gran parte a la
Biblia y a Israel, y no cabe duda de que la Biblia no sea lo que tenía
presente por encima de todo. Para justificar el ataque israelí contra
Irán, Dershowitz utiliza el ataque de Israel contra Egipto en junio
de 1967 y su ataque contra el reactor nuclear de Iraq en 1981 como el
paradigma de la guerra legítima de autodefensa anticipada. Su
argumento parece ser que si no cabe duda de la legitimidad del ataque
de junio de 1967 y que la legitimidad del ataque de 1981 ha llegado a
ser considerada como indiscutible, la legitimidad de una guerra
preventiva contra Irán también debería ser indiscutible.
Antes
de analizar este argumento, es instructivo considerar el actual
consenso legal sobre las guerras de autodefensa anticipada [preemptive]
o preventiva. Dershowitz afirma que no existe una “jurisprudencia
aceptada”. En realidad, sin embargo, existe un consenso duradero,
que los recientes eventos no han afectado. En 2004, un panel de alto
nivel de la ONU encargado por el Secretario General publicó su
informe sobre la lucha contra desafíos a la seguridad global en el
Siglo XXI. El informe reafirmó la interpretación convencional del
Artículo 51 de la Carta de la ONU, que prohíbe el uso unilateral de
la fuerza por un Estado excepto para rechazar un “ataque armado” o
si la “amenaza de un ataque es inminente, si no hay otros medios de
desviarlo y si la acción es proporcionada”, considerada comúnmente
esta última como uso de fuerza anticipada. El informe continuó con
la prohibición del uso unilateral de fuerza por un Estado para
rechazar un ataque armado embrionario, o lo que es comúnmente
considerado como el uso preventivo de la fuerza, reafirmando que el
Consejo de Seguridad es el único foro legítimo para sancionar el uso
de la fuerza en una circunstancia semejante. Explicó que la respuesta
“para los impacientes ante semejante reacción,” debe ser que, en
un mundo repleto de la percepción de amenazas potenciales, el riesgo
para el orden global y la norma de no–intervención en la que se
sigue basando es simplemente demasiado grande para que se acepte la
legalidad del uso unilateral anticipado de la fuerza a diferencia de
la acción aprobada colectivamente. Si se permite que alguien actúe
de esa manera es equivalente a permitirlo todo.
Aunque
Dershowitz presenta el ataque de Israel contra Egipto en junio de 1967
como el paradigma del uso unilateral anticipado de la fuerza, como
asunto de hecho y como teoría, esta afirmación es manifiestamente
insostenible. El consenso erudito es que un ataque armado egipcio no
era inminente en tanto que está lejos de ser seguro que se hayan
agotado las opciones diplomáticas antes del ataque israelí. El
propio Dershowitz reconoce que “no es absolutamente seguro” que
Egipto habría atacado y que "Nasser puede no haber tenido la
intención de atacar.” Al hacerlo usa el artificio de afirmar que
los dirigentes israelíes “creían razonablemente” que un ataque
egipcio era “inminente y potencialmente catastrófico.” Sin
embargo, aparte de algunas declaraciones públicas eminentemente
interesadas, tampoco existe un ápice de evidencia para sostener esta
afirmación. Una vez más, el propio Dershowitz cita (en una
apostilla) el reconocimiento del antiguo primer ministro Begin, que
era miembro del gobierno de Unidad Nacional en junio de 1967, de que
Israel “tenía una alternativa. Las concentraciones del Ejército
Egipcio en el Sinaí no probaban que Nasser estuviera realmente a
punto de atacarnos. Tenemos que ser honestos con nosotros mismos.
Decidimos atacarlo.” Incluso si, por poner un ejemplo, fuera verdad
que los dirigentes israelíes se equivocaron honradamente, ¿cómo
puede justificar ahora el paradigma del uso legítimo de la fuerza
anticipada el que se recurra a la fuerza unilateral anticipada por la
creencia equivocada de que un ataque era inminente? – o, para
utilizar la acuñación de Dershowitz – ¿cómo puede un “positivo
falso” ser el caso paradigmático? Más bien es todo lo contrario,
si junio de 1967 fuera el paradigma del uso anticipado de la fuerza,
debilitaría la legitimidad de todo recurso semejante a la fuerza.
Dershowitz parece no darse cuenta de que ha presentado un caso no a
favor sino en contra de la guerra unilateral de anticipación.
Dershowitz
pasa luego a nominar el ataque de Israel contra el rector nuclear
iraquí como “paradigmático” del uso legítimo de la fuerza
preventiva. Monta su caso partiendo de múltiples ángulos, a veces
implícitamente, a veces explícitamente, pero siempre de modo falso.
En el primer caso, Dershowitz ubica a la guerra unilateral anticipada
en un polo de un continuo y la guerra preventiva en el polo opuesto.
Aunque afirma que “la distinción entre la acción militar
preventiva y de ataque anticipado es importante,” y que existen
“verdaderas diferencias entre estos conceptos,”utiliza las más de
las veces los términos de manera intercambiable. Por ejemplo, va de
una parte a otra describiendo el ataque israelí de 1981 contra el
reactor nuclear de Iraq y el ataque de 2003 de USA contra Iraq
mencionando a ambos tanto como de uso de la fuerza anticipada como
preventiva. Al destruir la distinción entre ambas, con lo que no
queda ni el salto de una pulga entre los dos polos de su continuo,
Dershowitz legitima en efecto la guerra preventiva como una guerra de
acción anticipada que utiliza otro nombre. De la misma manera define
la acción de fuerza anticipada como incluyendo el uso preventivo de
la fuerza: “La anticipación del uso de la fuerza es amplia, si no
universalmente, considerada como una opción adecuada para una nación
que opera bajo el estado de derecho, por lo menos en algunas
circunstancias – por ejemplo, cuando una amenaza es catastrófica y
relativamente segura, aunque no sea inminente.” Si esto es
anticipación en el uso de la fuerza, hay que preguntarse que sería
la prevención.
Además,
aunque reconoce que el panel de la ONU excluyó explícitamente el uso
preventivo de la fuerza, Dershowitz sostiene a pesar de todo que ha
llegado a ser considerado como legítimo. Para demostrarlo afirma que
el ataque de Israel contra el reactor nuclear de Iraq ha llegado a ser
reconocido como “el ejemplo adecuado y proporcional de la
autodefensa anticipativa en la era nuclear” y “el paradigma para
una acción preventiva proporcional, razonable y legal” en la
“jurisprudencia emergente de las acciones militares preventivas,”
a pesar de la “falta de inminencia y certeza” de la amenaza iraquí
para Israel. Basa su resonante conclusión en un reciente artículo en
Foreign Affairs que “ciertamente parecería haber justificado
el bombardeo por Israel del reactor Osirak.” En buen romance, los
resultados del panel de la ONU parecen nimios en comparación.
Finalmente,
invocando la sabiduría de un filósofo de que “ninguna ley gobierna
todas las cosas”, Dershowitz sostiene que aunque la guerra
preventiva podría ser ilegítima para todos los demás Estados, sigue
siendo una opción legítima para Israel. Esto porque la ONU, que es
el tribunal de última instancia para amenazas armadas incipientes,
tiene prejuicios en su contra. Por ello, a diferencia de todos los demás
Estados, Israel no puede ser responsabilizado según el derecho
internacional o, dicho de otra manera, el derecho internacional puede
ser aplicado a todos los demás, pero no es aplicable a Israel: “no
puede esperar que Naciones Unidas lo proteja contra el ataque enemigo,
y respecto al derecho internacional y las organizaciones
internacionales, vive en un estado de naturaleza.” Para demostrar la
hostilidad inveterada de la ONU hacia Israel, Dershowitz cita específicamente
“el poder de veto de Rusia y China” en el Consejo de Seguridad que
ha bloqueado supuestamente toda acción en su apoyo. Sin embargo, ni
una sola vez en los últimos 20 años, Rusia o China han utilizado el
veto para una resolución del Consejo de Seguridad que tenga que ver
con Israel. Por otra parte, USA ha ejercido su poder de veto 23 veces
sólo en las dos décadas pasadas (1986–2006) en apoyo de Israel.
Además, debido al veto de USA, Israel ha sido protegido contra
cualesquiera sanciones de la ONU, aunque el Consejo de Seguridad las
ha impuesto a 15 Estados miembro desde 1990, a menudo por violaciones
del derecho internacional idénticas a las cometidas por Israel. No es
la primera vez que Dershowitz ha puesto la realidad cabeza abajo.
En
una nota relacionada, Dershowitz señala correctamente que Israel
“no fue condenado por el Consejo de Seguridad en 1967, aunque su
recurso a la fuerza violó la Carta de la ONU, ya que un ataque armado
egipcio no era ni real ni inminente. El Consejo de Seguridad y la
Asamblea General estuvieron ambos divididos sobre cómo adjudicar la
responsabilidad por la guerra. Esto parecería sugerir que lejos de
ser un foro inherentemente hostil a Israel, la ONU le ha concedido, en
realidad, dispensas especiales. De modo más general, como observa el
antiguo ministro de exteriores israelí Shlomo Ben–Ami, fue la política
de sigilosa anexión de Israel la que cambió la opinión mundial en
su contra:
“Ni
en 1948 ni en 1967, estuvo Israel sometido a una presión
internacional irresistible para renunciar a sus logros territoriales
porque su victoria fue percibida como resultado de una guerra legítima
de autodefensa. Pero la aquiescencia internacional creada por la
victoria de Israel en 1967 debía ser de una duración extremadamente
breve. Cuando la guerra de salvación y supervivencia se convirtió en
una guerra de conquista y asentamientos, la comunidad internacional
reculó e Israel pasó a la defensiva. Ha permanecido en ese estado
desde entonces.”
En
la medida en que el objetivo profeso del libro de Dershowitz no es
descriptivo sino normativo – es decir idear leyes y estructuras
institucionales ideales para combatir el terrorismo – es curioso que
no proponga la reconfiguración del Consejo de Seguridad para mitigar
sus supuestos prejuicios. A este respecto, merece atención otra de
sus afirmaciones: “El informe de la ONU no encara la situación que
enfrenta una democracia con un reclamo justo que no logra asegurar la
protección del Consejo de Seguridad y que concluye razonablemente que
la ausencia de una actuación unilateral representará peligros
existenciales para sus ciudadanos.” Sin embargo, el informe del
panel de Alto Nivel trata explícitamente esta preocupación y dedica
específicamente una de sus cuatro partes a proposiciones para
reformas del Consejo de Seguridad así como de otras instituciones de
la ONU, señalando de modo preliminar que:
“Uno
de los motivos por los que Estados podrán desear dejar de lado el
Consejo de Seguridad es una falta de confianza en la calidad y la
objetividad de sus tomas de decisiones. Pero la solución no es
reducir el Consejo a la impotencia y a la irrelevancia: es trabajar
desde su interior para reformarlo, no encontrar alternativas al
Consejo de Seguridad como fuente de autoridad sino hacer que el
Consejo trabaje mejor que hasta ahora.”
Los
motivos por los que Dershowitz prefiere dejar de lado el Consejo de
Seguridad en lugar de reformarlo no son difíciles de encontrar: es
difícil concebir alguna configuración del Consejo de Seguridad que
sancione las periódicos depredaciones de Israel en los países árabes
vecinos. Finalmente, Dershowitz justifica que se ignoren las
restricciones del Consejo de Seguridad al uso de la fuerza preventiva
porque su “visión anacrónica del derecho internacional propia de
mediados del Siglo XX “no toma en consideración la amenaza que posa
la “aniquilación nuclear.” Parece que se le olvidó la Guerra Fría.
Aparte
de los supuestos prejuicios de la ONU, Dershowitz defiende el derecho
unilateral de Israel de impedir que sus vecinos adquieran armas
nucleares, supuestamente sobre la base de que la estrategia
convencional de disuasión nuclear está asentada en la amenaza
mutuamente implicada de infligir masivas víctimas civiles. Sin
embargo, los vecinos de Israel saben, a su juicio, que Israel jamás
atacaría indiscriminadamente centros de población civil. Por si
quedara alguna duda al respecto, cita al ex primer ministro Begin: “Ésa
es nuestra moralidad.” Tal como la padecieron directamente los
civiles libaneses en 1982, y la hemos vuelto a ver en 2006 de parte
del “ejército más moral del mundo” (Primer Ministro Olmert).
El
derecho inabrogable de Israel de ir a la guerra cuando guste parece
otorgarle una licencia muy amplia: si hay sólo una “probabilidad de
un cinco por ciento” de que Israel pueda enfrentar una amenaza
apremiante dentro de “diez años,” según Dershowitz, tiene
derecho a atacar ahora, y al parecer sin tener en cuenta si esa
amenaza potencial emana de un Estado que sea actualmente amigo. Esto
parece significar que ningún lugar del mundo está a salvo de un
ataque israelí en todo momento. A juicio de Dershowitz, es la esencia
de una jurisprudencia realista y moral sobre la guerra.
***
Desde
el comienzo de las hostilidades entre Israel y Líbano en julio de
2006, Dershowitz ha utilizado la guerra contra el terrorismo para
atacar otra rama del derecho internacional: la protección de civiles
durante un conflicto armado. Antes de analizar sus afirmaciones, es
necesario considerar primero el cuadro factual.
A
inicios de agosto, Human Rights Watch (HRW) publicó un informe
exhaustivo dedicado sobre todo a las violaciones israelíes de las
leyes de la guerra durante las dos primeras semanas del conflicto. Sus
principales resultados fueron: fueron muertos más de 500 libaneses,
en su abrumadora mayoría civiles, y hasta 5.000 casas dañadas o
destruidas; “en docenas de operaciones, fuerzas israelíes atacaron
un área sin un objetivo militar evidente”; Israel atacó “vehículos
individuales y convoyes enteros de civiles que obedecieron las
advertencias israelíes para que abandonaran sus aldeas” así como
“convoyes humanitarios y ambulancias” que estaban “claramente
identificados,” aunque ninguno “de los ataques contra vehículos
resultó en pérdidas por parte de Hezbolá o en la destrucción de
armas”; “en algunos casos fuerzas israelíes atacaron
deliberadamente a civiles”; [no se encontró] “ningún caso en el
que Hezbolá haya utilizado deliberadamente a civiles como escudos
para protegerse contra ataques de represalias del ejército israelí”;
“en algunas ocasiones limitadas, combatientes de Hezbolá trataron
de almacenar armas cerca de casas civiles y dispararon cohetes desde
áreas en las que viven civiles.” El “patrón seguido en los
ataques durante la ofensiva israelí,” concluye HRW, “indica que
se perpetraron crímenes de guerra.”
Al
contrario, Dershowitz ha afirmado repetidamente en numerosos artículos
que Israel adopta tradicionalmente “extraordinarias medidas para
minimizar las víctimas civiles,” mientras la táctica típica de
Hezbolá es “vivir entre civiles, ocultar sus misiles en las casas
de civiles, dispararlos contra objetivos civiles desde áreas
densamente pobladas, y luego utilizar a civiles como escudos humanos
contra contraataques.” No presenta evidencia alguna para sustanciar
esas afirmaciones, todas las cuales contradicen directamente las
conclusiones de HRW. Además, Dershowitz yuxtapone la “indiscutible
realidad” de que “Israel utiliza inteligencia exactamente
localizada y bombas inteligentes en un esfuerzo por atacar a los
terroristas” mientras que Hezbolá “ataca centros de población
israelíes con bombas antipersonal que diseminan miles de perdigones
de metralla en un esfuerzo por maximizar las víctimas.” Sin
embargo, HRW ha documentado el uso en áreas pobladas por Israel de
munición de dispersión disparada por la artillería con un “patrón
de amplia dispersión” que “hace muy difícil evitar víctimas
civiles” y que muestra un “alto margen de deficiencia” que hace
que “hieran y maten a civiles incluso después de terminado el
ataque.” Finalmente, Dershowitz deplora no sólo las acciones de
Hezbolá sino también las de “las fuerzas de la paz de la ONU en la
frontera libanesa [que] han resultado ser colaboradores de Hezbolá.”
¿No deberían felicitarlo por un trabajo bien hecho después que
Israel mató a cuatro de estos “colaboradores” en un ataque
deliberado contra un complejo de la ONU?
El
“nuevo tipo de guerra” en la “era del terrorismo,” según
Dershowitz, subraya la “naturaleza absurda y contraproductiva del
actual derecho internacional.” Afirma, por ejemplo, que este cuerpo
legal “no” encara contingencias como el disparo de misiles
“desde centros de población civil.” El derecho internacional
“debe ser modificado,” recita, y “debe convertirse en un crimen
de guerra el disparo de cohetes desde centros de población civil y la
ocultación posterior entre civiles,” mientras que los que utilizan
escudos humanos deberían incurrir en una responsabilidad plena y
exclusiva por las muertes “previsibles” en caso de un ataque. Sin
embargo, esa situación no es tan nueva y la ley no ha guardado
silencio al respecto: el uso de civiles como escudos contra ataques es
un crimen de guerra, pero también es un crimen de guerra que se haga
caso omiso total de la presencia de civiles, incluso si son utilizados
como escudos. Dershowitz declara además que “ya debería ser, por
cierto, un crimen de guerra que los terroristas ataquen a civiles
desde donde sea.” Ya es, por cierto, un crimen de guerra. Afirma,
sin embargo, que “uno no se daría cuenta al escuchar las
declaraciones de algunos de los dirigentes de la ONU y de grupos de
derechos humanos.” Pero, sin embargo, ¿no será que su verdadero
enojo lo provoca el que no sólo denuncien los ataques contra civiles
de “terroristas” sino también los ataques contra civiles por
parte de los Estados?
El
derecho internacional, arguye Dershowitz se basa en “viejas reglas
– escritas cuando ejércitos uniformados combatían contra otros ejércitos
uniformados en un campo de batalla alejado de las ciudades” –
mientras que en la actualidad “ejércitos terroristas bien
armados” como Hezbolá “no pertenecen a ejércitos regulares y se
mezclan fácilmente con las poblaciones civiles” que “reclutan,
financian, albergan y facilitan su terrorismo.” Pero esas
condiciones seguramente no son nuevas. En sus escritos Dershowitz cita
a menudo el estudio de 1977 “Just and Unjust Wars” de Michael
Walzer. Seguramente sabe, por lo tanto, que Walzer dedica el capítulo
sobre la guerra de guerrillas a estos temas. Consideremos ese pasaje:
“Si
queréis combatir contra nosotros, dicen los guerrilleros, vais a
tener que combatir contra civiles porque no estáis en guerra contra
un ejército, sino contra una nación. En realidad, las guerrillas sólo
movilizan a una pequeña parte de la nación. Dependen de los
contraataques de sus enemigos para movilizar al resto. Su estrategia
se basa en términos de la convención de guerra: tratan de colocar la
responsabilidad por la guerra indiscriminada sobre el ejército
contrario. Ahora bien, todo ejército depende de la población civil
de su país para suministros, reclutas y apoyo político. Pero esta
dependencia es usualmente indirecta, realizada a través del aparato
burocrático del Estado o el sistema de intercambio de la economía…
Pero en la guerra de guerrillas, la dependencia es inmediata: el
campesino entrega la comida a la guerrilla. De la misma manera, un
ciudadano ordinario podrá votar por un partido político que por su
parte apoya el esfuerzo de guerra y cuyos dirigentes son invitados a
reuniones de información militar. Pero en la guerra de guerrillas, el
apoyo que da un civil es mucho más directo. No necesita ser
informado; ya sabe el secreto más importante: sabe quiénes son los
guerrilleros. La gente, o una parte, es cómplice en la guerra de
guerrillas, y la guerra sería imposible sin su complicidad. La guerra
de guerrillas contribuye a intimidades forzadas, y las gentes son atraídas
a ella de una nueva manera aunque los servicios que proveen no sean más
que equivalentes funcionales de los servicios que los civiles siempre
han proveída a los soldados.”
Si
los problemas que posa Dershowitz no son originales, hay que decir que
sus respuestas lo son, en todo caso al provenir de alguien que
pretende ser liberal. Escribe, por ejemplo, que “el ejército israelí
ha dado aviso bien publicitado a los civiles para que abandonen las áreas
del sur de Líbano que han sido convertidas en zonas de guerra. Los
que se quedan atrás voluntariamente se han convertido en cómplices.”
En realidad, Walzer pondera precisamente esa situación en el contexto
de la guerra de Vietnam, en la que, según las reglas de combate,
“había que dar advertencias a los civiles antes de destruir sus
aldeas, para que pudieran romper con la guerrilla, expulsarla, o irse
ellos. Toda aldea conocida como hostil podía ser bombardeada desde el
aire o por la artillería si sus habitantes habían sido advertidos
anticipadamente, sea lanzando panfletos o a través de altavoces desde
helicópteros.” A juicio de Walzer, semejantes reglas “podían difícilmente
ser defendidas” en vista de la masiva devastación provocada. En
caso de que “civiles, debidamente advertidos, no sólo se nieguen a
expulsar a la guerrilla sino también se nieguen a irse,” Walzer
subraya que:
“Mientras
sólo den apoyo político, no constituyen objetivos legítimos, sea
como grupo o como individuos distinguibles. En cuando al combate, no
se puede disparar a la vista a esa gente, cuando no haya un
intercambio de tiros en progreso; ni pueden ser atacadas sus aldeas sólo
porque podrían ser utilizadas como bases para disparos o porque se
espera que podrían ser utilizadas; ni pueden ser bombardeadas a
discreción desde el aire o por la artillería, incluso después de
haberlas advertido.”
Por
cierto, Walzer escribió esto en el contexto de Vietnam. Como
Dershowitz, se convirtió en un sionista vuelto a nacer después de la
guerra de junio de 1967 y como corresponde le aplica un rasero
completamente diferente a Israel. Mientras Dershowitz hace de judío
bravucón, el papel asignado a Walzer ha sido el de avalar como kosher
toda guerra librada por Israel, pero sólo después de lanzar ansiosos
suspiros. Por lo tanto, mientras HRW deploraba los crímenes de guerra
de Israel, Walzer opinaba en el momento adecuado que “desde una
perspectiva moral, Israel ha estado combatiendo legítimamente en
general,” y que si comandantes israelíes llegaran a enfrentar un
tribunal internacional “los abogados de la defensa tendrán un buen
caso,” sobre todo porque Hezbolá ha utilizado a civiles como
escudos humanos – incluso si en el mundo real no lo ha hecho.
Dershowitz
pretende justificar que las leyes de la guerra deben ser revisadas en
la “nueva” era del terrorismo. En realidad, su verdadera
preocupación es antigua. Una táctica tradicional de Israel en sus
hostilidades armadas con vecinos árabes ha sido infligir masivas víctimas
civiles indiscriminadas, y la defensa tradicional de Dershowitz ha
sido negarlo. Pero la credibilidad de las organizaciones de derechos
humanos que han documentado esos crímenes de guerra es bastante
superior a la de este prevaricador en serie tristemente célebre,
motivo por el cual las aborrece tanto. Dershowitz utiliza ahora la
guerra contra el terror como pretexto para despojar a los civiles de
cualesquiera protecciones en tiempos de guerra, echando por tierra el
derecho para colocarlo al nivel de las prácticas criminales de
Israel.
El
objetivo principal de su “reevaluación de las leyes de la guerra”
ha sido la distinción fundamental entre civiles y combatientes. Al
ridiculizar lo que considera la “palabra ‘civil’ cada vez con
menos significado” y al afirmar que, en el caso de organizaciones
terroristas como Hezbolá, la “’civilianidad’ es a menudo asunto
de grado, en lugar de una línea evidente,” Dershowitz propone que
se reemplace la dicotomía civil–combatiente por un “continuo de
civilianidad”:
“Cerca
del extremo más civil del continuo están los puros inocentes – bebés,
rehenes y otros que no tienen nada que ver; en el extremo más
combatiente están los civiles que albergan de buenas ganas a
terroristas, suministran recursos materiales y sirven de escudos
humanos ; al medio están los que apoyan a los terroristas política,
o espiritualmente.”
Dershowitz
imagina que esta revisión no se aplicaría a Israel porque “la línea
entre los soldados y los civiles israelíes es relativamente clara.”
¿Pero es verdad que sea así? Israel tiene un ejército civil, lo que
significa que un simple papel o llamado telefónico de llamamiento a
las filas separa a cada israelí adulto de la calidad de combatiente.
Los civiles israelíes suministran voluntariamente recursos materiales
al ejército. A juzgar por sus ataques contra la red eléctrica, las fábricas,
carreteras, puentes, camiones, camionetas, ambulancias, aeropuertos, y
puertos libaneses, Israel debe considerar toda la infraestructura
civil como objetivo militar legítimo, en cuyo caso todos los israelíes
que residan en la vecindad de una tal infraestructura israelí
constituyen escudos humanos. El reciente brutal ataque de Israel
contra Líbano, como sus anteriores guerras en las que cometió
masivos crímenes de guerra, gozó de un abrumador apoyo político y
espiritual de la población. “Si los medios adoptaran el
‘continuo’ que he propuesto,” reflexiona Dershowitz, “sería
informativo saber cuántas de las ‘víctimas civiles’ caen más
cerca de la línea de complicidad y cuántas caen más cerca de la línea
de inocencia.” Parecería, sin embargo, que en su espectro casi todo
israelí sería cómplice.
A
la luz de las revisiones que Dershowitz presenta para el derecho
internacional, su razonamiento comienza a rayar en lo estrafalario.
Afirma que ya que la población libanesa “apoya a Hezbolá” en su
abrumadora mayoría, no hay verdaderos civiles o víctimas civiles en
Líbano: “Es virtualmente imposible distinguir a los muertos de
Hezbolá de los verdaderos muertos civiles, igual como es virtualmente
imposible distinguir a los de Hezbolá vivos de los civiles vivos.”
Si éste fuera el caso, sin embargo, es difícil entender el
significado del elogio de Dershowitz para Israel por sólo atacar a
terroristas de Hezbolá en Líbano. ¿No acaba de decir que todos los
libaneses son de Hezbolá? Del mismo modo condena a Hezbolá por
atacar a civiles israelíes. Pero los israelíes no apoyan menos al ejército
israelí que los libaneses a Hezbolá. ¿No significa esto que Hezbolá
no puede estar atacando a civiles en Israel porque no existen? Éstas
son, por supuesto, sutilezas relacionadas con el hecho de que
Dershowitz ahora consiente el asesinato en masa del pueblo libanés.
Queda
por ver la ubicación del propio Dershowitz en el continuo de la
civilianidad. Israel no podría haber librado ninguna de sus guerras
de agresión o cometido ninguno de sus crímenes de guerra sin el
apoyo global político y militar de USA. Utilizando su pedigrí académico,
Dershowitz ha jugado un conspicuo papel, crucial y enteramente
voluntario en obtener ese apoyo. Durante decenios ha falsificado
groseramente el historial de derechos humanos de Israel. Ha instado a
que se utilicen castigos colectivos como ser la “destrucción automática”
de una aldea palestina después de cada ataque palestino. Ha
encubierto el uso de la tortura contra detenidos palestinos por
Israel, y ha propugnado en persona la aplicación de torturas “penosísimas”
contra presuntos terroristas como ser “la introducción de una aguja
bajo sus uñas.” Se ha alineado con el gobierno israelí contra
valerosos pilotos israelíes que rechazaron los inmorales asesinatos
selectivos. Ha denunciado a los objetores no violentos contra la
ocupación israelí como “partidarios del terrorismo.” Ha
desestimado la limpieza étnica como un “tema de quinta categoría,”
similar a una “masiva renovación urbana.” Ha aconsejado a altos
funcionarios gubernamentales israelíes que Israel no está obligado
por el derecho internacional. Ahora aprueba la exterminación del
pueblo libanés. Finalmente, en “Preemption” alardea de haber
participado indirectamente en un asesinato selectivo durante una
visita a Israel:
“Contemplé
mientras una cámara de televisión de alta intensidad, montada en un
avión teledirigido, apuntaba directamente al apartamento de un
terrorista… Observé mientras la cámara enfocaba a la casa y las
calles casi vacías.”
Parece
sin embargo, que este pervertido moral se perdió la escena culminante
de su pequeño “peep show”, aunque no dice si le
devolvieron su moneda: “me permitieron que mirara sólo unos pocos
minutos, y no entraron en acción mientras observaba porque el
objetivo continuaba dentro de la casa.” Hay que preguntarse si
Dershowitz introdujo cuidadosamente estas palabras equívocas porque,
como bien sabe, los asesinatos selectivos constituyen crímenes de
guerra, y de otra manera podría ser acusado de haber sido cómplice
de uno.
En
“Preemption” Dershowitz señala que “no puede caber duda de que
algunos tipos de expresiones contribuyen significativamente a algunos
tipos de mal.” En este contexto recuerda que el Tribunal Penal
Internacional para Ruanda pronunció sentencias de cadena perpetua a
presentadores hutu de la radio por incitar a los oyentes al “odio y
a asesinatos.” También recuerda el caso altamente pertinente del
propagandista nazi Julius Streicher, que fue descrito por la escritora
Rebecca West como un “viejo pervertido que causa problemas en los
parques,” y por el fiscal de Nuremberg, Telford Taylor, como “ni
atractivo ni inteligente.” Aunque Hitler había despojado a este
sedicente sionista y experto en judíos de todo su poder político en
1940, y su periódico pornográfico Der Stuermer tuvo una
circulación de sólo unos 15.000 durante la guerra, el Tribunal
Internacional de Nuremberg condenó a Streicher a la pena capital por
su incitación asesina.
En
su continuo de la civilianidad, Dershowitz parece colocarse en la
proximidad de los locutores hutu y de Streicher – menos directo en
su llamamiento, más influyente en su alcance. Es muy poco probable,
sin embargo, que sea algún día llevado ante un tribunal por su
incitación criminal. Pero hay otra posibilidad de lograr justicia.
Dershowitz es un potente propugnador de asesinatos selectivos cuando
“alternativas razonables” como el arresto o la captura no son
posibles. La conclusión parece obvia – si, y sólo si, – se
utiliza su rasero y su razonamiento. Desde luego, por la
preponderancia de la humanidad, este autor (y CounterPunch,
editores) incluidos, no son de esa opinión. Después de todas las
conquistas – logradas con tanto esfuerzo – de la civilización, ¿quién
querría vivir en un mundo en el que se vuelva a condonar la tortura,
el castigo colectivo, los asesinatos y las matanzas masivas? Mientras
Dershowitz cae en la barbarie, sigue siendo un signo esperanzador que
haya tan pocos que estén inclinados a unírsele.
.–
Norman G. Finkelstein (1953) es profesor de Ciencias Políticas en
la DePaul University de EEUU. Hijo de un sobreviviente del
Holocausto, Finkelstein es conocido por sus escritos sobre el
Estado de Israel y el conflicto con los palestinos. Su punto de
vista es que el Holocausto es explotado justificar la política
pro israelí.
.–
Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y
Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la
diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.
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