Arabia
Saudí: Los hipócritas
Por
Ricard Boscar Rebelión, 01/09/06
Un
reciente viaje por Arabia Saudita ha permitido al colaborador de GAIN
acercarse en profundidad a la compleja situación que se vive en este
país, una realidad que se nos oculta habitualmente o a la que es de
muy difícil acceso.
Gracias
a la propaganda, no solo se relaciona al “fundamentalismo” con el
Islam, sino con determinados países o movimientos que suelen no
"cooperar" con la doctrina imperial, como es el caso de Irán,
Hamas o Hezbollah. Una lectura seria, sin embargo, muestra que los
citados son muy superiores en democracia y progresismo a los aliados
de Occidente en la región, tal como Jordania, Egipto, Pakistán o, el
lugar donde lo peor del fundamentalismo se hace realidad, Arabia
Saudita.
Arabia
Saudita es la gran desconocida, habida cuenta de la extrema dificultad
para visitarla y la escasez de noticias o análisis que arrojen cierta
luz, a pesar de que juega un rol fundamental en el tablero actual de
Oriente Próximo. Aparentemente, el peso de su dinero es suficiente
para comprar lealtades a uno y otro lado del mundo, amén de
resguardarse bajo el ala de su poderoso aliado del otro lado del Atlántico.
El
misterio de Arabia
Arabia
Saudita es un país de contradicciones colosales. Por un lado sus
dirigentes enarbolan la bandera del Islam bajo la estricta doctrina
wahhabita, que predica una vuelta radical a unos supuestos orígenes
del Islam. Los Saud, que dan nombre al país y dominan todos los
resortes de la economía y la política, se apropiaron del titulo de
guardianes de los lugares santos en sus guerras por el control de la
península. Esta “pureza” islámica es uno de los orgullos de la
nación saudita, rozando el chauvinismo más exacerbado. Por otro
lado, su misma existencia depende de su alianza estratégica con
Washington. El idilio, que dura desde los inicios del reinado (creado
con ayuda británica y tras ser considerado por Roosevelt como
“vital para la defensa de EEUU”), es tan fundamental para ambas
partes que sin él, seguramente ninguno de los dos países podría
existir en los términos actuales.
A
cambio de proporcionar a EEUU el codiciado oro negro (uno es el
principal productor y otro el principal consumidor mundiales), y de
apoyar su política exterior en Oriente Próximo, los saudíes pueden
complacerse de gozar de una libertad de movimiento y una tranquilidad
como pocos países musulmanes hoy en día, a pesar de que tanto Bin
Laden como gran parte de los miembros de Al Qaeda sean precisamente
oriundos de la península. Ello representa una de las fuentes más
inagotables de teorías conspirativas que existen, aunque el tema no
merece menos.
La
relación es claramente beneficiosa para ambas partes, lo cual no
resulta contradictorio para muchos saudíes, que, contrariamente al
sentimiento general mundo islámico, justifican al amigo americano.
"Yo no tengo problemas con los americanos. Quizás su gobierno no
es perfecto, pero América es un buen país… son como
nosotros...", comenta Ali, un estudiante de Ryadh, que hace poco
ha cursado un master en dirección de empresas en una universidad de
EEUU.
De
hecho Ali tiene más razón de la que cree, a tenor de las inauditas
semejanzas que se observan entre ambos países: desde el diseño
urbano, más parecido al esquema estadounidense que al oriental,
pasando por el culto al automóvil, al fast food, el consumismo y el
despilfarro energético. Incluso los índices de obesidad siguen líneas
paralelas, aunque hay que matizar que por distintos motivos. El caso
saudita tiene más que ver con la inactividad y apatía, mientras que
a los estadounidenses no se les puede acusar, precisamente, de vagos.
Si
bien podríamos pensar que una gran diferencia entre ambos países es
el papel que juega la religión, no hemos de olvidar las inspiraciones
divinas de las que disfruta el emperador de la Casa Blanca, y de la
histórica alineación de Dios con EEUU ya desde la época de los
padres fundadores. Pero siendo justos, hay que reconocer que los saudíes
carecen completamente de la larga tradición de liberalismo y
libertades individuales de las que goza la sociedad estadounidense. En
Arabia Saudita, la vigilancia religiosa llega a extremos tan grotescos
como prohibir las imágenes, penalizar cualquier culto no musulmán,
amputar o lapidar a los infractores o considerar, desde el punto de
vista legal, que la mujer no es un ser capaz de responsabilizarse de
sus actos.
No
todo es petróleo bajo el desierto
No
obstante las cosas no van tan bien para el reino del desierto, y el
tradicional bienestar del que gozan los súbditos de Al Saud está
cayendo en picado debido a múltiples factores, entre los que destacan
dos: la coyuntura geopolítica en Oriente Medio y la mala marcha de la
economía.
Como
no podía ser de otra forma, los saudíes no son ajenos al creciente
sentimiento de rabia del mundo musulmán ante la política exterior de
EEUU. Durante el reciente conflicto entre Israel y Líbano, en el que
los Saud se alinearon con las tesis de Washington y Tel Aviv culpando
a Hezbollah, el gobierno ha perdido muchos puntos a ojos de la opinión
pública, tanto interior como exterior. De tal manera que Ryadh ha
tenido que rectificar y condenar, tardía y vagamente, la
“prepotencia” israelí. Palabras endebles ante el soplo de aire
fresco que ha representado Nasrallah para la opinión publica
musulmana, cansada de gobiernos hipócritas, colocando al régimen
saudita en una posición comprometida. Los Saud tienen serias razones
para temer el éxito de Hezbollah, ya que no solo les aparta de “la
calle árabe”, sino que da alas a la minoría chiíta del norte del
país y a su tradicional rival en la región, Irán.
Ese
divorcio entre gobierno y sociedad es lo que aprovecha Bin Laden para
posicionar su ideología basada en la crítica acérrima a todo lo que
representa occidente y al colaboracionismo de la casa de Al Saud. Y no
se puede decir que las cosas le vayan muy mal. Con más frecuencia de
la que se cree, se dan escaramuzas entre las fuerzas de seguridad y
supuestos terroristas de Al Qaeda, denominados “la minoría
desviada” por el discurso oficial. Las detenciones y torturas están
a la orden del día, y al régimen cada vez le resulta más difícil
controlar la situación.
Por
otro lado, la débil economía, basada casi enteramente en el petróleo
y dependiente de la mano de obra extranjera, empieza a hacer aguas en
un país con una población creciente, joven y enormemente
desempleada. Las desigualdades económicas son boyantes mientras el régimen,
formado enteramente por miembros de la familia Saud, mantiene un férreo
control sobre las riquezas derivadas del petróleo, catapultando al
top 10 de la revista Forbes a varios de sus príncipes.
Para
acallar las críticas, el gobierno preparó hace unos meses una bolsa
de acciones petroleras para la ciudadanía en la que más de la mitad
de la población invirtió sus ahorros. El asunto acabo en fraude
general por la intervención de “sofisticados especuladores” que
aprovecharon la situación para inflar los precios y retirarse en el
ultimo momento, dejando a gran parte de la clase media sin ahorros y
con un resquemor hacia las instituciones difícil de superar. Las
autoridades religiosas no han tardado en reprender a los ciudadanos
por “preocuparse del comercio y olvidarse de los rezos diarios”,
atribuyendo el derrumbe bursátil a un castigo divino.
Esto
ha acabado empujando a muchos saudíes al trabajo, concepto hasta hace
poco ampliamente desconocido. Las leyes laborales ahora contemplan la
obligatoriedad de contratar a personal local en las empresas, en
detrimento de los trabajadores extranjeros, que representan más de un
tercio de la población, en un sistema parejo al de castas, donde los
occidentales y los saudíes están en el nivel superior y los
bangladeshis o ceilaneses en el inferior. “Llevo mas de 15 años aquí
y no me puedo acostumbrar al trato de la gente” cuenta Mohammed, un
sirio recepcionista de un lujoso hotel de Yeddah, “no es solo que te
traten mal, sino que además si te quejas la policía se te lleva a la
cárcel”.
Un
país incómodo, un futuro incierto
La
legendaria hospitalidad árabe no abunda en el reino wahhabita, a
menos que se venga a hacer grandes negocios. La visita, salvo por
contratos o peregrinación (y con los movimientos limitados), esta
estrictamente prohibida.
La
actitud de los ciudadanos suele ser de desprecio por lo que no es
local o musulmán, aunque esta aparente “austeridad” se derrumba
ante el evidente fervor por todo lo material, así como por la actitud
de los saudíes en el extranjero. En las principales capitales del
mundo musulmán existen barrios enteros dedicados a la prostitución,
al alcohol y las drogas para los turistas saudíes. En el estado español
tenemos a Marbella, y el aeropuerto de Málaga programa vuelos
directos a Ryadh y Yeddah.
Sin
embargo, el futuro no pinta muy bien para el reino wahhabita. Los dos
faros que han guiado a la nación, la religión y el petróleo, cuya
combinación ha creado a una de las sociedades más autocomplacientes
que existen, pueden acabar volviéndose en su contra.
El
petróleo, considerado una bendición de Allah para la nación
saudita, acabará por desaparecer llevándose con el todos los
recursos económicos. Como comenta Aisa, un turco que llegó hace poco
al país y ya sueña con regresar a su tierra “cuando se les acabe
el petróleo van a tener que ponerse a trabajar, y no saben hacer
nada, no tienen técnica ni conocimientos, y no quieren aprender”,
en alusión al hecho de que hasta en las facultades de ciencias más
de un tercio de las asignaturas versen sobre religión, “en 10 o 20
años van a tener que volver con las cabras al desierto”.
Por
otro lado, la misma religión puede acabar siendo utilizada por los
detractores del régimen para expulsar a los Saud, especialmente si
los problemas continúan. No solo Bin Laden llama a la puerta, si no
que al mundo islámico cada vez le es más difícil ver la legitimidad
de los Saud como guardianes de Meca y Medina. Recientemente la familia
Rashid, rival de la Saud y expulsada del reino en las guerras entre
ambos, ha formado un partido de oposición en el extranjero,
reclamando más democracia. Como decía siempre un amigo periodista de
un país árabe: “el problema de Arabia Saudita se resume en dos
palabras: ‘Al Saud’”.
.–
Ricard Boscar es colaborador del Gabinete Vasco de Análisis
Internacional (GAIN).
|