Los argumentos
de la causa Palestina
Por Claudio Katz ,
03/09/06
Resumen: La opresión de los palestinos es la principal causa de
las guerras en Medio Oriente, pero este origen es ocultado por las
teorías que culpan a las víctimas por su tragedia. Israel no se
defiende, sino que provoca los conflictos. Es una potencia nuclear
cuya supervivencia no está en peligro. Implementa una forma de
terrorismo de estado en gran escala contra la población civil de los
territorios ocupados.
La resistencia de los palestinos y libaneses es la
antitesis del terror que practica Al Qaida. Israel no es una sociedad
democrática y enarbola esta bandera con la misma hipocresía que
Bush. Lejos de propiciar la convivencia desarrolla una premeditada
estrategia de anexión territorial.
La partición de Palestina fue una decisión inconsulta que
desató los enfrentamientos bélicos. En nombre de la reparación histórica
del holocausto se instrumentó una modalidad tardía de colonialismo.
La función geopolítica de Israel está determinada por su integración
a la estructura interior del imperialismo norteamericano. Atacó el Líbano
para enviar una advertencia a Irán y aliviar las dificultades que
afrontan los marines en Irak. Pero ambos operativos fracasaron por
motivos semejantes.
Los crímenes contra los palestinos contradicen la tradición
humanista del judaísmo y su cuestionamiento no es sinónimo de
antisemitismo. Es falso asociar la derrota del sionismo con la
eliminación física de los israelíes.
Los gobiernos árabes siempre han buscado controlar la
resistencia de los palestinos. Esta presión tuvo efectos nefastos
durante el auge del nacionalismo y vuelve a emerger como un gran
problema político para las corrientes islámicas.
Sin erradicar la expansión sionista no hay forma de
resolver el problema de los refugiados. Al cabo de varias décadas se
han creado dos comunidades nacionales con legítimos derechos a
convivir bajo algún status binacional.
La opción
de constituir un estado palestino soberano ha quedado muy deteriorada
por la colonización de Cisjordania y la negativa de Israel a
replegarse a las fronteras del 67. La solución más progresista es un
estado único, laico y democrático. Aunque cuenta con pocos
partidarios esta propuesta tiende a resurgir, en un clima muy
cambiante. Difiere del modelo sudafricano y permitiría superar las
confrontaciones étnicas y religiosas, pero presupone desenlaces
militares y avances en la conciencia democrática. El socialismo
aportaría una distensión definitiva porque los antagonismos
nacionales son recreados por la opresión capitalista.
Los acontecimientos de Medio Oriente tienen gran impacto en
América e influyen directamente sobre el margen de acción del
imperialismo en la región. En Argentina se han registrado inéditos
actos de solidaridad con la causa de los palestinos, como consecuencia
de un cambio de actitud de la población frente al conflicto.
La reciente guerra del Líbano tuvo muchas aristas pero una
causa evidente: la cuestión Palestina. El conflicto fue consecuencia
directa de varios meses de violencia extrema en Gaza y Cisjordania y
estuvo precedido durante la década pasada por tres acontecimientos
ligados a una oleada de refugiados palestinos: la guerra civil
libanesa, la primera invasión israelí y el nacimiento de Hezbolá.
Por enésima vez, todos los comentaristas vuelven a repetir que no
“habrá paz en Medio Oriente si no se resuelve el problema
palestino”. ¿Pero cuál es la solución?
Quiénes atribuyen este drama a causas milenarias,
oposiciones religiosas y mentalidades irreconciliables consideran que
la guerra es una fatalidad. Esta opinión es muy generalizada, pero
poco explicitada. Lo más común es escuchar la interpretación
oficial de Estados Unidos e Israel que acusa a los palestinos de
perpetuar el conflicto con la complicidad de varios gobiernos árabes.
Estos argumentos se han difundido masivamente en las últimas semanas
y se basan en viejos prejuicios, que tornan muy oscuro lo que debería
ser transparente. Desmistificar estas creencias es el punto de partida
de cualquier debate racional sobre las soluciones posibles al drama de
Medio Oriente.
“Derecho a defenderse”
Las acusaciones contra los palestinos siempre subrayan que
Israel es un país acosado. En esta oportunidad también se proclamó
que “ninguna nación soberana puede aceptar ser agredida”.
Pero la guerra no estalló por la captura de dos soldados en el Líbano.
Este tipo de operativos se ha registrado en muchas ocasiones y
frecuentemente concluyeron con intercambios de prisioneros. Esta vez
lo novedoso fue la magnitud de una operación ofensiva que el ejército
israelí había planificado con gran antelación.
No es cierto que “Hezbolá
instaló la guerra”.
La captura de los israelíes estuvo precedida por el secuestro
de varios civiles palestinos y el fusilamiento indiscriminado de
familias en las playas de Gaza. Hezbolá reaccionó frente a la
puntillosa masacre que perpetra desde hace meses el ejército ocupante
en esa zona.
Por otra parte, es muy controvertido dilucidar en cada
ocasión, quién tiró la primera piedra. Israel atacó en 1956 y 1967
y recibió el primer golpe en 1948 y 1973. Cuándo se adelanta, sus
partidarios celebran la astucia de un golpe preventivo y cuándo se
retrasa, elevan un clamor de indignación. Determinar cuál fue el
detonante de la reciente guerra puede conducir a un debate bizantino,
pero la incalificable tragedia humana que provocó Israel no está
sujeta a ninguna controversia.
Las atrocidades cometidas contra la población civil
libanesa superaron todo lo visto en los últimos años. Bombardeos
indiscriminados, matanzas de niños y mujeres en fuga, aldeas
arrasadas, ataques premeditados contra refugiados, utilización del
horroroso fósforo blanco y los proscriptos proyectiles de fragmentación,
destrucción de una joya cultural del Medio Oriente, catástrofe ecológica.
Nadie podrá olvidar la imagen de los niños grises masacrados en
Qana, ni la montaña de cadáveres que siguen apareciendo bajo los
escombros, junto a 100.000 bombas sin explotar.
Esta vez el ejército israelí no tuvo contención interna,
ni mundial. Actuó sin frenos y se hundió en la oscuridad de la
crueldad y la venganza de un castigo colectivo. La foto de niñas
escribiendo mensajes de aliento en los obuses ilustra el tono de una
carnicería. La ONU y los gobiernos de Estados Unidos y Europa
toleraron una masacre que selló el “apagón moral de Israel”.
“Guerra
por la supervivencia”
Algunos presentan la agresión contra el Líbano como la
“sexta guerra por la supervivencia que ha librado el país”.
Afirman que Israel es una nación muy pequeña, que a diferencia de
sus vecinos “no puede perder ninguna guerra”. Pero en su reducido
espacio territorial, el país concentra el mayor arsenal militar de la
zona. Cuenta con el sostén financiero de Estados Unidos, experimenta
todas las invenciones del Pentágono y acumula 250 bombas nucleares,
que según demostró el científico preso Vanunu alcanzarían para
borrar el mapa de Medio Oriente en pocos segundos. Como esta explosión
hundiría también a Israel, el armamento letal se mantiene por ahora
en reserva para ser utilizado en una situación extrema.
Quiénes argumentan que “Israel desea la paz, pero no lo
dejan” siempre aluden a ciertas resoluciones de Naciones Unidas,
como el desarme de Hezbolá. Pero nunca recuerdan las normas opuestas
que demandan el retiro de los territorios ocupados. Durante la última
crisis se ha verificado, además, hasta que punto la ONU no es un árbitro
ecuánime del conflicto. Invariablemente actúa en función de los
compromisos que auspicia Estados Unidos.
El Consejo de Seguridad ni siquiera condenó el asesinato
premeditado de cuatro funcionarios propios y demoró la petición del
cese de fuego, mientras esperaba que las tropas israelíes concretaran
su fracasada limpieza bélica. Por eso la indignación del mundo árabe
con las Naciones Unidas es tan intensa como el odio hacia Estados
Unidos y el desprecio por Europa.
Israel actúa desde hace décadas como una fuerza militar
que se expande rompiendo todas las fronteras. Los generales han copado
el manejo del estado, sin necesidad de recurrir a un golpe de estado.
Definen el momento de cada guerra y probablemente atacaron el Líbano
para saldar la cuenta pendiente que arrastran desde su humillante
retirada de la década pasada. De la misma forma que en 1967
establecieron el límite del este en el río Jordán, han ambicionado
desde hace mucho fijar la frontera norte en el río Litani. La coalición
gobernante con los laboristas –que parecía distanciarse de este
modelo belicista– profundizó en los hechos el esquema militarista.
“La
amenaza terrorista”
El gobierno israelí repite todo el tiempo el lema de Bush:
“Hay que derrotar al terrorismo” porque “son ellos o
nosotros”. ¿Pero quién ejerce la violencia sistemática contra la
población civil? ¿Quién
planifica desde el estado los crímenes que se cometen contra los
palestinos y libaneses?
El ejército israelí nunca limitó su acción a objetivos
militares. La matanza de varios miles de palestinos desarmados en
Sabra y Chatila fue perpetrada en 1982, por las milicias falangistas
controladas por Israel. Los métodos del terrorismo son aplicados
cotidianamente sobre 10.000 presos políticos, que incluyen mujeres y
niños encerrados sin derechos, en un país que ha legalizado el uso
de la tortura.
Algunos cínicos afirman que también la lucha contra el
nazismo produjo víctimas civiles.
Justifican el bombardeo contra la población alemana al final de la
guerra o el genocidio nuclear de Hiroshima y Nagasaki y ocultan que
estas masacres se concretaron cuándo ambos países ya estaban
derrotados. Al igual que la vandálica matanza de tres millones de
personas en Vietnam estas operaciones no perseguían objetivos bélicos.
La doctrina militar de Israel se basa en un alarde de
superioridad bélica a cualquier precio de víctimas. Propicia actos
de terror para crear la imagen de un país invencible y emiten
mensajes prepotentes para resaltar la indefensión de sus adversarios.
Una forma brutal de este alarde fue despreciar a un millón de
libaneses desguarnecidos frente al bombardeo, mientras se destacaba la
“protección que tienen los israelíes en sus refugios”. Esta
actitud buscó incentivar un espíritu de venganza para que “el
enemigo reciba su merecido”.
Israel magnifica el poderío de sus vecinos, apelando a los
mismos disparates que difundío Bush para invadir Irak (“desactivar
las armas de destrucción masiva”). También recurre a los mismos códigos
que utilizaba la dictadura argentina para presentar a sus víctimas
como “terroristas encubiertos”, aunque los cadáveres exhibidos
solo retraten a niños y mujeres indefensos.
Con asesinatos selectivos y detenciones indiscriminadas,
Israel anticipó los métodos que utiliza Estados Unidos en Guantánamo.
Las cárceles secretas de la CIA, las torturas de Abu Ghraib y la
institucionalización de los desaparecidos han sido ensayadas desde
hace mucho tiempo en Gaza y Cisjordania.
“Son como Bin Laden”
Israel describe como terroristas a los integrantes de una
resistencia popular equiparable a cualquier movimiento de liberación
contemporáneo. La mayoría de la población sostiene a los
guerrilleros porque se identifica con su causa. Como esta solidaridad
es un enigma indescifrable para los opresores, calumnian a los
combatientes (“se protegen con escudos humanos”) o los retratan
como descerebrados fanáticos religiosos.
Pero es evidente que Hezbolá no es solo una organización
militar. Mantiene una importante una estructura política (con
diputados y representantes en el gobierno) y una gran red social de
servicios (con fondos para la reconstrucción que sustituyen la
debilidad del estado). También actúa disciplinadamente y respetando
estrictos códigos morales. El gobierno de Israel se empeña en
asemejar a esta organización con Bin Laden, cuándo ellos mismos han
declarado su frontal oposición a las acciones de Al Qaida. Con esta
burda confusión trata de identificar la resistencia anticolonial con
una brutal modalidad de terrorismo.
Al Qaida ejecuta atentados contra la población civil de
Occidente (Torres Gemelas, Atocha, Bali, Londres), que son totalmente
antagónicos con la acción defensiva que desarrolla Hezbolá.
Mientras que los grupos de Bin Laden fueron creados en los años 80
por la CIA en Afganistán para participar en la guerra contra la URSS,
Hezbolá nació para resistir la presencia colonialista en el sur
libanés.
El terrorismo de Al Qaida es reactivo y complementario del
terrorismo institucionalizado que implementa Estados Unidos. Realizan
sanguinarias matanzas de chiitas en Irak, que contribuyen a la guerra
civil tolerada por los norteamericanos para perpetuar su ocupación de
ese país. Hezbolá ha denunciado estas matanzas entre comunidades
(que ya desgarraron a la población de la ex Yugoslavia) y apunta sus
cañones contra el ocupante israelí.
Es cierto que esta resistencia es muy variada e incluye
junto a legítimas formas de movilización y armamento popular,
terribles y desacertados atentados suicidas. Estas acciones han sido públicamente
cuestionadas por muchas corrientes del movimiento palestino. Pero lo
importante es no confundir ni siquiera en este caso, cuales son los
bandos en lucha. El terror desesperado de un suicida no se equipara
con el terror planificado desde el Pentágono. Entre ambos media la
misma diferencia que separaba en Argentina la represión de los
militares de las operaciones de la guerrilla. Quiénes olvidan estas
distinciones terminan proyectando al Medio Oriente la “teoría de
los dos demonios”, que sitúa en un mismo plano ético, político y
militar a los resistentes y a los opresores.
“Extensión
de la democracia”
A veces se escucha que “Israel es la única democracia de
la región”, como si la
posesión de este atributo legitimara sus guerras. Pero en ese país
funciona en realidad una democracia de Apartheid. Mientras que los judíos–israelíes
cuentan con derechos efectivos, los árabes–israelíes son
maltratados como ciudadanos de segunda categoría.
Israel carece de Constitución escrita. Esta ausencia no
obedece a un respeto a la tradición oral, sino a las ventajas que
este bache jurídico aporta para la expansión territorial. La
democracia israelí no es muy considerada con sus vecinos. Desde que
el Hamas triunfo frente al Fatah en una elección masiva y cristalina,
el ejército ocupante ha secuestrado a medio parlamento y a casi todo
el gabinete.
En la actualidad el estandarte de la democracia sirve a
cualquier propósito. Bush lo esgrime para ocupar Irak y equiparar su
invasión con la gesta antihitleriana de Europa. Olmert recurre al
mismo argumento. Pero ambos ocultan que sus actos se asemejan más al
opresor nazi que la resistencia antifascista.
Con una gran retórica a favor de la democracia, Israel y
Estados Unidos apoyan los regímenes más despóticos de Medio
Oriente. Presentan a los mandatarios de Siria e Irán como la
encarnación del totalitarismo, pero elogian al mismo tiempo a
presidentes semidictatoriales como Mubarak (Egipto) o Musharaf (Pakistán).
También son aplaudidos los señores de la guerra de Afganistán y las
monarquías del Golfo que gobiernan con alguna parodia de elecciones.
A ningún funcionario de Occidente le quita el sueño qué las mujeres
y las minorías carezcan de derechos en Arabia Saudita. Solo necesitan
algún simulacro de comicios municipales para preservar su veneración
por la soberanía ciudadana.
La pasión por los mismos valores que exhibe Israel, no le
impidió descargar toneladas de explosivos sobre el pequeño país que
protagonizó el año pasado una gran irrupción democrática. Esta
apertura –que siguió al asesinato del ex premier Rafia Hariri–
fue aplaudida por Bush, mientras el movimiento parecía orientarse
hacia el cuestionamiento de Siria y Hezbolá. Estos elogios
desaparecieron cuando Israel sepultó a bombazos a todos los sectores
pro–occidentales del gobierno libanés. No es la primera vez, que
bajo el apuro de un cambio de planes los imperialistas aplastan a sus
propios aliados. Sadam fue, por ejemplo, el gran socio del Pentágono
en la guerra contra Irán, antes de convertirse en el principal
enemigo de la humanidad.
Estados Unidos e Israel no han podido tolerar en Medio
Oriente una paradoja de la democracia que alientan. Incentivaron
elecciones para gestar gobiernos pro–occidentales y se encontraron
con masivos triunfos de partidos islámicos antinorteamericanos,
especialmente en Palestina e Irak. Por eso el imperialismo ya declaró
el réquiem de la primavera árabe y ha resuelto congelar sus
convocatorias a la democracia. Seguramente los expertos de la CNN
explicarán que la “mentalidad árabe” ya no es compatible con las
instituciones de Occidente.
“Paz sin contrapartida”
Israel ha difundido nuevamente la creencia que propone
acuerdo y le contestan con bombas. Algunos afirman que “el premio
recibido por nuestro retiro de Gaza fue una escalada de los
misiles”. Pero lo cierto es que el ejército del país solo abandona
parcelas de poca importancia para ocupar terrenos de mayor gravitación.
El resultado de esta estrategia es la continuada expulsión de los
palestinos y la creciente ampliación geográfica de Israel.
Este ensanchamiento no es un efecto guerras indeseadas,
sino el producto de una meditada política de anexión territorial.
Por esta razón fueron asesinados 150 palestinos en Gaza y Cisjordania
mientras duró el ataque al Líbano. La decisión de demoler cualquier
atisbo de vida normal en los territorios ocupados se mantiene luego de
la tregua acordada en el frente norte.
En los últimos años Israel instrumentó una “desconexión
unilateral” para remodelar las fronteras a su conveniencia. Captura
las tierras más valiosas de Cisjordania y perpetúa un cerco en torno
al gran campo de concentración que ha creado en Gaza. El eje de esta
política es la absorción definitiva de la primera zona y la
destrucción de la segunda. Esta absorción tuvo que un debut militar
(1967–73) seguida por el asentamiento de colonos religiosos
(1974–77), fue coronada con la instalación final implementada por
los gobiernos derechistas del Likud.
En Cisjordania se ha construido una constelación de
colonias, sostenidas con millonarias inversiones y sólidas
administraciones estatales. La población palestina ha quedado
desperdigada en cantones desconectados y solo puede circular en forma
restringida, con documentación muy específica. La vieja Jerusalem
quedó totalmente absorbida y no es proclamada oficialmente capital
del país para evitar roces diplomáticos internacionales. Todas las
colinas y zonas de manejo de los recursos hídricos (mucho más
baratos que cualquier plan para desalinizar el agua) han pasado a
manos de los ocupantes.
Israel aprovechó el período de negociaciones vigente
entre Oslo (1993) y Camp David (2000) para apropiarse del 60% del
nuevo territorio y del 80% del agua. Aumentó de 100.000 a 253.000 el
número de colonos y ahora construye el gran muro (a un ritmo de 500
metros por día) para completar el encierro de la población palestina
y precipitar su expulsión. Los registros y chequeos permanentes
persiguen este objetivo, porque de la vieja frontera del 67 ya no
queda nada.
Los palestinos han quedado dispersados en un territorio
agujereado. Sufren la aplicación del modelo sudafricano del
Bantustan, que desgarra a su país en cantones incomunicados. Los que
permanecen deben someterse a las reglas de la dependencia financiera
total, ya que sus ingresos son confiscados por Israel y luego
parcialmente devueltos. Por eso el ocupante puede mantener, reducir o
cortar a gusto estos fondos (como ha ocurrido luego del triunfo del
Hamas). Este proceso de expropiación no solo demuestra la
inexistencia de predisposición pacifista por parte de Israel, sino
que ilustra crudamente el sentido del proceso colonial precedente.
“Reparación histórica”
Los sionistas argumentan que la constitución del estado de
Israel constituyó una reparación internacional por los sufrimientos
padecidos por el pueblo judío. Erigieron el país recordando el
holocausto, como una tragedia que debería evitarse por la fuerza en
el futuro. Con este espíritu de venganza arremetieron contra
palestinos que no tuvieron ninguna participación en un genocidio
perpetrado en Europa.
En 1948 vivían en la zona 600.000 judíos y 1,2 millones
de árabes. La guerra derivó en la emigración forzada de de 750.000
miembros de esta segundo colectividad, bajo el colapso provocado por
la partición que dispuso la ONU. Esta decisión fue adoptada sin
ninguna consulta a la población.
Lo que habitualmente se reivindica como una decisión
equitativa de las Naciones Unidas fue un típico acto de reparto
colonial de territorios ajenos, por parte de potencias acostumbradas a
recortar el mapa en función de sus conveniencias. Una consulta a los
interesados seguramente hubiera demostrado que la mayoría se oponía
a la partición. Los palestinos constituían históricamente una
comunidad multiétnica que incluía a judíos, cristianos y
musulmanes. La fractura del país provocó un conflicto que escaló
sin pausa y ensangrentó a varias generaciones de Medio Oriente.
La partición sepultó incluso el proyecto de un hogar
nacional judío, que podría haberse erigido mediante compromisos con
los habitantes de Palestina y convirtió una ideología de origen
nacionalista –como era el sionismo– en una doctrina colonialista.
La idea de unir voluntariamente a los judíos interesados en
aglutinarse como nación se transformó en un proyecto de despojo de
otra comunidad.
Con este giro comenzó a propagarse el mito de la “tierra
vacía” que han difundido todos los conquistadores de cualquier época.
Afirmaron que “no había nadie” en las zonas que ocuparon a punto
de pistola y en un breve período histórico implementaron la
apropiación violenta que caracteriza a la acumulación primitiva de
capital.
El experimento colonialista no se impuso en Medio Oriente a
través del exterminio físico generalizado (como en Ruanda), sino a
través de golpes específicos, destinados a confiscar las tierras de
los palestinos y forzar su partida. Algunos autores denominan
“sociocidio” a este proceso de demolición de una sociedad, a través
de la conversión de los campesinos en refugiados, el exilio de la
intelectualidad y el desmantelamiento de las ciudades (solo se salvó
Nazareth para preservar las relaciones con el Vaticano).
La sociedad israelí se constituyó exaltando estas proezas
bélicas. La seguridad se transformó en el principio ordenador de un
estado que absorbe oleadas de inmigrantes
en un espacio territorial minúsculo (la última desde Rusia).
Esta obsesión por el enemigo externo atenúa las tensiones internas
entre las distintas comunidades que arriban al país (especialmente
entre europeos y orientales). El precio de esta beligerancia ha sido
el encierro colectivo, en un espíritu guerrero que asfixia a los
propios conquistadores.
Pero el mayor obstáculo de este atropello ha sido la
resistencia de los palestinos. Israel no pudo estabilizar su dominación
por la inviabilidad contemporánea de los tres recursos tradicionales
de la conquista: el exterminio (amerindios), la esclavización
(africanos) y la expulsión del territorio (típica de la Antigüedad).
Estas formas de masacre eran corrientes hasta el siglo XIX, pero no
pueden implementarse en la actualidad.
Israel comenzó a desenvolver su colonialismo tardío en un
período signado por la descolonización y la lucha internacional
contra el racismo. Los palestinos resistieron su disolución en los países
fronterizos, con actos de heroísmo propios de David frente a Goliat,
reproduciendo la acción de los sublevados judíos del Gueto de
Varsovia (1934).
“Una
alianza necesaria”
Lo que más alimenta el belicismo de Israel es la relación
carnal que ha establecido con Estados Unidos. Los sionistas afirman
que esta estrecha conexión constituye un imprevisto efecto del
ajedrez político internacional. Proclaman con ridícula ingenuidad
que “la ayuda de los norteamericanos nos permite enfrentar a
millones de árabes”, sin preguntar a quién beneficia esa
colaboración.
La amalgama con Estados Unidos no fue constitutiva de la
formación de Israel. La creación del nuevo estado contó con el
visto bueno de la URSS y en los 60
Francia era el principal abastecedor militar del país, porque buscaba
gestar una alianza antiárabe en plena guerra en Argelia. Cuándo
Israel ocupó la península de Sinaí –complementando el desembarco
anglo–francés en el Canal de Suez (1956)– Estados Unidos vetó la
operación. Lo que indujo a la primera potencia a consolidar un
enclave de largo plazo con Israel fue la fulminante victoria sionista
de la guerra de los seis días (1967).
A partir de ese momento se afianzó en Norteamérica el
famoso lobby israelí, como un grupo de presión más influyente que
su equivalente cubano o petrolero. Es una asociación muy vinculada
con los neoconservadores de Bush, que trabajó intensamente a favor de
la guerra de Irak. No opera como una red específicamente judía,
puesto que dos tercios de esta colectividad no participan en las
organizaciones sionistas y se mantienen muy distantes de todos los
acontecimientos de Medio Oriente. El lobby es un grupo político–financiero
de composición muy cambiante.
El afianzamiento de las relaciones con Estados Unidos
facilitó, a su vez, la convergencia de la derecha israelí del Likud
con las corrientes cristianas reaccionarias que dominan en el partido
republicano. Este vínculo se reforzó con la llegada a Israel de
colonos pertenecientes a las sectas más cavernícolas de Estados
Unidos.
Bajo estas influencias el socio sionista ha quedado
ubicando en la primera línea de la batalla contra el mundo musulmán
que promueven los teóricos derechistas. Bush utilizó varias veces el
término de “cruzada” para sugerir la existencia de una guerra
santa en Medio Oriente. Esta acción –concebida como una gesta de la
civilización “contra el complot islámico”– es difundida con
delirantes prejuicios por los grupos reaccionarios de ambos
continentes.
El sionismo contemporáneo ya no preserva ningún vestigio
del comunitarismo igualitarista que incluyó en sus orígenes,
especialmente en las granjas agrícolas colectivas de los Kibutzim. Es
una ideología plenamente convergente con el fundamentalismo
neoconservador. La superioridad de los judíos es justificada en
Israel con los mismos arcaísmos que se utilizan en Estados Unidos
para rechazar a Darwin.
Israel actúa desde hace cuarenta año como peón del
imperialismo. Tanto la superioridad militar como su permanencia en los
territorios ocupados se han transformado en componentes claves de la
estrategia mundial de Estados Unidos. Esta función geopolítica ha
sido muy visible durante la reciente guerra del Líbano.
Esta agresión fue presentada como un acto de soberanía
fronteriza, pero muchos analistas israelíes no ocultaron que el
destinatario del operativo era Irán..
Se buscó enviar una advertencia a un régimen enfrentado con Estados
Unidos, que ha retomado el desafió nuclear censurado por las
potencias de Occidente. Israel tiene experiencia en esta materia,
porque en 1981 atacó desde el aire las plantas de procesamiento del
cuestionado material atómico que construía Irak. La arremetida al Líbano
fue programada como un eventual preludio del bombardeo este tipo
instalaciones. No está claro si esta operación quedará ahora
suspendida o se mantendrá en la agenda de Bush.
El ataque israelí también buscó abrir un tercer frente
en la guerra regional que Estados Unidos inició en Afganistán.
Pretendió compensar los crecientes fracasos que enfrenta el Pentágono
para convertir a Irak en un manso protectorado petrolero. Con una
victoria en el Líbano, Bush esperaba contrarrestar las dificultades
políticas que enfrenta dentro de Estados Unidos (oposición de los
Demócratas, encuestas en picada, cuestionamientos del establishment).
También intentó retomar el unilateralismo guerrero que naufraga en
el exterior. El bloque internacional con la “nueva Europa” ha
quedado disuelto desde la caída de Aznar y Berlusconi y Blair continúa
tambaleando. El operativo israelí representó una fuga hacia delante
para sortear este cúmulo de fracasos.
“Odiarse
a sí mismo”
Las masacres en el Líbano desataron fuertes críticas a
Israel, que los sionistas interpretan como manifestaciones de un
“antisemitismo sin excusas” . Exhiben como prueba
algunas declaraciones efectivamente insultantes e inadmisibles de sus
adversarios. Pero simplemente olvidan que ningún comentario por
ofensivo que sea merece ser respondido con bombas.
Los sionistas alertan contra la “amenaza que sufre el
pueblo judío” y prometen contrarrestarla con el reforzamiento de
Israel. Recrean temores ancestrales y el espanto legado por el
holocausto para justificar su aplicación de la ley de la selva en
Medio Oriente. Lo cierto es que las comunidades judías no afrontan un
riesgo significativo en el mundo, en comparación a otras situaciones
de potencial limpieza étnica. El antisemitismo ya no tiene la
incidencia del pasado y es utilizado para ocultar lo que está en
juego en Palestina.
Este oscurecimiento se basa en la confusión creada por la
errónea identificación de tres conceptos: judaísmo, sionismo e
Israel. Quiénes presentan a estas nociones como indisociables
bloquean cualquier reflexión racional de la tragedia de Medio Oriente.
El judaísmo es una religión, una cultura o una tradición de un
pueblo diseminado por muchos países. El grado de permanencia de su
identidad diferenciada ha variado significativamente en cada generación
y en cada región. No solo hay más judíos en el mundo que en Israel,
sino que un importante número de ellos no tiene ningún vínculo con
Medio Oriente.
Israel es un estado construido a partir de la hegemonía
confesional de los judíos. Pero actualmente incluye no solo una
considerable minoría de árabes–israelíes –hostilizados y
separados del resto de los palestinos– sino también a varios grupos
de inmigrantes sin ningún lazo con algún pasado judío. Finalmente,
el sionismo es la ideología colonialista que justifica los derechos
de los invasores sobre las tierras que pertenecían a los pobladores
originarios de Palestina. Esta doctrina reivindica la superioridad de
los colonos apropiadores (“construimos un país en el desierto
frente a la inoperancia de los árabes”), con argumentos milenarios,
sagrados o simplemente pragmáticos.
Si se toma en cuenta estas diferencias, no es lo mismo
declararse antijudio, antisionista o antiisraelí. La primera definición
es racista y la segunda anticolonialista, mientras que la tercera no
presenta un significado nítido. Al igual que el antinorteamericanismo
expresa más bien el rechazo a la opresión imperialista, que un
repudio de pueblo hacia otro.
El sionismo ha demolido los valores de la tradición judía.
Su crimen contra el pueblo palestino destruye el fundamento ético y
humanista de ese legado cultural. La sociedad israelí adoptó un
perfil militarista que enaltece la violencia, en abierta oposición a
la hermandad que propiciaron los pensadores judíos.
Reflexionar en torno a este contraste es un ejercicio
inconcebible para los sionistas. Interpretan que este cuestionamiento
es propio de “un judío que se odia a sí mismo”. ¿Pero quién
carga con esta dualidad? ¿Los antisionistas que aprueban el acto
humano de la resistencia o los sionistas que justifican los crímenes?
Este tipo de fractura constituye en realidad un
padecimiento estructural de la sociedad israelí, que vive sometida a
un estado de psicosis colectiva y paranoia belicista. El clima de
guerra permanente con sus vecinos ha creado una patología de odio
cada vez más descontrolada.
El sionismo levantó un muro artificial con los pueblos árabes.
Disolvió la historia común y la notoria integración –que a
diferencia de Europa– habían alcanzado las comunidades judías en
esos países. También destruyó la herencia de total ausencia de
choques religiosos que distinguía a la relación entre ambos credos
de los conflictivos vínculos que los dos mantuvieron con el
cristianismo. El propio sionismo tuvo inicialmente poco basamento
religioso, pero bajo el efecto de la brutalidad bélica adoptó los
agresivos principios del misticismo fundamentalista.
Pero ningún argumento histórico o coyuntural alcanza para
negar la realidad de los palestinos. Al cabo de 60 años la tragedia
del oprimido sacude la vida cotidiana del opresor y lo ocurrido en el
Líbano replantea traumáticos dilemas para Israel.
No
hay libertad como opresor
El gobierno de Olmert debió aceptar una tregua con la
sensación de haber padecido un pequeño Vietnam. No pudo doblegar al
Hezbolá, ni detener la lluvia de misiles sobre su territorio.
Acostumbrado a lidiar con los palestinos desarmados de Gaza y
Cisjordania, el ejército israelí quedó desconcertado frente a una sólida
guerrilla y ensayó todas las opciones. Asesinatos de dirigentes,
operativos comando, ataques en pequeña escala y ofensivas masivas.
Finalmente debió avenirse al cese de fuego que inicialmente rechazaba
y toleró que el ejército libanés y la ONU coexistan con Hezbolá en
su frontera.
El contraste entre la euforia de los milicianos libaneses y
la amargura de las tropas sionistas no deja ninguna duda sobre el
resultado del conflicto. Fue solo un round de una pelea de varias décadas
y conviene no olvidar que en 1973 Israel terminó ganando en la
negociación lo que perdió en el campo de batalla. Pero por primera
vez en mucho tiempo, una iniciativa militar israelí concluye en un nítido
revés.
Este fracaso presenta una llamativa coincidencia de
resultados con las acciones norteamericanas de los últimos tres años.
La devastación que ensayaron los pilotos israelíes ya fue practicada
por sus colegas estadounidenses y por eso la mitad de los muertos en
Irak son mujeres y niños abatidos por el fuego aéreo. Los generales
de Pentágono pensaban concluir su guerra con una espectacular operación
en Falulla y el alto mando israelí intentó alcanzar la gloria
mediante una fulminante acción fronteriza.
Ambos apostaron al bombardeo desde el aire, creyendo que la
tecnología podía reemplazar a los soldados de carne y hueso. Bush
cometió la torpeza de disolver la milicia de Sadam y Olmert atacó
sin sentido las instalaciones del ejército libanés. El mismo
imprevisto número de bajas que afecta a los marines le impidió a
Israel continuar la batalla. Un caído cada diez libaneses es una
proporción muy elevada, para un ejército basado en la conscripción
masiva y carente de una gran reserva de pobres para utilizar como
carne de cañón. Olmert intentó precipitar la misma guerra civil
sucia que Bush tolera en Irak, pero solo logró el rechazó unánime
de toda la sociedad libanesa.
La misma ineptitud bélica que desató en Estados Unidos
tantas críticas (especialmente una carta pública de ex generales)
está provocando un vendaval en Israel. Arrecian las denuncias de los
reservistas por la confusión de órdenes, la inoperancia del
aprovisionamiento, el desconocimiento del adversario y la corrupción
del alto mando. La tormenta podría desembocar en una comisión
investigadora para repartir culpas, precipitar un cambio de gobierno o
facilitar la revancha que alienta la derecha.
Pero a mediano plazo nadie podrá evitar enfrentarse con el impasse
histórico creado por la interminable guerra con sus vecinos. La
sociedad israelí carga con una imposibilidad de progreso mientas actué
de carcelera de otra nación. Un pueblo que oprime a otro no puede ser
libre.
Dilemas
palestinos
Los 60 años de lucha de los palestinos han sido una dura
gesta de heroísmo, sufrimientos y frustraciones. No lograron
recuperar sus tierras, ni construir su estado, pero han impuesto la
legitimidad de su demanda. Ya no pueden ser ignorados por Israel, ni
borrados del escenario internacional. Nadie desconoce formalmente su
causa, ni propone “que arreglen sus problemas con los árabes”. La
tesis inicial de los sionistas (“hay mucho espacio para ellos en
Jordania, Egipto y Siria”) resulta actualmente impronunciable.
Pero el movimiento de liberación palestino soporta las
consecuencias del nefasto padrinazgo que tradicionalmente ejercieron
los gobiernos árabes sobre su acción. Esta influencia socavó
durante décadas la efectividad de su resistencia y provocó
incontables derrotas. Las clases dominantes de los países
circundantes de Israel siempre chocaron con un proyecto sionista, que
introducía un poder ajeno en su área de influencia geográfica. La
expulsión de los palestinos agravó todos los desequilibrios de la
región: aumentó la inestabilidad de los regímenes políticos y
profundizó la degradación de las economías ya depredadas por los
colonialistas extranjeros y sus socios locales.
Durante los años 60 y 70 los gobiernos nacionalistas que
intentaron revertir parcialmente ese saqueo –como Nasser en Egipto y
el Baath en Siria– debieron enfrentar a Israel. Pero recurrieron al
terreno de la guerra convencional que favorecía a su enemigo y
sufrieron escandalosas derrotas. El nacionalismo buscaba limitar la
interferencia que representaba Israel a la modernización del
capitalismo árabe y adoptó la causa palestina con este restrictivo
propósito. Nunca apostó a erradicar la opresión imperialista en
Medio Oriente.
Por eso los gobiernos árabes de la época buscaron la
regimentación política, la subordinación financiera y la
dependencia militar de ese movimiento. Trabajaron no solo para acotar
su lucha, sino también para evitar la convergencia de un movimiento
nacional revolucionario con las demandas sociales de los oprimidos de
la zona. Esta tensión se tradujo en numerosos enfrentamientos con los
palestinos y en acciones represivas contra sus sectores más
radicalizados, especialmente en Jordania y el Líbano.
Estos choques y los sucesivos reveses frente a Israel
condujeron finalmente al hundimiento del nacionalismo. Los sucesores
de esta corriente abandonaron primero la opción militar y cambiaron
luego directamente de bando. Establecieron relaciones con Israel y se
convirtieron en obedientes socios del Pentágono. Esta subordinación
ya es tan grande en la actualidad, que Egipto y Jordania ni siquiera
rompieron estos vínculos durante los recientes bombardeos israelíes
al Líbano.
Frente a esta agresión, la Liga Arabe se reunió, emitió
un comunicado de ocasión y bajo la influencia de los jeques de Arabia
Saudita se escucharon más condenas a Hezbolá que a Estados Unidos.
En realidad, los gobiernos árabes pro–imperialistas esperaban que
los sionistas destruyeran a las milicias islámicas que corroen la
estabilidad de sus negocios petroleros.
En Siria subsiste el único régimen de origen
nacionalista. Mantiene un potencial conflicto con Israel y un férreo
control sobre los oprimidos de su país y el Líbano. Pero desde que
perdió el padrinazgo de la URSS, sus presidentes se han mostrado muy
permeables a las presiones norteamericanas. Por eso hay sectores del
gobierno israelí que buscan empujar a Siria por el camino de Egipto y
Jordania, ofreciendo como zanahoria la devolución de las alturas del
Golán, que ya no tienen la relevancia militar del pasado.
La resistencia palestina ha debido lidiar con los gobiernos
árabes desde que la OLP se constituyó en una fuerza autónoma. Logró
desenvolver una extraordinaria lucha guerrillera y desembarazarse
parcialmente de esta sujeción durante los años 60 y 70 y también
durante la primera Intifada (1987). Esta “revolución de las
piedras” fue un extraordinario levantamiento masivo que incluyó
formas muy avanzadas de autoorganización popular y participación
colectiva. Provocó la desmoralización del ejército ocupante, la
quiebra de la sociedad israelí e impuso el reconocimiento del
interlocutor palestino.
Pero Arafat aceptó los términos propuestos en Oslo (1993)
y Camp David (2000) que nunca contemplaron la constitución de un real
estado palestino y este aval provocó la pérdida de autoridad de la
OLP. En un clima de corrupción, proliferación de dudosas ONGs,
financiación europea y verticalismo autoritario, el Fatah fue
cuestionado primero por militantes e intelectuales (como Edward Said)
y luego por el grueso de la población. En este contexto de frustración,
las provocaciones de Sharon desataron la segunda Intifada (2000) más
militarizada y bajo la creciente dirección del Hamas. Esta organización
tomó la posta del combate y garantizó la supervivencia de la
sociedad palestina frente al colapso de la OLP.
La lucha palestina se desenvuelve actualmente en un marco
de generalizada irrupción de los movimientos islámicos. El triunfo
del Hamas constituyó otro hito de este aluvión, que se ha reforzado
con la victoria de Hezbolá frente a Israel. Nasrallah ya alcanzó un
nivel de popularidad en Medio Oriente, equivalente al logrado por
Nasser en los años 60.
En las nuevas circunstancias comienza a reaparecer el viejo
problema del control gubernamental sobre los movimientos de
resistencia. Hezbolá ha demostrado una postura de inédita
solidaridad con los palestinos. Pero sus allegados de Irán persiguen
otros propósitos geopolíticos. Buscan reducir la presión
norteamericana sobre el programa nuclear y aumentar su influencia
sobre los chiitas de Irak para expandir el régimen de los Ayatollahs.
El Hamas está sometido a un hostigamiento terrorista muy
superior a todo lo padecido por el Fatah. Israel no lo deja gobernar,
ni permite mantener en pie ninguna forma de vida organizada en Gaza y
Cisjordania. Pero también los gobiernos árabes aprovechan esta
tragedia para hacer valer su influencia económica. Son los únicos
proveedores de recursos ante el corte de suministros de Europa y
Estados Unidos (que financiaban a la OLP) e intentan por esta vía
domesticar al nuevo gobierno palestino.
Los dilemas de esta resistencia y el impasse estructural de
la sociedad israelí convergen en torno a la gran pregunta de Medio
Oriente: ¿Cómo solucionar el problema nacional de la región?
Israel
y los refugiados
Cualquier desenlace progresista de la cuestión palestina
requiere ante todo la derrota del expansionismo sionista. Este es el
punto de partida para evaluar una resolución del conflicto. Esta
victoria de los palestinos supondría el desmantelamiento del estado
colonialista y de ninguna manera la eliminación física de los israelíes.
Conduciría a establecer la igualdad derechos, anulando todos los
principios que legalizan la ocupación de territorios ajenos. Mientras
Israel maneje los dispositivos de inmigración en un espacio tan
reducido, continuará funcionando una máquina de expulsar a los
pobladores originarios para establecer a los recién llegados.
En lugar de discutir este problema los sionistas afirman
que los “árabes nos quieren echar al mar” e interpretan un lema bélico
surgido durante las primeras guerras (“destruir el estado de
Israel”) como una convocatoria al asesinato masivo de los judíos.
Esa frase surgió como reacción defensiva frente a la acelerada
expansión del nuevo estado de colonos y actualmente es poco
utilizada.
Es cierto que recientemente la repitió el presidente de Irán,
aunque luego aclaró que proponía “borrar del mapa al régimen
sionista y no a Israel”. Pero lo esencial del tema es que ninguna
propuesta concreta de los palestinos plantea consumar actos de
genocidio, ni imponer exilios forzados. Endilgarle este propósito es
una caricatura o un panfleto semejante al que utiliza Bush, para
justificar la “guerra preventiva” con algún video de Bin Laden.
En la izquierda el uso de la vieja fórmula: “destruir el
estado de Israel” es claramente inconveniente. Es un planteo que se
malinterpreta con facilitad, ya que las luchas nacionales tienden a
adoptar siempre un programa positivo de reclamo de independencia, en
desmedro de la faceta negativa (eliminar el estado opresor). En las
luchas antiimperialistas de cualquier país, no es común convocar al
“aniquilamiento del estado norteamericano, francés o ingles” y ni
siquiera el desmonte del Apartheid se realizó bajo un llamado a
“destruir del estado sudafricano”. En los hechos, cualquier
transformación progresista requiere abolir la situación colonial,
pero este objetivo tiende a ser enunciado en función de lo que se
quiere construir y no de lo que busca eliminar.
Anular el carácter colonialista de Israel es indispensable
para zanjar el problema de los refugiados palestinos, que el sionismo
esperaba disipar con el paso del tiempo. Apostaba a un olvido histórico,
semejante al sufrido por los aborígenes en las reservas del oeste
norteamericano. Pero en el año 2001 había 1,2 millones de refugiados
en los campos y 2,6 millones fuera de estos albergues. Conforman un
bloque de 3,8 millones de personas que demandan la restauración de
sus derechos.
La expectativa derechista de congelar el problema fue
demolida por la resistencia. Cada oleada de lucha palestina ha
replanteado la exigencia del retorno de los refugiados y esta demanda
fue particularmente contundente durante la primera Intifada
Un aspecto clave del fracaso de Oslo y Camp David fue
justamente su total omisión de este problema. Existen discusiones
sobre opciones alternativas al simple retorno de los expropiados a sus
hogares, basadas en la devolución de pertenencias, reparaciones o
compensaciones equivalentes. Pero incluso estas posibilidades
requieren primero anular el carácter colonialista de Israel. La
principal ley constitutiva de ese estado asegura derechos
territoriales al inmigrante judío a partir de la negación de este
mismo atributo para los refugiados palestinos. Bajo este sistema de
recepción y expulsión de habitantes en base a
criterios étnicos, el conflicto nunca tendrá solución.
La
coexistencia de dos naciones
En el campo progresista nadie pone en tela de juicio los
reclamos legítimos de los palestinos. ¿Pero que ocurre con los
atributos nacionales de los israelíes? También aquí están fuera de
duda sus derechos ciudadanos y libertades para vivir en la zona.
Promover el retorno a sus países de origen es un disparate
reaccionario. ¿Pero qué sucede con su nacionalidad? ¿Podrían
preservarla o deberían disolverla en pos de superar las
confrontaciones de Medio Oriente?
Israel se construyó sobre la opresión de los habitantes
originarios, pero repitiendo lo ocurrido con países del mismo tipo
(EEUU, Canadá, Argentina, Nueva Zelanda), este crimen de nacimiento
ha dado lugar a una nueva nación que ya no puede abolirse. Al cabo de
varias décadas de existencia es evidente la consolidación de una
nacionalidad de los israelíes.
Esta singularidad se manifiesta tanto en el plano objetivo
(lengua, territorio, economía común) como en la esfera subjetiva de
los sentimientos de pertenencia a una misma comunidad (pasado y lazos
culturales compartidos, conciencia de grupo diferenciado). El
afianzamiento de un idioma en desuso como era el hebreo –para
sustituir las lenguas maternales de los judíos inmigrantes de
distinto origen– ha contribuido a estabilizar esta nueva
nacionalidad. Cualquiera sea el criterio elegido para definir a una
nación– patrones objetivos, subjetivos o una combinación de
ambos– es evidente que los israelíes reúnen actualmente estos
atributos.
Esta conformación ha seguido el modelo de las naciones
gestadas a partir del establecimiento de un estado (Francia, Portugal,
Gran Bretaña, España). Expresa un desenlace histórico inverso al
que seguirían los palestinos si logran forjar su estado como coronación
de un proceso previo de formación de una identidad nacional. Este
segundo curso repetiría el rumbo de los países surgidos al calor de
una lucha anticolonial (India, Argelia). Pero lo importante es que
como resultado de procesos históricos diferentes, tanto a los israelíes
como los palestinos les corresponden derechos nacionales y no solo
ciudadanos.
Desconocer esta legitimidad conduciría a resucitar un
viejo error del siglo XIX: la creencia que existen “pueblos sin
historia”, inevitablemente condenados a actuar como peones de la
reacción y “pueblos con historia”, destinados a comandar la
emancipación de sus vecinos junto a la propia. La historia del
marxismo ha sido un largo e inconcluso aprendizaje de equivocaciones
de esta índole.
En Medio Oriente la autodeterminación de un pueblo
oprimido como es el palestino, no puede hacerse desconociendo los
derechos nacionales de los habitantes del estado de Israel que los
oprime. La solución del conflicto requiere este reconocimiento para
abrir un escenario de coexistencia entre las dos comunidades
nacionales.
Dos
estados soberanos
Una solución del conflicto comenzó a esbozarse a partir
de los años 70, cuándo en el movimiento palestino se acordó
discutir la formación de dos estados sobre la base del retorno de los
refugiados y el retiro israelí a las fronteras vigentes en 1967. Esta
opción cobró más fuerza luego de la primera Intifada. Pero Israel
boicoteó sistemáticamente todas las negociaciones. Obstaculizó cada
tratativa para ganar nuevos pedazos de territorio mediante operaciones
militares.
Es completamente falso atribuir el fracaso de estas
conversaciones a los “fanáticos de ambos campos”.
En este caso no existen “responsabilidades compartidas”, ni culpas
equitativamente distribuidas entre los asesinos de Rabin y los
miembros de la Jihad islámica. La guerra que inició Sharon y que
continúa Olmert persigue el evidente propósito de sepultar cualquier
perspectiva de dos estados. Las negociaciones son impracticables,
mientras Israel continúe ejecutando su cuota de asesinatos diarios en
Gaza.
Pero lo que entierra estructuralmente a estas
conversaciones es el grado de colonización perpetrado en Cisjordania.
El número de asentados, la dimensión de la infraestructura
construida, el apoderamiento de tierras torna muy difícil el retiro a
las fronteras del 67. Y sin este repliegue el estado palestino es
completamente inviable. No hay margen para erigir esa entidad en la
geografía amurallada y desmembrada de la Banda Oriental.
Muchos autores progresistas igualmente sostienen la
factibilidad de esta opción.
Estiman que el retiro forzoso de varios miles de colonos de Gaza por
parte del gobierno de Sharon demostró que un retorno del mismo tipo
podría implementarse en Cisjordania.
Pero aquí la diferencia de cantidad determina un salto de
calidad. Israel ha incorporado las principales zonas de la Banda
Oriental a su territorio de la misma forma que extendió sus fronteras
del esquema inicial de la partición al país existente en 1967. Tendría
que padecer una derrota de gran impacto, un desgaste insoportable como
ocupante, una fuerte corrosión interna o una pérdida de sostén
internacional para resignar las porciones ya recolonizadas de
Cisjordania y Jerusalem.
Quiénes imaginan posible este retiro afirman que el
proyecto de dos estados no está destruido, sino solo afectado por la
etapa de agresión imperialista inaugurada el 11 de septiembre.
Estiman que un giro hacia el multilateralismo que incluya el fin de
Bush arrastraría también a la derecha israelí. Pero incluso en este
escenario no se vislumbra una reducción del sostén geopolítico que
Estados Unidos brinda al sionismo y este apoyo implica una política
militar agresiva, que torna muy difícil la subsistencia de un estado
palestino soberano. Es cierto que el grado de asociación estrecha
entre Norteamérica e Israel solo tiene 40 años, pero se ha
convertido en un pilar de la estrategia imperialista en la principal
zona periférica del planeta.
Como esta simbiosis no existió con Sudáfrica, muchos
analistas estiman que resulta muy improbable en Medio Oriente la
repetición de un desmonte semejante al observado con el apartheid.
Varios gobiernos norteamericanos toleraron la campaña internacional
contra el racismo en Africa austral, pero ninguno aceptó la menor crítica
a Israel. Este contraste ilustra cuán diferentes son los intereses en
juego en cada caso.
Existe otro argumento mucho más pragmático a favor de los
dos estados, que simplemente subraya la inexistencia de otra
alternativa realista para superar el conflicto. Pero esta afirmación
que parecía evidente en los años 80 y 90 ha perdido credibilidad en
la actualidad. La guerra permanente contra los palestinos y la ocupación
de Cisjordania han reducido drásticamente la factibilidad de esa opción.
Por eso no se vislumbra por ahora el retiro de Israel al 67 y la
negociación de las demandas de los refugiados.
Un
solo estado laico y democrático
Los impedimentos que afronta el proyecto de dos estados
soberanos ha resucitado la alternativa que promovía la OLP en los años
60: construir un estado único, laico y democrático para los
habitantes de la región, que elimine todos los componentes de
discriminación étnica o religiosa.
Este proyecto es el planteo tradicional de la izquierda.
Pero lo novedoso es su embrionario resurgimiento como opción en Medio
Oriente, a partir de proyectos animados por algunos intelectuales y
militantes de la región. Proponen un programa de reorganización
democrática, anulación del estado étnico y el establecimiento de la
ciudadanía por criterios de residencia.
Esta solución es la más avanzada y conveniente. Se basa
en el precedente republicano francés y reduce la utilización de
estas creencias religiosas como justificación bélica. Propone
disolver los conflictos entre comunidades reuniendo a todos los
pobladores bajo un mismo techo, con derechos y obligaciones ciudadanas
equivalentes. Este camino de convergencia siguió la conformación de
muchos estados contemporáneos.
El principal obstáculo que enfrenta esta opción es su bajísima
aceptación actual. Es un programa que tiene pocos defensores de peso,
porque la OLP abandonó esta propuesta, las corrientes islámicas
nunca la apoyaron y en Israel jamás tuvo avales significativos. La
solución democrática del problema nacional exige que cada comunidad
defina libremente el tipo de organización estatal que prefiere. Y es
evidente que solo contados palestinos y casi ningún israelí aceptarían
actualmente la conformación de un estado en común. Especialmente en
Israel se ha difundido un terror generalizado por la futura supremacía
demográfica de los palestinos dada su alta tasa de natalidad. Varias
encuestas realizadas entre ambos grupos confirman esta mutua
animosidad. Pero como tampoco se percibe la viabilidad del modelo de
los dos estados, todos los deseos colectivos presentan un carácter
transitorio y mutable.
Israel atraviesa un trauma político sin devenir
previsible. El sistemático giro hacia la derecha que ha prevalecido
desde los 90 contrasta con el clima progresista que predominó durante
las marchas que reclamaban “Paz Ahora” en 1982 y 1988–90. Pero
el reciente fracaso en el Líbano permite concebir en algún momento
un retorno a ese escenario, si las agresiones militares no dan
resultado. Por su parte, los palestinos se encuentran bajo el shock
del terror de la ocupación, en un marco de ascenso del Hamas que no
ha definido claramente cuál es su proyecto futuro.
Un segundo problema del estado único es su carácter
laico, opuesto tanto al molde sionista (confesional judío), como a la
variante multiconfesional libanesa (cristianos y musulmanes) o las
vertientes teocráticas que promueve el integrismo islámico. Pero
este retroceso hacia propuestas religiosas presenta muchos matices. El
huracán islámico en curso es muy heterogéneo en el plano político.
Incluye vertientes de izquierda y derecha, radicales y conservadoras,
antiimperialistas y pro–norteamericanas. Reúne a los
fundamentalistas talibanes y a los respetuosos de las mujeres, las
minorías étnicas y otras creencias. La marea islamista canaliza
corrientes progresistas junto a planteos retrógrados. El Hamas, por
ejemplo, es un movimiento político que ha puesto distancia con el
totalitarismo fundamentalista. Hezbolá en el Líbano tampoco impulsa
un régimen político excluyente, sino una variante del sistema
multiconfesional vigente. Hay que reconocer igualmente que el contexto
para un programa laicista es menos favorable que en el pasado.
En Sudáfrica la minoría blanca se avino a introducir la
ciudadanía formal y a compartir en los hechos el sistema político
con las elites negras y mestizas, a cambio de preservar sus
privilegios económicos. Pero la reproducción de este esquema no es
sencilla. Allí no hubo creación de nuevas estructuras nacionales y
también existen ciertas diferencias estructurales.
Mientras que la economía sudafricana integraba a los
trabajadores negros como explotados en las minas, las fábricas y el
campo, la colonización israelí expulsa a los palestinos y tiende
incluso a sustituirlos por fuerza de trabajo de cualquier origen en
los momentos de mayor crisis (tailandeses, filipinos, turcos). Esta
segmentación se traduce en una fractura de la clase obrera de la región
que conspira contra el estado compartido.
La
perspectiva socialista
La mejor propuesta para resolver el conflicto es el estado
único, democrático y laico. Podría emerger súbitamente como
alternativa en el escenario de un colapso catastrófico de Israel.
Algunos autores imaginan un fin comparable al padecido por el nazismo
en Alemania. En el caso que Estados Unidos se atreva a concretar la
guerra contra Irán (y eventualmente Siria) que proyectó Rumsfeld,
cualquier tipo de estallido es posible. Y si Israel participa en
semejante aventura podría abrir las compuertas hacia su
auto–destrucción, en un marco de reorganización general de Medio
Oriente. Pero este razonamiento contiene demasiados ingredientes
especulativos.
En condiciones menos explosivas, la marcha hacia un estado
único podría transitar por incontables senderos de aproximación,
signados por victorias territoriales y avances en la gestación de una
conciencia democrática común entre palestinos e israelíes. Este
curso presupone derrotas del ejército sionista que lo obliguen a
devolver las granjas de Cheeba al Líbano, el Golan a Siria, hasta
empujarlo al abandono de Cisjordania. No es sencillo imaginar como
podría concretarse este repliegue, pero tampoco se puede pensar el
nacimiento del estado palestino sin ese retiro.
La historia de los procesos revolucionarios está signada
por numerosos ejemplos de concesiones territoriales al enemigo. Lenin
aceptó en Brest Listvosk un acuerdo con Alemania, Mao toleró la
supervivencia de Taiwán y Fidel convive con Guantánamo. También son
completamente legítimas las treguas. Hezbolá por ejemplo avaló
recientemente la presencia de tropas de la ONU en el sur libanés.
Pero lo que no resulta viable es el modelo de una Palestina
desmembrada que ofrece Israel, copiando el modelo de las republiquetas
construidas durante el Apartheid sudafricano (los Bantustan).
La batalla por el estado único podría seguir, por lo
tanto, un camino recto o sinuoso. Pero siempre estará asociado al
grado de aceptación que este propósito logre en ambas comunidades.
Nadie puede anticipar cuánto tiempo tardará en cicatrizar el abismo
de sangre que ha creado seis décadas de represión colonial
ininterrumpida. La superación de esta herencia requerirá nuevas
relaciones sociales de fuerza, otro grado de conciencia política y
una experiencia de acciones comunes de los movimientos progresistas
palestinos e israelíes.
Pero la verdadera distensión entre los pueblos y el fin de
los enfrentamientos nacionales exige erradicar el capitalismo. Este
sistema perpetúa las rivalidades étnicas para facilitar las
ganancias de las grandes corporaciones. Millones de individuos se
enfrentan entre sí en Medio Oriente para que los financistas de Wall
Street, los jeques del petróleo, los generales de Israel y los
potentados del mundo árabe incrementen sus privilegios. Solo la
hermandad de todos los oprimidos contra sus opresores podría eliminar
el tormento de sangre que padece la zona.
Si judíos, cristianos, sunitas y chiitas de todas las
nacionalidades actuaran en común contra sus verdaderos enemigos, los
cañones apuntarían contra los culpables del drama regional. La
constitución de una federación socialista de todos lo pueblos es el
único remedio de largo plazo para los conflictos de Medio Oriente. El
socialismo transita aquí como en ninguna otra parte del mundo por el
sendero de la emancipación nacional. Pero, a su vez, esta liberación
no se afianzará si no desemboca en la extinción de las raíces
capitalistas de todas las formas de opresión.
Solidaridad
latinoamericana
La causa palestina es una bandera compartida por todos los
movimientos sociales del planeta. Los sufrimientos de la población
civil y la resistencia popular en Medio Oriente despiertan un grado de
simpatía y adhesión internacional cada vez mayor. Esta lucha es
vista como una batalla contra la guerra que provocan los opresores y
una campaña a favor de la paz que demandan los oprimidos.
Las movilizaciones realizadas ante la reciente agresión al
Líbano han sido sin embargo relativamente limitadas fuera del mundo
árabe. No se registraron marchas masivas en Europa y Estados Unidos
como consecuencia de varias dificultades políticas. Luego de las
grandes manifestaciones contra la guerra de Irak de febrero de 2003 la
protesta internacional perdió fuerza. Tanto la expectativa de
revertir esta invasión por medio de la diplomacia europea, como la
esperanza de un desplazamiento electoral de Bush, afectaron al
movimiento. Por otra parte, las acciones de Al Qaida tienen un efecto
devastador sobre la lucha democrática. Pero este reflujo es
coyuntural y tiende a revertirse con las nuevas acciones que, por
ejemplo, promueven las madres de soldados estadounidenses caídos en
Irak.
En América Latina el impacto del conflicto de Medio
Oriente es muy superior al pasado. Basta observar el lugar que ocupa
el tema en la prensa, para notar como el avance de la mundialización
incrementó los vínculos de la región con las conmociones
internacionales. En toda la zona se han observado expresiones
contundentes de apoyo a la causa palestina, que han provocado la
indignación de los conservadores. La derecha no sale de su asombro
frente al creciente sentimiento antisionista que se registra desde México
hasta el Cono Sur.
Pero más significativo aún es la influencia de ciertas
actitudes antiimperialistas. Chávez denunció que Israel actúa como
Hitler y retiró a su representante diplomático de ese país. Su
actitud contrastó con Lula y Kirchner que auspiciaron un acuerdo de
librecomercio del MERCOSUR con Israel y bloquearon cualquier condena
de la agresión sionista.
La decisión de Chávez no fue una formalidad propagandística.
Ha sido un acto de gran solidaridad que impactó directamente sobre el
ánimo de la resistencia libanesa. Como señaló el líder de
Hezbbolah: “El presidente de Venezuela hizo lo que no hace la mayoría
de los estados musulmanes” y por eso agradeció su “apoyo moral a
nuestra lucha”.
En todo Medio Oriente la tradición revolucionaria
latinoamericana mantiene una influencia significativa, que se
manifiesta por ejemplo en las fotos del Che Guevara que
invariablemente aparecen en las casas de los combatientes palestinos y
libaneses.
Los resultados de la confrontación en Medio Oriente
influyen, a su vez, directamente sobre América Latina. Si en lo
inmediato Israel sufre una derrota importante, Estados Unidos tendrá
menos poder para implementar sus atropellos en la región. El ALCA
seguirá bloqueado, los tratados bilaterales continuarán enfrentando
serios obstáculos y el imperialismo no podrá relanzar su proyecto de
recolonización política del hemisferio.
Una derrota de Israel reduciría concretamente el margen de
acción del Pentágono para abrir bases militares (como la construida
recientemente en Paraguay), desplegar tropas y seguir apadrinando
–con el pretexto de erradicar el narcotráfico– el estado
terrorista de Colombia. Los militares israelíes asesoraron en el
pasado a Pinochet y a varios dictadores de Centroamérica y están
disponibles para cualquier aventura reaccionaria. Su fracaso acentuaría
las dificultades de Estados Unidos para atacar a Venezuela y agredir a
Cuba desde Miami. También crearía obstáculos al Departamento de
Estado para frenar el giro hacia la nacionalización de los
hidrocarburos que ha comenzado en Sudamérica, en medio del polvorín
petrolero que ha generado en Medio Oriente la ocupación imperialista
en Irak.
El
espejo argentino
El cambio de posturas que se observa en Latinoamérica
frente al conflicto de Medio Oriente se refleja nítidamente en
Argentina. A diferencia de lo ocurrido en las guerras anteriores, esta
vez la conducta pro–israelí no ha sido dominante en el país. Los
representantes de las organizaciones sionistas (DAIA–OSA) quedaron a
la defensiva y los voceros de la comunidad árabe –tradicionalmente
silenciados– pudieron alzar su voz.
Por primera vez aparecieron en la televisión las dos campanas
y los diarios debieron brindar espacio a los críticos de la agresión.
Esta visibilidad expresó el rechazo mayoritario de la
población a los crímenes en el Líbano. Una encuesta en el Gran
Buenos Aires y la Capital Federal indicó que ocho de cada diez
ciudadanos repudió el ataque israelí. Ese índice superó
ampliamente el patrón del 15% que habitualmente se inclina por esta
posición.
También la intelectualidad rompió mayoritariamente con el clásico
patrón de simpatía o neutralidad hacia Israel y se pronunció contra
las acciones del ejército sionista. Solo la derecha más
recalcitrante (Birmajer, Eliashev, Grondona, Aguinis) justificó la
masacre, recurriendo a los argumentos más pueriles del liberalismo.
Este cambio de clima obedece, particularmente en Argentina,
a la gran sensibilidad que existe frente a cualquier atropello a los
derechos humanos. Ver imágenes de terrorismo de estado rememora
inmediatamente a la dictadura y a los desaparecidos. Por otra parte,
el nivel de conciencia antiimperialista ha progresado
significativamente desde el 2001 como lo demostró, por ejemplo, el
repudio a la visita de Bush.
Pero lo que más irrita a muchos sectores de la población
es la conducta del establishment sionista. Este grupo intenta
reproducir la acción del lobby norteamericano–israelí, sin
registrar en que país actúa. Asume los proyectos del Pentágono,
propaga las exigencias del Departamento de Estado contra Irán y
calumnia a la comunidad árabe de la Triple Frontera. El embajador
israelí se comporta con el desparpajo propio de un cónsul colonial y
exige públicamente el despido de los periodistas que le disgustan.
A través de su diario predilecto (La Nación) repudia la
recolección de ayuda para el Líbano, como si fuera un delito
socorrer a las víctimas de un bombardeo o colaborar con la
resistencia. La financiación de las actividades criminales del estado
de Israel se ha institucionalizado, en cambio, como un episodio normal
de la vida comunitaria. Cualquier crítica al sionismo en la
universidad, los sindicatos o en la fachada de un edificio es
convertida en un gran escándalo mediático.
Pero lo novedoso es la oposición que desatan estas
conductas incluso dentro de la propia colectividad judía. Ha crecido
la desconfianza hacia los dirigentes que colaboraron con el trabajo
sucio que realizó la CIA y el Mossad para evitar el esclarecimiento
de los atentados a la embajada y la AMIA. Al cabo de 14 años de
pesquisas no se sabe nada sobre los responsables externos y sus
conexiones locales. En este complicado marco Kirchner hace
malabarismos. Tomó cierta distancia del liderazgo sionista, pero está
muy lejos de imitar a Chávez. Evita pronunciamientos y rechazó el
envío de las tropas al Líbano que solicitó la ONU para preservar un
perfil político bajo.
La reciente guerra precipitó en Argentina una división
política e ideológica totalmente divorciada de las creencias
religiosas. A las manifestaciones de Palestina concurre la izquierda y
las marchas por Israel aglutinan a la derecha. Este alineamiento
resulta incomprensible para los sionistas. Pero en realidad ilustra
cuán bien se ubica la izquierda en los campos en conflicto. Deja de
lado cualquier prejuicio nacional, étnico o religioso y se coloca dónde
hay que estar: junto a los oprimidos y contra los opresores.
Esta postura de solidaridad es un acierto político
sostenido en una actitud ética. La causa palestina interpela a todos
los ciudadanos del mundo y obliga a definir conductas individuales.
Nadie puede ocultar cuál es su posición frente a un pueblo agredido.
Afortunadamente, cada día son más visibles las demostraciones de
apoyo a una heroica resistencia.
Economista, Investigador del Conicet y profesor de la UBA. Miembro
del EDI (Economistas de Izquierda).
Rein
Raanan. “Israel tiene derecho a usar la fuerza”. Clarín,
7-8-06
Dzalb Damian “Hezbollah decidió instalar la guerra”. Clarín
9-8-06
Así lo denomina: Levy Gideón. “Un apagón moral para Israel”
La Nación 1-8-06.
Grynwald Luis.”El estado de Israel está frente a su sexta
guerra de defensa”. Clarín, 3-8-06.
Dzalb Damian “Hezbollah decidió instalar la guerra”. Clarín
9-8-06
Saxe explica el sentido geopolítico de esta estrategia. Saxe Fernández John. “Terrorismo
de estado”. Página 12, 6-8-05
En
los debates recientes sobre el terrorismo se han resaltado estas y
otras diferencias. Boron Atilio. “Terrorismos”. Página 12,
9-7-05. Kepel Gilles. “Terrorismo: cuando Internet funciona como
una guarida” Clarín, 16-8-05. Bllin
Arnaud, Chaliand Gerard. “Una
historia del terror”. Página 12, 13-9-04. Rozitchner León
“Que piden los terroristas” Página 12, 23-7-05. Tokatlian
Juan. “El laberinto de Europa ante el terror”. La Nación,
15-7-05.
Este
giro político ha sido detallado varios analistas.
Kepel Gilles. “La democracia en la zona ya no es una
prioridad para EEUU” Clarín, 9-8-06. Febbro Eduardo. “Luces y
sombras de la primavera árabe”. Página 12, 20-3-05. Achcar
Gilbert. “El agujero negro de los estados árabes”.Le Monde
Diplomatique, julio 2005.
Un informe detallado de la confiscación de Cisjordania exponen:
Editors. “¿Two
status for a single land?”. Dialogue n 12, march 2005. También:
Chomsky Noam. “Israel persigue anexionarse las tierras más
valiosas”. Rebelión. 4-8-06. Ali Tariq. “Hay una guerra
colonial prolongada por delante” Clarín, 5-8-06.
Ben David detalla los efectos de la partición. Ben David Arie “The right of return: against the
principle of the ethnic state”. Dialogue n 10, august 2005.
Esta acción fue un ejemplo contundente de lo que Harvey denomina
“acumulación por desposesión”. Harvey David. The New Imperialism, Oxford University
Press, 2003 (cap 4).
Jawad Saleh Andel. “Un sociocide”. Inprecor n 517, mai 2006, Paris.
La relación de Estados Unidos con Israel es descripta por:
Wallerstein Immanuel. “¿Qué puede lograr Israel?” Rodela.net.
04-08-06. Walt Stephen, Mearsheimer John. “El lobby israelí y la política exterior de EEUU”. Sin
Permiso, 30-7-06. Petras James. “El Líbano está peleando por
su soberanía”. CX36 R. Centenario, 7-8-06.
“Irán es el enemigo estratégico de Israel”. Rein Raanan. “Israel tiene derecho a usar la
fuerza”. Clarín, 7-8-06.
Un detallado informe de estos planes expone: Hersh Seymour.
“Ensayo general para Irán”, El País, 20-8-07. Un análisis
del mismo proceso plantea: Meyssan Thierry. “La guerra de
civilizaciones” (Red Voltaire. CO n 1035, 23-12-04. Meyssan Thierry.
“Los
neoconservadores y la política del caos constructor”. Red
Voltaire, 1-8-06.
Widder Sergio. “Antisemitismo sin excusas”. Página 12,1-8-06.
Desde el momento que están involucrados pueblos árabes de origen
semita, correspondería más bien el calificativo de “antijudío”.
“El
lazo místico que el judío tiene con la tierra de Israel…
(obedece a que)…Israel representa para el pueblo judío un
elemento indisoluble de su identidad”. Goldman Daniel “Un
antisemitismo vergonzante”, Página 12.18-8-06. En oposición a
este visión simplificada, la relación entre sionismo y judaísmo
fue planteada en términos mucho más elaborados por los teóricos
marxistas. El texto clásico de León puede ser visto como una polémica
con el sionismo de izquierda de Borojov. León.
Abraham. La concepción materialista de la cuestión judía, Ed.
El Yunque. BsAs, 1975. Borojov Ber. Nuestra Plataforma, Bases del
Sionismo Proletario.
Una
descripción de este drama presenta: Khalaf Issa. “La patología
del poder israelí”. Rebelión, 3-8-06.
Achcar describe algunos de estos paralelos. Achcar Gilbert. “El
doble ataque israelí sobre Líbano y Palestina”. Liberazione,
15-7-06. Achcar Gilbert. “Los
planes imperiales de EEUU son un barco que se hunde”. www.
Espacioalternativo.org 6-8-06. También: Trablusi Fawaz. “Lo
importante es que por primera vez Israel no hay una victoria clara
de Israel”. Clarín, 31-7-06. Haddad Khaled.”Israel
perdió la guerra y busca una victoria en la ONU”. La Nación,
8-06. Otra visión ofrece: Luttwak Edgard. “Se equivocan los que
creen que ganó Hezbollah”. Clarín, 27-8-06.-
Todo lo visto constituye “apenas un anticipo de la película
principal” que será otra invasión en mayor escala, anuncia un
hombre de la derecha. Shalom Silván
“Un acuerdo que podría llevar a un nuevo conflicto”.
La Nación, 14-8-06..
Achcar
plantea un balance de la Intifada, Mulhem analiza el régimen
sirio y Massad describe los condicionamientos al Hamas. Acchar Gilbert. “De la premiére
intimada au succés du Hamas”. Inprecor
517,mai 2006, Paris. Mulhem Monif.
“Quand on decide se battre, il faut accepter de se faire
arreter”. Inprecor,
98-499-octobre novembre 2004. Massad Joseph. “Hamas and the
conditions of funding”. Dialogue n 12, march 2005.
Khaled. Malik. “The right of return”. Dialogue n 1, 2002.
Smith
presenta una síntesis de las discusiones actuales sobre la
definición de nación. Smith
Murray.”La question nationale en Europe occidentale”. Critique
Communiste n 171, hiver 2004.
El
análisis clásico de este debate fue planteado por: Roman
Rosdolsky: Friedrich Engels y el Problema de los Pueblos "Sin
Historia", México, Pasado y Presente, 1980.
Este
modelo binacional es postulado por
Warschawski Michel. “Face
aux impératis de la revendication nacionales des deux
communautes”. Inprecor n 517,mai 2006, Paris. Warschavski
Michel. “La centralité de la question palestinienne”. Inprecor 498-499, octobre-novembre 2004.
Esta tesis plantean entre otros: Sachs Jeffrey. “Fanáticos y
moderados” La Nación, 2-8-06. Gregorich Luis. “Medio
Oriente, sin finales felices”. La Nación, 15-8-06.
Manson Meter. “Fight for two states, fight for Arab unity”.
Weekly Worker 636, 3-8-06. Peled Yoav. “Zionist realities”.
New Left Review, n 38, march-april 2006.
Ramírez resalta esta diferencia. Ramírez Roberto. “El drama
Palestino” Socialismo o Barbarie, 6-8-06.
Callinicos Alex. “Why two states is not the solution for
Palestine”. Socialist Worker, 5-8-06. Tilley Virginia “The
secular solution”. New Left Review, n 38, march-april 2006. En
la izquierda de Argentina: Altamira Jorge. “Líbano: una derrota
gigantesca del imperialismo”. Prensa Obrera 959. 8-8-06. Cinatti
Claudia. “Transformar la resistencia en una lucha generalizada
de libración nacional y social “. La Verdad Obrera n 198,
agosto 2006. Ramírez Roberto.
“Por un estado único, laico y democrático en toda
Palestina”. Socialismo o Barbarie, 6-8-06. F.M. ¿Por qué
“Laico, democrático y no racista?. Alternativa Socialista,
10-8-06.
Plantean esta opción los promotores de la revista “Dialogue. Review for discussion between arabe
and jewish activists of Palestine”.
El gran acierto de Lenin fue resaltar la dialéctica que vincula a
ambos procesos, en oposición al cosmopolitismo inocente, que
fantasea con la autodisolución espontánea
de los prejuicios nacionales a través de una prédica
fraternal. Un sustancial análisis de los debates del marxismo
sobre la cuestión nacional ha desarrollado: Lowy
Michael. ¿Patrias o planeta?, Homo
Sapiens, Rosario, 1998.
Oppenheimer Andrés. “Las criticas a la guerra en América
Latina”. La Nación, 8-06.
Nasrallah Sabed Hassan. “Mientras
exista el imperialismo la paz es imposible”. La Haine, 20-8-06.
La idea que Israel representa los valores de la libertad y Hezbolá
los principios del totalitarismo fue repetida al mejor estilo
Vargas Llosa como justificación de la masacre. Asumió esta
postura: Birmajer Marcelo. “En defensa de la libertad”. La
Nación, 25-8-06.
“Todavía no podemos entender como es que hay sectores de
izquierda que apoyan a un movimiento teocrático, fundamentalista,
terrorista y fundamentalista como Hezbollah”. Kirszenbaum Jorge,
presidente de la DAIA. “Masivo acto de apoyo de Israel en Buenos
Aires”. La Nación, 15-8-06.
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