Medio Oriente

 

Cosecha Letal

Por Patrick Cockburn
Znet, octubre 2006
Traducido por Felisa Sastre y revisado por Miguel Montes Bajo

Nabatiya.– La guerra del Líbano no ha terminado. Todos los días alguna de los millones de minúsculas bombas lanzadas por la artillería israelí durante los tres últimos días del conflicto matan a cuatro personas en el sur del Líbano y hieren a muchas más.

Las cifras de víctimas aumentarán bruscamente en los próximos meses, cuando los campesinos comiencen la recolección, cojan las aceitunas de los olivos cuyas hojas y ramas ocultan bombas que estallan al menor movimiento. Los campesinos de Líbano se encuentran atrapados en un dilema mortal: arriesgarse a recoger la cosecha o dejar que el producto del que dependen se pudra en los campos.

Hussein Ali, de 70 años y habitante de la aldea de Yohmor, permanece en coma en una cama del hospital de Nabatiya. La semana pasada podaba un naranjo en el exterior de su casa cuando hizo que cayera una de esas pequeñas bombas. La bomba explotó y dispersó trozos de metralla que fueron a parar a su cerebro, pulmones y riñones. "Sé que puede oírme porque me aprieta la mano cuando le hablo," dice su hija, Suwad, mientras permanece sentada al lado de la cama de su padre en el hospital. Según observadores independientes, al menos 83 personas han muerto por bombas de racimo desde el alto el fuego.

Algunos funcionarios israelíes protestan por la utilización contra objetivos civiles en Líbano de bombas de racimo, cada una de las cuales contiene 644 pequeñas pero letales bombitas. Un responsable de la unidad de MLRS (Multiple Launch Rocket Systems, Sistemas de lanzamiento múltiple de misiles) declaró al diario israelí Ha'aretz que el ejército había lanzado 1.800 bombas de racimo, que habían dispersado 1.200.000 bombitas sobre las casas y campos. "En Líbano, hemos cubierto aldeas enteras con bombas de racimo" dijo. " Lo que hemos hecho allí es algo monstruoso, es una locura." Lo que convierte a las bombas de racimo en algo tan peligroso es que el 30 por ciento de sus pequeñas bombas no detonan con el impacto. Pueden permanecer durante años– con frecuencia, son difíciles de ver por su pequeño tamaño– en los tejados, huertos, árboles, al lado de los caminos o entre la basura, esperando a estallar cuando se las roza.

En Nabatiya, el moderno hospital público de 100 camas ha recibido 19 víctimas de las bombas de racimo desde el final de la guerra. Cuando llegamos, llevaban a Ahmad Sabah, un nuevo paciente, técnico de laboratorio del hospital, a la sala de urgencias. Hombre corpulento de 45 años, se encontraba inconsciente en una camilla. Por la mañana temprano había subido a la azotea de su casa para vigilar el depósito de agua. Mientras estaba allí, debió tocar una pila de troncos que guardaba para encender fuego en el invierno. Sin que lo supiera, una bombita había caído entre la leña un mes antes. Los troncos le protegieron de la onda explosiva total pero cuando lo vimos, los médicos todavía estaban evaluando la gravedad de sus heridas.

"Para nosotros, la guerra continúa, a pesar del alto el fuego del 14 de agosto", dice el Dr. Hassan Wazni, director del hospital. "Si las bombas de racimo hubieran estallado todas en el momento de su caída, no hubiera resultado tan catastrófico, pero todavía están matando y mutilando a la gente."

Las bombitas pueden ser pequeñas pero tienen una fuerza devastadora al estallar. En la mañana del alto el fuego, Hadi Hatab, un muchacho de 11 años, fue trasladado agonizante al hospital: "Debía tener la bomba muy cerca de él", afirma el Dr. Wazni ,"le arrancó las manos, las piernas y la parte inferior de su cuerpo."

Fuimos a Yohmor para ver dónde Hussein Ali Ahmad había recibido sus terribles heridas mientras podaba su naranjo. La aldea se encuentra al final de una carretera cortada, seis millas al sur de Nabatiya, dominada por las ruinas del Castillo de Beaufort, una fortaleza de los cruzados en una cumbre sobre el profundo valle por el que fluye el río Litani.

Las bombas y misiles israelíes han convertido cerca de un tercio de las casas de Yohmor en sandwiches de hormigón, al caerse unos pisos encima de otros por el impacto de las explosiones. Algunas familias acampan entre las ruinas. Los aldeanos dicen que están muy preocupados por las bombas de racimo que todavía infestan sus huertos, azoteas y árboles frutales. En las calles de la aldea, se ven los vehículos blancos de la empresa Mines Advisory Group (MAG) de Manchester, cuyos equipos intentan retirar las bombas.

No es una tarea fácil. Siempre que un miembro de los equipos de MAG encuentra y retira una bombita, clava un palo en el suelo, pintado de rojo y amarillo, por lo que hay muchos palos de esos que parecen plantas siniestras que han echado raíces y florecido en la aldea.

"Las bombas de racimo cayeron en su totalidad en los últimos días de la guerra", afirma Nuhar Hejazi, una sorprendentemente alegre mujer de 65 años: "había 35 en el tejado de nuestra casa y 200 en nuestro huerto por lo que no podemos acercarnos a nuestros olivos". La gente de Yohmor depende de sus olivares y la cosecha debería empezar ahora, antes de que lleguen las lluvias, pero los árboles están llenos de esas bombas. "Mi marido y yo obtenemos 20 barriles de aceite al año que necesitamos vender," nos dice la señora Hejazi, y "ahora no sabemos qué hacer." La enorme cantidad de bombas hace casi imposible retirarlas todas.

Frederic Gras, experto en retirada de minas que prestó servicios en la marina francesa y dirige los equipos de MAG en Yohmor, dijo: "En la zona norte del río Litani, tres o cuatro personas mueren diariamente a causa de las bombas racimo. El ejército israelí sabe que el 30 por ciento de ellas no estallaron en el momento de dispararlas por lo que se convierten en minas contra personas."

¿Por qué hizo eso el ejército israelí? El número de bombas de racimo lanzadas debe haber sido superior a 1.200.000 porque, además de las disparadas mediante misiles, muchas más fueron lanzadas con proyectiles de artillería de 155mm. Un artillero israelí afirma que se les dijo que "inundaran" la zona hacia la que disparaban pero no se les señaló objetivos concretos. Gras, quien personalmente desactiva entre 160 y 180 bombas al día, dice que es la primera vez que ha visto que se utilizaran bombas de racimo en aldeas muy pobladas.

En un editorial de Ha'aretz se dice que el uso masivo de estas armas por las Fuerzas Armadas Israelíes fue un desesperado intento final para detener los lanzamientos de cohetes por parte de Hezbollah en el norte de Israel. Cualquiera que fueran los motivos, los aldeanos del sur del Líbano van a sufrir muertes y heridas por las bombas de racimo cuando recojan sus aceitunas y naranjas en los años venideros.