La
guerra de Líbano obliga a los países árabes pro–occidentales a
desempolvar un plan de paz del año 2002 para calmar a sus pueblos
El
grito de la calle árabe: "sin justicia no hay paz"
Por
Alberto Cruz
CSCAweb, 01/09/06
La
guerra de Líbano terminó con una victoria militar y política de
Hizbulá. Militar porque el movimiento político–militar libanés no
fue derrotado ni desarmado y demostró la vulnerabilidad de Israel e
hizo que su Ejército perdiese el mito de la invencibilidad. Hizbulá,
además, ha dejado patente que sólo se desarmará cuando estime que
se han cumplido sus objetivos: la retirada israelí del territorio
ocupado de las granjas de Shebaa y la puesta de libertad de los presos
libaneses que permanecen en cárceles israelíes desde hace casi 30 años.
Y, cuando se produzca, ese desarme será parcial puesto que la gran
mayoría de sus combatientes se integrarán en el Ejército libanés.
Victoria política porque Hizbulá ha logrado desentumecer a la opinión
pública árabe, con independencia del credo religioso. Y eso, a pesar
de la R1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, que otorga a Israel un
aparente triunfo no logrado en el campo de batalla.
A
medida que se ponía de manifiesto la incapacidad del Ejército israelí
de derrotar a Hizbulá, y el arrojo y la resistencia de los
combatientes de este movimiento político–militar libanés para
enfrentar la agresión, la calle árabe fue entrando en una situación
parecida a cuando se pone al fuego un caldero de agua: se fue
calentando poco a poco hasta llegar al punto de ebullición.
Significativas fueron las manifestaciones en Egipto, por ejemplo,
donde los Hermanos Musulmanes se mezclaban con la izquierda del
movimiento Kefaya (Basta, en castellano), donde los retratos del jeque
Nasrala se mezclaban con los de Nasser y el Ché y donde la televisión
Al Manar compite sin tapujos con Al Jazeera (1). Pero no sólo fue
Egipto. En todo el mundo árabe cientos de manifestaciones, cada cual
más masiva, recorrieron las calles con un grito unánime: "Sin
justicia no hay paz". Ese concepto positivo de paz que tanto
asusta al imperialismo en cualquier parte del mundo: resolución de
las causas que generan el conflicto. Y en Oriente Medio ese conflicto
tiene un responsable, Israel. Por lo tanto, para la calle árabe el
grito de "Sin justicia no hay paz" significa que Israel se
tiene que retirar de los territorios que ocupa desde 1967.
Ese
mismo grito, "Sin justicia no hay paz", se repitió cuando
se acordó la tregua tras la aprobación por la ONU de la Resolución
1701, el pasado 12 de agosto, y llegó hasta un pequeño país,
Bahrein (2), de significativa importancia porque es ahí donde se
asienta el cuartel general de la V Flota de la marina de guerra de
EEUU, la que tiene a su cargo la "defensa" del estrecho de
Ormuz situado en el Golfo Pérsico–, por donde circula el 40% de
todo el comercio de petróleo a nivel mundial (3). Un país vital en
una hipotética agresión imperialista contra Irán, de ahí las
prisas de la mal llamada "comunidad internacional" para
"estabilizar" la situación en Líbano con la presencia de
las fuerzas de la ONU antes del 31 de agosto, fecha en que se cumple
el ultimátum de la ONU para que Irán suspenda su programa nuclear.
Al
grito de "Sin justicia no hay paz" hay que añadir el de
"Nasser 1956, Nasralla 2006: la dignidad árabe" (4). Un
giro sorprendente en las aspiraciones populares árabes, donde el
neo–nacionalismo se impone al neo–sectarismo religioso que los
EEUU pretenden fomentar para así controlar mejor a los países árabes.
Mezclar al presidente egipcio que nacionalizó el Canal de Suez con el
jeque Nasrala es algo más que una consigna en una manifestación, es
un síntoma de por donde van las cosas en el mundo árabe, como bien
pone de manifiesto el diario Al Hayat, tras la guerra de Líbano (5).
La última encuesta publicada por la prensa libanesa (L'Orient le
Jour, pro–occidental y antisirio) lo deja bien patente: el 85% de
los libaneses considera que ha sido Hizbulá quien ha ganado la
guerra, su lucha ha reforzado la dignidad árabe frente a los planes
sionistas y no tiene por qué desarmarse hasta que no se haya
conseguido la "liberación" de las granjas de la Shebaa,
ocupadas por Israel. Mientras los medios occidentales insisten en el
despliegue de las fuerzas de la ONU y el desarme de Hizbulá, los
libaneses piensan de otra manera: preguntados si creen que esas
fuerzas van a defender Líbano frente a nuevas agresiones israelíes
el 84% responde que no; a la pregunta de si son partidarios del
desarme de Hizbulá en cumplimiento de la R1701, el 84% de los shiíes
dice que no, lo mismo que el 54% en los suníes y, sorprendentemente,
el 23% de los cristianos (6). Otra victoria para Hizbulá.
La
identificación por el pueblo árabe entre Nasser y Nasrala, la
sensación de victoria y la constatación de que la ONU siempre está
dispuesta a apoyar a Israel permitiendo que este país tenga, en la
práctica, derecho de veto sobre todo, como está poniendo de
manifiesto la R1701– preocupan, y mucho, en los protegidos palacios
en los que se refugia la clase política árabe pro–occidental y ha
obligado a sus ocupantes a realizar un movimiento con el que creen
posible apaciguar a su gente: en la reunión que la ONU va a celebrar
en la segunda quincena de septiembre, en cumplimiento del punto 10 de
la R1701, van a presentar una serie de propuestas que incluyen desde Líbano
hasta Sudán, pasando por Palestina, incluyendo además una nueva
conferencia internacional (similar a la que tuvo lugar en Madrid en
1991 al término de la primera guerra contra Iraq tras la invasión de
Kuwait) con la que "resolver todos los problemas de Oriente
Medio".
Un
plan viejo, unos miedos nuevos
Sin
embargo, no es ninguna novedad. Faltos de imaginación, sin la menor
credibilidad militar y en plena bancarrota política, los regímenes
árabes pro–occidentales se han limitado a desempolvar un viejo plan
aprobado por unanimidad de la Liga Árabe en una cumbre celebrada,
paradójicamente, en Beirut en el mes de marzo del año 2002. Dicho
plan fue elaborado por Arabia Saudí y, en síntesis, consiste en el
reconocimiento por parte de todos los estados árabes de Israel a
cambio de la retirada total de los territorios ocupados en 1967 (Gaza,
Cisjordania, Jerusalén Este y el Golán) y un retorno "simbólico"
de los refugiados palestinos, no más de 300.000 de los casi 4
millones que hay desperdigados por el mundo. Nada nuevo bajo el sol.
Si entonces Arabia Saudí se veía necesitada de algún gesto que
apaciguase a EEUU tras los atentados del 11 de septiembre de 2001,
ahora los saudíes, egipcios y jordanos se ven obligados a hacer lo
mismo para apaciguar a sus propios pueblos. Tanto entonces como ahora
se menciona como la gran piedra angular las resoluciones 242 y 338 del
Consejo de Seguridad de la ONU ambas aparecen citadas en el punto 18
de la R1701–, es decir, "tierra por paz".
La
única diferencia con el plan de 2002 es que ahora se quiere implicar
a la ONU como principal actor y no dentro del reparto del famoso
"Cuarteto" (EEUU, Rusia, UE y ONU). Si entonces el plan fue
rechazado por Israel con el argumento de que volver a las fronteras de
1967 "comprometería su seguridad" ahora, tras la derrota
sufrida, estaría dispuesto a abordar alguno de sus aspectos ante la
perspectiva de que un enquistamiento de la situación refuerce el
papel predominante que está adquiriendo Irán en la región. Los
representantes de la Liga Árabe que están celebrando ya reuniones
con los países del Consejo de Seguridad, permanentes es decir, con
derecho a veto– y no permanentes, explican que "dado el nivel
de resentimiento y de rabia [de la calle árabe] contra Israel y EEUU,
es hora de un acuerdo porque la alternativa es el caos" (7).
Pero
la situación ahora no es la misma que en 2002. La Liga Árabe,
siempre inoperante, está rota en dos frentes casi irreconciliables;
Irán emerge como el gran paladín anti–sionista de la zona y la
calle árabe es tremendamente escéptica con su clase dirigente. El
editorial del diario libanés The Daily Star del 25 de agosto es
totalmente esclarecedor al respecto: "El proceso de paz del
Oriente Medio ha sido la más larga de las decepciones" (8). En
él hace un repaso los diferentes planes de paz que se han presentado
desde 1967, menciona expresamente el desempolvado plan del año 2002,
reconoce que "la cuestión palestina es esencial"y llega a
la conclusión de que si falla este nuevo intento causaría una
exasperación tal en la calle árabe que "crearía una sacudida
que nadie puede pensar qué pasaría si no se alcanzase" [la
paz].
La
situación es explosiva, pero no tanto por el miedo a una nueva guerra
con Israel sino a los movimientos populares que podrían derrocar a
los gobiernos pro–occidentales en la zona.
Los
presos, la Shebaa y el sectarismo
En
paralelo con este movimiento diplomático de la Liga Árabe, los países
pro–occidentales también tienen presentes los dos grandes temas
libaneses: los presos y las granjas de la Shebaa. Es significativo que
sobre los presos el secretario general de la ONU, Kofi Annan, haya
dicho en su primer y único informe público sobre el alto el fuego y
el cumplimiento de la R1701 que "si bien uno de los
desencadenantes inmediatos de la crisis fue el secuestro de soldados
israelíes, su liberación sin condiciones no es sino una de las
numerosas medidas que todavía hay que adoptar y de las dolorosas
concesiones que habrán de hacer las dos partes en interés de la paz
de los pueblos del Líbano e Israel. En este contexto, aunque se trata
de un asunto independiente, el Consejo de Seguridad ha manifestado que
es consciente de que la cuestión de los prisioneros es delicada y ha
alentado a que se intente resolver con urgencia la cuestión de los
prisioneros libaneses detenidos en Israel" (9).
Annan,
en su reciente visita a Líbano e Israel, ha pedido la liberación de
los soldados israelíes capturados por Hizbulá y no se ha referido en
ningún momento a los prisioneros libaneses. Lo mismo ha hecho con las
familias, sí ha recibido a los israelíes pero no a los libaneses.
Pero las negociaciones para liberar a los presos, y la demarcación de
la frontera en la Shebaa, se están manteniendo y así lo han
reconocido los enviados de la ONU para Oriente Medio, Terje Roed
Larsen y Vijay Nambiar (10), llegando incluso algunos medios de prensa
israelíes ha afirmar que en tres semanas, o sea, cuando se cumpla un
mes del alto el fuego, más o menos, el acuerdo estaría firmado.
Sobre la Shebaa no hay fechas, pero todo el mundo coincide que
mientras continúe la ocupación por Israel "Hizbulá tendrá una
excusa para mantener las armas".
No
sería un acuerdo que hiciese referencia sólo a los soldados
capturados por Hizbulá, sino al que también está prisionero de los
palestinos desde el 25 de junio. Aquí quien está siendo el mediador
es Egipto, que ha propuesto un plan doble: por una parte, el
intercambio del soldado israelí por 600 presos palestinos (hay casi
10.000); por otra, retomar las negociaciones de paz bajo la dirección
del presidente palestino, Mahmoud Abbas, una vez se alcance un acuerdo
de gobierno de coalición entre Hamás y Fatah.
Y
por si todo este juego diplomático fallase, los países árabes
pro–occidentales tienen previsto jugar a fondo la carta de la división
sectaria entre suníes y shiíes. Las monarquías feudales del Golfo Pérsico
y Jordania, sobre todo, están dispuestas a morir matando. Antes de
ceder a la presión de sus pueblos creen que deben hacer un nuevo
servicio a los EEUU. Arabia Saudí ha sido la primera en dar los pasos
en este sentido (11). Si durante la guerra uno de los principales líderes
religiosos del wahabismo emitió una fatwa contra Hizbulá, ahora su
ministro de Asuntos Exteriores acusa a algunos estados de la Liga Árabe
(en clara referencia a Siria) de "comprometer la identidad árabe
con los países no árabes [en referencia Irán]". Según el
diario qatarí The Peninsula los saudíes temen la influencia que están
logrando los shiíes en todo Oriente Medio (12).
Los
saudíes cumplen así con su rol en la zona, sirviendo fielmente los
planes estadounidenses (que ellos llaman "Blood borders",
las fronteras de la sangre) de un Oriente Medio formado por distintas
religiones, etnias y razas siempre en conflicto, carentes de un fuerte
poder central y al ser más débiles aceptarían de buen grado una
presencia estadounidense. El esquema iraquí, de hecho, con tres
estados; los kurdos al norte, los suníes en el centro y los shiíes
en el sur. He aquí la nueva frontera dentro del mundo árabe, como
decía el diario Al Hayat, nacionalismo frente a sectarismo religioso.
Hizbulá ha dado buena muestra de lo primero y no de lo segundo. Un
hecho que ha constatado la calle árabe, de cualquier confesión.
Notas:
(1)
Al Ahram, "Nasrallah: un héros de notre temps", 9–16 de
agosto de 2006.
(2)
Arab News, 12 de agosto de 2006.
(3)
Alberto Cruz, "Irán: la crisis nuclear y la bolsa
petrolera"
(4)
Al Ahram, "Nasrallah: un héros de notre temps", 9–16 de
agosto de 2006.
(5)
Al Hayat, 22 de agosto de 2006.
(6) L'Orient Le Jour, 28 de agosto de 2006.
(7)
Al Ahram, "Vision for action", 24–30 de agosto de 2006.
(8)
The Daily Star, 25 de agosto de 2006.
(9)
Informe del Secretario General sobre la aplicación de la Resolución
1701 (2006) durante el período del 11 al 17 de agosto de 2006. Punto
63. 18 de agosto de 2006.
(10)
Haaretz, 21 de agosto.
(11)
Alberto Cruz, "La resolución de la ONU sobre Líbano, última
oportunidad para los regímenes árabes prooccidentales"
(12)
The Peninsula, 27 de agosto de 2006.
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