La condena a Saddam Hussein
Un veredicto de culpabilidad también para EEUU
Por
Robert Fisk
The
Independent, 06/11/06
La Jornada, 08/11/06
Así pues, el que fue aliado de EEUU ha sido
sentenciado a muerte por crímenes de guerra cometidos cuando era el
mejor amigo de Washington en el mundo árabe. EEUU sabía de todas
estas atrocidades e incluso suministró el gas, pero eso no impidió
que el domingo, en palabras de la Casa Blanca, fuera otro “gran día”
para Irak. Eso anunció Blair cuando Saddam fue sacado de su
madriguera el 13 de diciembre de 2003.
Por supuesto, no se podría haber encontrado
alguien mejor para la horca. O peor. No podría haber un veredicto más
justo... ni más hipócrita. Es difícil pensar en un monstruo más
apropiado para el cadalso, de preferencia si lo hubiera despachado su
verdugo, el igualmente monstruoso ahorcador de Abu Ghraib, Abu Widad,
quien golpeaba a sus víctimas con un hacha en la cabeza si se atrevían
a maldecir al líder del Partido Socialista Baaz de Irak antes de ser
colgados. Pero Abu Widad fue ahorcado a su vez en Abu Ghraib en 1985.
Pero en estos días no podemos mencionar Abu Ghraib porque hemos
seguido el juicio infamante de Saddam hasta esa misma institución. Y
al colgar a ese hombre terrible, esperamos ¿no es verdad? vernos
mejor que él, recordar a los iraquíes que la vida es mejor hoy que
cuando él imperaba.
Lo malo es que el desastre infernal que hemos
precipitado sobre Irak es tan espantoso que no podemos decir eso. La
vida es peor ahora. O más bien, hay más muertes de iraquíes en
estos tiempos que las que Hussein logró infligir a sus chiítas,
kurdos y sí, en Fallujah misma también a sus propios sunitas. Así
que no podemos reclamar superioridad moral. Porque si la inmoralidad y
la perversidad de Saddam son la vara con la cual vamos a medir todas
nuestras iniquidades, ¿qué se dirá de nosotros? Nosotros únicamente
cometimos abuso sexual con los prisioneros, matamos a algunos,
asesinamos a algunos sospechosos, perpetramos algunos secuestros y
violaciones e invadimos sin derecho un país a un costo de apenas
600.000 vidas («más o menos», como dijo George Bush hijo cuando
aseguró que la cifra era de unas 30.000). Saddam era mucho peor. A
nosotros no nos pueden someter a juicio. No nos pueden colgar.
«Allahu akbar», gritó el hombre terrible: Dios
es el más grande. Al ex asesino en masa iraquí se le prohibió
expresamente describir su relación con Donald Rumsfeld, hoy
secretario de Defensa de George W. Bush. ¿Se acuerdan de ese apretón
de manos? Tampoco, claro, se le permitió hablar del apoyo que recibió
de George Bush padre. Poco extraña, pues, que funcionarios iraquíes
revelaran la semana pasada que los estadounidenses los presionaban
para sentenciar a Hussein antes de las elecciones legislativas del
martes.
Quien diga que el veredicto llevaba la intención
de ayudar a los republicanos, exclamó este domingo Tony Snow, vocero
de la Casa Blanca, debe estar «fumando hierba». Bueno, cuestión de
enfoques. El propio Snow afirmó que el veredicto contra Saddam no
el juicio en sí, conste fue «escrupuloso y justo». Los jueces
publicarán «todos los elementos que valoraron para fundamentar su
veredicto». Sí, cómo no. He aquí algunas de las cosas que no le
permitieron comentar a Saddam durante el proceso: ventas de productos
químicos a su régimen de estilo nazi tan descaradas y escandalosas,
que se le sentenció a la horca por una masacre de chiítas en un solo
lugar y no por el gaseo masivo de kurdos por el que tanto se
desgarraban las vestiduras George W. Bush y lord Blair de Kut
al–Amara cuando decidieron deponerlo en 2003. ¿O fue en 2002? ¿O
en 2001?
Algunos de los pesticidas que usó el tirano
vinieron de Alemania (por supuesto). Pero el 25 de mayo de 1994 el
Comité de Banca, Vivienda y Asuntos Urbanos del Senado de EEUU emitió
un informe titulado «Exportaciones de productos químicos y biológicos
de uso dual de EEUU a Irak y su posible impacto en las consecuencias
de salud (sic) en la guerra del golfo Pérsico». Se refería a la
guerra de 1991 que provocó nuestra liberación de Kuwait, y
notificaba al Congreso sobre agentes biológicos enviados por empresas
estadounidenses a Irak a partir de 1985 o antes, con aprobación de
EEUU.
¿Como obtuvo el gas?
Sí, podemos ver bien por qué no se permitió al
reo hablar de nada de eso. El secretario británico de Asuntos
Internos, John Reid, declaró que sentenciar a Saddam fue «una decisión
soberana de una nación soberana». Gracias a Dios no mencionó las
200.000 libras esterlinas en tiodiglicol, uno de los dos componentes
del gas mostaza, que exportamos a Bagdad en 1988 y otras 50.000 libras
de la misma vil sustancia el año siguiente. También enviamos cloruro
de tionilo a Irak en 1988 y 1989 al precio de sólo 26.000 libras. Sí,
ya sé que se puede usar para fabricar tinta para bolígrafos y tintes
para telas. Pero éste es el mismo país Gran Bretaña que ocho años
después prohibió la venta de vacunas contra la difteria para niños
iraquíes con el argumento de que podían utilizarse para adivinaron
«armas de destrucción masiva».
Ya sé también que en teoría los kurdos tendrán
oportunidad de juzgar a su vez a Saddam y colgarlo por los miles de
los suyos gaseados en Halabja. Eso sin duda le permitiría vivir más
allá del periodo de 30 días en que puede pedir revisión de
sentencia. Pero, ¿se atreverán estadounidenses y británicos a
permitir un juicio en el que no sólo tendríamos que describir cómo
obtuvo Saddam el gas asesino, sino también por qué la CIA poco
después de los crímenes de guerra contra Halabja pidió a diplomáticos
estadounidenses en Medio Oriente que dijeran que el gas usado contra
los kurdos fue lanzado por los iraníes y no por los iraquíes (en ese
tiempo Saddam era todavía nuestro aliado favorito y no nuestro
criminal de guerra favorito)? Así como los occidentales callamos
cuando Hussein masacró a 180.000 kurdos durante la gran limpieza étnica
de 1987 y 1988.
Y, si nos atreviéramos a profundizar en aquella
traición a los iraquíes, a quienes amamos tanto que invadimos su país,
tendríamos también que condenar a Saddam por asesinar a incontables
miles de musulmanes chiítas y kurdos que se sublevaron contra el régimen
baazista a petición expresa de nosotros: miles a quienes traicionamos
dejándolos combatir solos a las hordas brutales del tirano.
Mis colegas y yo observamos esa terrible
tragedia. Viajé en los trenes hospitales que llevaban a iraníes a su
patria desde el frente de la guerra de 1980–88: las heridas que les
infligía el gas les burbujeaban en ampollas gigantes en la cara y los
brazos. Los británicos y los estadounidenses nada querían saber.
Hablé con las víctimas de Halabja. Mi colega Mohamed Salaam, de la
AP, vio iraníes gaseados morir por millares en los campos de batalla
al este de Basora. A los estadounidenses y británicos no les
importaba.
Pero ahora daremos pan y circo a los iraquíes:
el ahorcamiento final de Saddam, que dará vueltas lentamente al
viento. Hemos ganado. Hemos hecho justicia en el hombre cuya nación
invadimos, evisceramos y desgarramos. No, no hay compasión por ese
hombre. «El presidente Saddam Hussein no teme a la ejecución», dijo
hace unos días en Beirut Bouchra Jalil, abogado libanés que está
entre sus defensores. «No saldrá de la prisión para contar sus días
y años en el exilio en Qatar u otro lugar. Saldrá para ir a la
presidencia o a la tumba».
Parece que será a la tumba. Keitel fue allí. Lo
extraño es que ahora, en los años posteriores a nuestra «liberación»
del país, Irak está invadido por asesinos en masa, culpables de
secuestro y masacre, de rebanar gargantas y torturar. Muchos trabajan
en el gobierno iraquí que respaldamos hoy en día, democráticamente
electo, claro. Y en algunos casos esos criminales de guerra son
pagados por nosotros, por medio de los ministerios que hemos
instituido en este gobierno democrático. Y no se les juzgará. Ni se
les colgará. Esa es la medida de nuestro cinismo. Y de nuestra vergüenza.
¿Alguna vez se habían unido la justicia y la hipocresía en forma
tan obscena?
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