Balance
de 37 años de reinado del presidente libio
Kadhafi,
el sepulturero de la causa nacional árabe
Por
René Naba Red Voltaire, 07/09/06
El
1ro de septiembre de 2006 Libia celebra los 37 años del ascenso al
poder del coronel Muamar El–Kadhafi, actual decano de los jefes de
Estado árabes. René Naba, periodista y ex responsable de la AFP para
el mundo árabe musulmán, hace un sombrío balance de quien fuera
considerado el heraldo de la unidad árabe antes de convertirse
objetivamente en aliado de Estados Unidos e Israel.
En
37 años de poder errático, el defensor de la unidad árabe ha sido
uno de los sepultureros del nacionalismo árabe, zapador por
excelencia de las maniobras estadounidenses en el mundo árabe, el
mejor aliado objetivo de Israel. Después de la dinastía Sennussi,
primera consecuencia directa de la derrota árabe de junio de 1967, el
presunto heredero de Nasser sería propulsado al firmamento político
cuando nacionalizó las instalaciones petrolíferas anglosajonas y la
gigantesca base aérea estadounidense Wheelus Air Field, rebautizada,
en junio de 1970, con el nombre del gran conquistador árabe Oqbah Ben
Nafeh. Pero, el hombre que representaba el relevo se dedicaría con
ardor a dilapidar sistemáticamente el capital de simpatía que había
adquirido espontáneamente y a debilitar metódicamente su propio
bando.
Eterno
segundo de la política árabe reducido a un papel complementario,
Muamar el–Kadhafi, llevado por sus sueños de grandeza pero aquejado
por una tendencia al movimiento pendular, osciló siempre entre los
dos polos del mundo árabe, el Machreg (Levante) y el Maghreb
(Poniente), adoptando todas las formas de unión –confederación,
federación, fusión– a veces con los Estados del valle del Nilo
(Egipto–Sudán), en 1970; con las burocracias militares prosoviéticas
(Egipto, Siria, Libia, Sudán), en 1971; más tarde con Egipto únicamente;
antes de volverse hacia el Maghreb con Túnez (1980), después con
Argelia, y finalmente inclinarse hacia África donde trata desde
principios de siglo de establecer las bases de un Estado
transcontinental. Con todo y sus impulsos y compulsiones, este
despierto coronel no ha disparado nunca un tiro contra sus enemigos
declarados, Israel y Estados Unidos.
Sin
embargo, entre sus trofeos de caza aparecen, trágicamente, algunas de
las figuras más emblemáticas del movimiento contestatario árabe,
como el carismático jefe del Partido Comunista sudanés, Abdel Khaleq
Mahjub, en 1971, así como el jefe espiritual de la comunidad chiíta
libanesa, el imán Mussa Sadr, en 1978.
1971:
con los británicos contra los comunistas
El
promotor del grupo de «Oficiales libres» libios, así llamado
siguiendo el modelo de sus predecesores egipcios, hará causa común
con los británicos, a pesar de su declarada aversión hacia los
antiguos colonizadores, al ordenar el desvío de un avión de
pasajeros de la BOAC (British Overseas Airways Corporation), en julio
de 1971, para entregar a su vecino sudanés, el general Gaafar
El–Numeiry, a los comunistas autores de un intento armado, entre
ellos el coronel Hachem El Attah, uno de los más brillantes
representantes de la nueva generación de jóvenes oficiales árabes.
Peor aún, en violación de todas las reglas del asilo político, el
jefe comunista Mahjoub, que había buscado refugio en Libia, sería
entregado, atado de pies a manos, al presidente Numeiry. Los
remordimientos que El–Kadhafi confesará en voz baja en 1976 por ese
hecho no le impedirán reincidir dos años más tarde contra el imán
Mussa Sadr, misteriosamente desaparecido al final de una estancia en
Trípoli, en 1978, durante el apogeo de la guerra del Líbano. El
torturador sudanés perderá más tarde todo prestigio, y su cómplice
libio con él, al supervisar el primer puente aéreo de judíos etíopes
hacia Israel.
Presentada
por la prensa occidental como un acto de valentía, esta operación,
realizada a la par de la doble decapitación del mayor partido
comunista del mundo árabe y del primer movimiento militante chiíta
del mundo árabe (Amal), afectó de forma duradera las capacidades
combativas del campo progresista y reforzó las capacidades demográficas
de Israel al aportarle 80 000 judíos de Etiopía.
1982
et 1986: doble rasero
Este
hombre hará las delicias de los diarios occidentales, particularmente
felices ante esta ganga mediática. Su ligereza provocará sin embargo
impulsos mortíferos en amplios sectores del mundo árabe. En 1982,
durante el sitio de Beirut, mientras que Yasser Arafat enfrentaba el
bombardeo de la aviación ante el inmovilismo árabe casi general; el
hombre de Trípoli, cómodamente instalado en Aziziah, cuartel militar
transformado en residencia oficial, a miles de kilómetros del bastión
libanés en ruinas, en vez de romper el bloqueo israelí para prestar
ayuda al líder palestino, en vez de callarse, no le aconsejó escoger
el martirio, la sublimación simbólica de la muerte en combate, sino
el suicidio, lo cual hubiera agregado un sufrimiento adicional al
suplicio palestino.
Cuatro
años después, escondido durante una semana en su refugio de Trípoli
desde el primer ataque de la aviación estadounidense, en abril de
1986, El–Kadhafi organizó, sin temor al ridículo, una campaña
mediática tendiente a presentar Trípoli como «el Hanoi de los árabes»,
pasando por alto el singular combate que se libró en Beirut durante
los 60 días que duró el asedio israelí, lo cual le valió la burla
de los corresponsales de guerra que sí conocían la realidad. También
contribuyó al enriquecimiento de los vendedores de armas y a la ruina
de su país. El impresionante arsenal militar que acumuló desde su
ascenso al poder en 1970, mediante compras masivas de armas a Francia
–como el contrato del siglo sobre la entrega de 75 aviones de
combate del tipo Mirage, por un monto de 15 000 millones de francos de
la época (alrededor de 2 300 millones de euros)– fue carbonizado en
18 meses por su propio proveedor francés durante los estruendosos
reveses sufridos en Chad, en 1985 y 1986, especialmente en Wadi Dum y
Faya Largeau.
Los
años 80: expulsión de los egipcios y fin del apoyo soviético
Sin
tener en cuenta las trágicas consecuencias de su decisión,
El–Kadhafi ordenará, a principios de los años 80, la expulsión de
200 000 trabajadores egipcios como represalia ante las negociaciones
de paz por separado del presidente Anwar El–Sadat con Israel. Lo
mismo hará cinco años después, en 1984, al ordenar la expulsión de
cerca de un millón de trabajadores africanos como castigo a la falta
de aprobación de los dirigentes africanos a su belicoso activismo.
Tan
deficiente en el plano estratégico como en el táctico, de una
inquietud nociva, este hombre perderá definitivamente la simpatía de
sus aliados naturales. Su subsistencia se deberá únicamente a la
protección de la Unión Soviética que espera compensar con Libia la
pérdida del Egipto posterior a Nasser, a la vigilancia de la
inteligencia de la República Democrática Alemana que frustra
numerosos intentos de golpe de Estado en su contra, así como a los
aviadores norcoreanos y sirios que garantizan la protección de su
espacio aéreo.
Teórico
de pacotilla
La
única guerra en la que se ha metido ha sido de carácter verbal. Este
hombre desarrolló, en efecto, una fraseología escandalosamente polémica
con el objetivo de dar la impresión de que estaba a la vanguardia en
la lucha contra «el imperialismo estadounidense» y hacer olvidar así
sus anteriores contactos anglosajones. Kadhafi, y sus medios de
prensa, usaba una terminología tan exagerada que su propio pueblo
pasaba trabajos para interpretarla.
Una
reunión cumbre Reagan–Thatcher, así bautizada debido a los
apellidos del presidente estadounidense Ronald Reagan y de la primera
ministra británica Margaret Thatcher, en funciones durante los años
80, era presentada como un encuentro entre «el perro rabioso de
Israel y la asesina de niños», haciendo así alusión al ataque aéreo
estadounidense de abril de 1986 contra Trípoli en el que murió la
hija adoptiva del coronel. El Cairo, nombre que significa en árabe «la
victoriosa», era designada como «la vencida» y el movimiento chiíta
Amal, cuyo nombre significa en árabe «la esperanza» era calificado
como «desesperanza». La «Casa Blanca» se convirtió en la «Casa
Negra», y el Reino Unido «el portaviones inmóvil de los americanos»,
en referencia a la autorización que recibieron los aviones de guerra
estadounidenses para operar desde bases británicas durante el ataque
contra Libia. En un juego de palabras, el presidente egipcio Hosni
Mubarak era «el desmadejado» (Al–Barek), el rey Husein de Jordania
«el traidor» y el presidente de Chad Hissene Habré, en conflicto
con Libia, «el asalariado».
Dándoselas
de culto, el «Guía supremo de la Revolución Libia» impondrá su
Libro Verde, un compendio de teorías contradictorias presentado como
una especie de «Tercera teoría universal». Distribuido
gratuitamente a todo el que pasara por Libia o estuviera en relación
con ese país, la entrega del Libro Verde era una formalidad
obligatoria. La obra propone la instauración del socialismo sin
socialistas, de una democracia sin demócratas y un poder popular sin
pueblo. La «populocracia» «Jamahirya» convirtió la burocracia en
sistema de gobierno y el parasitismo en regla de vida. También tiene
en su activo, y en el pasivo de la causa que se suponía que iba a
promover, la destrucción de aviones de pasajeros –un aparato de la
compañía estadounidense Panam en Lockerbie (Escocia), en 1988; un
avión de la compañía francesa UTA que atravesaba el desierto de
Chad, así como un atentado contra una discoteca en Berlín.
Capitulación
ante Estados Unidos y aceptación de Israel
Un
férreo bloqueo de 10 años (de 1992 hasta 2002) pondrá fin a su
resistencia. Kadhafi entregará su más cercano colaborador a la
justicia internacional como chivo expiatorio por el atentado de
Lockerbie antes de someterse a las condiciones estadounidenses para
escapar así al funesto destino del iraquí Sadam Husein.
En
1995, alentado por una idea que creía «genial», envió un grupo de
libios en peregrinaje a la mezquita de Al–Aqsa, en Jerusalén, el
tercero de los lugares santos del Islam, creyendo que con este gesto
teatral rompería el bloqueo impuesto a Libia hacía tres años. Pero
aquel peregrinaje absurdo finalmente condujo a dar un aval a la
soberanía de Israel sobre la ciudad santa y a apoyar el papel del
Estado hebreo como garante de los lugares santos.
En
diciembre de 2003, en el marco de una operación entreguista, Kadhafi
capitulará ante los estadounidenses al entregar, sin la menor
resistencia, la totalidad de su programa nuclear a la administración
neoconservadora del presidente George Bush jr y revelando a la vez
todo un sector de la cooperación entre los países árabes y
musulmanes (Pakistán, Irán, Siria) en lo tocante a la tecnología
nuclear.
En
su fuga solitaria, El Sadat tenía la excusa de la paz. La de Kadhafi
es su salvación personal. Dos años después de su capitulación
incondicional ante el orden estadounidense, el coronel Kadhafi,
manteniendo su actitud de siempre durante la cumbre árabe de Argel,
el 22 de marzo de 2005, calificó a palestinos e israelíes de «idiotas»
por no haber creado una federación de «Isratina», neologismo
inventado a partir de la contracción de Israel y Palestina, borrando
así de un trazo 50 años de lucha del pueblo palestino por la
preservación de su identidad nacional.
«Los
libios deben ponerse del lado de Estados Unidos»
En
pleno apogeo de la exasperación nacionalista en Irak y Palestina,
mientras que el primer ministro israelí Ariel Sharon se entregaba
impunemente a ejecuciones extrajudiciales y utilizaba helicópteros
para asesinar dirigentes islamistas, como el jeque Ahmad Yacin y Abdel
Azzis al–Rantissi; mientras que el jefe democráticamente electo de
la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, se encontraba sitiado
desde hacía tres años en Ramallah y la opinión mundial sufría la
sacudida de las revelaciones de las torturas cometidas en la prisión
de Abu Graib, el libio justificaba descaradamente su propia capitulación
en términos que fueron interpretados como una deserción. «Estados
Unidos nunca ha sido enemigo de Libia, que fue castigada por su
solidaridad con Yasser Arafat y con las causas del Tercer Mundo»
[…] «Arafat se entiende con los estadounidenses y su primer
ministro se emborracha con su homólogo israelí» […] . Los libios
tienen que ponerse del lado de Estados Unidos», afirmará en Siria
ante una asamblea impasible y asqueada por tantas concesiones [1].
¿Manierismo
comprobado? ¿Narcisismo demostrado? Este revolucionario ha vivido en
la opulencia, moviéndose en autos rutilantes, acompañado de amazonas
míticas –un enjambre de lindas muchachas garantizan su protección
personal–, con un costurero personal al pie de su augusta persona,
disfrutando de un lujo escandaloso junto a sus hijos, Seif El–Islam
y sobre todo el menor Hannibal, que atrae constantemente la atención
de los cronistas sociales de las capitales occidentales. Desde lo alto
de su petróleo, el decano de los dirigentes árabes contemporáneos
disfruta de sus arcas desbordantes de divisas fuertes, pero está
completamente desacreditado. Ya no engaña a nadie, ni podrá hacerlo
en el futuro. La Fundación Kadhafi por los Derechos Humanos,
estructura ad hoc encargada de reciclar honorablemente la imagen del
dirigente libio pagando a precio de oro su pasada ignominia,
incluyendo la indemnización de las 288 víctimas del atentado de
Lockerbie o la liberación de los rehenes occidentales de Mindanao
(Filipinas), es una especie de parche.
Sus
caprichos y terquedades han hecho que este militar de galas y
desfiles, este teórico revolucionario de la tercera vía universal,
se haya convertido en el payaso de las cumbres árabes, que
constantemente amenaza con abandonar, en el hazmerreír de la opinión
internacional y la desesperación de los pueblos árabes ya cansados
de sus constantes extravagancias.
.–
Ex responsable del mundo arabo–musulmán en el servicio diplomático
de la AFP (1978–1990), ex consejero del director general de RMC
para la información (1989–1994). Obras
recientes: Du Bougnoule au sauvageon, voyage dans l’imaginaire
français (L’Harmattan, 2002) y Aux origines de la tragédie
arabe (Bachari, 2006).
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