Medio Oriente

 

Los argumentos de la causa Palestina

Por Claudio Katz [1], 03/09/06

Resumen: La opresión de los palestinos es la principal causa de las guerras en Medio Oriente, pero este origen es ocultado por las teorías que culpan a las víctimas por su tragedia. Israel no se defiende, sino que provoca los conflictos. Es una potencia nuclear cuya supervivencia no está en peligro. Implementa una forma de terrorismo de estado en gran escala contra la población civil de los territorios ocupados.

La resistencia de los palestinos y libaneses es la antitesis del terror que practica Al Qaida. Israel no es una sociedad democrática y enarbola esta bandera con la misma hipocresía que Bush. Lejos de propiciar la convivencia desarrolla una premeditada estrategia de anexión territorial.

La partición de Palestina fue una decisión inconsulta que desató los enfrentamientos bélicos. En nombre de la reparación histórica del holocausto se instrumentó una modalidad tardía de colonialismo. La función geopolítica de Israel está determinada por su integración a la estructura interior del imperialismo norteamericano. Atacó el Líbano para enviar una advertencia a Irán y aliviar las dificultades que afrontan los marines en Irak. Pero ambos operativos fracasaron por motivos semejantes.

Los crímenes contra los palestinos contradicen la tradición humanista del judaísmo y su cuestionamiento no es sinónimo de antisemitismo. Es falso asociar la derrota del sionismo con la eliminación física de los israelíes.

Los gobiernos árabes siempre han buscado controlar la resistencia de los palestinos. Esta presión tuvo efectos nefastos durante el auge del nacionalismo y vuelve a emerger como un gran problema político para las corrientes islámicas.

Sin erradicar la expansión sionista no hay forma de resolver el problema de los refugiados. Al cabo de varias décadas se han creado dos comunidades nacionales con legítimos derechos a convivir bajo algún status binacional.

La opción de constituir un estado palestino soberano ha quedado muy deteriorada por la colonización de Cisjordania y la negativa de Israel a replegarse a las fronteras del 67. La solución más progresista es un estado único, laico y democrático. Aunque cuenta con pocos partidarios esta propuesta tiende a resurgir, en un clima muy cambiante. Difiere del modelo sudafricano y permitiría superar las confrontaciones étnicas y religiosas, pero presupone desenlaces militares y avances en la conciencia democrática. El socialismo aportaría una distensión definitiva porque los antagonismos nacionales son recreados por la opresión capitalista.

Los acontecimientos de Medio Oriente tienen gran impacto en América e influyen directamente sobre el margen de acción del imperialismo en la región. En Argentina se han registrado inéditos actos de solidaridad con la causa de los palestinos, como consecuencia de un cambio de actitud de la población frente al conflicto.

La reciente guerra del Líbano tuvo muchas aristas pero una causa evidente: la cuestión Palestina. El conflicto fue consecuencia directa de varios meses de violencia extrema en Gaza y Cisjordania y estuvo precedido durante la década pasada por tres acontecimientos ligados a una oleada de refugiados palestinos: la guerra civil libanesa, la primera invasión israelí y el nacimiento de Hezbolá. Por enésima vez, todos los comentaristas vuelven a repetir que no “habrá paz en Medio Oriente si no se resuelve el problema palestino”. ¿Pero cuál es la solución?

Quiénes atribuyen este drama a causas milenarias, oposiciones religiosas y mentalidades irreconciliables consideran que la guerra es una fatalidad. Esta opinión es muy generalizada, pero poco explicitada. Lo más común es escuchar la interpretación oficial de Estados Unidos e Israel que acusa a los palestinos de perpetuar el conflicto con la complicidad de varios gobiernos árabes. Estos argumentos se han difundido masivamente en las últimas semanas y se basan en viejos prejuicios, que tornan muy oscuro lo que debería ser transparente. Desmistificar estas creencias es el punto de partida de cualquier debate racional sobre las soluciones posibles al drama de Medio Oriente.

“Derecho a defenderse”

Las acusaciones contra los palestinos siempre subrayan que Israel es un país acosado. En esta oportunidad también se proclamó que “ninguna nación soberana puede aceptar ser agredida”[2]. Pero la guerra no estalló por la captura de dos soldados en el Líbano. Este tipo de operativos se ha registrado en muchas ocasiones y frecuentemente concluyeron con intercambios de prisioneros. Esta vez lo novedoso fue la magnitud de una operación ofensiva que el ejército israelí había planificado con gran antelación.

No es cierto que  “Hezbolá instaló la guerra”[3].  La captura de los israelíes estuvo precedida por el secuestro de varios civiles palestinos y el fusilamiento indiscriminado de familias en las playas de Gaza. Hezbolá reaccionó frente a la puntillosa masacre que perpetra desde hace meses el ejército ocupante en esa zona.

Por otra parte, es muy controvertido dilucidar en cada ocasión, quién tiró la primera piedra. Israel atacó en 1956 y 1967 y recibió el primer golpe en 1948 y 1973. Cuándo se adelanta, sus partidarios celebran la astucia de un golpe preventivo y cuándo se retrasa, elevan un clamor de indignación. Determinar cuál fue el detonante de la reciente guerra puede conducir a un debate bizantino, pero la incalificable tragedia humana que provocó Israel no está sujeta a ninguna controversia.

Las atrocidades cometidas contra la población civil libanesa superaron todo lo visto en los últimos años. Bombardeos indiscriminados, matanzas de niños y mujeres en fuga, aldeas arrasadas, ataques premeditados contra refugiados, utilización del horroroso fósforo blanco y los proscriptos proyectiles de fragmentación, destrucción de una joya cultural del Medio Oriente, catástrofe ecológica. Nadie podrá olvidar la imagen de los niños grises masacrados en Qana, ni la montaña de cadáveres que siguen apareciendo bajo los escombros, junto a 100.000 bombas sin explotar.

Esta vez el ejército israelí no tuvo contención interna, ni mundial. Actuó sin frenos y se hundió en la oscuridad de la crueldad y la venganza de un castigo colectivo. La foto de niñas escribiendo mensajes de aliento en los obuses ilustra el tono de una carnicería. La ONU y los gobiernos de Estados Unidos y Europa toleraron una masacre que selló el “apagón moral de Israel”[4].

“Guerra por la supervivencia”

Algunos presentan la agresión contra el Líbano como la “sexta guerra por la supervivencia que ha librado el país”[5]. Afirman que Israel es una nación muy pequeña, que a diferencia de sus vecinos “no puede perder ninguna guerra”. Pero en su reducido espacio territorial, el país concentra el mayor arsenal militar de la zona. Cuenta con el sostén financiero de Estados Unidos, experimenta todas las invenciones del Pentágono y acumula 250 bombas nucleares, que según demostró el científico preso Vanunu alcanzarían para borrar el mapa de Medio Oriente en pocos segundos. Como esta explosión hundiría también a Israel, el armamento letal se mantiene por ahora en reserva para ser utilizado en una situación extrema.

Quiénes argumentan que “Israel desea la paz, pero no lo dejan” siempre aluden a ciertas resoluciones de Naciones Unidas, como el desarme de Hezbolá. Pero nunca recuerdan las normas opuestas que demandan el retiro de los territorios ocupados. Durante la última crisis se ha verificado, además, hasta que punto la ONU no es un árbitro ecuánime del conflicto. Invariablemente actúa en función de los compromisos que auspicia Estados Unidos.

El Consejo de Seguridad ni siquiera condenó el asesinato premeditado de cuatro funcionarios propios y demoró la petición del cese de fuego, mientras esperaba que las tropas israelíes concretaran su fracasada limpieza bélica. Por eso la indignación del mundo árabe con las Naciones Unidas es tan intensa como el odio hacia Estados Unidos y el desprecio por Europa.

Israel actúa desde hace décadas como una fuerza militar que se expande rompiendo todas las fronteras. Los generales han copado el manejo del estado, sin necesidad de recurrir a un golpe de estado. Definen el momento de cada guerra y probablemente atacaron el Líbano para saldar la cuenta pendiente que arrastran desde su humillante retirada de la década pasada. De la misma forma que en 1967 establecieron el límite del este en el río Jordán, han ambicionado desde hace mucho fijar la frontera norte en el río Litani. La coalición gobernante con los laboristas –que parecía distanciarse de este modelo belicista– profundizó en los hechos el esquema militarista.

“La amenaza terrorista”

El gobierno israelí repite todo el tiempo el lema de Bush: “Hay que derrotar al terrorismo” porque “son ellos o nosotros”. ¿Pero quién ejerce la violencia sistemática contra la población civil?  ¿Quién planifica desde el estado los crímenes que se cometen contra los palestinos y libaneses?

El ejército israelí nunca limitó su acción a objetivos militares. La matanza de varios miles de palestinos desarmados en Sabra y Chatila fue perpetrada en 1982, por las milicias falangistas controladas por Israel. Los métodos del terrorismo son aplicados cotidianamente sobre 10.000 presos políticos, que incluyen mujeres y niños encerrados sin derechos, en un país que ha legalizado el uso de la tortura.

Algunos cínicos afirman que también la lucha contra el nazismo produjo víctimas civiles[6]. Justifican el bombardeo contra la población alemana al final de la guerra o el genocidio nuclear de Hiroshima y Nagasaki y ocultan que estas masacres se concretaron cuándo ambos países ya estaban derrotados. Al igual que la vandálica matanza de tres millones de personas en Vietnam estas operaciones no perseguían objetivos bélicos[7].

La doctrina militar de Israel se basa en un alarde de superioridad bélica a cualquier precio de víctimas. Propicia actos de terror para crear la imagen de un país invencible y emiten mensajes prepotentes para resaltar la indefensión de sus adversarios. Una forma brutal de este alarde fue despreciar a un millón de libaneses desguarnecidos frente al bombardeo, mientras se destacaba la “protección que tienen los israelíes en sus refugios”. Esta actitud buscó incentivar un espíritu de venganza para que “el enemigo reciba su merecido”.

Israel magnifica el poderío de sus vecinos, apelando a los mismos disparates que difundío Bush para invadir Irak (“desactivar las armas de destrucción masiva”). También recurre a los mismos códigos que utilizaba la dictadura argentina para presentar a sus víctimas como “terroristas encubiertos”, aunque los cadáveres exhibidos solo retraten a niños y mujeres indefensos.

Con asesinatos selectivos y detenciones indiscriminadas, Israel anticipó los métodos que utiliza Estados Unidos en Guantánamo. Las cárceles secretas de la CIA, las torturas de Abu Ghraib y la institucionalización de los desaparecidos han sido ensayadas desde hace mucho tiempo en Gaza y Cisjordania.

“Son como Bin Laden”

Israel describe como terroristas a los integrantes de una resistencia popular equiparable a cualquier movimiento de liberación contemporáneo. La mayoría de la población sostiene a los guerrilleros porque se identifica con su causa. Como esta solidaridad es un enigma indescifrable para los opresores, calumnian a los combatientes (“se protegen con escudos humanos”) o los retratan como descerebrados fanáticos religiosos.

Pero es evidente que Hezbolá no es solo una organización militar. Mantiene una importante una estructura política (con diputados y representantes en el gobierno) y una gran red social de servicios (con fondos para la reconstrucción que sustituyen la debilidad del estado). También actúa disciplinadamente y respetando estrictos códigos morales. El gobierno de Israel se empeña en asemejar a esta organización con Bin Laden, cuándo ellos mismos han declarado su frontal oposición a las acciones de Al Qaida. Con esta burda confusión trata de identificar la resistencia anticolonial con una brutal modalidad de terrorismo.

Al Qaida ejecuta atentados contra la población civil de Occidente (Torres Gemelas, Atocha, Bali, Londres), que son totalmente antagónicos con la acción defensiva que desarrolla Hezbolá. Mientras que los grupos de Bin Laden fueron creados en los años 80 por la CIA en Afganistán para participar en la guerra contra la URSS, Hezbolá nació para resistir la presencia colonialista en el sur libanés.

El terrorismo de Al Qaida es reactivo y complementario del terrorismo institucionalizado que implementa Estados Unidos. Realizan sanguinarias matanzas de chiitas en Irak, que contribuyen a la guerra civil tolerada por los norteamericanos para perpetuar su ocupación de ese país. Hezbolá ha denunciado estas matanzas entre comunidades (que ya desgarraron a la población de la ex Yugoslavia) y apunta sus cañones contra el ocupante israelí.

Es cierto que esta resistencia es muy variada e incluye junto a legítimas formas de movilización y armamento popular, terribles y desacertados atentados suicidas. Estas acciones han sido públicamente cuestionadas por muchas corrientes del movimiento palestino. Pero lo importante es no confundir ni siquiera en este caso, cuales son los bandos en lucha. El terror desesperado de un suicida no se equipara con el terror planificado desde el Pentágono. Entre ambos media la misma diferencia que separaba en Argentina la represión de los militares de las operaciones de la guerrilla. Quiénes olvidan estas distinciones terminan proyectando al Medio Oriente la “teoría de los dos demonios”, que sitúa en un mismo plano ético, político y militar a los resistentes y a los opresores[8].

“Extensión de la democracia”

A veces se escucha que “Israel es la única democracia de la región”, como si  la posesión de este atributo legitimara sus guerras. Pero en ese país funciona en realidad una democracia de Apartheid. Mientras que los judíos–israelíes cuentan con derechos efectivos, los árabes–israelíes son maltratados como ciudadanos de segunda categoría.

Israel carece de Constitución escrita. Esta ausencia no obedece a un respeto a la tradición oral, sino a las ventajas que este bache jurídico aporta para la expansión territorial. La democracia israelí no es muy considerada con sus vecinos. Desde que el Hamas triunfo frente al Fatah en una elección masiva y cristalina, el ejército ocupante ha secuestrado a medio parlamento y a casi todo el gabinete.

En la actualidad el estandarte de la democracia sirve a cualquier propósito. Bush lo esgrime para ocupar Irak y equiparar su invasión con la gesta antihitleriana de Europa. Olmert recurre al mismo argumento. Pero ambos ocultan que sus actos se asemejan más al opresor nazi que la resistencia antifascista.

Con una gran retórica a favor de la democracia, Israel y Estados Unidos apoyan los regímenes más despóticos de Medio Oriente. Presentan a los mandatarios de Siria e Irán como la encarnación del totalitarismo, pero elogian al mismo tiempo a presidentes semidictatoriales como Mubarak (Egipto) o Musharaf (Pakistán). También son aplaudidos los señores de la guerra de Afganistán y las monarquías del Golfo que gobiernan con alguna parodia de elecciones. A ningún funcionario de Occidente le quita el sueño qué las mujeres y las minorías carezcan de derechos en Arabia Saudita. Solo necesitan algún simulacro de comicios municipales para preservar su veneración por la soberanía ciudadana.

La pasión por los mismos valores que exhibe Israel, no le impidió descargar toneladas de explosivos sobre el pequeño país que protagonizó el año pasado una gran irrupción democrática. Esta apertura –que siguió al asesinato del ex premier Rafia Hariri– fue aplaudida por Bush, mientras el movimiento parecía orientarse hacia el cuestionamiento de Siria y Hezbolá. Estos elogios desaparecieron cuando Israel sepultó a bombazos a todos los sectores pro–occidentales del gobierno libanés. No es la primera vez, que bajo el apuro de un cambio de planes los imperialistas aplastan a sus propios aliados. Sadam fue, por ejemplo, el gran socio del Pentágono en la guerra contra Irán, antes de convertirse en el principal enemigo de la humanidad.

Estados Unidos e Israel no han podido tolerar en Medio Oriente una paradoja de la democracia que alientan. Incentivaron elecciones para gestar gobiernos pro–occidentales y se encontraron con masivos triunfos de partidos islámicos antinorteamericanos, especialmente en Palestina e Irak. Por eso el imperialismo ya declaró el réquiem de la primavera árabe y ha resuelto congelar sus convocatorias a la democracia. Seguramente los expertos de la CNN explicarán que la “mentalidad árabe” ya no es compatible con las instituciones de Occidente[9].

“Paz sin contrapartida”

Israel ha difundido nuevamente la creencia que propone acuerdo y le contestan con bombas. Algunos afirman que “el premio recibido por nuestro retiro de Gaza fue una escalada de los misiles”. Pero lo cierto es que el ejército del país solo abandona parcelas de poca importancia para ocupar terrenos de mayor gravitación. El resultado de esta estrategia es la continuada expulsión de los palestinos y la creciente ampliación geográfica de Israel.

Este ensanchamiento no es un efecto guerras indeseadas, sino el producto de una meditada política de anexión territorial. Por esta razón fueron asesinados 150 palestinos en Gaza y Cisjordania mientras duró el ataque al Líbano. La decisión de demoler cualquier atisbo de vida normal en los territorios ocupados se mantiene luego de la tregua acordada en el frente norte.

En los últimos años Israel instrumentó una “desconexión unilateral” para remodelar las fronteras a su conveniencia. Captura las tierras más valiosas de Cisjordania y perpetúa un cerco en torno al gran campo de concentración que ha creado en Gaza. El eje de esta política es la absorción definitiva de la primera zona y la destrucción de la segunda. Esta absorción tuvo que un debut militar (1967–73) seguida por el asentamiento de colonos religiosos (1974–77), fue coronada con la instalación final implementada por los gobiernos derechistas del Likud.

En Cisjordania se ha construido una constelación de colonias, sostenidas con millonarias inversiones y sólidas administraciones estatales. La población palestina ha quedado desperdigada en cantones desconectados y solo puede circular en forma restringida, con documentación muy específica. La vieja Jerusalem quedó totalmente absorbida y no es proclamada oficialmente capital del país para evitar roces diplomáticos internacionales. Todas las colinas y zonas de manejo de los recursos hídricos (mucho más baratos que cualquier plan para desalinizar el agua) han pasado a manos de los ocupantes.

Israel aprovechó el período de negociaciones vigente entre Oslo (1993) y Camp David (2000) para apropiarse del 60% del nuevo territorio y del 80% del agua. Aumentó de 100.000 a 253.000 el número de colonos y ahora construye el gran muro (a un ritmo de 500 metros por día) para completar el encierro de la población palestina y precipitar su expulsión. Los registros y chequeos permanentes persiguen este objetivo, porque de la vieja frontera del 67 ya no queda nada.

Los palestinos han quedado dispersados en un territorio agujereado. Sufren la aplicación del modelo sudafricano del Bantustan, que desgarra a su país en cantones incomunicados. Los que permanecen deben someterse a las reglas de la dependencia financiera total, ya que sus ingresos son confiscados por Israel y luego parcialmente devueltos. Por eso el ocupante puede mantener, reducir o cortar a gusto estos fondos (como ha ocurrido luego del triunfo del Hamas). Este proceso de expropiación no solo demuestra la inexistencia de predisposición pacifista por parte de Israel, sino que ilustra crudamente el sentido del proceso colonial precedente[10].

“Reparación histórica”

Los sionistas argumentan que la constitución del estado de Israel constituyó una reparación internacional por los sufrimientos padecidos por el pueblo judío. Erigieron el país recordando el holocausto, como una tragedia que debería evitarse por la fuerza en el futuro. Con este espíritu de venganza arremetieron contra palestinos que no tuvieron ninguna participación en un genocidio perpetrado en Europa.

En 1948 vivían en la zona 600.000 judíos y 1,2 millones de árabes. La guerra derivó en la emigración forzada de de 750.000 miembros de esta segundo colectividad, bajo el colapso provocado por la partición que dispuso la ONU. Esta decisión fue adoptada sin ninguna consulta a la población.

Lo que habitualmente se reivindica como una decisión equitativa de las Naciones Unidas fue un típico acto de reparto colonial de territorios ajenos, por parte de potencias acostumbradas a recortar el mapa en función de sus conveniencias. Una consulta a los interesados seguramente hubiera demostrado que la mayoría se oponía a la partición. Los palestinos constituían históricamente una comunidad multiétnica que incluía a judíos, cristianos y musulmanes. La fractura del país provocó un conflicto que escaló sin pausa y ensangrentó a varias generaciones de Medio Oriente[11].

La partición sepultó incluso el proyecto de un hogar nacional judío, que podría haberse erigido mediante compromisos con los habitantes de Palestina y convirtió una ideología de origen nacionalista –como era el sionismo– en una doctrina colonialista. La idea de unir voluntariamente a los judíos interesados en aglutinarse como nación se transformó en un proyecto de despojo de otra comunidad.

Con este giro comenzó a propagarse el mito de la “tierra vacía” que han difundido todos los conquistadores de cualquier época. Afirmaron que “no había nadie” en las zonas que ocuparon a punto de pistola y en un breve período histórico implementaron la apropiación violenta que caracteriza a la acumulación primitiva de capital[12].

El experimento colonialista no se impuso en Medio Oriente a través del exterminio físico generalizado (como en Ruanda), sino a través de golpes específicos, destinados a confiscar las tierras de los palestinos y forzar su partida. Algunos autores denominan “sociocidio” a este proceso de demolición de una sociedad, a través de la conversión de los campesinos en refugiados, el exilio de la intelectualidad y el desmantelamiento de las ciudades (solo se salvó Nazareth para preservar las relaciones con el Vaticano)[13].

La sociedad israelí se constituyó exaltando estas proezas bélicas. La seguridad se transformó en el principio ordenador de un estado que absorbe oleadas de inmigrantes  en un espacio territorial minúsculo (la última desde Rusia). Esta obsesión por el enemigo externo atenúa las tensiones internas entre las distintas comunidades que arriban al país (especialmente entre europeos y orientales). El precio de esta beligerancia ha sido el encierro colectivo, en un espíritu guerrero que asfixia a los propios conquistadores.

Pero el mayor obstáculo de este atropello ha sido la resistencia de los palestinos. Israel no pudo estabilizar su dominación por la inviabilidad contemporánea de los tres recursos tradicionales de la conquista: el exterminio (amerindios), la esclavización (africanos) y la expulsión del territorio (típica de la Antigüedad). Estas formas de masacre eran corrientes hasta el siglo XIX, pero no pueden implementarse en la actualidad.

Israel comenzó a desenvolver su colonialismo tardío en un período signado por la descolonización y la lucha internacional contra el racismo. Los palestinos resistieron su disolución en los países fronterizos, con actos de heroísmo propios de David frente a Goliat, reproduciendo la acción de los sublevados judíos del Gueto de Varsovia (1934).

“Una alianza necesaria”

Lo que más alimenta el belicismo de Israel es la relación carnal que ha establecido con Estados Unidos. Los sionistas afirman que esta estrecha conexión constituye un imprevisto efecto del ajedrez político internacional. Proclaman con ridícula ingenuidad que “la ayuda de los norteamericanos nos permite enfrentar a millones de árabes”, sin preguntar a quién beneficia esa colaboración.

La amalgama con Estados Unidos no fue constitutiva de la formación de Israel. La creación del nuevo estado contó con el visto bueno de la URSS y en los  60 Francia era el principal abastecedor militar del país, porque buscaba gestar una alianza antiárabe en plena guerra en Argelia. Cuándo Israel ocupó la península de Sinaí –complementando el desembarco anglo–francés en el Canal de Suez (1956)– Estados Unidos vetó la operación. Lo que indujo a la primera potencia a consolidar un enclave de largo plazo con Israel fue la fulminante victoria sionista de la guerra de los seis días (1967).

A partir de ese momento se afianzó en Norteamérica el famoso lobby israelí, como un grupo de presión más influyente que su equivalente cubano o petrolero. Es una asociación muy vinculada con los neoconservadores de Bush, que trabajó intensamente a favor de la guerra de Irak. No opera como una red específicamente judía, puesto que dos tercios de esta colectividad no participan en las organizaciones sionistas y se mantienen muy distantes de todos los acontecimientos de Medio Oriente. El lobby es un grupo político–financiero de composición muy cambiante.

El afianzamiento de las relaciones con Estados Unidos facilitó, a su vez, la convergencia de la derecha israelí del Likud con las corrientes cristianas reaccionarias que dominan en el partido republicano. Este vínculo se reforzó con la llegada a Israel de colonos pertenecientes a las sectas más cavernícolas de Estados Unidos.

Bajo estas influencias el socio sionista ha quedado ubicando en la primera línea de la batalla contra el mundo musulmán que promueven los teóricos derechistas. Bush utilizó varias veces el término de “cruzada” para sugerir la existencia de una guerra santa en Medio Oriente. Esta acción –concebida como una gesta de la civilización “contra el complot islámico”– es difundida con delirantes prejuicios por los grupos reaccionarios de ambos continentes.

El sionismo contemporáneo ya no preserva ningún vestigio del comunitarismo igualitarista que incluyó en sus orígenes, especialmente en las granjas agrícolas colectivas de los Kibutzim. Es una ideología plenamente convergente con el fundamentalismo neoconservador. La superioridad de los judíos es justificada en Israel con los mismos arcaísmos que se utilizan en Estados Unidos para rechazar a Darwin.

Israel actúa desde hace cuarenta año como peón del imperialismo. Tanto la superioridad militar como su permanencia en los territorios ocupados se han transformado en componentes claves de la estrategia mundial de Estados Unidos. Esta función geopolítica ha sido muy visible durante la reciente guerra del Líbano[14].

Esta agresión fue presentada como un acto de soberanía fronteriza, pero muchos analistas israelíes no ocultaron que el destinatario del operativo era Irán.[15]. Se buscó enviar una advertencia a un régimen enfrentado con Estados Unidos, que ha retomado el desafió nuclear censurado por las potencias de Occidente. Israel tiene experiencia en esta materia, porque en 1981 atacó desde el aire las plantas de procesamiento del cuestionado material atómico que construía Irak. La arremetida al Líbano fue programada como un eventual preludio del bombardeo este tipo instalaciones. No está claro si esta operación quedará ahora suspendida o se mantendrá en la agenda de Bush[16].

El ataque israelí también buscó abrir un tercer frente en la guerra regional que Estados Unidos inició en Afganistán. Pretendió compensar los crecientes fracasos que enfrenta el Pentágono para convertir a Irak en un manso protectorado petrolero. Con una victoria en el Líbano, Bush esperaba contrarrestar las dificultades políticas que enfrenta dentro de Estados Unidos (oposición de los Demócratas, encuestas en picada, cuestionamientos del establishment). También intentó retomar el unilateralismo guerrero que naufraga en el exterior. El bloque internacional con la “nueva Europa” ha quedado disuelto desde la caída de Aznar y Berlusconi y Blair continúa tambaleando. El operativo israelí representó una fuga hacia delante para sortear este cúmulo de fracasos.

“Odiarse a sí mismo”

Las masacres en el Líbano desataron fuertes críticas a Israel, que los sionistas interpretan como manifestaciones de un “antisemitismo sin excusas” [17]. Exhiben como prueba algunas declaraciones efectivamente insultantes e inadmisibles de sus adversarios. Pero simplemente olvidan que ningún comentario por ofensivo que sea merece ser respondido con bombas.

Los sionistas alertan contra la “amenaza que sufre el pueblo judío” y prometen contrarrestarla con el reforzamiento de Israel. Recrean temores ancestrales y el espanto legado por el holocausto para justificar su aplicación de la ley de la selva en Medio Oriente. Lo cierto es que las comunidades judías no afrontan un riesgo significativo en el mundo, en comparación a otras situaciones de potencial limpieza étnica. El antisemitismo ya no tiene la incidencia del pasado y es utilizado para ocultar lo que está en juego en Palestina.

Este oscurecimiento se basa en la confusión creada por la errónea identificación de tres conceptos: judaísmo, sionismo e Israel. Quiénes presentan a estas nociones como indisociables bloquean cualquier reflexión racional de la tragedia de Medio Oriente[18]. El judaísmo es una religión, una cultura o una tradición de un pueblo diseminado por muchos países. El grado de permanencia de su identidad diferenciada ha variado significativamente en cada generación y en cada región. No solo hay más judíos en el mundo que en Israel, sino que un importante número de ellos no tiene ningún vínculo con Medio Oriente.

Israel es un estado construido a partir de la hegemonía confesional de los judíos. Pero actualmente incluye no solo una considerable minoría de árabes–israelíes –hostilizados y separados del resto de los palestinos– sino también a varios grupos de inmigrantes sin ningún lazo con algún pasado judío. Finalmente, el sionismo es la ideología colonialista que justifica los derechos de los invasores sobre las tierras que pertenecían a los pobladores originarios de Palestina. Esta doctrina reivindica la superioridad de los colonos apropiadores (“construimos un país en el desierto frente a la inoperancia de los árabes”), con argumentos milenarios, sagrados o simplemente pragmáticos.

Si se toma en cuenta estas diferencias, no es lo mismo declararse antijudio, antisionista o antiisraelí. La primera definición es racista y la segunda anticolonialista, mientras que la tercera no presenta un significado nítido. Al igual que el antinorteamericanismo expresa más bien el rechazo a la opresión imperialista, que un repudio de pueblo hacia otro.

El sionismo ha demolido los valores de la tradición judía. Su crimen contra el pueblo palestino destruye el fundamento ético y humanista de ese legado cultural. La sociedad israelí adoptó un perfil militarista que enaltece la violencia, en abierta oposición a la hermandad que propiciaron los pensadores judíos.

Reflexionar en torno a este contraste es un ejercicio inconcebible para los sionistas. Interpretan que este cuestionamiento es propio de “un judío que se odia a sí mismo”. ¿Pero quién carga con esta dualidad? ¿Los antisionistas que aprueban el acto humano de la resistencia o los sionistas que justifican los crímenes?

Este tipo de fractura constituye en realidad un padecimiento estructural de la sociedad israelí, que vive sometida a un estado de psicosis colectiva y paranoia belicista. El clima de guerra permanente con sus vecinos ha creado una patología de odio cada vez más descontrolada[19].

El sionismo levantó un muro artificial con los pueblos árabes. Disolvió la historia común y la notoria integración –que a diferencia de Europa– habían alcanzado las comunidades judías en esos países. También destruyó la herencia de total ausencia de choques religiosos que distinguía a la relación entre ambos credos de los conflictivos vínculos que los dos mantuvieron con el cristianismo. El propio sionismo tuvo inicialmente poco basamento religioso, pero bajo el efecto de la brutalidad bélica adoptó los agresivos principios del misticismo fundamentalista.

Pero ningún argumento histórico o coyuntural alcanza para negar la realidad de los palestinos. Al cabo de 60 años la tragedia del oprimido sacude la vida cotidiana del opresor y lo ocurrido en el Líbano replantea traumáticos dilemas para Israel.

No hay libertad como opresor

El gobierno de Olmert debió aceptar una tregua con la sensación de haber padecido un pequeño Vietnam. No pudo doblegar al Hezbolá, ni detener la lluvia de misiles sobre su territorio. Acostumbrado a lidiar con los palestinos desarmados de Gaza y Cisjordania, el ejército israelí quedó desconcertado frente a una sólida guerrilla y ensayó todas las opciones. Asesinatos de dirigentes, operativos comando, ataques en pequeña escala y ofensivas masivas. Finalmente debió avenirse al cese de fuego que inicialmente rechazaba y toleró que el ejército libanés y la ONU coexistan con Hezbolá en su frontera.

El contraste entre la euforia de los milicianos libaneses y la amargura de las tropas sionistas no deja ninguna duda sobre el resultado del conflicto. Fue solo un round de una pelea de varias décadas y conviene no olvidar que en 1973 Israel terminó ganando en la negociación lo que perdió en el campo de batalla. Pero por primera vez en mucho tiempo, una iniciativa militar israelí concluye en un nítido revés.

Este fracaso presenta una llamativa coincidencia de resultados con las acciones norteamericanas de los últimos tres años[20]. La devastación que ensayaron los pilotos israelíes ya fue practicada por sus colegas estadounidenses y por eso la mitad de los muertos en Irak son mujeres y niños abatidos por el fuego aéreo. Los generales de Pentágono pensaban concluir su guerra con una espectacular operación en Falulla y el alto mando israelí intentó alcanzar la gloria mediante una fulminante acción fronteriza.

Ambos apostaron al bombardeo desde el aire, creyendo que la tecnología podía reemplazar a los soldados de carne y hueso. Bush cometió la torpeza de disolver la milicia de Sadam y Olmert atacó sin sentido las instalaciones del ejército libanés. El mismo imprevisto número de bajas que afecta a los marines le impidió a Israel continuar la batalla. Un caído cada diez libaneses es una proporción muy elevada, para un ejército basado en la conscripción masiva y carente de una gran reserva de pobres para utilizar como carne de cañón. Olmert intentó precipitar la misma guerra civil sucia que Bush tolera en Irak, pero solo logró el rechazó unánime de toda la sociedad libanesa.

La misma ineptitud bélica que desató en Estados Unidos tantas críticas (especialmente una carta pública de ex generales) está provocando un vendaval en Israel. Arrecian las denuncias de los reservistas por la confusión de órdenes, la inoperancia del aprovisionamiento, el desconocimiento del adversario y la corrupción del alto mando. La tormenta podría desembocar en una comisión investigadora para repartir culpas, precipitar un cambio de gobierno o facilitar la revancha que alienta la derecha[21]. Pero a mediano plazo nadie podrá evitar enfrentarse con el impasse histórico creado por la interminable guerra con sus vecinos. La sociedad israelí carga con una imposibilidad de progreso mientas actué de carcelera de otra nación. Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre.

Dilemas palestinos

Los 60 años de lucha de los palestinos han sido una dura gesta de heroísmo, sufrimientos y frustraciones. No lograron recuperar sus tierras, ni construir su estado, pero han impuesto la legitimidad de su demanda. Ya no pueden ser ignorados por Israel, ni borrados del escenario internacional. Nadie desconoce formalmente su causa, ni propone “que arreglen sus problemas con los árabes”. La tesis inicial de los sionistas (“hay mucho espacio para ellos en Jordania, Egipto y Siria”) resulta actualmente impronunciable.

Pero el movimiento de liberación palestino soporta las consecuencias del nefasto padrinazgo que tradicionalmente ejercieron los gobiernos árabes sobre su acción. Esta influencia socavó durante décadas la efectividad de su resistencia y provocó incontables derrotas. Las clases dominantes de los países circundantes de Israel siempre chocaron con un proyecto sionista, que introducía un poder ajeno en su área de influencia geográfica. La expulsión de los palestinos agravó todos los desequilibrios de la región: aumentó la inestabilidad de los regímenes políticos y profundizó la degradación de las economías ya depredadas por los colonialistas extranjeros y sus socios locales.

Durante los años 60 y 70 los gobiernos nacionalistas que intentaron revertir parcialmente ese saqueo –como Nasser en Egipto y el Baath en Siria– debieron enfrentar a Israel. Pero recurrieron al terreno de la guerra convencional que favorecía a su enemigo y sufrieron escandalosas derrotas. El nacionalismo buscaba limitar la interferencia que representaba Israel a la modernización del capitalismo árabe y adoptó la causa palestina con este restrictivo propósito. Nunca apostó a erradicar la opresión imperialista en Medio Oriente.

Por eso los gobiernos árabes de la época buscaron la regimentación política, la subordinación financiera y la dependencia militar de ese movimiento. Trabajaron no solo para acotar su lucha, sino también para evitar la convergencia de un movimiento nacional revolucionario con las demandas sociales de los oprimidos de la zona. Esta tensión se tradujo en numerosos enfrentamientos con los palestinos y en acciones represivas contra sus sectores más radicalizados, especialmente en Jordania y el Líbano.

Estos choques y los sucesivos reveses frente a Israel condujeron finalmente al hundimiento del nacionalismo. Los sucesores de esta corriente abandonaron primero la opción militar y cambiaron luego directamente de bando. Establecieron relaciones con Israel y se convirtieron en obedientes socios del Pentágono. Esta subordinación ya es tan grande en la actualidad, que Egipto y Jordania ni siquiera rompieron estos vínculos durante los recientes bombardeos israelíes al Líbano.

Frente a esta agresión, la Liga Arabe se reunió, emitió un comunicado de ocasión y bajo la influencia de los jeques de Arabia Saudita se escucharon más condenas a Hezbolá que a Estados Unidos. En realidad, los gobiernos árabes pro–imperialistas esperaban que los sionistas destruyeran a las milicias islámicas que corroen la estabilidad de sus negocios petroleros.

En Siria subsiste el único régimen de origen nacionalista. Mantiene un potencial conflicto con Israel y un férreo control sobre los oprimidos de su país y el Líbano. Pero desde que perdió el padrinazgo de la URSS, sus presidentes se han mostrado muy permeables a las presiones norteamericanas. Por eso hay sectores del gobierno israelí que buscan empujar a Siria por el camino de Egipto y Jordania, ofreciendo como zanahoria la devolución de las alturas del Golán, que ya no tienen la relevancia militar del pasado.

La resistencia palestina ha debido lidiar con los gobiernos árabes desde que la OLP se constituyó en una fuerza autónoma. Logró desenvolver una extraordinaria lucha guerrillera y desembarazarse parcialmente de esta sujeción durante los años 60 y 70 y también durante la primera Intifada (1987). Esta “revolución de las piedras” fue un extraordinario levantamiento masivo que incluyó formas muy avanzadas de autoorganización popular y participación colectiva. Provocó la desmoralización del ejército ocupante, la quiebra de la sociedad israelí e impuso el reconocimiento del interlocutor palestino.

Pero Arafat aceptó los términos propuestos en Oslo (1993) y Camp David (2000) que nunca contemplaron la constitución de un real estado palestino y este aval provocó la pérdida de autoridad de la OLP. En un clima de corrupción, proliferación de dudosas ONGs, financiación europea y verticalismo autoritario, el Fatah fue cuestionado primero por militantes e intelectuales (como Edward Said) y luego por el grueso de la población. En este contexto de frustración, las provocaciones de Sharon desataron la segunda Intifada (2000) más militarizada y bajo la creciente dirección del Hamas. Esta organización tomó la posta del combate y garantizó la supervivencia de la sociedad palestina frente al colapso de la OLP.

La lucha palestina se desenvuelve actualmente en un marco de generalizada irrupción de los movimientos islámicos. El triunfo del Hamas constituyó otro hito de este aluvión, que se ha reforzado con la victoria de Hezbolá frente a Israel. Nasrallah ya alcanzó un nivel de popularidad en Medio Oriente, equivalente al logrado por Nasser en los años 60.

En las nuevas circunstancias comienza a reaparecer el viejo problema del control gubernamental sobre los movimientos de resistencia. Hezbolá ha demostrado una postura de inédita solidaridad con los palestinos. Pero sus allegados de Irán persiguen otros propósitos geopolíticos. Buscan reducir la presión norteamericana sobre el programa nuclear y aumentar su influencia sobre los chiitas de Irak para expandir el régimen de los Ayatollahs.

El Hamas está sometido a un hostigamiento terrorista muy superior a todo lo padecido por el Fatah. Israel no lo deja gobernar, ni permite mantener en pie ninguna forma de vida organizada en Gaza y Cisjordania. Pero también los gobiernos árabes aprovechan esta tragedia para hacer valer su influencia económica. Son los únicos proveedores de recursos ante el corte de suministros de Europa y Estados Unidos (que financiaban a la OLP) e intentan por esta vía domesticar al nuevo gobierno palestino[22].

Los dilemas de esta resistencia y el impasse estructural de la sociedad israelí convergen en torno a la gran pregunta de Medio Oriente: ¿Cómo solucionar el problema nacional de la región?

Israel y los refugiados

Cualquier desenlace progresista de la cuestión palestina requiere ante todo la derrota del expansionismo sionista. Este es el punto de partida para evaluar una resolución del conflicto. Esta victoria de los palestinos supondría el desmantelamiento del estado colonialista y de ninguna manera la eliminación física de los israelíes. Conduciría a establecer la igualdad derechos, anulando todos los principios que legalizan la ocupación de territorios ajenos. Mientras Israel maneje los dispositivos de inmigración en un espacio tan reducido, continuará funcionando una máquina de expulsar a los pobladores originarios para establecer a los recién llegados.

En lugar de discutir este problema los sionistas afirman que los “árabes nos quieren echar al mar” e interpretan un lema bélico surgido durante las primeras guerras (“destruir el estado de Israel”) como una convocatoria al asesinato masivo de los judíos. Esa frase surgió como reacción defensiva frente a la acelerada expansión del nuevo estado de colonos y actualmente es poco utilizada.

Es cierto que recientemente la repitió el presidente de Irán, aunque luego aclaró que proponía “borrar del mapa al régimen sionista y no a Israel”. Pero lo esencial del tema es que ninguna propuesta concreta de los palestinos plantea consumar actos de genocidio, ni imponer exilios forzados. Endilgarle este propósito es una caricatura o un panfleto semejante al que utiliza Bush, para justificar la “guerra preventiva” con algún video de Bin Laden.

En la izquierda el uso de la vieja fórmula: “destruir el estado de Israel” es claramente inconveniente. Es un planteo que se malinterpreta con facilitad, ya que las luchas nacionales tienden a adoptar siempre un programa positivo de reclamo de independencia, en desmedro de la faceta negativa (eliminar el estado opresor). En las luchas antiimperialistas de cualquier país, no es común convocar al “aniquilamiento del estado norteamericano, francés o ingles” y ni siquiera el desmonte del Apartheid se realizó bajo un llamado a “destruir del estado sudafricano”. En los hechos, cualquier transformación progresista requiere abolir la situación colonial, pero este objetivo tiende a ser enunciado en función de lo que se quiere construir y no de lo que busca eliminar.

Anular el carácter colonialista de Israel es indispensable para zanjar el problema de los refugiados palestinos, que el sionismo esperaba disipar con el paso del tiempo. Apostaba a un olvido histórico, semejante al sufrido por los aborígenes en las reservas del oeste norteamericano. Pero en el año 2001 había 1,2 millones de refugiados en los campos y 2,6 millones fuera de estos albergues. Conforman un bloque de 3,8 millones de personas que demandan la restauración de sus derechos[23].

La expectativa derechista de congelar el problema fue demolida por la resistencia. Cada oleada de lucha palestina ha replanteado la exigencia del retorno de los refugiados y esta demanda fue particularmente contundente durante la primera Intifada  Un aspecto clave del fracaso de Oslo y Camp David fue justamente su total omisión de este problema. Existen discusiones sobre opciones alternativas al simple retorno de los expropiados a sus hogares, basadas en la devolución de pertenencias, reparaciones o compensaciones equivalentes. Pero incluso estas posibilidades requieren primero anular el carácter colonialista de Israel. La principal ley constitutiva de ese estado asegura derechos territoriales al inmigrante judío a partir de la negación de este mismo atributo para los refugiados palestinos. Bajo este sistema de recepción y expulsión de habitantes en base a  criterios étnicos, el conflicto nunca tendrá solución.

La coexistencia de dos naciones

En el campo progresista nadie pone en tela de juicio los reclamos legítimos de los palestinos. ¿Pero que ocurre con los atributos nacionales de los israelíes? También aquí están fuera de duda sus derechos ciudadanos y libertades para vivir en la zona. Promover el retorno a sus países de origen es un disparate reaccionario. ¿Pero qué sucede con su nacionalidad? ¿Podrían preservarla o deberían disolverla en pos de superar las confrontaciones de Medio Oriente?

Israel se construyó sobre la opresión de los habitantes originarios, pero repitiendo lo ocurrido con países del mismo tipo (EEUU, Canadá, Argentina, Nueva Zelanda), este crimen de nacimiento ha dado lugar a una nueva nación que ya no puede abolirse. Al cabo de varias décadas de existencia es evidente la consolidación de una nacionalidad de los israelíes.

Esta singularidad se manifiesta tanto en el plano objetivo (lengua, territorio, economía común) como en la esfera subjetiva de los sentimientos de pertenencia a una misma comunidad (pasado y lazos culturales compartidos, conciencia de grupo diferenciado). El afianzamiento de un idioma en desuso como era el hebreo –para sustituir las lenguas maternales de los judíos inmigrantes de distinto origen– ha contribuido a estabilizar esta nueva nacionalidad. Cualquiera sea el criterio elegido para definir a una nación– patrones objetivos, subjetivos o una combinación de ambos– es evidente que los israelíes reúnen actualmente estos atributos[24].

Esta conformación ha seguido el modelo de las naciones gestadas a partir del establecimiento de un estado (Francia, Portugal, Gran Bretaña, España). Expresa un desenlace histórico inverso al que seguirían los palestinos si logran forjar su estado como coronación de un proceso previo de formación de una identidad nacional. Este segundo curso repetiría el rumbo de los países surgidos al calor de una lucha anticolonial (India, Argelia). Pero lo importante es que como resultado de procesos históricos diferentes, tanto a los israelíes como los palestinos les corresponden derechos nacionales y no solo ciudadanos.

Desconocer esta legitimidad conduciría a resucitar un viejo error del siglo XIX: la creencia que existen “pueblos sin historia”, inevitablemente condenados a actuar como peones de la reacción y “pueblos con historia”, destinados a comandar la emancipación de sus vecinos junto a la propia. La historia del marxismo ha sido un largo e inconcluso aprendizaje de equivocaciones de esta índole[25].

En Medio Oriente la autodeterminación de un pueblo oprimido como es el palestino, no puede hacerse desconociendo los derechos nacionales de los habitantes del estado de Israel que los oprime. La solución del conflicto requiere este reconocimiento para abrir un escenario de coexistencia entre las dos comunidades nacionales[26].

Dos estados soberanos

Una solución del conflicto comenzó a esbozarse a partir de los años 70, cuándo en el movimiento palestino se acordó discutir la formación de dos estados sobre la base del retorno de los refugiados y el retiro israelí a las fronteras vigentes en 1967. Esta opción cobró más fuerza luego de la primera Intifada. Pero Israel boicoteó sistemáticamente todas las negociaciones. Obstaculizó cada tratativa para ganar nuevos pedazos de territorio mediante operaciones militares.

Es completamente falso atribuir el fracaso de estas conversaciones a los “fanáticos de ambos campos”[27]. En este caso no existen “responsabilidades compartidas”, ni culpas equitativamente distribuidas entre los asesinos de Rabin y los miembros de la Jihad islámica. La guerra que inició Sharon y que continúa Olmert persigue el evidente propósito de sepultar cualquier perspectiva de dos estados. Las negociaciones son impracticables, mientras Israel continúe ejecutando su cuota de asesinatos diarios en Gaza.

Pero lo que entierra estructuralmente a estas conversaciones es el grado de colonización perpetrado en Cisjordania. El número de asentados, la dimensión de la infraestructura construida, el apoderamiento de tierras torna muy difícil el retiro a las fronteras del 67. Y sin este repliegue el estado palestino es completamente inviable. No hay margen para erigir esa entidad en la geografía amurallada y desmembrada de la Banda Oriental.

Muchos autores progresistas igualmente sostienen la factibilidad de esta opción[28]. Estiman que el retiro forzoso de varios miles de colonos de Gaza por parte del gobierno de Sharon demostró que un retorno del mismo tipo podría implementarse en Cisjordania.  Pero aquí la diferencia de cantidad determina un salto de calidad. Israel ha incorporado las principales zonas de la Banda Oriental a su territorio de la misma forma que extendió sus fronteras del esquema inicial de la partición al país existente en 1967. Tendría que padecer una derrota de gran impacto, un desgaste insoportable como ocupante, una fuerte corrosión interna o una pérdida de sostén internacional para resignar las porciones ya recolonizadas de Cisjordania y Jerusalem.

Quiénes imaginan posible este retiro afirman que el proyecto de dos estados no está destruido, sino solo afectado por la etapa de agresión imperialista inaugurada el 11 de septiembre. Estiman que un giro hacia el multilateralismo que incluya el fin de Bush arrastraría también a la derecha israelí. Pero incluso en este escenario no se vislumbra una reducción del sostén geopolítico que Estados Unidos brinda al sionismo y este apoyo implica una política militar agresiva, que torna muy difícil la subsistencia de un estado palestino soberano. Es cierto que el grado de asociación estrecha entre Norteamérica e Israel solo tiene 40 años, pero se ha convertido en un pilar de la estrategia imperialista en la principal zona periférica del planeta.

Como esta simbiosis no existió con Sudáfrica, muchos analistas estiman que resulta muy improbable en Medio Oriente la repetición de un desmonte semejante al observado con el apartheid. Varios gobiernos norteamericanos toleraron la campaña internacional contra el racismo en Africa austral, pero ninguno aceptó la menor crítica a Israel. Este contraste ilustra cuán diferentes son los intereses en juego en cada caso[29].

Existe otro argumento mucho más pragmático a favor de los dos estados, que simplemente subraya la inexistencia de otra alternativa realista para superar el conflicto. Pero esta afirmación que parecía evidente en los años 80 y 90 ha perdido credibilidad en la actualidad. La guerra permanente contra los palestinos y la ocupación de Cisjordania han reducido drásticamente la factibilidad de esa opción. Por eso no se vislumbra por ahora el retiro de Israel al 67 y la negociación de las demandas de los refugiados.

Un solo estado laico y democrático

Los impedimentos que afronta el proyecto de dos estados soberanos ha resucitado la alternativa que promovía la OLP en los años 60: construir un estado único, laico y democrático para los habitantes de la región, que elimine todos los componentes de discriminación étnica o religiosa.

Este proyecto es el planteo tradicional de la izquierda[30]. Pero lo novedoso es su embrionario resurgimiento como opción en Medio Oriente, a partir de proyectos animados por algunos intelectuales y militantes de la región. Proponen un programa de reorganización democrática, anulación del estado étnico y el establecimiento de la ciudadanía por criterios de residencia[31].

Esta solución es la más avanzada y conveniente. Se basa en el precedente republicano francés y reduce la utilización de estas creencias religiosas como justificación bélica. Propone disolver los conflictos entre comunidades reuniendo a todos los pobladores bajo un mismo techo, con derechos y obligaciones ciudadanas equivalentes. Este camino de convergencia siguió la conformación de muchos estados contemporáneos.

El principal obstáculo que enfrenta esta opción es su bajísima aceptación actual. Es un programa que tiene pocos defensores de peso, porque la OLP abandonó esta propuesta, las corrientes islámicas nunca la apoyaron y en Israel jamás tuvo avales significativos. La solución democrática del problema nacional exige que cada comunidad defina libremente el tipo de organización estatal que prefiere. Y es evidente que solo contados palestinos y casi ningún israelí aceptarían actualmente la conformación de un estado en común. Especialmente en Israel se ha difundido un terror generalizado por la futura supremacía demográfica de los palestinos dada su alta tasa de natalidad. Varias encuestas realizadas entre ambos grupos confirman esta mutua animosidad. Pero como tampoco se percibe la viabilidad del modelo de los dos estados, todos los deseos colectivos presentan un carácter transitorio y mutable.

Israel atraviesa un trauma político sin devenir previsible. El sistemático giro hacia la derecha que ha prevalecido desde los 90 contrasta con el clima progresista que predominó durante las marchas que reclamaban “Paz Ahora” en 1982 y 1988–90. Pero el reciente fracaso en el Líbano permite concebir en algún momento un retorno a ese escenario, si las agresiones militares no dan resultado. Por su parte, los palestinos se encuentran bajo el shock del terror de la ocupación, en un marco de ascenso del Hamas que no ha definido claramente cuál es su proyecto futuro.

Un segundo problema del estado único es su carácter laico, opuesto tanto al molde sionista (confesional judío), como a la variante multiconfesional libanesa (cristianos y musulmanes) o las vertientes teocráticas que promueve el integrismo islámico. Pero este retroceso hacia propuestas religiosas presenta muchos matices. El huracán islámico en curso es muy heterogéneo en el plano político. Incluye vertientes de izquierda y derecha, radicales y conservadoras, antiimperialistas y pro–norteamericanas. Reúne a los fundamentalistas talibanes y a los respetuosos de las mujeres, las minorías étnicas y otras creencias. La marea islamista canaliza corrientes progresistas junto a planteos retrógrados. El Hamas, por ejemplo, es un movimiento político que ha puesto distancia con el totalitarismo fundamentalista. Hezbolá en el Líbano tampoco impulsa un régimen político excluyente, sino una variante del sistema multiconfesional vigente. Hay que reconocer igualmente que el contexto para un programa laicista es menos favorable que en el pasado.

En Sudáfrica la minoría blanca se avino a introducir la ciudadanía formal y a compartir en los hechos el sistema político con las elites negras y mestizas, a cambio de preservar sus privilegios económicos. Pero la reproducción de este esquema no es sencilla. Allí no hubo creación de nuevas estructuras nacionales y también existen ciertas diferencias estructurales.

Mientras que la economía sudafricana integraba a los trabajadores negros como explotados en las minas, las fábricas y el campo, la colonización israelí expulsa a los palestinos y tiende incluso a sustituirlos por fuerza de trabajo de cualquier origen en los momentos de mayor crisis (tailandeses, filipinos, turcos). Esta segmentación se traduce en una fractura de la clase obrera de la región que conspira contra el estado compartido.

La perspectiva socialista

La mejor propuesta para resolver el conflicto es el estado único, democrático y laico. Podría emerger súbitamente como alternativa en el escenario de un colapso catastrófico de Israel. Algunos autores imaginan un fin comparable al padecido por el nazismo en Alemania. En el caso que Estados Unidos se atreva a concretar la guerra contra Irán (y eventualmente Siria) que proyectó Rumsfeld, cualquier tipo de estallido es posible. Y si Israel participa en semejante aventura podría abrir las compuertas hacia su auto–destrucción, en un marco de reorganización general de Medio Oriente. Pero este razonamiento contiene demasiados ingredientes especulativos.

En condiciones menos explosivas, la marcha hacia un estado único podría transitar por incontables senderos de aproximación, signados por victorias territoriales y avances en la gestación de una conciencia democrática común entre palestinos e israelíes. Este curso presupone derrotas del ejército sionista que lo obliguen a devolver las granjas de Cheeba al Líbano, el Golan a Siria, hasta empujarlo al abandono de Cisjordania. No es sencillo imaginar como podría concretarse este repliegue, pero tampoco se puede pensar el nacimiento del estado palestino sin ese retiro.

La historia de los procesos revolucionarios está signada por numerosos ejemplos de concesiones territoriales al enemigo. Lenin aceptó en Brest Listvosk un acuerdo con Alemania, Mao toleró la supervivencia de Taiwán y Fidel convive con Guantánamo. También son completamente legítimas las treguas. Hezbolá por ejemplo avaló recientemente la presencia de tropas de la ONU en el sur libanés. Pero lo que no resulta viable es el modelo de una Palestina desmembrada que ofrece Israel, copiando el modelo de las republiquetas construidas durante el Apartheid sudafricano (los Bantustan).

La batalla por el estado único podría seguir, por lo tanto, un camino recto o sinuoso. Pero siempre estará asociado al grado de aceptación que este propósito logre en ambas comunidades. Nadie puede anticipar cuánto tiempo tardará en cicatrizar el abismo de sangre que ha creado seis décadas de represión colonial ininterrumpida. La superación de esta herencia requerirá nuevas relaciones sociales de fuerza, otro grado de conciencia política y una experiencia de acciones comunes de los movimientos progresistas palestinos e israelíes.

Pero la verdadera distensión entre los pueblos y el fin de los enfrentamientos nacionales exige erradicar el capitalismo. Este sistema perpetúa las rivalidades étnicas para facilitar las ganancias de las grandes corporaciones. Millones de individuos se enfrentan entre sí en Medio Oriente para que los financistas de Wall Street, los jeques del petróleo, los generales de Israel y los potentados del mundo árabe incrementen sus privilegios. Solo la hermandad de todos los oprimidos contra sus opresores podría eliminar el tormento de sangre que padece la zona.

Si judíos, cristianos, sunitas y chiitas de todas las nacionalidades actuaran en común contra sus verdaderos enemigos, los cañones apuntarían contra los culpables del drama regional. La constitución de una federación socialista de todos lo pueblos es el único remedio de largo plazo para los conflictos de Medio Oriente. El socialismo transita aquí como en ninguna otra parte del mundo por el sendero de la emancipación nacional. Pero, a su vez, esta liberación no se afianzará si no desemboca en la extinción de las raíces capitalistas de todas las formas de opresión[32].

Solidaridad latinoamericana

La causa palestina es una bandera compartida por todos los movimientos sociales del planeta. Los sufrimientos de la población civil y la resistencia popular en Medio Oriente despiertan un grado de simpatía y adhesión internacional cada vez mayor. Esta lucha es vista como una batalla contra la guerra que provocan los opresores y una campaña a favor de la paz que demandan los oprimidos.

Las movilizaciones realizadas ante la reciente agresión al Líbano han sido sin embargo relativamente limitadas fuera del mundo árabe. No se registraron marchas masivas en Europa y Estados Unidos como consecuencia de varias dificultades políticas. Luego de las grandes manifestaciones contra la guerra de Irak de febrero de 2003 la protesta internacional perdió fuerza. Tanto la expectativa de revertir esta invasión por medio de la diplomacia europea, como la esperanza de un desplazamiento electoral de Bush, afectaron al movimiento. Por otra parte, las acciones de Al Qaida tienen un efecto devastador sobre la lucha democrática. Pero este reflujo es coyuntural y tiende a revertirse con las nuevas acciones que, por ejemplo, promueven las madres de soldados estadounidenses caídos en Irak.

En América Latina el impacto del conflicto de Medio Oriente es muy superior al pasado. Basta observar el lugar que ocupa el tema en la prensa, para notar como el avance de la mundialización incrementó los vínculos de la región con las conmociones internacionales. En toda la zona se han observado expresiones contundentes de apoyo a la causa palestina, que han provocado la indignación de los conservadores. La derecha no sale de su asombro frente al creciente sentimiento antisionista que se registra desde México hasta el Cono Sur[33].

Pero más significativo aún es la influencia de ciertas actitudes antiimperialistas. Chávez denunció que Israel actúa como Hitler y retiró a su representante diplomático de ese país. Su actitud contrastó con Lula y Kirchner que auspiciaron un acuerdo de librecomercio del MERCOSUR con Israel y bloquearon cualquier condena de la agresión sionista.

La decisión de Chávez no fue una formalidad propagandística. Ha sido un acto de gran solidaridad que impactó directamente sobre el ánimo de la resistencia libanesa. Como señaló el líder de Hezbbolah: “El presidente de Venezuela hizo lo que no hace la mayoría de los estados musulmanes” y por eso agradeció su “apoyo moral a nuestra lucha”[34].  En todo Medio Oriente la tradición revolucionaria latinoamericana mantiene una influencia significativa, que se manifiesta por ejemplo en las fotos del Che Guevara que invariablemente aparecen en las casas de los combatientes palestinos y libaneses.

Los resultados de la confrontación en Medio Oriente influyen, a su vez, directamente sobre América Latina. Si en lo inmediato Israel sufre una derrota importante, Estados Unidos tendrá menos poder para implementar sus atropellos en la región. El ALCA seguirá bloqueado, los tratados bilaterales continuarán enfrentando serios obstáculos y el imperialismo no podrá relanzar su proyecto de recolonización política del hemisferio.

Una derrota de Israel reduciría concretamente el margen de acción del Pentágono para abrir bases militares (como la construida recientemente en Paraguay), desplegar tropas y seguir apadrinando –con el pretexto de erradicar el narcotráfico– el estado terrorista de Colombia. Los militares israelíes asesoraron en el pasado a Pinochet y a varios dictadores de Centroamérica y están disponibles para cualquier aventura reaccionaria. Su fracaso acentuaría las dificultades de Estados Unidos para atacar a Venezuela y agredir a Cuba desde Miami. También crearía obstáculos al Departamento de Estado para frenar el giro hacia la nacionalización de los hidrocarburos que ha comenzado en Sudamérica, en medio del polvorín petrolero que ha generado en Medio Oriente la ocupación imperialista en Irak.

El espejo argentino

El cambio de posturas que se observa en Latinoamérica frente al conflicto de Medio Oriente se refleja nítidamente en Argentina. A diferencia de lo ocurrido en las guerras anteriores, esta vez la conducta pro–israelí no ha sido dominante en el país. Los representantes de las organizaciones sionistas (DAIA–OSA) quedaron a la defensiva y los voceros de la comunidad árabe –tradicionalmente silenciados– pudieron alzar su voz.  Por primera vez aparecieron en la televisión las dos campanas y los diarios debieron brindar espacio a los críticos de la agresión.

Esta visibilidad expresó el rechazo mayoritario de la población a los crímenes en el Líbano. Una encuesta en el Gran Buenos Aires y la Capital Federal indicó que ocho de cada diez ciudadanos repudió el ataque israelí. Ese índice superó ampliamente el patrón del 15% que habitualmente se inclina por esta posición[35]. También la intelectualidad rompió mayoritariamente con el clásico patrón de simpatía o neutralidad hacia Israel y se pronunció contra las acciones del ejército sionista. Solo la derecha más recalcitrante (Birmajer, Eliashev, Grondona, Aguinis) justificó la masacre, recurriendo a los argumentos más pueriles del liberalismo[36].

Este cambio de clima obedece, particularmente en Argentina, a la gran sensibilidad que existe frente a cualquier atropello a los derechos humanos. Ver imágenes de terrorismo de estado rememora inmediatamente a la dictadura y a los desaparecidos. Por otra parte, el nivel de conciencia antiimperialista ha progresado significativamente desde el 2001 como lo demostró, por ejemplo, el repudio a la visita de Bush.

Pero lo que más irrita a muchos sectores de la población es la conducta del establishment sionista. Este grupo intenta reproducir la acción del lobby norteamericano–israelí, sin registrar en que país actúa. Asume los proyectos del Pentágono, propaga las exigencias del Departamento de Estado contra Irán y calumnia a la comunidad árabe de la Triple Frontera. El embajador israelí se comporta con el desparpajo propio de un cónsul colonial y exige públicamente el despido de los periodistas que le disgustan.

A través de su diario predilecto (La Nación) repudia la recolección de ayuda para el Líbano, como si fuera un delito socorrer a las víctimas de un bombardeo o colaborar con la resistencia. La financiación de las actividades criminales del estado de Israel se ha institucionalizado, en cambio, como un episodio normal de la vida comunitaria. Cualquier crítica al sionismo en la universidad, los sindicatos o en la fachada de un edificio es convertida en un gran escándalo mediático.

Pero lo novedoso es la oposición que desatan estas conductas incluso dentro de la propia colectividad judía. Ha crecido la desconfianza hacia los dirigentes que colaboraron con el trabajo sucio que realizó la CIA y el Mossad para evitar el esclarecimiento de los atentados a la embajada y la AMIA. Al cabo de 14 años de pesquisas no se sabe nada sobre los responsables externos y sus conexiones locales. En este complicado marco Kirchner hace malabarismos. Tomó cierta distancia del liderazgo sionista, pero está muy lejos de imitar a Chávez. Evita pronunciamientos y rechazó el envío de las tropas al Líbano que solicitó la ONU para preservar un perfil político bajo.

La reciente guerra precipitó en Argentina una división política e ideológica totalmente divorciada de las creencias religiosas. A las manifestaciones de Palestina concurre la izquierda y las marchas por Israel aglutinan a la derecha. Este alineamiento resulta incomprensible para los sionistas[37]. Pero en realidad ilustra cuán bien se ubica la izquierda en los campos en conflicto. Deja de lado cualquier prejuicio nacional, étnico o religioso y se coloca dónde hay que estar: junto a los oprimidos y contra los opresores.

Esta postura de solidaridad es un acierto político sostenido en una actitud ética. La causa palestina interpela a todos los ciudadanos del mundo y obliga a definir conductas individuales. Nadie puede ocultar cuál es su posición frente a un pueblo agredido. Afortunadamente, cada día son más visibles las demostraciones de apoyo a una heroica resistencia.


[1] Economista, Investigador del Conicet y profesor de la UBA. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).

[2] Rein Raanan. “Israel tiene derecho a usar la fuerza”. Clarín, 7-8-06

[3] Dzalb Damian “Hezbollah decidió instalar la guerra”. Clarín 9-8-06

[4] Así lo denomina: Levy Gideón. “Un apagón moral para Israel” La Nación 1-8-06.

[5] Grynwald Luis.”El estado de Israel está frente a su sexta guerra de defensa”. Clarín, 3-8-06.

[6] Dzalb Damian “Hezbollah decidió instalar la guerra”. Clarín 9-8-06

[7] Saxe explica el sentido geopolítico de esta estrategia. Saxe Fernández John. “Terrorismo de estado”. Página 12, 6-8-05

[8]En los debates recientes sobre el terrorismo se han resaltado estas y otras diferencias. Boron Atilio. “Terrorismos”. Página 12, 9-7-05. Kepel Gilles. “Terrorismo: cuando Internet funciona como una guarida” Clarín, 16-8-05. Bllin Arnaud, Chaliand Gerard. “Una historia del terror”. Página 12, 13-9-04. Rozitchner León “Que piden los terroristas” Página 12, 23-7-05. Tokatlian Juan. “El laberinto de Europa ante el terror”. La Nación, 15-7-05.

[9]Este giro político ha sido detallado varios analistas.  Kepel Gilles. “La democracia en la zona ya no es una prioridad para EEUU” Clarín, 9-8-06. Febbro Eduardo. “Luces y sombras de la primavera árabe”. Página 12, 20-3-05. Achcar Gilbert. “El agujero negro de los estados árabes”.Le Monde Diplomatique, julio 2005.

[10] Un informe detallado de la confiscación de Cisjordania exponen: Editors. “¿Two status for a single land?”. Dialogue n 12, march 2005. También: Chomsky Noam. “Israel persigue anexionarse las tierras más valiosas”. Rebelión. 4-8-06. Ali Tariq. “Hay una guerra colonial prolongada por delante” Clarín, 5-8-06.

[11] Ben David detalla los efectos de la partición. Ben David Arie “The right of return: against the principle of the ethnic state”. Dialogue n 10, august 2005.

[12] Esta acción fue un ejemplo contundente de lo que Harvey denomina “acumulación por desposesión”. Harvey David. The New Imperialism, Oxford University Press, 2003 (cap 4).

[13] Jawad Saleh Andel. “Un sociocide”. Inprecor n 517, mai 2006, Paris.

[14] La relación de Estados Unidos con Israel es descripta por: Wallerstein Immanuel. “¿Qué puede lograr Israel?” Rodela.net. 04-08-06. Walt Stephen, Mearsheimer John. “El lobby israelí y la política exterior de EEUU”. Sin Permiso, 30-7-06. Petras James. “El Líbano está peleando por su soberanía”. CX36 R. Centenario, 7-8-06.

[15] “Irán es el enemigo estratégico de Israel”. Rein Raanan. “Israel tiene derecho a usar la fuerza”. Clarín, 7-8-06.

[16] Un detallado informe de estos planes expone: Hersh Seymour. “Ensayo general para Irán”, El País, 20-8-07. Un análisis del mismo proceso plantea: Meyssan Thierry. “La guerra de civilizaciones” (Red Voltaire. CO n 1035, 23-12-04. Meyssan Thierry. “Los neoconservadores y la política del caos constructor”. Red Voltaire, 1-8-06.

[17] Widder Sergio. “Antisemitismo sin excusas”. Página 12,1-8-06. Desde el momento que están involucrados pueblos árabes de origen semita, correspondería más bien el calificativo de “antijudío”.

[18]“El lazo místico que el judío tiene con la tierra de Israel… (obedece a que)…Israel representa para el pueblo judío un elemento indisoluble de su identidad”. Goldman Daniel “Un antisemitismo vergonzante”, Página 12.18-8-06. En oposición a este visión simplificada, la relación entre sionismo y judaísmo fue planteada en términos mucho más elaborados por los teóricos marxistas. El texto clásico de León puede ser visto como una polémica con el sionismo de izquierda de Borojov. León. Abraham. La concepción materialista de la cuestión judía, Ed. El Yunque. BsAs, 1975. Borojov Ber. Nuestra Plataforma, Bases del Sionismo Proletario.

[19]Una descripción de este drama presenta: Khalaf Issa. “La patología del poder israelí”. Rebelión, 3-8-06.

[20] Achcar describe algunos de estos paralelos. Achcar Gilbert. “El doble ataque israelí sobre Líbano y Palestina”. Liberazione, 15-7-06. Achcar Gilbert. “Los planes imperiales de EEUU son un barco que se hunde”. www. Espacioalternativo.org 6-8-06. También: Trablusi Fawaz. “Lo importante es que por primera vez Israel no hay una victoria clara de Israel”. Clarín, 31-7-06. Haddad  Khaled.”Israel perdió la guerra y busca una victoria en la ONU”. La Nación, 8-06. Otra visión ofrece: Luttwak Edgard. “Se equivocan los que creen que ganó Hezbollah”. Clarín, 27-8-06.-

[21] Todo lo visto constituye “apenas un anticipo de la película principal” que será otra invasión en mayor escala, anuncia un hombre de la derecha. Shalom Silván  “Un acuerdo que podría llevar a un nuevo conflicto”. La  Nación, 14-8-06..

[22]Achcar plantea un balance de la Intifada, Mulhem analiza el régimen sirio y Massad describe los condicionamientos al Hamas. Acchar Gilbert. “De la premiére intimada au succés du Hamas”. Inprecor  517,mai 2006, Paris. Mulhem Monif.  “Quand on decide se battre, il faut accepter de se faire arreter”. Inprecor, 98-499-octobre novembre 2004. Massad Joseph. “Hamas and the conditions of funding”. Dialogue n 12, march 2005.

[23] Khaled. Malik. “The right of return”. Dialogue n 1, 2002.

[24]Smith presenta una síntesis de las discusiones actuales sobre la definición de nación. Smith Murray.”La question nationale en Europe occidentale”. Critique Communiste n 171, hiver 2004.

[25]El análisis clásico de este debate fue planteado por: Roman Rosdolsky: Friedrich Engels y el Problema de los Pueblos "Sin Historia", México, Pasado y Presente, 1980.  

[26]Este modelo binacional es postulado por  Warschawski Michel. “Face aux impératis de la revendication nacionales des deux communautes”. Inprecor n 517,mai 2006, Paris. Warschavski Michel. “La centralité de la question palestinienne”. Inprecor 498-499, octobre-novembre 2004.

[27] Esta tesis plantean entre otros: Sachs Jeffrey. “Fanáticos y moderados” La Nación, 2-8-06. Gregorich Luis. “Medio Oriente, sin finales felices”. La Nación, 15-8-06.

[28] Manson Meter. “Fight for two states, fight for Arab unity”. Weekly Worker 636, 3-8-06. Peled Yoav. “Zionist realities”. New Left Review, n 38, march-april 2006.

[29] Ramírez resalta esta diferencia. Ramírez Roberto. “El drama Palestino” Socialismo o Barbarie, 6-8-06.

[30] Callinicos Alex. “Why two states is not the solution for Palestine”. Socialist Worker, 5-8-06. Tilley Virginia “The secular solution”. New Left Review, n 38, march-april 2006. En la izquierda de Argentina: Altamira Jorge. “Líbano: una derrota gigantesca del imperialismo”. Prensa Obrera 959. 8-8-06. Cinatti Claudia. “Transformar la resistencia en una lucha generalizada de libración nacional y social “. La Verdad Obrera n 198, agosto 2006. Ramírez  Roberto. “Por un estado único, laico y democrático en toda Palestina”. Socialismo o Barbarie, 6-8-06. F.M. ¿Por qué “Laico, democrático y no racista?. Alternativa Socialista, 10-8-06.

[31] Plantean esta opción los promotores de la revista “Dialogue. Review for discussion between arabe and jewish activists of Palestine”. 

[32] El gran acierto de Lenin fue resaltar la dialéctica que vincula a ambos procesos, en oposición al cosmopolitismo inocente, que fantasea con la autodisolución espontánea  de los prejuicios nacionales a través de una prédica fraternal. Un sustancial análisis de los debates del marxismo sobre la cuestión nacional ha desarrollado: Lowy Michael. ¿Patrias o planeta?, Homo Sapiens, Rosario, 1998.

[33] Oppenheimer Andrés. “Las criticas a la guerra en América Latina”. La Nación, 8-06.

[34] Nasrallah Sabed Hassan. “Mientras exista el imperialismo la paz es imposible”. La Haine, 20-8-06.

[35] Página 12, 6-8-06.

[36] La idea que Israel representa los valores de la libertad y Hezbolá los principios del totalitarismo fue repetida al mejor estilo Vargas Llosa como justificación de la masacre. Asumió esta postura: Birmajer Marcelo. “En defensa de la libertad”. La Nación, 25-8-06.

[37] “Todavía no podemos entender como es que hay sectores de izquierda que apoyan a un movimiento teocrático, fundamentalista, terrorista y fundamentalista como Hezbollah”. Kirszenbaum Jorge, presidente de la DAIA. “Masivo acto de apoyo de Israel en Buenos Aires”. La Nación, 15-8-06.