La
estrategia de EEUU e Israel: Líbano e Irán
Por
James Petras
Rebelión, 13/09/06
Traducido por S. Seguí y Beatriz Morales
El
debate bélico en torno a Irán
Un
análisis de las declaraciones oficiales, los documentos y los
comunicados de prensa del gobierno israelí recogidos por sus
representantes permanentes ante la Conferencia de presidentes de
grandes organizaciones judías de EEUU (CPMAJO, en sus siglas en inglés)
y sus seguidores, que publican artículos y dictan conferencias en los
principales medios de comunicación, revela un esfuerzo coordinado por
convencer a Estados Unidos de atacar militarmente a Irán. Desde
mediados de la década de 1990 los principales ideólogos proisraelíes
de EEUU han venido publicando documentos y manifiestos propagandísticos,
que pretendían hacer pasar por documentos de estrategia, incitando a
una agresión militar conjunta israelo–estadounidense contra Irak,
Siria y, en particular, Irán.
Con
las ruinas todavía humeantes de los atentados del 11 de septiembre,
los principales ideólogos pro israelíes, el senador Joe Lieberman y
el vicesecretario de Defensa Paul Wolfowitz, instaban a Washington a
que atacase a Irán mediante acciones simultáneas consecutivas.
Persiguiendo
las prioridades regionales de Israel, sus representantes en el
gobierno de Estados Unidos, en el Pentágono (Wolfowitz, Feith y
Shulsky), en el Consejo Nacional de Seguridad (Abrams), en el gabinete
del vicepresidente (Libby) y en el gabinete presidencial (Frum,
redactor de los discursos del presidente), falsificaron informes
secretos, diseñaron la campaña propagandística (Guerra contra el
Terror, Eje del Mal) y planearon la guerra contra Irak, mientras el
lobby judío obtenía la aquiescencia casi general del Congreso.
A
continuación consiguieron el boicot estadounidense a Siria y el apoyo
a la expropiación, la anexión y el asentamiento en tierra palestina
de Cisjordania, a la vez que la destrucción de la Franja de Gaza. Aun
cuando la invasión no llegó a conseguir el control de Irak, los
representantes de Israel en el Gobierno estadounidense consiguieron
destruir la sociedad y el Estado iraquíes, y su capacidad de apoyo a
la resistencia palestina, aumentando con ello el poder regional de
Israel (a un coste altísimo, no obstante, para Estados Unidos.)
Incluso
en plena guerra de EEUU contra Irak; incluso después de sufrir 20.000
bajas, entre muertos y heridos; incluso cuando la factura de la guerra
asciende a 430.000 millones de dólares; incluso en una situación en
que las tropas de tierra apenas alcanzan a cubrir el territorio;
incluso en estas circunstancias, los representantes de Israel en el
Gobierno y en el Congreso estadounidenses, junto al inevitable lobby
pro israelí, han seguido presionando para lanzar un ataque
“preventivo” sobre Irán.
En
el seno del Gobierno estadounidense, los representantes de Israel se
encontraron ante algunas objeciones por parte del Departamento de
Estado y de determinados militares en activo a un eventual ataque de
este tipo:
1.
Un ataque a Irán llevaría a una invasión a gran escala de las
fronteras de Irak que pondría en peligro la precaria situación de
las tropas estadounidenses en este país;
2.
Hezbolá, Siria y otros aliados iraníes reaccionarían probablemente
en solidaridad con Irán y lanzarían represalias contra los apoyos
estadounidenses en Líbano, los Estados del Golfo y otros lugares de
Oriente Próximo;
3.
Un ataque aislaría totalmente a Estados Unidos de sus aliados
europeos, árabes y asiáticos, con lo que EEUU se vería obligado a
asumir toda la carga de la guerra;
4.
Irán podría bloquear el estrecho de Ormuz, impidiendo el paso del
crudo a Europa y Asia.
La
preparación para la guerra
En
respuesta, los representantes de Israel en EEUU formularon una serie
de políticas encaminadas a obviar dichas objeciones.
En
primer lugar, ellos, junto con los servicios secretos de Israel y sus
colaboradores libaneses, y con la aprobación del Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas, dominado por EEUU, consiguieron incriminar a
Siria como país autor del asesinato del ex primer ministro libanés
Rafik Baha'eddin Al–Hariri el 14 de febrero de 2005 basándose en la
retractación de un único y perjuro “testigo”.
Con
ello, EEUU y la ONU forzaron a Siria a retirar sus fuerzas de Líbano,
con lo que esperaban aislar a Hezbolá y otros movimientos
anticoloniales y antiimperialistas. Una vez Siria fuera de Líbano,
EEUU consiguió instalar, con el visto bueno de Israel, un gobierno
satélite en Beirut, cuya influencia real, sin embargo, se limitaba a
la zona central y septentrional del país. Hezbolá siguió siendo la
fuerza dominante en el Líbano meridional y gran parte de la zona sur
de Beirut, inexpugnable a cualquier maquinación militar emanada de
Beirut.
En
2004, EEUU y Francia patrocinaron conjuntamente la resolución 1559 de
la ONU que exigía la disolución y el desarme de todas las milicias,
libanesas o no. Esta extraordinaria intromisión por parte del Consejo
de Seguridad en los asuntos internos de Líbano fue, claramente, parte
de la organización de la invasión de 2006.
Washington,
en coordinación con Israel, continuó con su táctica de despiece,
apartando a todos los oponentes, reales o potenciales, de su control
absoluto de la región. Al aislar a Siria, destruir Gaza y
“rodear” a Hezbolá (o así lo creían), estaban convencidos de
que se aproximaban al aislamiento de Irán.
Con
el fin de instalar a un gobierno títere de nuevo cuño, en junio de
2006 Israel procedió a invadir y demoler Gaza, y a arrestar a los líderes
políticos de Hamás. Ese mismo mes, el asesor presidencial para
Asuntos de Oriente Próximo, Elliot Abrams, en estrecho contacto con
el alto mando militar israelí, dio luz verde a la invasión de Líbano,
con el fin de destruir a Hezbolá y dar un paso más hacia el objetivo
estratégico de aislar a Irán y superar los temores de los militares
estadounidenses a las represalias por un bombardeo preventivo de Irán.
Paralelamente
a la invasión de Líbano y Gaza, coordinada entre EEUU e Israel,
Washington y el lobby judío se ocupaban del frente diplomático,
intentando conseguir la aprobación de la ONU a un boicot multilateral
a Irán por su legal programa de enriquecimiento de uranio.
En
el caso de Gaza, el lobby judío consiguió el apoyo unánime de la
Casa Blanca, del Congreso y de los medios de comunicación al ponerle
a Hamás, movimiento electoral, la etiqueta de organización
“terrorista”. Paradójicamente, el presidente Bush dio su apoyo a
las “elecciones libres” en los territorios palestino, así como a
la decisión de Hamás de presentarse a las elecciones. Después del
reconocimiento de Bush de la naturaleza “libre y democrática” del
proceso electoral en Palestina, el lobby presionó al Congreso y a la
Casa Blanca a fin de cortar toda ayuda y todo contacto con el gobierno
de Hamás, democráticamente elegido.
A
su vez, la Casa Blanca presionó a la Unión Europea para que adoptase
una posición similar. Israel bloqueó todas las rutas comerciales y
se negó a entregar al nuevo Gobierno palestino los impuestos que les
correspondían. Israel actuó con el fin de asfixiar la economía
palestina mientras que el lobby judío conseguía el apoyo de EEUU a
las políticas de Israel.
En
sus seis meses de criminal campaña, Israel llevó sus incursiones
armadas en Gaza y Cisjordania hasta el homicidio deliberado de
civiles, familias y niños cuando participaban en actividades tan
inocentes como una merienda en la playa.
Estas
grotescas provocaciones israelíes tenían por objetivo llevar a Hamás,
un gobierno democráticamente elegido, a terminar con su alto el fuego
unilateral, proclamado 17 meses antes. Un ataque palestino destinado a
inutilizar un emplazamiento de tanques israelí cercano a la frontera
de Gaza y la captura de un soldado israelí sirvieron de pretexto para
la invasión a gran escala de Gaza.
El
Gobierno israelí ordenó la destrucción sistemática de la mayor
parte de la infraestructura vital de la zona: sistemas de tratamiento
de aguas, plantas eléctricas, sistemas de alcantarillado, carreteras,
puentes, hospitales y escuelas, a la vez que arrestaba a los líderes
electos de la Autoridad Palestina, tanto de la rama ejecutiva como de
la legislativa. Israel mató a más de 250 palestinos en los primeros
dos meses de su campaña “Lluvia de verano” contra Gaza e hirió a
más de 5.000 (“en su mayor parte civiles”, Haaretz, 4 de
septiembre de 2006). Tras la debacle de Líbano, Israel lanzó una
campaña masiva de “búsqueda y destrucción”.
El
lobby silenció toda voz discrepante y consiguió un respaldo casi unánime
del Congreso y del Gobierno a las políticas de Israel en Gaza. El
estrangulamiento de Gaza por parte de Israel debilitó toda oposición
palestina a un ataque preventivo contra Irán.
Si
bien la invasión militar israelí no consiguió destruir Hezbolá, el
lobby se apuntó una victoria diplomática de gran envergadura con la
aprobación de la Resolución 1701 de Naciones Unidas sobre un “alto
el fuego”. Dicha Resolución es una copia textual de los objetivos
estratégicos israelíes de destrucción de Hezbolá, división de Líbano,
obtención de la supremacía militar en Líbano y aislamiento de Irán.
La aprobación de la resolución siguió los diferentes pasos del clásico
proceso: Israel estableció sus condiciones, el lobby organizó su
aparato a fin de presionar al Congreso y a la Casa Blanca, y
Washington la presentó al Consejo de Seguridad y presionó a sus
miembros para que la aprobasen. La resolución fue aprobada y a
continuación se puso en marcha el proceso militar, económico y
diplomático, con Kofi Annan como adelantado de esta estrategia
israelo–estadounidense.
Decir
que la Resolución de alto el fuego es tendenciosa y sesgada en favor
de Israel es quedarse corto. El problema reside en los propios términos
y premisas de la resolución. Israel invadió Líbano.
El
derecho internacional considera que un país que invade otro, destruye
toda su infraestructura civil y 15.000 hogares, y mata a más de 1.100
de sus ciudadanos es el agresor. Se debe establecer una "zona
parachoques" o región desmilitarizada dentro de las fronteras
del país agresor, a saber, una zona de 20 kilómetros dentro de la
frontera israelí. Ésta es la práctica común para con Estados con
un largo historial de intervenciones militares dentro de los Estados
vecinos. Éste es especialmente el caso dado que Israel inició el
bombardeo de Líbano e Israel invadió Líbano, y no viceversa.
En
vez de ello la resolución aprobada por Naciones Unidas obliga a
ocupar territorio libanés y a eliminar su primera línea de defensa
nacional – a saber, el complejo de búnkeres y túneles subterráneos
que Hezbolá y la resistencia libanesa organizaron como una defensa
civil contra los ataques de las bombas, misiles, artillería e
infantería invasora israelí.
En
segundo lugar, la Resolución de Naciones Unidas hace un llamamiento
al desplazamiento, disolución y desarme de los defensores (Hezbolá)
del país invadido en vez de los invasores (las Fuerzas de Defensa
(sic) Israelíes, IDF en sus términos en inglés). En la línea de la
estrategia israelí, esta propuesta pretendía conseguir por medio de
los “cascos azules” de la ONU lo que las Fuerzas de Defensa Israelíes
no fueron capaces de realizar.
En
tercer lugar, mientras que la resolución proponía que Hezbolá tenía
que ser obligada a desarmarse o, al menos a "esconder" sus
armas, el armamento israelí, sus soldados de ocupación y vuelos
rasantes continuaron sobre el lugar en Líbano, preparados para atacar
y bombardear, y ansiosos por hacerlo, a la resistencia libanesa, como
su primer ministro y el ministro de Defensa declararon públicamente
(y practicaron en varias ocasiones).
En
cuarto lugar, mientras Hezbolá accedía al alto el fuego, Israel no.
Israel mantuvo su bloqueo terrestre y aéreo, lo que según el derecho
internacional constituyen actos de guerra, y mantiene su
"derecho" a enviar libremente a Líbano comandos y equipos
de asesinatos. Naciones Unidas y Kofi Annan no han denunciado el
incumplimiento de la Resolución por parte de Israel. Por su parte,
Estados Unidos, ha apoyado este incumplimiento por parte de Israel.
En
quinto lugar, las Naciones Unidas han propuesto, por insistencia de
Israel, que soldados libaneses patrullen la frontera, den caza y
destruyan las armas y los activistas de Hezbolá, con lo que esperan
provocar una guerra civil y dividir Líbano en un Estado fragmentado y
disfuncional, en vez del gobierno de coalición (que incluye a Hezbolá)
que existía antes, durante y después de la invasión israelí. En
respuesta Hezbolá no se ha desarmado aunque ha accedido a que sus
combatientes lleven armas visibles en público. Hezbolá no ha opuesto
resistencia a que haya soldados libaneses en la frontera con Israel ;
aun más, ha confraternizado con ellos.
En
esta Resolución de alto el fuego, perversa como ninguna otra, el
agresor (Israel) conserva sus armas, su ocupación del territorio, del
aire y del mar libanés, e incrementa la compra de armas ofensivas. El
lobby judío empuja a Estados Unidos y a las Naciones Unidas a rodear
a Hezbolá, controlar la frontera libanesa con Siria (y perder, por lo
tanto, soberanía) y a detener el flujo de cualquier arma defensiva
para reponer las empleadas en defender el país de los invasores
israelíes.
La
Resolución israelo–estadounidense–onusiana está diseñada para
aislar la resistencia libanesa de Siria e Irán y debilitar toda
solidaridad árabe común en el momento en que Irán y Siria sean
atacados.
Kofi
“El Recadero” Annan, nominalmente Secretario General de Naciones
Unidas pero conocido por quienes trabajan en este organismo como el
mensajero de Washington –y, por lo tanto, del lobby judío— fue a
Oriente Próximo en misión de paz. Su objetivo no era abrir
negociaciones sobre el intercambio de prisioneros entre Líbano–Hezbolá
e Israel, sino asegurar una liberación unilateral de los prisioneros
de guerra israelíes capturados. Nunca, en ningún momento, mencionó
las demandas clave de los libaneses, que eran la liberación de los
1.000 civiles y combatientes libaneses encarcelados ilegalmente y que
están sufriendo en las cárceles israelíes, muchos de los cuales han
permanecido encarcelados sin cargo o sin juicio durante años. El único
asunto que para Annan había que discutir era articular las demandas
israelíes de liberación de sus prisioneros. Cuando Siria accedió a
trabajar con Annan en una liberación recíproca negociada de
prisioneros libaneses e israelíes, e Israel rechazó la oferta, Annan
se negó a criticar la intransigencia israelí y siguió expresando su
demanda de una liberación incondicional y unilateral de prisioneros.
Está
claro que Israel y el lobby judío–estadounidense están tratando de
aprovechar la Resolución de alto el fuego, tan favorable a Israel, y
su implementación, para ampliar y ahondar sus intromisiones en la política
libanesa, controlar su política de seguridad y socavar su soberanía
comprando a sectores de la élite beirutí con "ayuda para la
reconstrucción" mientras mantienen a Israel en pie de guerra
dentro, alrededor y sobre Líbano.
El
acuerdo de "alto el fuego" es, en efecto, una
"ratonera" que ofrece la ayuda de los donantes (el queso) al
débil y vacilante régimen de Beirut (particularmente a sus sectores
derechistas, pro occidentales) y la trampa de acero de un cerco por
tierra, mar y aire, y de ataques militares por parte de israelíes y
de colaboradores de Naciones Unidas a un desarmado Hezbolá.
El
lobby judío consiguió un apoyo al 100% de la Casa Blanca y del
Congreso del Estados Unidos a que Israel continuara con el bloqueo de
Líbano por aire y mar, y a sus demandas de desarmar y destruir Hezbolá
como condiciones para retirarse de su ocupación territorial de Líbano.
Peor
aún, a medida que las Naciones Unidas inician su ocupación de Líbano
e Israel mantiene su presencia militar, Tel Aviv reinterpreta el alto
el fuego para reforzar su posición avanzada dentro de Líbano. Israel
exige la liberación de sus dos prisioneros de guerra, la destrucción
de Hezbolá antes de pensar en acabar con su ocupación y bloqueo.
Antes de conformar los términos del acuerdo y de retirar sus propias
tropas, Israel insiste en que soldados de las Naciones Unidas
controlen la frontera siria. No se hace mención a patrullas de las
Naciones Unidas en las fronteras de Israel con Gaza que Israel cruza a
diario cuando va a matar y asesinar palestinos.
En
otras palabras, mientras Naciones Unidas mina la postura de la
resistencia libanesa y fortalece al ejército israelí, Israel ni
negocia ni corresponde en reciprocidad [sino que] añade demandas
nuevas y más exigentes. Todo esto es apoyado por el lobby judío y
sus altos funcionarios en el Ejecutivo y el Congreso estadounidense.
El propósito de esta compleja maniobra de las Naciones Unidas es
neutralizar toda oposición libanesa al aumento de las agresiones
israelo–estadounidense contra Irán.
Diplomacia
de confrontación y guerra
De
forma paralela y convergente con la “estrategia de la ratonera"
en Líbano, Estados Unidos, con el poderoso impulso del lobby judío,
ha presionado para conseguir el apoyo del Consejo de Seguridad de
Naciones Unidas a una serie de medidas diplomáticas y sanciones económicas
contra Irán. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas inducido por
Estados Unidos y Europa está haciendo demandas que están en completa
contradicción con el Tratado de No Proliferación, que permite en
cualquier momento a todos los países del mundo enriquecer uranio para
usos pacíficos, y de este modo está provocando una confrontación
con Irán.
Estas
ilegales e impertinentes demandas no tienen en absoluto base legal ni
de hecho: según el Organismo Internacional de Energía Atómica no
hay pruebas de que Irán esté construyendo un arma nuclear. Estados
Unidos ha adoptado una estrategia paulatina de preparación de una
guerra preventiva contra Irán, a fin de minimizar su aislamiento (el
de Estados Unidos), el enorme coste económico y en vidas humanas, y
la posibilidad de represalias.
Washington
ha preparado una resolución que imponga sanciones económicas y que
limite los desplazamientos y las inversiones iraníes. Una vez
instaurado el principio de las sanciones económicas, Washington puede
presionar más fácilmente para añadir otras cuestiones, como
sanciones comerciales, restricciones al trafico comercial marítimo y
congelación de los activos exteriores. Una vez asegurado el
aislamiento económico multilateral de Irán, Washington puede
emprender su ataque militar aéreo con menor oposición y mayor
aquiescencia de Europa y sus clientes de Oriente Próximo.
De
Irak, Hezbolá y Hamás a Irán: ¿otra estrategia fallida?
Los
representantes israelíes en el Gobierno de Estados Unidos
contemplaron en su momento la guerra contra Irak como un ensayo
general para un ataque a Irán y como parte de una serie triunfal de
conquistas militares que hicieran del Golfo Pérsico un patio trasero
israelo–estadounidense. Junto a la guerra contra Irak, el lobby
presionó al Congreso estadounidense para que aprobase medidas de
boicot a Siria, otro objetivo de la estrategia general de Israel y su
lobby. Líbano, especialmente la resistencia nacional dirigida por
Hezbolá, es una pieza clave de la estrategia conjunta
israelo–estadounidense contra Irak. El Líbano meridional bajo
control de Hezbolá y Hamás en Gaza, otro aliado potencial de Irán,
han sido por consiguiente un objetivo de aislamiento diplomático por
mediación de las Naciones Unidas, y a la vez un objetivo de destrucción
física. Cada guerra de Estados Unidos e Israel tiene un fin inmediato
–el debilitamiento de un adversario— a la vez que, más
importante, forma parte de la preparación de un gran ataque sobre Irán.
Estas guerras de “doble uso” son concebidas para debilitar y
destruir a adversarios de los planes de dominación regional
israelo–estadounidenses, y a la vez instalar bases militares, cercar
geográficamente y presionar económicamente, todo ello con miras al
ataque final contra Irán.
Las
fichas de dominó caen del lado equivocado
No
obstante, el lobby y los arquitectos israelíes de estas guerras en
serie han cosechado algunos fracasos importantes, junto a las
victorias, en su camino hacia Teherán.
Tuvieron
éxito en la destrucción del gobierno nacionalista laico de Saddam
Hussein y en la destrucción total del potencial económico y militar
de Irak. No obstante, se hallan ante una insurgencia inesperada y de
gran alcance que tiene fijados sobre el terreno a decenas de miles de
militares estadounidenses y que agotan sus reservas, imponen unos
costes financieros enormes y socavan el apoyo público a esa guerra y
a cualquier otra nueva invasión que proponga el lobby israelí.
El
intento del lobby judío de expulsar, mediante elecciones, a Yasir
Arafat e imponer un gobierno satélite opuesto a Irán y a Hezbolá
tuvo un resultado inesperado: las elecciones fueron
ganadas por Hamás, movimiento nacional anticolonial, a raíz
de lo cual Israel decidió volver a su programa de matanzas y ataques
militares directos con el fin de diezmar la oposición al plan general
para el Oriente Próximo.
El
empeño por erradicar a Hezbolá de Líbano meridional consiguió
causar graves daños al país y acabar con la vida de centenares de
civiles, pero fracasó en su principal objetivo de aclarar el camino a
un ataque sin réplica contra Irán.
Si
bien Israel fracasó militarmente, el lobby y sus clientes del
Congreso y el Gobierno estadounidenses consiguieron imponer sus
objetivos políticos conjuntos en la infame Resolución 1701, por
intermedio de las Naciones unidas y del ejército libanés. No
obstante, la Resolución, a la vez que impone algunas restricciones
importantes, sigue siendo fuertemente contestada: Hezbolá rechaza
desarmarse, el ejército libanés (shií en un 40%) confraterniza con
Hezbolá y no le es hostil, y las tropas de las Naciones Unidas no
tienen intención alguna de desempeñar el papel de fuerzas de choque
de Israel y provocar un nuevo ataque contra Hezbolá, especialmente
después del asesinato deliberado de varios “cascos azules” por
parte de Israel.
La
estrategia diplomática del lobby judío y de EEUU de imponer
sanciones a Irán, ha amarrado el apoyo europeo en lo que respecta a
determinados asuntos menores, pero no ha conseguido el apoyo de Rusia
y China a un embargo a gran escala. China está actualmente negociando
un acuerdo con Irán relativo al proceso de enriquecimiento del uranio
que puede socavar la “diplomacia de guerra” de EEUU en su
totalidad.
Ante
esta serie de obstáculos militares y diplomáticos, el lobby judío
no cesa ni desiste en su empeño. En cambio, está lanzado en una
nueva campaña de excitación bélica en EEUU por mediación de
“sionófilos” ultramilitantes como el embajador de EEUU ante la
ONU, John Bolton, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, el
vicepresidente Dick Cheney, el presidente George W. Bush y, por
supuesto, el inimitable “Asesor jefe para asuntos de Oriente Próximo”,
Elliot Abrams. La posición común es dejar de lado todos los asuntos
fallidos e ilusorios y todas las propuestas diplomáticas y basar en
una cuestión ideológica el ataque a Irán que se avecina: el nuevo
combate entre la democracia y el fascismo islámico.
Para
el Gobierno israelí, un ataque preventivo de EEUU contra Teherán se
consideraría como un debilitamiento de otro oponente a la dominación
regional israelí. Para EEUU, sería la apertura de las compuertas de
la insurgencia hacia Irak y más allá, lo que conduciría a dos,
tres, muchos Iraks. En algún momento, esta estrategia se volverá
contra sus autores. Al sacrificar un número inaudito de vidas
estadounidenses al servicio de una potencia extranjera, el lobby judío
y sus defensores políticos del Congreso de EEUU entrarán en la
historia como traidores a nuestros más altos ideales en tanto que país
libre e independiente.
A
falta de asegurarse un ataque de EEUU contra Irán, Israel está
acelerando sin reposo sus planes de guerra contra Irán y Siria. Una
vez más, su lobby ha montado una campaña de propaganda masiva y
sostenida según la cual el presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad,
habría declarado en un discurso, en octubre de 2005, que “Israel
debe ser borrado del mapa.”
El
lobby ha falsificado totalmente la traducción al inglés, toda vez
que el presidente iraní nunca utilizó el término “borrar” ni el
término “mapa” (Cf. Counterpunch 28/08/06). Lo que en realidad
dijo fue: “Ese régimen que ocupa Jerusalén debe desaparecer de los
anales de la historia”.
No
cabe duda de que se refería a un poder que ocupa ilegalmente una
ciudad por conquista militar, que reduce a sus propios ciudadanos árabes
a la discriminación y la pobreza, y que coloniza los territorios
ocupados. En otras palabras, pide la desaparición de un régimen
racista y colonial, no la destrucción o expulsión de los judíos en
Israel.
Éstas
y otras “malas traducciones” deliberadas son parte de los
esfuerzos del lobby por fomentar el oprobio mundial contra Irán y
estigmatizar a este país con las peores características de los que
“niegan el Holocausto”, y así presentar el ataque de Israel como
una acción dirigida a un “Estado delincuente” islámico–fascista.
De
enero a marzo de 2006, el alto mando israelí puso manos a la obra con
sus planes de guerra para atacar Irán, que luego aplazó
temporalmente para permitir a Washington desarrollar iniciativas
diplomáticas. En septiembre, el Times de Londres (3.9.2006) informaba
que “Israel está preparándose para una eventual guerra con Irán y
Siria.” Con arreglo a fuentes políticas y militares israelíes,
“El reto que plantean Irán y Siria ocupa el primer lugar en la
agenda israelí de defensa (sic).”
.–
Véase el Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense – PNSE
(The Project for the New American Century: White Paper Rebuilding
American's Defenses, Sept. 2000) elaborado por los principales ideólogos
pro israelíes estadounidenses, judíos y no judíos.
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