¿Un
segundo Irak?
Por
Roberto Mansilla Blanco
AIS
(Agencia de Información Solidaria), 20/09/06
El
comandante de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad,
ISAF, dirigida por la OTAN, el británico James J. Jones, reconoció
el pasado 8 de septiembre, en una reunión urgente en Varsovia, que
sus efectivos militares se ven “incapaces” de contener la renovada
ofensiva de las milicias talibanes al sur del país, en torno a las
regiones de Kandahar, Helmand y Uruzgan.
Jones
pidió un despliegue “urgente” de 2.000 efectivos, a fin de
sostener un comando de 19.000 soldados para combatir a los talibanes
en las regiones sureñas bajo su control. En Afganistán están
asentados unos 35.900 soldados de la OTAN, de los cuales 19.000 son
estadounidenses, y cuyas responsabilidades pasan por garantizar el
orden y la estabilización y el marco jurídico–político necesario
para consolidar la transición.
Un
embudo a la OTAN
Mientras
se celebraba esta cumbre en Varsovia, diversos grupos asociados a los
talibanes cometían tres atentados en la capital afgana Kabul, con
saldo de 17 muertos. Desde enero vienen siendo constantes los ataques
contra las tropas extranjeras y objetivos gubernamentales en Kabul y
otras ciudades como Kandahar y Herat.
Unos
días antes, las fuerzas de la OTAN habían asegurado dar muerte a 490
combatientes talibanes, a través de la operación militar
‘Medusa’, aplicada en el sur del país a comienzos de agosto. Pero
no existen fuentes fiables de que estas informaciones sean verídicas,
además de que esta operación militar ya provocó el éxodo de 50.000
civiles de la región de Kandahar.
A
tal punto está asumido el fracaso en materia de seguridad que las
autoridades de la OTAN reconocen el éxito que están teniendo los
talibanes en el reclutamiento de nuevos militantes, gracias al
descontento local y las constantes llegadas de voluntarios desde
Pakistán.
La
“iraquización” afgana
El
problema para Afganistán está en su incapacidad para asentar un
gobierno de unidad nacional con plena autoridad en el territorio
nacional. Relegada de la atención mundial tras la guerra de 2001,
principalmente por la atención desplegada posteriormente hacia Irak,
la comunidad internacional se volcó en un principio en un amplio
programa de reconstrucción nacional y democratización cuyos frutos
(aunque no mínimos) han demostrado ser insuficientes, lo cual aumenta
la frustración social.
Esto
deja al gobierno prooccidental de Hamid Karzai completamente atado a
las tropas de la OTAN y de la ONU allí existentes, donde participan
no sólo EEUU y Gran Bretaña sino diversos países como España,
Polonia, Australia, Canadá, Noruega, Alemania, Holanda, Nueva Zelanda
e Italia. Para Karzai, la única carta a favor para mantener su
autoridad estriba en la completa implicación de la comunidad
internacional en la reconstrucción del país y en el reforzamiento de
los mecanismos de seguridad a través de la OTAN y el apoyo militar
estadounidense.
En
materia de gobierno interno, Karzai manifiesta una gran debilidad para
poner orden en un país dominado por los “señores de la guerra”,
los jefes tribales y el renovado ascenso de los talibanes. El delicado
mosaico étnico y religioso, la escasa cultura política de los
afganos, más proclives a obedecer códigos tradicionales ancestrales
que modernos ordenamientos jurídicos, y la ausencia de una dinámica
sociedad civil, dificultan también la tarea de Karzai y revelan los síntomas
de debilidad en torno a una identidad nacional afgana.
A
pesar de existir una Constitución, una Asamblea General (la Loya
Jirga) y un endeble Ejército Nacional Afgano, la autoridad central
brilla por su ausencia en diversas regiones, suplantada por la
autoridad tradicional de jefe tribal o la coactiva del respectivo
“señor de la guerra”.
Este
escenario está siendo aprovechado por los talibanes para reactivar
sus redes de apoyo, principalmente en el triángulo sureño en torno a
la provincia de Kandahar, fronteriza con Pakistán. Con todos estos síntomas,
bastante similares a los presentados en el Irak post–Saddam,
Afganistán presenta un claro ejemplo de ‘Estado fallido’.
La
clave paquistaní
Simultánea
a la reunión de la OTAN en Varsovia, el presidente Karzai se reunió
en Kabul con su homólogo paquistaní Pervez Musharraf, en un momento
en que las relaciones de estos dos países, aliados de Washington y
Londres en la lucha antiterrorista, se mantienen en una situación
delicada.
Musharraf
reconoció ante Karzai que se vio en la necesidad de activar contactos
directos con líderes talibanes de la etnia pashtuna en la frontera
afgano–paquistaní, para repeler las acciones de una guerrilla
independentista en la región de Baluchistán. Para Karzai, los jefes
tribales talibanes pashtunes que se encuentran en Pakistán son los
que apoyan la ofensiva de los talibanes en Afganistán.
Pakistán
envió 80.000 soldados a esta amplia frontera que las regiones de
Waziristán, Chitral y la cordillera de Hindu Kush, cercana a
Cachemira. Esta zona geográfica salvajemente montañosa forma un triángulo
fronterizo noroccidental entre Afganistán y Pakistán,donde se cree
está escondida la cúpula de Al Qaeda, incluido el propio Osama bin
Laden, salvaguardado por diversos miembros de la comunidad étnica
pashtuna. Incluso, observadores internacionales han constatado la
popularidad que tiene Osama ben Laden en grandes ciudades paquistaníes
como Peshawar.
La
reunión Karzai–Musharraf fue también un intento para activar una
alianza militar que incluye a EEUU, Gran Bretaña e India, enfocada en
la urgencia de evitar que, en esta región centroasiática, se esté
conformando una expansión de los talibanes a través de contactos con
otros grupos islámicos radicales, tanto en Cachemira como en Pakistán
e India, simpatizantes con la idea de la “yihad global”.
El
poder de la droga
Otro
factor de importancia en el conflicto afgano lo constituye el peso de
la droga, especialmente de los cultivos de amapola y heroína. Su
papel socio–económico y político es tan poderoso en Afganistán
que alimenta no sólo a los clanes tribales sino el propio conflicto
afgano, de manera similar a lo que ocurre en otros países como
Colombia.
Un
reciente informe de principios de septiembre de la ONU y la ONG
europea ‘The Senlis Council’, certificaron que Afganistán, uno de
los países más pobres del mundo, con altas tasas de analfabetismo y
mortalidad infantil, con casi un millón de desplazados internos y
cinco millones de refugiados fuera de sus fronteras, está entre los
principales productores de droga del mundo.
Estos
informes certifican cómo el país produce el 92% del opio en el
mundo, principalmente en las zonas sureñas donde se asientan los
talibanes, y cómo este cultivo ha aumentado en un 49% su actividad
económica en un 59% del territorio afgano en los dos últimos años.
Incluso, la corrupción producto del negocio de la droga ha salpicado
a algunos de los miembros del gobierno de Karzai, provocando fuertes
disputas internas.
Del
mismo modo, los programas oficiales de erradicación de los cultivos
implementados por Karzai y la ONU han generado un gran rechazo social
entre las comunidades que dependen económicamente de este sustento.
La práctica ausencia de mecanismos estatales de ayuda y asistencia a
estas personas refuerza el papel de los talibanes y “señores de la
guerra” locales.
Con
este peligroso panorama, el Afganistán post–talibán corre el
riesgo de convertirse en una versión, a cámara lenta, del Irak
post–Saddam o, incluso, en unos Balcanes en pleno corazón de Asia
Central. Ni la OTAN, ni la ONU ni Washington se ven capaces de
apaciguar este avispero afgano.
.– Analista
del IGADI (Instituto Gallego de Análisis y Documentación
Internacional).
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