El
asesinato de un sanguinario llamado Saddam Husein
Por
Nazanín Amirian Rebelión, 17/11/06
El hecho de que la
Administración Bush impidiera que Saddam fuera juzgado por un
tribunal internacional similar al que procesó a Milosevic en la Haya,
sin duda fue porque ninguna corte internacional hoy admite una condena
a muerte. Hay prisa para eliminar al ex dictador, al que por cierto no
le han dado ni un lápiz para escribir (¿quizá por temor a que
empiece a redactar sus memorias?), no piensan darle tiempo para hacer
nada. Si han vuelto a incluir la pena de muerte en el derecho iraquí
tras la era Saddam es por algo, aplicarán la letra de la ley dentro
de los 30 días posteriores al fallo.
La pena de muerte
para el dictador Husein ya había sido firmada hace tres años, e
incluso antes de la exhibición televisiva de una captura más que
dudosa. El rumor de que Saddam y la Administración Bush hubieran
acordado un pacto de rendición a cambio de protección pasea por
diferentes círculos en Oriente Medio. Sino ¿Cómo se explica que un
tirano todopoderoso como Saddam, y con tantos recurso, que sabía que
iban a por él, en vez de huir del país con anterioridad, buscara
refugio en un zulo tan mísero que cualquiera de los construidos por
los grupos terroristas menores del mundo habrían parecido un hotel de
cinco estrellas?
¿O es que Saddam
Husein era más inepto que El Dioni, aquel vigilante español que en
1989 y tras apropiarse de 300 millones de pesetas que custodiaba, se
ayudó de un pasaporte falso y huyó a Brasil, donde se hizo la cirugía
estética para evitar ser identificado?
Él, uno de los
mandatarios más poderosos de todo la región, fue encontrado en un
agujero, solo, despeinado, como si fuera un vagabundo, ni tan siquiera
con teléfono móvil. ¡Y los norteamericanos insistían que él desde
su escondite dirigía la temible Resistencia!. Desde luego se trataba
de una escenografía bien estudiada, diseñada para humillarle aun más
ante la opinión pública y, en concreto, ante los árabes.
Acerca de la
existencia de este posible acuerdo, el periódico británico "Sunday
Mirror" publicó en septiembre del mismo año que Hussein estaba
negociando en secreto su salida de Irak con Estados Unidos,
solicitando un exilio seguro en Bielorrusia a cambio de dejar Bagdad
convertida en "zona liberada" para las tropas
estadounidenses. Si fue así, lo cierto fue que "Roma no pagaba a
los traidores" y que Saddam, otro monstruo fabricado por EEUU y
con fecha de caducidad, volvía a caer por tercera vez en la trampa
tendida por sus antiguos protectores.
Si todo obedeciera a
un plan diseñado por la Administración Bush, desde los sospechosos
asesinatos de varios abogados de Saddam [1] hasta la actitud del juez,
que hace callar al ex presidente cada vez que él pretende exponer
argumentos, pasando por la censura que aplican los medios de
comunicación occidentales a la hora de reproducir algunas de sus
intervenciones en el juicio. el dictador iraquí será ejecutado.
Este juicio podría
haber sido único en la historia, pues por primera vez se sentaba en
el banquillo de los acusados uno de los déspotas más sanguinarios de
Oriente Medio, podría haber sido un primer paso para devolver la
confianza en la justicia y en la democracia en un país tan desgarrado
y herido como Irak. pero ni fue un juicio justo y ni siquiera lo
aparentaba. Las irreguralidades cometidas contra la Bestia de Baghdad
empezaron desde el mismo momento de su captura televisiva.
Saddam, en condición
de Jefe de Estado, gozaba de la protección que figura en la Convención
de Naciones Unidas de 1973 y ratificada por EEUU e Irak, por la que no
podía ser objeto de detención por una fuerza extranjera. Su
enjuiciamiento ante tribunales designados por el invasor, así como
los procedimientos establecidos por los ocupantes, que permiten que la
negativa del acusado a contestar sea usada en su contra, no tienen
cabida en el derecho internacional. Y, además, en justa medida, si
sobre la cabeza de los acusadores y los acusados pende el mismo peso
de la ley, aquellos que juzgan a Saddam carecen de autoridad moral
para procesar al ex patrón de Irak: ellos le armaron, le defendieron
durante los años en los que les interesó ser amigos del tirano iraquí.
y, lo peor, durante los tres años de la ocupación destrozaron más
vidas que él durante todo su mandato. Aquellos países que hoy han
llevado a juicio al dictador han convertido en seres errantes, en
refugiados sin patria, a cuatro millones de personas; han dejado detrás
de sus tanques y misiles a decenas de miles de mutilados y heridos y a
un desconocido numero de detenidos y secuestrados. Estas mismas
potencias organizadores del juicio han prohibido que en la corte se
les implicara en los crímenes de Saddam. En un país donde no hay
ningún sistema judicial, en el medio de un absoluto caos social,
legal y político, lo único seguro es que el funcionamiento de este
tribunal costará 128 millones de dólares aprobado por el congreso
norteamericano pero que procederán del bolsillo de los ciudadanos
iraquíes, con la única función de servir de teatro para prestar
algo de legitimidad a la invasión y posterior ocupación del país.
La sentencia del
Tribunal de Nuremberg de 30 de septiembre de 1946 afirma:
"Desencadenar una guerra de agresión es el crimen internacional
supremo y sólo difiere de los otros crímenes de guerra por el hecho
de que los contiene todos". En este "todos" se incluyen
los ataques a la población civil y el uso de armas prohibidas, como
lanzar toneladas de bombas de racimo o proyectiles con uranio
empobrecido. Pero en el banquillo del tribunal sólo está sentado una
persona: un dictador cruel. Se echan en falta a sus acompañantes.
La defensa de Saddam
se quejaba de no haber tenido suficiente oportunidad para prepararse y
citar a los testigos. No queda claro si es que querían llamar a
testificar a algunos altos funcionarios de la totalidad de los países
miembros del Consejo de Seguridad y a otra veintena de soberanos
amigos de su defendido. y eso resultaba técnicamente difícil de
organizar, el caso es que la queja resultó evidentemente inútil pues
los asesores norteamericanos (que no internacionales) de esta Corte
especial, han sido los que han establecido las normas del juicio,
impidiendo que su jurisdicción se extienda más allá de los
ciudadanos iraquíes.
De este modo, nadie
conocerá, por ejemplo, la identidad de quienes le facilitaron
cultivos bacterianos para desarrollar bombas de ántrax y botulismo y
componentes para fabricar gases de mostaza y sarín, ni de los
responsables del laboratorio Pasteur que le vendieron los gérmenes
biológicos, ni el nombre de los directivos de la firma norteamericana
Brechtel (que financia las campañas electorales de Bush familia), que
suministraron al dictador de Bagdad una planta química.
El hecho de que el
juicio se celebrase a puerta cerrada, la inexistencia de un registro público
completo de lo que sucede en el interior de esa sala y la prohibición
de asistencia al evento a los periodistas que no sean norteamericanos
e iraquíes seleccionados, perjudica gravemente la libertad de
información. Los videos del juicio que se enviaban a las televisiones
del mundo, llevaban la etiqueta de "Aprobada por el Ejército de
EEUU".
Por supuesto que
preguntarse por qué ha pasado con el gobierno independiente de Irak
puede que no resulte pertinente a estas alturas, pero. !Tantas
elecciones celebradas para restablecer su soberanía! Ahora se
entiende por qué los demás dictadores de la región se atrevan a
presentarse como víctimas del acoso de una potencia extranjera que no
respeta ninguna norma internacional.
Los organizadores de
este juicio no estaban interesados en el destino de Saddam, a quien ya
daban por técnicamente muerto, sino seguir influyendo en los destinos
de los iraquíes. Han pretendido dividirles en dos nuevos grupos: los
sunnitas verdugos y los kurdos y chiitas víctimas de Saddam. No es
por casualidad que el primer cargo que se ha presentado en contra del
depuesto líder iraquí y otros siete coacusados fuera la matanza de
143 personas en la población chiita de Duyail, en 1982.
La memoria de los
acusadores es tan selectiva que no se acuerdan de que Saddam se estrenó
en este oficio de mandatario sanguinario mucho antes, en 1963, cuando
era un alto cargo del partido Baas. Entonces detuvo, linchó y ejecutó
a unos 4.000 comunistas iraquíes, mérito que le sirvió para ser
fichado por la CIA. Tampoco se dice que Saddam no era sunnita ni árabe
en términos religiosos y étnicos, sino un simple tirano que para
mantenerse en el poder mataba a quien se lo cuestionaba. Con este único
criterio eliminó a decenas de demócratas de todas las etnias e
ideologías, y los no tan demócratas como sus propios yernos,
sunnitas y árabes, por cierto. Si los acusadores tampoco quieren
recordar que si miles de personas ejecutadas entre 1992 hasta 2003
fueron sunnitas, fue porque las regiones kurdas y chiitas, eran zonas
de exclusión y estaban bajo el control de EEUU.
Sus entonces aliados
y hoy ocupantes de Irak, intentan convertir este proceso a una especie
de "punto final" que ponga también a cero su historial en
la zona, para que otros altos cargos del régimen de Hussein, hoy
recolocados en el poder por los ocupantes, se salven de la justicia y
puedan volver a integrarse en las esferas de poder iraníes. Por eso
necesitan ocultar datos. Por ejemplo, que el partido Baas, con sus 8
millones de miembros, tenía a cientos de miles de kurdos y chiitas en
su seno, entre ellos el ex vicepresidente kurdo Taha Yassin Rammadan o
el chiita Iyad Alawy, quien se convirtió en el primer ministro del país
tras la caída de Saddam hasta el abril del 2006.
Puestos a ser
realistas, en el mejor de los casos este juicio hubiera podido poner
en la palestra a unos cuantos criminales pero nunca se hubiera
atrevido a cuestionar los métodos criminales y antidemocráticos
empleados contra la población, pues esto podría cuestionar las
maneras de actuar de los actuales dirigentes en otras esferas
internacionales.
Otra de las malas, y
premeditadas, lecciones de este proceso es que sienta el lenguaje de
terror y miedo –que no de justicia– en los asuntos internacionales
y "legaliza" procedimientos parecidos en el futuro.
La historia conocida
de Saddam es la contada por esos vencedores que son capaces de
engrandecer a vulgares y criminales como El Sha, Batista, Trujillo,
Pinochet, Suharto o Fahd Saudí, con tal de diluir la trascendencia de
aquellos que les apadrinaron.
La ejecución de
Saddam no dejará de ser un asesinato planeado con alevosía, que, sólo
entrará en la historia como una pieza más del ciclo de la brutal
violencia que hunde el país.
Parece que el fin de
Saddam, además de un castigo, va a ser la única garantía de su
silencio.
.-
Escritora iraní radicada en Barcelona.
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