La
OTAN releva a EEUU en Afganistán
Por
Nuria del Viso Diagonal, 26/10/06
EE
UU ha ido trasladando las funciones de combate y contrainsurgencia a
la misión de la OTAN (a la que el Gobierno español aporta 1.200
soldados) en un contexto de aumento de la resistencia talibán.
Desde
principios de octubre, la Fuerza Internacional de Asistencia a la
Seguridad en Afganistán (ISAF), bajo mando de la OTAN, ha asumido la
responsabilidad de la seguridad en todo Afganistán. A los 6.000
soldados enviados a las provincias del sur en agosto se suman ahora
12.000 efectivos estadounidenses que hasta ahora operaban bajo la
Operación Libertad Duradera.
Cuando
todavía está tratando de controlar la situación en el sur, la OTAN
amplía su responsabilidad al este. En apenas dos meses ha extendido
su control a las zonas más conflictivas. La OTAN está inmersa en la
operación más compleja de su historia, en un entorno hostil y con un
horizonte de permanencia de al menos una década, un plazo demasiado
largo para las cambiantes prioridades occidentales y sus frágiles
opiniones públicas, y demasiado corto para asentar la paz.
Tanto
la OTAN como los talibán se juegan mucho en esta operación. Para la
Alianza, ésta fue la operación pionera fuera de suelo europeo y
“la operación terrestre más arriesgada” -según la organización-,
y es su misión prioritaria. Los resultados que obtenga modelarán el
alcance estratégico de la organización y confirmarán si puede
desempeñar el papel de ‘guardián mundial’ de la seguridad en el
siglo XXI.
Los
talibán quieren aprovechar el traspaso para aumentar la
inestabilidad. Al obstruir la reconstrucción, refuerzan la percepción
entre los afganos de que ni el Gobierno ni la presencia internacional
son capaces de responder a sus necesidades. Cuanto más paralizado e
ineficaz aparece el Gobierno de Kabul, más aparecen los talibán como
una alternativa factible.
El
despliegue en el sur ha obligado a la ISAF/OTAN a ir más allá de su
mandato inicial de ‘mantenimiento de la paz’ para entrar en
enfrentamiento abierto con la insurgencia. La nueva situación añade
presión sobre la Alianza Atlántica y las tropas bajo su mando, que
han sufrido un índice tres veces mayor de bajas que los soldados
estadounidenses, con Canadá con el mayor índice de muertes.
Los
talibán cuentan con el factor tiempo, y su actual intensificación de
la lucha va precisamente dirigida al desgaste de los apoyos a la
presencia militar internacional en el país. La expansión de la
operación militar de la OTAN al sur provocó intensos debates en los
parlamentos de Canadá y Países Bajos, mientras las opiniones en la
calle se dividen casi al 50% en países como Canadá o España. Un
accidente aéreo en Afganistán en agosto, que terminó con la vida de
14 militares británicos, generó un intenso debate sobre la operación
en el Reino Unido, uno de los más firmes aliados de Washington en la
“guerra contra el terror”. La petición de la OTAN, en septiembre
pasado, de ampliar las tropas en 2.500 soldados, encontró nula
respuesta por parte de los principales socios de la Alianza. Sólo
Polonia y algunos otros países de Europa del Este accedieron a
incrementar sus contingentes. Los nuevos compromisos de la OTAN a todo
Afganistán aumentarán aún más el cuestionamiento de la operación
en los países de origen.
En
paralelo, los máximos responsables de la OTAN -el comandante supremo
de la OTAN en Europa, general James Jones, y el secretario general,
Jaap de Hoop Scheffer- presionan crecientemente para que los países
eliminen restricciones en el uso de sus tropas. Hasta ahora Alemania,
Francia, Italia y España han logrado ampararse en el esfuerzo
realizado en otras misiones -tres de ellos están presentes en Líbano-
para evitar involucrarse en más misiones de combate. Sin embargo, las
reglas de enfrentamiento más robustas autorizadas por la ONU para los
cascos azules en Líbano, que autorizan por primera vez la
‘autodefensa preventiva’, apuntan a un progresivo endurecimiento
de los términos de las misiones de paz internacionales. Esto podría
repercutir en la misión en Afganistán: a medida que las condiciones
de seguridad se agraven, aumentarán las presiones sobre los países
para ‘robustecer’ sus reglas de enfrentamiento.
La
próxima reunión de la OTAN en Riga a finales de noviembre anuncia
una nueva ronda de presiones sobre países como España, que los
gobiernos tendrán muchas dificultades para resistir. Desde la reunión
de la Alianza en diciembre de 2005, el Pentágono maniobra para
trasladar a sus aliados la responsabilidad de la operación en
Afganistán, mientras se funden y confunden progresivamente los
mandatos de las dos operaciones militares presentes en el país, la
encabezada por EE UU y la liderada por la OTAN. La de ISAF era en
principio una operación de ‘mantenimiento de la paz’ bajo el
amparo de Naciones Unidas, pero tras los recientes maquillajes ha
mutado a una operación de combate y contrainsurgencia, que era la
labor inicial de EE UU. Esta transformación ha ido acompañada del
progresivo desplazamiento de Naciones Unidas en su papel de proveer
seguridad a través de misiones de paz a un papel marginal de acompañamiento
del gobierno afgano. Todo ello ha ocurrido sin que el Consejo de
Seguridad, que inicialmente autorizó el despliegue de las ISAF, haya
realizado cambio alguno en la misión de la operación o se haya
manifestado al respecto.
Un
país fuera de control
Afganistán
enfrenta su peor momento desde 2001. En la raíz de esta situación
confluyen errores de la estrategia internacional, a los que se suman
falta de visión y determinación del presidente afgano y el uso de tácticas
de éxito por la insurgencia, que encuentra en Pakistán un aliado
singular. Uno de los principales errores de la comunidad internacional
remite a la misma concepción de la operación, enmarcada en la
‘guerra contra el terror’ y que encapsula en un mismo paquete
acciones de consolidación de la paz, construcción del Estado, ayuda
humanitaria y reconstrucción, junto con la lucha antiterrorista.
Entre las muchas actividades que la comunidad internacional se proponía,
las prioridades se ordenaron respondiendo más a los intereses de los
actores internacionales que a las propias necesidades de los afganos.
En cifras globales, de los fondos destinados anualmente por la
comunidad internacional a Afganistán, el 70% se ha empleado en
actividades militares de antiterrorismo y contrainsurgencia.
Sin
embargo, considerando que Afganistán se definió como “primera línea
en la guerra contra el terror”, tampoco el objetivo de la seguridad
recibió el compromiso esperado: Afganistán pasó a segundo plano de
la agenda internacional a partir de 2003 con la invasión de Iraq.
Esta estrategia es ineficaz y contraproducente para consolidar la paz
porque ha alimentado la insurgencia, multiplicado las víctimas
civiles y aumentado las violaciones de derechos humanos. No sólo no
ha logrado traer la seguridad a los afganos sino que, en muchos casos,
ha aumentado su inseguridad. Si en 2005 murieron unas 1.500 personas
entre civiles y combatientes, este año las víctimas superan ya las
2.000.
.–
Analista del Centro de Investigación para la Paz (CIP-FUHEM)
|